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  • Carlos Collantes Díez

05 DICHOSOS LOS NO VIOLENTOS

01 Diciembre 2014 2953

Escribíamos en el artículo anterior: “Los empobrecidos nos invitan y urgen a construir un mundo más humano, más compasivo, menos violento; a colaborar para que todos puedan vivir con dignidad, porque eso es trabajar por el Reino y su justicia…” Un mundo menos violento. Sí, con menos desigualdad y sufrimiento, mucho más justo, porque sin justicia la paz es imposible.

Existe una relación entre la primera bienaventuranza y la que se refiere a los no violentos: dichosos los mansos, los humildes, los no violentos, los de corazón desarmado, fuerte y sereno… porque poseerán la tierra.

Escribe Arturo Paoli: “Pobre quiere decir libre, quiere decir solidario, quiere decir poseer el gusto de la persona y, por tanto, verse libre de confundir al otro con un objeto. Capaz de ser misericordioso con las necesidades del otro. Quiere decir sentir la belleza de las cosas, estar liberado de la concupiscencia de poseerlas y dominarlas, ser capaz de descubrirlas como aliadas…” (Las bienaventuranzas. Un estilo de vida, p. 15)

“Ligeros de equipaje”

Pobre, en sentido evangélico, es, entre otras cosas, aquel que mantiene una relación respetuosa con las personas y las cosas: no conquistar, no acaparar, no retener; es quien sabe vivir desapegado de sus propios bienes, de lo que cree poseer, de sí mismo, como Jesús que no se aferró a su categoría de Dios sino que compartió nuestra condición humana (Filipenses 2, 5-11). Somos más y valemos más que aquello que tenemos, ser es más importante que tener. También en las lúcidas palabras de Job: “desnudo salí del vientre de mi madre… desnudo me iré”, podemos descubrir esta relación entre la pobreza de espíritu y la libertad interior, entre el desapego y la no violencia. ¡Cómo no pensar al leer estas palabras en quienes esconden millones de euros en cuentas opacas y fraudulentas en inmorales paraísos fiscales! Millones escondidos en cuevas de ladrones, que nunca podrán gastar y que generan violencia. Riqueza violenta que empobrece ¿Acaso piensan llevárselos cuando mueran? Se hacen daño a sí mismos y al conjunto de la sociedad (Lucas 12, 13-21). Corazón inconsciente, prisionero de la codicia, cerrado a la suerte de los más vulnerables, y desviado del verdadero bien, de la verdadera felicidad que Jesús nos propone en el camino de las bienaventuranzas.

Las bienaventuranzas son un itinerario y un mapa para construir relaciones nuevas, alternativas; son un territorio nuevo donde poder vivir bien, donde intentar ser feliz, un camino para aprender a serlo, mirando siempre al Maestro.

¿Qué mansedumbre?

Porque Jesús es un maestro en el arte de construir relaciones con las personas que encuentra, relaciones profundas que curan, liberan, enriquecen, humanizan. Intenta hacer aflorar y resurgir la belleza escondida, oculta de cada persona, belleza que tiene que ver con la imagen divina grabada en nuestra pequeñez. Jesús mismo refleja esa belleza divina en sus relaciones hechas de misericordia entrañable, de compasión, de liberación de males interiores o de condicionantes exteriores o de etiquetas condenatorias. Busca también rescatar y sacar a la luz la dignidad oculta, ocultada más bien, por situaciones dolorosas, injustas, inhumanas.

Escribe la religiosa benedictina, Joan Chittister “La persona humilde cultiva un alma en la que todo el mundo está a salvo”. En el corazón de Jesús todos se sienten a salvo. Jesús ayuda, acoge, valora, dignifica, establece relaciones respetuosas. Todos tenemos un rostro concreto, también el pobre, por eso la humildad-mansedumbre nos invita a construir relaciones nuevas, de respetuosa reciprocidad, de mutuo enriquecimiento.

