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  • Carlos Collantes Díez

LAS TRES PIPAS

06 Octubre 2016 5385

Una vez un miembro de la tribu se presentó furioso ante su jefe para informarle que estaba decidido a vengarse de un enemigo que lo había ofendido gravemente ¡Quería ir inmediatamente y matarlo sin piedad!

El jefe lo escuchó atentamente y luego le propuso que hiciera lo que tenía pensado, pero antes de hacerlo llenara su pipa de tabaco y la fumara con calma al pie del árbol sagrado del pueblo. 

Sin entender mucho su orden aquel hombre cargó su pipa y fue a sentarse bajo la copa del árbol.

Tardó una hora en fumar su pipa. Luego sacudió las cenizas y decidió volver con el jefe para decirle que lo había pensado mejor y le parecía bastante excesivo matar a su enemigo pero que sí le daría una buena paliza para que nunca se olvidara de la ofensa.

Nuevamente el anciano lo escuchó y aprobó su decisión, pero le dijo que ya que había cambiado de parecer, llenara otra vez su pipa y fuera a fumarla al mismo árbol sagrado.

También esta vez el hombre cumplió la orden del anciano y pasó media hora meditando.

Inmediatamente regresó a donde estaba el jefe y le dijo que consideraba excesivo castigar físicamente a su enemigo, pero que iría a echarle en cara su mal comportamiento y que lo avergonzaría delante de todo el pueblo.

E igual que las dos veces anteriores el anciano lo escuchó y sabiamente le ordenó por última vez fumar su pipa al pie del árbol.

De vuelta al árbol sagrado, el joven se sentó a fumar su tercera pipa. Aunque al principio se sentía un tanto molesto, al rato, su ira del principio acabó disipándose en el aire, como el humo de su tabaco. Relajado, acudió presuroso a la tienda del jefe y le dijo: “pensándolo mejor veo que la cosa no es para tanto. Iré donde me espera mi agresor, le daré un abrazo y lo recuperaré como amigo. Seguro que se arrepentirá de lo que me ha hecho…”.

Entonces el jefe le regaló dos cargas de tabaco para que fueran a fumar juntos al pie del árbol, diciéndole: "Eso es precisamente lo que tenía que pedirte, pero no podía decírtelo yo; era necesario darte tiempo para que lo descubrieras tú mismo”.    Basado en una leyenda amerindia

Para la reflexión.

“Aprended de mí que soy manso y humilde corazón y encontraréis vuestro descanso”, dice el Señor.

Lee y reza con Romanos 12, 14.21 y Mateo 5, 38-48

“El remedio de las injurias es el olvido” (Séneca)

“Se perdona en la medida en que se ama”. La Rochefoucauld.

“La última y definitiva justicia es el perdón” (Miguel de Unamuno)

 

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