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DOSS 16B: vocaciones en la biblia-2

13 May 2016
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AMÓS

INSOBORNABLE LUCHADOR

El pueblo de Israel continuaba distanciándose de la Alianza con Dios, menospreciaba su proyecto, parecía, cada día más, un pueblo sin punto de referencia. Los grandes pisoteaban a los pequeños, y cada cual intentaba sacar el máximo beneficio, aunque fuese a costa de aumentar el número de los indigentes.

Y, como una constante que nos acompaña a lo largo del estudio de los Protagonistas del Reino. Dios no se queda al margen de lo que sucede en la historia.

PASTOR Y CAMPESINO

En el siglo VIII a. C., unos años después de Elías, surge en Tecua, una aldea cercana a Jerusalén, un hombre llamado Amós.

No conocemos cuándo nació, ni cómo murió, ni de qué familia era. Sabemos que tenía ganado y cultivaba higos. Era de posición social media-alta y solía viajar por Israel y Judá recorriendo los mercados. Este ir y venir de una parte hacia otra le hizo ver lo que sucedía en el país. (Lee el librito de Amós).

Amós era inteligente y se daba cuenta de la situación real de Israel. Era sensible y no le dejaba indiferente el sufrimiento de los pobres. De regreso a Tecua, después de sus viajes, se sentaría a hablar con los suyos de lo que había visto. Le indignaban aquellos que se consideraban la flor y nata del pueblo, que, acostándose en camas de marfil, pisoteaban el derecho y la justicia. Le obsesionaban las imágenes de la vida real, donde la injusticia suplantaba la ley, y la mentira y el soborno se habían instalado en los tribunales.

EL RUGIDO DEL LEÓN

La aldea de Tecua está cerca de Jerusalén, en cuyo templo se proclamaba la Palabra de Dios. Esta Palabra, que hace justicia al oprimido y defiende al huérfano, resonaba en el interior de Amós como el rugido del león. Y, cuando el león ruge, ¿quién no se pone en movimiento?

Amós elige, para actuar, la celebración de la fiesta nacional, en el santuario real de Betel, donde se daban cita los máximos responsables políticos y religiosos del reino.

Aquel día, Betel era un hervidero de gente. Estaban los comerciantes con sus puestos ambulantes. Acudían los pudientes, violadores de la justicia y del derecho, para ser vistos y hacer ostentación de su posición social. Y estaba presente la masa de los desheredados quienes, una vez al año, acudían a adorar a Dios y olvidar, por unos días, la amarga realidad en que vivían.

¿QUIÉN NO PROFETIZARÁ?

Amós se encuentra allí. Se une a algunos grupitos y entre saludo y saludo a los conocidos de sus viajes como comerciante, habla de la realidad del país. Él ha abierto los ojos, ahora quiere ayudar a otros para que se den cuenta de la realidad que están viviendo. Su palabra resuena fuerte entre los que han venido a la fiesta y su mensaje, como fuego, prende entre los oyentes.

La injusticia que se vive en Israel no es algo abstracto. Son personas concretas las que viven en situación de pobreza porque hay otras que nadan en la opulencia. Y esto no es algo natural, querido por Dios, sino que ha sido provocado por quienes se aprovechan de su poder para manejar a su antojo y capricho los hilos de la sociedad.

Amós critica con dureza esta realidad. La Palabra de Dios, "rugido de león", que siente en su interior, le hace decir verdades como puños, aunque duelan a los poderosos.

LA RAÍZ DE LA INJUSTICIA

A las mujeres bien posicionadas de Samaria, a esas que les gusta pasear sus alhajas, que se acuestan en lechos de marfil, les llama "vacas de Basán". Su prosperidad es fruto de la opresión de los indigentes y malos tratos a los pobres.

A aquellos que tienen no sólo casa de invierno, sino también chalet de verano, mientras hay muchos que no tienen ni una habitación para vivir dignamente, y que han forjado su riqueza vendiendo al pobre por un par de sandalias, falseando las medidas y aumentando los precios, Amós les anuncia el juicio de Dios por haber traicionado su Alianza.

Su celo por la Palabra de Dios le lleva a denunciar la corrupción de los jueces, que detestan al que habla con franqueza y que aceptan el soborno contra el pobre en su tribunal.