El Reino de Dios es el acercamiento sanador, liberador de Dios realizado en Jesús. El Reino es como una atmósfera benéfica, sanadora en la que las relaciones son verdaderamente humanas, con los demás y con las cosas. Una atmósfera cargada de bondad y de amor. Y así llegamos a nuestra verdadera identidad, a hacer brillar nuestra dignidad oculta en Jesús. En este sentido, las bienaventuranzas son un camino de verdadera sabiduría, al alcance -sobre todo- de los sencillos. Son camino de una felicidad que viene del seguimiento de Jesús

“Dichosos los mansos o los humildes porque poseerán la tierra”. Manso. Mala prensa tiene esta palabra y es ambigua porque puede ser mal entendida al prestarse a interpretaciones desafortunadas y alejadas de la propuesta de Jesús y de lo que él mismo vivió. La mansedumbre de la que habla Jesús y que él encarnó no tiene nada que ver con la pusilanimidad ni con la cobardía o la humillante sumisión al poder de otros, una sumisión que roba la dignidad al anular a la persona. Jesús no predica la sumisión humillante ni la cobardía. En sus relaciones, con frecuencia expresa ternura y bondad, pero en otros momentos expresa su indignación y su cólera ante ciertas situaciones humillantes o inhumanas (Marcos 3, 1-6, Mateo 23).

Ambientes contaminados

Su libertad nace del amor y de la contemplación del rostro de Dios. Libertad y amor vividos frente al sábado, a la ley, al templo, frente a los líderes religiosos de su pueblo, frente al poder político opresor. Ambos poderes terminarían uniéndose para llevarlo a la cruz. Nada ni nadie pudo desviarle de su misión: predicar y hacer presente el Reino de Dios, hecho de justicia y fraternidad, hecho de cercanía y solidaridad con los más vulnerables, hecho de misericordia frente a los alejados, humillados, excluidos. Al hablar de mansedumbre no hablamos de quien por resignación o sumisión no se atreve a defender sus propios derechos o de quien, por cobardía, permanece pasivo, insensible y callado ante la violación de los derechos humanos de sus hermanos. El manso, al estilo de Jesús, es capaz de defender sus derechos y los de sus hermanos sin recurrir a la violencia, de manera pacífica y arriesgada. Tampoco trata de imponer por la fuerza sus convicciones.

La mansedumbre, bien entendida y vivida, es capaz de transformar el mal en bien. Si respondes al mal con el mal, el mal aumenta, mientras que si respondes con el bien, puedes obligar al violento a entrar en tu lógica de mansedumbre, a desarmarse y entonces está “perdido”, es decir, está salvado porque renuncia a su violencia y se salva como persona. Por ahí va la exhortación del apóstol Pablo en su carta a los Romanos (12, 17-21). La mansedumbre -escribe el filósofo A Comte-Sponville- es “una valentía sin violencia, una fuerza sin dureza, un amor sin cólera”.

Con frecuencia no es la mansedumbre sino la agresividad y una competitividad malsana las que determinan muchas relaciones humanas: interpersonales, sociales y entre países.

En determinados ambientes se invita a compararse con…, a ser el primero, se vive una larvada competitividad; todo ello provoca rivalidades, conflictos, agresividad, incluso violencia. Pensemos en los distintos entornos en los que vivimos, el familiar, el educativo, el laboral, o en el ambiente sociocultural colonizado por la publicidad y por los modelos de hombre y de mujer que se nos presentan como deseables y triunfadores. ¿Cómo vivir la bienaventuranza en todas estas relaciones? ¿Cómo crecer, progresar y vivir de otra manera?

Particularmente, en el mundo económico-financiero, la agresividad y la competitividad despiadada blindan los sentimientos, desertizan el corazón. Los otros son convertidos en números y cifras, en adversarios o enemigos; son despojados de su rostro con lo que es más fácil ser agresivo o despiadado. Sin agresividad no es posible el éxito, no se puede escalar y ascender en la escala social, tener un mayor poder adquisitivo, situarse en lo más alto; de esta manera la agresividad –acompañada con frecuencia de buenas dosis de arrogancia o de descaro- se convierte en una virtud, hasta llegar a comportamientos ilegales, ilegítimos, inmorales.

La desigualdad e inequidad generan injusticia y violencia. El anuncio del evangelio exige decir NO a la economía de exclusión que tanto sufrimiento provoca, y que genera violencia porque ella misma es VIOLENTA por eso hay que combatirla con métodos no violentos pero firmes y decididos (La Alegría del Evangelio, nº 59 y 202). ¿Cómo hacer frente a la enorme violencia que el actual sistema económico-financiero -un sistema INJUSTO EN SU RAIZ- está generando?

P. Carlos Collantes sx

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