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  • Carlos Collantes Díez

08 ... PORQUE HEREDARÁN LA TIERRA

30 May 2015 1421

“Jesús vio a los no violentos como los legítimos habitantes de la tierra y condenó como usurpadores a quienes la dominan con la violencia de las armas y del dinero. Del monte de las bienaventuranzas desciende la condena sobre las diferentes formas de violencia que se suceden en la historia”. (A. Paoli)

“… poseerán la tierra”, dice Jesús. El 29 de junio del año 2000, tras años de trabajo, se promulgó en Holanda La Carta de la Tierra. Es una referencia ética integral cuya finalidad es inspirar el camino hacia un futuro sostenible y digno para todos: pueblos y naturaleza. Es una declaración de principios éticos fundamentales y necesarios para construir una sociedad global justa, sostenible y pacífica en el siglo XXI. La Carta reconoce que los objetivos de la protección ecológica, la erradicación de la pobreza, el desarrollo económico respetuoso y equitativo, el respeto y la defensa de los derechos humanos, la democracia y la paz son realidades interdependientes e inseparables.

Un camino mejor

La Carta pretende inspirar y estimular en todos, un sentido y una conciencia clara de interdependencia y de responsabilidad compartida por el bien de toda la familia humana, de las futuras generaciones y de la vida entera en nuestro planeta. No es vinculante para los gobiernos en el plano jurídico, pero sí lo es desde el punto de vista moral. Y para nosotros ciudadanos, en un momento en el que necesitamos cambios urgentes en la forma de pensar y de vivir, supone un desafío; nos interpela a examinar cuales son nuestros valores para escoger un camino mejor, más solidario, sostenible, fraterno y humanizador.

“Estamos en un momento crítico de la historia de la Tierra en el cual la humanidad debe elegir su futuro. A medida que el mundo se vuelve cada vez más interdependiente y frágil, el futuro depara, a la vez, grandes riesgos y grandes promesas. Para seguir adelante debemos reconocer que en medio de la magnífica diversidad de culturas y formas de vida, somos una sola familia humana y una sola comunidad terrestre con un destino común. Debemos unirnos para crear una sociedad global sostenible fundada en el respeto hacia la naturaleza, los derechos humanos universales, la justicia económica y una cultura de paz. En torno a este fin, es imperativo que nosotros, los pueblos de la Tierra, declaremos nuestra responsabilidad unos hacia otros, hacia la gran comunidad de la vida y hacia las generaciones futuras”. (Preámbulo de la Carta)

Para hacer frente a situaciones históricas de desigualdad y de injusticia social ya los autores bíblicos tuvieron una preciosa intuición: el año jubilar. Encontramos su descripción y exigencias en Levítico 25. Se trataba de una ley de reforma social radical, para que los pobres y desheredados recuperaran sus pequeñas propiedades perdidas. Una amnistía para empobrecidos, justamente lo contrario de lo que ahora sucede, una amnistía fiscal a la carta para grandes evasores fiscales o ricos defraudadores, amnistía maquillada con un nombre engañoso. Una burla y una ofensa para los pobres y para los contribuyentes honrados.

Intuiciones fecundas y válidas

Cuando había acumulación, los autores sagrados habían imaginado caminos para restituir y redistribuir una especie de propiedad común. “El empobrecimiento de un hermano no puede tener como contrapartida el enriquecimiento de otro sin quebrantar el proyecto de justicia de Dios” (Comentario a Levítico 25 de la Biblia del peregrino de LA Schökel). La legislación bíblica probablemente nunca fue aplicada, y de que así fuera se encargaron los poderosos de entonces. Al igual que sucede hoy con algunos derechos humanos de los que hablan nuestras legislaciones modernas. A pesar de ello, tal legislación responde a intuiciones válidas y fecundas: la tierra es de todos porque es de Dios, y en ella todos somos huéspedes porque estamos de paso, compartamos fraternal y equitativamente lo que es de todos.

Por eso la Iglesia ha elaborado un principio clave en la doctrina social: el destino universal de los bienes. Y junto a éste otro significativo: la propiedad privada nunca es un derecho absoluto y está sometida a una hipoteca social. Tal vez la intuición más profunda y radical la haya expresado el profeta Isaías: “no te cierres a tu propia carne”, descubriéndonos -en el nombre de Dios- un sentido profundo de la fraternidad, de la común humanidad, de donde surgirán valores sagrados como la acogida, la hospitalidad, la solidaridad.

En línea con este pensamiento bíblico tradicional el Papa alza su voz profética y libre, y escribe: «Así como el mandamiento de “no matar” pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir “no a una economía de la exclusión y la inequidad”. Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del “descarte” que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son “explotados” sino desechos, “sobrantes”». (EG 53)

Exilio y desarraigo

El inicio del salmo 137 describe la tristeza y frustración de los desterrados en Babilonia, desposeídos de lo suyo, lejos de su tierra (el final es de una violencia inaceptable). Hoy Babilonia es ese neoliberalismo cruel impulsado y mantenido por gentes sin escrúpulos, cegados por su ambición, codicia y arrogancia. Es el pecado más antiguo y arraigado: creerse dioses. Esta tierra tal y como funciona no es nuestra, hay en ella demasiada injusticia, demasiado sufrimiento. No es la tierra que Dios confió al hombre sino aquella de la que unos pocos se han apoderado, sometiéndola a toda suerte de violencias, expropiándola en beneficio propio. Un sistema cruel que hace que tantos hermanos no se sientan en esta tierra como en su casa-hogar y que tengan que cargar con tanto dolor, un dolor tan fuerte que hace que se sientan extranjeros, desarraigados en esta tierra, y sin embargo no tenemos otra, por tanto habrá que luchar para hacerla habitable y humana para todos. Emigrantes y refugiados expulsados o desahuciados de su propia tierra o país son la expresión más visible de tanta injusticia, sufrimiento y desarraigo…

¿Qué puede significar hoy heredar la tierra? El Papa Francisco apunta en una dirección: «La solidaridad es una reacción espontánea de quien reconoce la función social de la propiedad y el destino universal de los bienes como realidades anteriores a la propiedad privada. La posesión privada de los bienes se justifica para cuidarlos y acrecentarlos de manera que sirvan mejor al bien común, por lo cual la solidaridad debe vivirse como la decisión de devolverle al pobre lo que le corresponde. Estas convicciones y hábitos de solidaridad, cuando se hacen carne, abren camino a otras transformaciones estructurales y las vuelven posibles. Un cambio en las estructuras sin generar nuevas convicciones y actitudes dará lugar a que esas mismas estructuras tarde o temprano se vuelvan corruptas, pesadas e ineficaces». (EG 189)

Trabajar por el Reino significa desencadenar procesos de solidaridad, de compartir, de justicia-fraternidad desde abajo; desde los pobres y sus aliados. Significa organizar el grito y la indignación de manera creativa, porque no se puede silenciar tanto grito, el que surge de la cruz, de todas las cruces; el grito de Jesús, el grito de los pobres, el grito de sus amigos solidarios.

P. Carlos Collantes sx

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