También declara la culpa del prudente que no considera oportuno el momento para protestar. Su silencio es un claro apoyo a quien atropella el derecho de los débiles. Para Amós no hay medios términos. Cuando está en juego la vida de unas personas, el sí ha de ser un sí y el no un no. La diplomacia de quien se pierde en sonrisas y en estrechar manos para dejar las cosas como están es una burla al ser humano, pues sólo intenta salvar la propia imagen y aparecer como respetable que se esfuerza en hacer algo.

Y el colmo es que se piensa que esta situación de desigualdad social, de opresión, de injusticia y de prudencia es compatible con una vida religiosa hecha de peregrinajes a Betel, de sacrificios, diezmos y oraciones. En medio de la fiesta, Amós denuncia esta religiosidad y declara que el auténtico culto a Dios es hacer justicia al pobre. Declara que el lugar de encuentro con Dios no es el altar de Betel sino el estar al lado del pobre y del indigente. Y estar a su lado no significa limosna, sino hacerles justicia: devolverles lo que se les ha robado.

REGRESA A TU PAÍS

Las palabra de Amós han impresionado a la gente que asiste a la fiesta nacional. Justo cuando, con aquella fiesta, se está justificando el drama de un pueblo adormecido, que consiente en vivir, con su pasividad y resignación, en una situación de injusticia institucionalizada.

A Amasías, sacerdote de aquel santuario, le llegan las palabras de Amós, e intuye inmediatamente que si no ataja de raíz ese discurso, el sistema sobre el que se apoya el culto en Betel terminará cayendo. Así, ordena a Amós que se marche a su país, Judá, donde podrá vivir en paz, y que deje tranquilo el santuario y la situación social de Israel.

A Amós le hierve la sangre por la falsedad de Amasías. Declara que él ni es profeta, ni del gremio profético, que si está en Betel es porque el Señor lo arrancó de su tierra y le mandó ir a profetizar a Israel.

OÍR EL LLANTO DEL PUEBLO

Cuando Amós deja Tecua y se pone en camino hacia Israel, no lo hace ni por dinero, ni por poder, ni por prestigio, sino por amor a Dios, que es amor a los pobres. La situación del pueblo pobre y oprimido, el escándalo de la riqueza de unos pocos, le hacen descubrir la fuerza de la Palabra de Dios, y Dios hace de él su profeta.

Seguramente en su pueblo hubiera estado más tranquilo y sin tantas complicaciones, pero cuando Dios entra en su vida ya no puede vivir para sí mismo, sino sólo para los más necesitados. Tampoco ahora será él quien dirija sus pasos, desde ahora será Dios quien trazará su camino.

PISTAS PARA EL CAMINO

18. 1.Conocer la realidad social, política, económica y religiosa de nuestra sociedad, es clave para ir a las causas de lo que está pasando. ¿Qué haces para conocerla?
19. 2.Dios se presenta en la vida de Amós como el rugido de un león ante una presa cercana. Frente a la situación de nuestro mundo, ¿cómo percibes y vives el encuentro con Dios?

OSEAS

 

APASIONADO POR SU PUEBLO

Hacia el siglo VIII a. C., surge en Israel un hombre de Dios que vive en su propia vida el drama de su pueblo, su nombre es: OSEAS.

Oseas estaba casado con Gomer, a quien amaba con ternura y cariño. Pero ella le fue infiel, le abandonó y se fue con otros en búsqueda de aventura y felicidad pasajera.

Así, Oseas sufre el desengaño y la vergüenza de la infidelidad. Su esposa le ha abandonado, se ha reído de él. Sin embargo, el corazón de Oseas no deja de latir por ella, es incapaz de dejar de amarla.

Esta trágica experiencia matrimonial le sirve para comprender y expresar las relaciones entre Dios, que ama apasionadamente, y el pueblo, que ha sido infiel. "Anda -le dice Dios-, ama a una mujer amante de otro y adúltera, como ama el Señor a los israelitas".

EL PRIMER AMOR

El pueblo de Israel, desde la salida de Egipto, había reconocido que era Dios quien lo guiaba. Todo lo que tenía era don y regalo recibido gratuitamente de Él.

En el desierto, caminando, sin más apegos que la confianza en Dios, había descubierto que era gracias a la fuerza y al ánimo que recibían de lo Alto lo que hacía que el pueblo, a pesar de sus dudas y vaivenes, siguiera adelante.

