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  • Carlos Collantes Díez

10 TIERRA, HERMANA, CASA COMÚN

30 Diciembre 2015 2165

“El 22 de abril de 2009, la Asamblea general de la ONU, aceptó por unanimidad la idea de llamar a la Tierra “Madre Tierra”.

Este cambio significa una revolución en nuestra forma de mirar a nuestro planeta y en nuestra relación con él. Una cosa es hablar de la tierra que ocasionalmente puede ser comprada, vendida y explotada económicamente, y otra cosa muy distinta es hablar de la Madre Tierra, porque a la madre no se la puede vender, comprar ni explotar, sino amar, cuidar y venerar. Atribuir tales valores a la Tierra implica aceptar que ella es sujeto de dignidad y portadora de derechos” (L. Boff, ¿Hay esperanza para la creación amenazada?)

Llegamos a ser humanos no compitiendo ferozmente los unos contra los otros, sino colaborando, cooperando para que la vida sea acogida, respetada, potenciada y de esta manera, también nosotros, crezcamos en humanidad. En las relaciones sociales entre grupos humanos y entre países rige con frecuencia la ley del más fuerte que produce un mundo hostil y cruel. Es el “darwinismo social” que defiende el privilegio de los más fuertes como condición para el progreso de toda la sociedad, es necesario para el bien de la especie –sostienen de manera inhumana- que los mejor dotados prosperen aunque para ello los peor dotados desaparezcan. Pero frente a esta ley o principio, llevamos otros inscritos en el corazón y en los sueños, en nuestro ser más auténtico y más humano: ser más juntos, colaborando, cooperando. Y podemos añadir otro principio ético de grandes consecuencias y de horizontes amplios que hunde sus raíces en la Biblia: “no te cierres a tu propia carne”, ideal que engendra actitudes de empatía, solidaridad y compasión.

Dos gritos

Llevamos varios artículos reflexionando sobre la dicha anunciada por Jesús a los no violentos, sobre la posesión de la tierra y la no violencia; nos parece oportuno referirnos a la encíclica del Papa Francisco LAUDATO SI que aborda la preocupante y dramática situación de nuestra Tierra, de la vida amenazada en ella, de nuestras responsabilidades personales y colectivas, del sistema productivista de consumo y producción irracional en el que vivimos inmersos, de determinadas lógicas economicistas dañinas que nos llevan al caos. Un texto muy rico, lúcido, necesario; un texto sin duda molesto para determinados poderes que piensan únicamente en clave de beneficios económicos y actúan movidos por el corto plazo con una miopía e irresponsabilidad destructoras.

En la encíclica aparecen siempre unidos de manera indisoluble la justicia hacia los más frágiles y vulnerables y el cuidado y respeto hacia la naturaleza; juntos brotan los dos gritos: el de los pobres y el de la tierra, porque las dos justicias son inseparables: la social y la ecológica. El Papa realiza una denuncia vigorosa y profética de la injusticia social vinculada a procesos productivos y culturales de degradación del medio ambiente.

“El cambio climático –escribe él- es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales desafíos actuales para la humanidad. Los peores impactos probablemente recaerán en las próximas décadas sobre los paí­ses en desarrollo. Muchos pobres viven en lu­gares particularmente afectados por fenómenos relacionados con el calentamiento, y sus medios de subsistencia dependen fuertemente de las re­servas naturales y de los servicios ecosistémicos, como la agricultura, la pesca y los recursos fo­restales…” (LS 25)

Curar heridas

La tierra ha sido tratada con violencia por el ser humano, maltratada y saqueada y está herida por nuestros comportamientos irresponsables y sus gemidos se unen a los de los pobres.

“Esta hermana clama por el daño que le pro­vocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus pro­pietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, he­rido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivien­tes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devasta­da tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm 8,22). (LS 2)

Y nos invita a regenerar las heridas de la tierra… “Mi predecesor Benedicto XVI renovó la in­vitación a «eliminar las causas estructurales de las disfunciones de la economía mundial y corregir los modelos de crecimiento que parecen incapa­ces de garantizar el respeto del medio ambien­te».Recordó que el mundo no puede ser anali­zado sólo aislando uno de sus aspectos, porque «el libro de la naturaleza es uno e indivisible», e incluye el ambiente, la vida, la sexualidad, la fami­lia, las relaciones sociales, etc. Por consiguiente, «la degradación de la naturaleza está estrecha­mente unida a la cultura que modela la conviven­cia humana». (LS 6) 

¿Qué progreso?

Existe un supuesto valor que forma parte de nuestro subconsciente colectivo, arraigado en nosotros, y sobre todo en el corazón mismo del sistema socio-cultural y productivo: ser competitivos. Producir más, consumir más y volver a producir más, todo ello dentro de un MITO FALSO, el del crecimiento ilimitado, y sin querer tener en cuenta lo evidente, que los recursos son limitados. El voraz engranaje de la competitividad y del máximo beneficio termina en privatizaciones, monopolios y, a veces, en comportamientos delictivos, donde solamente uno gana y los demás pierden. Las consecuencias ambientales, económicas, sociales son desastrosas.

Escribe el Papa: “… Cuando se propone una vi­sión de la naturaleza únicamente como objeto de provecho y de interés, esto también tiene serias consecuencias en la sociedad. La visión que con­solida la arbitrariedad del más fuerte ha propicia­do inmensas desigualdades, injusticias y violencia para la mayoría de la humanidad, porque los re­cursos pasan a ser del primero que llega o del que tiene más poder: el ganador se lleva todo. El ideal de armonía, de justicia, de fraternidad y de paz que propone Jesús está en las antípodas de seme­jante modelo…” (LS 82)

La capacidad de mejorar nuestra calidad de vida mediante la producción de bienes y servicios, el conocimiento y dominio del mundo, lo que llamamos progreso científico-técnico no ha venido acompañado del correspondiente progreso ético y estamos viendo como un consumismo exacerbado y una competitividad agresiva y desaforada sólo pueden conducirnos a una clara deshumanización. No ha habido una correspondencia entre progreso científico-técnico y progreso moral o una mayor humanización.

 Deterioro ético

“La dificultad para tomar en serio este desa­fío tiene que ver con un deterioro ético y cultural, que acompaña al deterioro ecológico. El hom­bre y la mujer del mundo posmoderno corren el riesgo permanente de volverse profundamente individualistas, y muchos problemas sociales se relacionan con el inmediatismo egoísta actual, con las crisis de los lazos familiares y sociales, con las dificultades para el reconocimiento del otro. Muchas veces hay un consumo inmediatista y excesivo de los padres que afecta a los propios hijos… Además, nuestra incapacidad para pensar seriamente en las futuras generaciones está ligada a nuestra incapacidad para ampliar los intereses actuales y pensar en quienes quedan excluidos del desarrollo. No imaginemos solamente a los pobres del futuro, basta que recordemos a los pobres de hoy, que tienen pocos años de vida en esta tierra y no pueden seguir esperando…”(LS 162)

Esta lógica competitiva de la vida tiene como fundamento una moral individualista, elitista, utilitarista acorde con la visión de la vida propia del capitalismo, visión que provoca un empobrecimiento de lo humano, un déficit de humanidad. Urge terminar con la inmoralidad del sistema económico-financiero dominante para sustituirla por la ética y la decencia, por una visión distinta de la vida, más comunitaria y solidaria, más justa y compasiva, más humanizadora. Es urgente transformar la actual economía global injusta y desigual, por otra economía más equitativa que sirva más y mejor a la dignidad de las personas.

P. Carlos Collantes sx

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