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  • Carlos Collantes Díez

06 NO VIOLENCIA TRANSFORMADORA

30 Enero 2015 1377

Jesús vivió en un país sometido al yugo opresor de una potencia extranjera: el imperio romano, y en ese mundo marcado por la violencia, dice: “dichosos los mansos, porque poseerán la tierra”. ¿Cómo sonaron y cómo pueden sonar estas palabras de Jesús en un mundo marcado por la agresividad, por la competitividad exacerbada, a veces cruel, por violencias de todo género? ¿A ingenuidad, a idealismo, a utopía imposible?

Sin embargo estas palabras son para esta tierra, para hacerla más habitable y para hacer más fraternas nuestras relaciones. Palabras que rumiadas comienzan por transformar el corazón, por purificar nuestros sentimientos y convertir nuestras actitudes interiores; nos hacen soñar y trabajar por un mundo más humano.

Cuando oímos de verdad la palabra de Jesús, se despierta en nosotros un deseo profundo de construir otras relaciones, no de fuerza, agresividad y violencia, sino de colaboración, cooperación, respeto y acogida, y de trabajar por un mundo reconciliado. La palabra de Jesús hace que entremos en contacto con nuestros mejores deseos, nos cura de nuestras agresividades interiores, nos invita a desarmarnos y despierta una “ternura combativa”. Jesús no fue un personaje dulzón, muy al contrario fue firme y decidido, lúcido en su enfrentamiento con las situaciones o realidades que violaban la dignidad humana, con todo aquello –norma, costumbre, rito, institución- que deshumanizaba a la persona.

Terminábamos el número anterior con estas palabras: La desigualdad e inequidad generan injusticia y violencia. El anuncio del evangelio exige decir NO a la economía de exclusión que tanto sufrimiento provoca, y que genera violencia porque ella misma es VIOLENTA por eso hay que combatirla con métodos no violentos pero firmes y decididos. ¿Cómo hacer frente a la enorme violencia que el actual sistema económico-financiero -un sistema INJUSTO EN SU RAIZ- está generando?

Una economía violenta

No queremos ver ni interpretar la realidad con la mirada de los que dominan, confundidos por sus mentiras, insistentemente repetidas con cinismo por el poder mediático que ellos controlan. Se empeñan en hacernos creer que no hay alternativas a las medidas económicas que han tomado y que tanta desigualdad, sufrimiento -desesperación, a veces- han causado y siguen causando. Son medidas agresivas porque hieren y atacan la dignidad de tantos hermanos condenados a mal vivir. Hay otro modelo de sociedad y de desarrollo, otro modelo de relaciones sociales. Otra economía es posible, necesaria, urgente como nos recordaba Benedicto XVI en la encíclica “La caridad en la verdad”. He aquí dos de sus afirmaciones: 

“La doctrina social de la Iglesia ha sostenido siempre que la justicia afecta a todas las fases de la actividad económica, porque en todo momento tiene que ver con el hombre y con sus derechos. La obtención de recursos, la financiación, la producción, el consumo y todas las fases del proceso económico tienen ineludiblemente implicaciones morales. Así, toda decisión económica tiene consecuencias de carácter moral”. (CV 37)

“Responder a las exigencias morales más profundas de la persona tiene también importantes efectos beneficiosos en el plano económico. En efecto, la economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la persona”. (CV 45)

Otra sociedad

Hace ya un año que Oxfam-Intermón en su informe “Gobernar para las élites. Secuestro democrático y desigualdad económica”, señalaba lo siguiente: “La desigualdad económica crece rápidamente en la mayoría de los países. La riqueza mundial está dividida en dos: casi la mitad está en manos del 1% más rico de la población y la otra mitad se reparte entre el 99% restante. La mitad más pobre de la población mundial (aproximadamente 3.500 millones) posee la misma riqueza que las 85 personas más ricas del mundo”. ¡¡85 personas poseen tanto como 3.750 millones de personas!! INACEPTABLE.

Una concentración de la riqueza tan injusta e inhumana en manos de minorías inconscientes supone una amenaza grave para la seguridad mundial, porque puede provocar estallidos sociales. Nos parece una concentración violenta porque viola derechos de las grandes mayorías desfavorecidas y humilladas, porque violenta sus condiciones de vida y destruye la cohesión social. Si queremos combatir el empobrecimiento hay que luchar contra la desigualdad y la injusticia que lo genera y de esta manera estaremos construyendo una sociedad menos violenta y más reconciliada, más fraterna y solidaria.

Un mal enquistado

Escribe el papa Francisco: “Hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad. Pero hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia. Se acusa de la violencia a los pobres y a los pueblos pobres pero, sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión. Cuando la sociedad -local, nacional o mundial- abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad. Esto no sucede solamente porque la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en su raíz. Así como el bien tiende a comunicarse, el mal consentido, que es la injusticia, tiende a expandir su potencia dañina y a socavar silenciosamente las bases de cualquier sistema político y social por más sólido que parezca. Si cada acción tiene consecuencias, un mal enquistado en las estructuras de una sociedad tiene siempre un potencial de disolución y de muerte. Es el mal cristalizado en estructuras sociales injustas, a partir del cual no puede esperarse un futuro mejor. Estamos lejos del llamado «fin de la historia», ya que las condiciones de un desarrollo sostenible y en paz todavía no están adecuadamente planteadas y realizadas”. (EG 59)

La riqueza injustamente acumulada y acaparada genera violencia, y al no llegar a todos produce sufrimiento y muerte a veces. La violencia estructural del sistema puede también provocar estallidos de violencia. ¿Cómo desactivar las raíces de la violencia? Concretando el ideal de justicia en la historia, en las condiciones de vida de muchos hermanos, combatiendo “la injusticia evitable”.

El grito del sur

La dignidad inviolable de la persona humana es el criterio supremo y la clave de la justicia en nuestras sociedades y sistemas de convivencia, y defender este principio supremo implica traducir en gestos y acciones concretas este imperativo de justicia. Si la justicia es el criterio y el valor que orienta la acción práctica, es evidente que las estructuras que configuran la vida del hombre en sociedad deben responder a esa exigencia de justicia. Por eso la Doctrina Social de la Iglesia insiste en la dimensión estructural de la injusticia y del empobrecimiento.

Dos gigantes del espíritu, M. Gandhi y M. Luther King, que se enfrentaron a sistemas injustos, han encarnado y vivido en grado heroico esta bienaventuranza. Y al encarnarla han conseguido la libertad para su pueblo o el reconocimiento de la igualdad de derechos de sus hermanos. Sin embargo, no es una actitud para ser encarnada sólo por héroes y en situaciones excepcionales, es propuesta por Jesús a todos sus seguidores. El la encarna como nadie en su solidaridad con los oprimidos o despreciados.

Pienso en las reacciones serenas, a pesar de tantas humillaciones, de algunos amigos africanos emigrantes. ¡Cuánto varón de dolores, expulsados de sus países por la enorme injusticia que desgobierna el mundo! Llegan desarmados pidiendo solo poder vivir con dignidad, son humillados y reaccionan con paz y hasta con una sonrisa en los labios cuando te cuentan cómo han sido tratados. La injusticia que “grita” en la frontera sur, no se soluciona con vallas más altas ni con más policías, ni con la violencia que suponen las “devoluciones en caliente”.

Jesús nos enseña a unificar la dimensión mística-contemplativa con el compromiso ético transformador de las relaciones sociales.

P. Carlos Collantes sx

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