Allí, el pueblo había conocido a Dios, había vivido su amor. Había vivido el tiempo del primer amor, amor apasionado de juventud, expresado con miradas fugaces que hacen sonrojar, con palabras entrecortadas.

Israel había caminado feliz de tener a un Dios que le daba lo necesario para vivir y su amor le bastaba.

LA INFIDELIDAD

Pero, cuando deja el desierto, descubre algo inesperado: la fertilidad de Canaán.

Deslumbrado ante tanta riqueza, se asienta y se establece. Conoce a otros pueblos, otras culturas, otras mentalidades y otras formas de vivir. Se compara con ellos y queda seducido. Ya no tiene otro ideal que acumular riquezas y ser poderoso.

En el desierto había caminado con lo esencial y por ello había sido libre. Ahora, se apega a la cultura del "bienestar", donde nada falta para los que andan sobrados. Su corazón se entrega a la riqueza.

Antes, Dios era el Absoluto, de donde provenía todo y hacia donde se dirigía todo. Él era el Creador y Padre. Ahora, su preocupación es el tener, el poseer, el ser más que los otros, y su amor es la riqueza.

Dios desaparece de su horizonte. Son más apetecibles otros dioses, obras humanas, frutos de la imaginación y del deseo. Estos dioses, nacidos de otra cultura, exigen otra forma de pensar y de obrar.

Y así, el pueblo, ya no busca "lo nuestro" sino "lo mío". Ya no es nuestro pan, nuestra agua, sino mi pan, mi agua, mi lino, mi vino, mi aceite.

El culto al becerro de oro es la expresión de la nueva mentalidad.

EL ADULTERIO

Se olvida la Alianza y nace el individualismo. La sed por ser más que el otro deteriora la convivencia y trae la injusticia.

Y así, abundan "juramento y mentira, asesinatos y robo, adulterio y libertinaje, homicidio tras homicidio".

De la infidelidad nace la insatisfacción y ésta produce mayor ansia de posesión.

Y para defender los intereses de los que viven por encima de los demás, surge la necesidad de aliarse con las grandes potencias extranjeras.

Asiria y Egipto aparecen ante los ojos de Israel como nuevos dioses capaces de salvar.

Israel pone su confianza en las fortificaciones y en las riquezas, abandonando al Dios fiel y lleno de ternura, compasivo y misericordioso, atento y disponible.

Oseas descubre que su sufrimiento por el adulterio de su amada, es el mismo sufrimiento de Dios por la infidelidad de Israel. El pueblo de Israel es débil por su infidelidad.

DESCONOCIMIENTO DE DIOS

¿Cuál es la causa del mal de Israel? Oseas, que lo sabe por su propia experiencia, no duda en responder: "No hay conocimiento de Dios en el país". El pueblo ya no conoce el amor de su Dios.

Para Oseas, conocer a Dios no es saber esto o aquello, sino sentir y saborear los mismos sentimientos de Dios, entrar en sus entrañas y ver el mundo desde su mismo corazón. Este conocimiento, vivido en el desierto, ha desaparecido al conformarse al nuevo modo de vida.

El desconocimiento de Dios es ausencia de la capacidad de distinguir entre Dios y los medios -riquezas, prestigio, proyectos...- que nos acercan o alejan de Él. Es hacer de estos medios el fin de la vida.

Oseas habla de lo que siente su corazón. Y sabe que, a pesar de su infidelidad, Dios no olvida al pueblo que ha salido de sus entrañas, que lo ha formado en el vientre materno.

Y desde esa convicción personal grita a su alrededor: "Volvamos al Señor. Conozcamos al Señor. Lo encontraremos. Él vendrá a nosotros como la lluvia, como aguacero que empapa la tierra". Es tiempo de buscar al Señor.

VOLVER AL DESIERTO

El amor de Dios se transforma en pasión por su pueblo. La última palabra la tiene la esperanza. Oseas lo sabe muy bien y lo grita a los cuatro vientos, a pesar de que le llamen loco y le digan que desvaría.

La solución es volver al amor primero, el de las primeras seducciones, como en el desierto. Ahí podrá hablarle nuevamente al corazón con el lenguaje de la gratuidad, de lo sencillo, de lo esencial, de lo auténtico. Y allí, sin duda, le responderá como en su juventud.

Y el matrimonio entre Dios y el pueblo será "para siempre, a precio de justicia y derecho, de afecto y cariño... a precio de fidelidad".

La salvación no está en ninguna potencia extranjera, ni en seguir los caprichos de la moda, ni en acoger las "carnavaladas" de nuestra sociedad, que esconde, bajo caretas de lujo, la miseria, la tristeza y la insatisfacción más completa.

"No volveremos a llamar Dios a las obras de nuestras manos". Este es el conocimiento de Dios.

PISTAS PARA EL CAMINO

Puedes leer detenidamente el librito de Oseas, no son muchas páginas. Al leerlo fíjate en la infidelidad del pueblo y en la fidelidad de Dios. Puedes subrayar en qué se muestra una y otra: imágenes que utiliza, actitudes que se subrayan, sentimientos que aparecen...
¿Qué reacción produce en ti esta pasión de Dios por su pueblo?

Yo pedí fuerza para triunfar. 
Él me dio flaqueza, para que aprenda a obedecer con humildad.
Deseé la riqueza para llegar a ser dichoso.
 
Me dio pobreza para que alcanzara la sabiduría.
Quise poder para ser apreciado por los hombres.
 
Me concedió debilidad para que llegara a tener deseos de Él.
Pedí un compañero para no vivir solo.
 
Me dio un corazón para que pudiera amar a todos los hermanos.
Anhelaba cosas que pudieran alegrar mi vida.
 
Me dio la vida para que pudiera gozar de todas las cosas.
No tengo nada de lo que he pedido.
 
Pero he recibido todo lo que había esperado sin saberlo.
 

 

JEREMÍAS

SEDUCIDO POR DIOS

La relación que Dios mantiene con el hombre es de amor, ternura y cariño. Antes incluso de formarse en el seno materno, el hombre ya está en el corazón de Dios. De ahí que Dios tome la iniciativa de entrar en la vida de las personas, para, caminando con ellas, hacerlas protagonistas de una historia más humana y más fraterna.

La respuesta a esta iniciativa de Dios es distinta según las personas.

Algunos la acogen con alegría; otros la rechazan, pensando que Dios no es quién para dirigir sus vidas, y otros luchan contra Él porque no lo ven claro, porque el futuro que se les presenta es incierto o porque ven contradicción entre lo que Dios propone y lo que ellos quieren.

Jeremías es una de esas personas que luchan continuamente contra Dios. Su vida es la historia de una seducción continua por parte de Dios, de un ir y venir, de un dejarse y un esconderse.

Esta seducción, Jeremías la vive de una forma paradójica. Por una parte la siente como una violación y, por otra, la experimenta como fuente de gozo y de alegría.

Para seguir mejor el camino que ha recorrido Jeremías te puedes detener en algunas páginas de su libro, sobre todo en los siguientes textos:

Jeremías, 1,4-10; 15,10-21; y 20,7-18.

UN HOMBRE DE SU TIEMPO

Jeremías nace hacia el año 650 a. C. en Anatot, un pequeño pueblo cercano a Jerusalén, la gran capital del reino de Judá. Es hijo de Jelcías, sacerdote del templo.

En Anatot se tiene muy presente la memoria del Éxodo y del pacto que Dios había sellado con su pueblo. Un pacto que subraya que lo que Dios quiere son corazones generosos y entregados a los más pobres. Se recuerda a Moisés, a Elías, a Amós... Y se vive en actitud polémica con los notables de Jerusalén, que han vaciado de contenido el culto a Dios.

Desde pequeño, Jeremías es iniciado por su padre en la historia del pueblo de Israel. Una historia leída como historia de salvación, donde Dios ha estado y está al lado de su pueblo, en los momentos fáciles y difíciles. Jeremías va creciendo en este ambiente.

Entretanto, más allá de Anatot, las cosas no están tranquilas. Hay quienes luchan por ser los dueños del mundo. Asiria, Egipto y Babilonia se disputan la supremacía. Para ello no ahorran guerras. Está en juego el ser el más fuerte y dominar sobre el resto. Muertes, violencia, asesinatos, sufrimiento y saqueos están a la orden del día. Cuando hay intereses de poder y prestigio, las vidas humanas cuentan muy poco. Todo se supedita al fin.

Los ecos de todo ello llegan a Anatot. Jeremías viaja a menudo con su padre a Jerusalén y ve con sus propios ojos lo que está pasando. A la vuelta, en casa, con los amigos, comenta esta realidad. ¿Quién puede detener todo este desorden que no tiene en cuenta el plan de Dios?

LOS PLANES DE JEREMÍAS

A Jeremías le duele esta situación, pero no se da por aludido.

En Anatot cultiva la tierra, transmite la Palabra de Dios recibida, "es catequista", y tiene buenas relaciones con sus paisanos.

¿Quién es él, tan joven, para cambiar el mundo? Es verdad que las cosas están feas y que, por la ambición de los que están arriba, los pobres siempre salen perdiendo. Y, desde luego, esta sociedad, tal y como está ahora mismo, no es del agrado de Dios. En la mente de Jeremías está muy presente la Alianza. Pero, ¿qué puede hacer? Poco.

Además, él ya tiene sus planes de futuro: se ve casado con una chica del pueblo, formando una familia y, además de trabajar para sacarla adelante, seguirá siendo "catequista", porque, eso sí, quiere que la Palabra de Dios sea transmitida de generación en generación.

Jeremías es sincero y transparente. No está de acuerdo con la situación que vive el pueblo y desea en el fondo de su corazón un mundo diferente. Mientras trabaja, piensa mucho en todo lo que ve y escucha. Su corazón se vuelve cada día más sensible. Se da cuenta que no puede desentenderse de este mundo tan poco humano.

DIOS QUIERE ALGO MÁS

Al mismo tiempo, la Palabra de Dios, que él ha aprendido de su padre y que enseña a otros, le escuece en su interior, no le deja dormir tranquilo. Sin que él se dé cuenta, esta Palabra le está llevando por caminos que él desconoce.

Un día, mientras estaba descansando del duro trabajo, sentado debajo de una parra, con el botijo del agua al lado, tuvo una fuerte sensación en su interior; él contará que era como una voz que le decía: "Antes de formarte en el seno materno, te conocía; antes que tú vieses la luz, te había consagrado; te he establecido profeta de las naciones".

UN JOVEN ASUSTADO

Jeremías se siente desconcertado. ¿Qué significa esta voz?, ¿de dónde proviene?

Pasan días, meses, y Jeremías experimenta, con más fuerza, esa voz en su interior. Se pregunta: ¿Quién es ése que antes de venir al mundo ya me conocía y me amaba?, ¿quién es ése que quiere que yo, pequeño y desconocido, sea su profeta? Intuye que Dios le está hablando a través de su corazón. Siente miedo, mucho miedo. La responsabilidad es demasiado grande. "¡Ay, Señor mío, mira que no sé hablar, porque soy muy joven!".

En el interior de Jeremías empieza la lucha. Él ya tiene hechos sus planes para el futuro, quiere una vida tranquila, sin más complicaciones que las que tiene cada día.

Al mismo tiempo, Jeremías conoce la Palabra de Dios, conoce los profetas y sabe que cuando Dios entra en la vida de una persona, ya no la deja. Intuye que Dios conoce perfectamente a cada uno y cuando pide algo a alguien es porque le da la capacidad para responder.

ME HAS SEDUCIDO

Hasta ahora, Jeremías, que conocía todo esto, no lo había sentido como dirigido a él: "No digas que eres un muchacho; a donde yo te envíe, irás; lo que yo te diga, lo dirás. No les tengas miedo, yo estoy contigo. Hoy pongo mis palabras en tu boca".

Pero la lucha continúa. Jeremías no se da por vencido, quiere escapar, olvidarlo todo. Busca salidas que le ocupen el tiempo, que le impidan detenerse a pensar. Pero no puede desentenderse, habría sido un cobarde. Y además intuye que la verdadera felicidad la encontrará acogiendo el plan que Dios tiene sobre él.

Y al final de la lucha, a Jeremías no le queda otra salida que ponerse en las manos de Aquel que lo ama y le invita a ser luz de salvación para otros pueblos: "Me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir".

Seducido por Dios, Jeremías sale de su pueblo. Sólo lleva entre sus manos la pasión por Dios, por la verdad, por los pobres y el sueño de un futuro nuevo para el pueblo. Y sólo tiene como instrumento la Palabra de Dios: Palabra de denuncia y de esperanza.

¿Qué encontrará? Nadie lo sabe. Él tampoco. Sólo Dios, que es quién lo conduce. Jeremías tiene 23 años, es el tiempo de amar.

PISTAS PARA EL CAMINO

20. 1.Jeremías se siente débil, tiene miedo, pero encuentra fuerza en la Palabra de Dios. ¿De dónde saco yo mi fuerza para vivir cada día?
21. 2."Me dejé seducir". Jeremías es libre cuando se deja seducir por el Dios que detesta las injusticias. ¿Dónde percibo yo la presencia de Dios? ¿En qué fundamento mi libertad?

Constatamos que a partir del momento en el que, vencidas todas sus resistencias interiores, Jeremías se pone en las manos de Aquel que lo ama profundamente, inicia para él una nueva etapa en su vida.

El combate no había sido fácil: Jeremías soñaba con una vida normal, tranquila. Creía en Dios, pero no pensaba que Dios se iba a fijar en él y, menos aún, que Dios quería hacer de él su luz ante las naciones.

Muchas habían sido las objeciones: "Mira, que no sé hablar, que soy joven e inexperto...". No eran más que excusas sugeridas por el miedo. Jeremías, comprendiéndolo, cede al amor de quien lo amaba antes de formarse en el seno materno.

SALIR DE SÍ MISMO

Jeremías sale de su pueblo, del lugar que lo había visto nacer y crecer.

Deja lo conocido, lo que había sido su punto de referencia, el lugar donde él se sentía seguro.

En sus oídos resuena: "No tengas miedo, que yo estoy contigo". Con la confianza que da el sentirse guiado por Dios, se pone en camino hacia lo desconocido y lo imprevisto.

Entre sus manos sólo lleva la pasión por el Dios de la Alianza y por la verdad, maltratada y burlada continuamente. Le duele el corazón por los pobres, principales víctimas de un sistema que pisotea la dignidad del débil.

Sueña con un futuro nuevo para el pueblo. Sueña con una sociedad donde se viva el proyecto de Dios.

LA FUERZA DE LA PALABRA

Para realizar la misión que ha recibido de Dios sólo tiene la Palabra, una palabra de denuncia de un sistema corrompido y una palabra de esperanza, ya que todo es posible aún si hay un cambio del corazón.

Pero anunciar esta palabra no es fácil. Jeremías descubre que no es ni todo negro ni todo blanco, sino que abunda el gris, y que es preciso observar la realidad para saber discernir el bien del mal.

Este observar y discernir la realidad, hoy como ayer, depende mucho del lugar donde uno se ubique. No es lo mismo vivir en una zona acomodada, donde aparentemente nada falta, que en un barrio donde hay paro, fracaso escolar... No es lo mismo mirar la realidad desde España, que desde una favela de San Pablo o desde los suburbios de Manila.

Jeremías se pone, desde el inicio de su actividad misionera, al lado de los pobres; con ellos vive su relación con Dios y con la sociedad, no esporádicamente, sino aceptando correr su mismo destino.

EL PRECIO DE UNA OPCIÓN

Quien vive con pasión la realidad de los pobres y la incorpora a su propia vida, no puede callar ante lo que sucede a su alrededor, alza su voz para que se oiga en todos los rincones.

Para hablar, Jeremías elige la puerta del Templo, el lugar más céntrico y concurrido.

Allí denuncia a una sociedad que ha rechazado el proyecto de Dios, una sociedad que explota al emigrante, al huérfano y a la viuda, que derrama sangre inocente, que roba y mata, a una sociedad hipócrita que, presentándose bien, está corrompida en su interior.

Jeremías paga su valentía a un precio muy alto. Sus amigos se vuelven enemigos, sus hermanos lo calumnian e incluso planean eliminarlo, ya que resulta demasiado molesto.

En estos momentos oscuros y difíciles, el profeta, abandonado y delatado, encuentra consuelo sólo en la Palabra de Dios: "Cuando recibía tus palabras, las devoraba; tu palabra era mi gozo y mi alegría íntima; yo llevaba tu nombre, Señor".

Por paradójico que resulte, esta palabra que es su fuerza y la alegría de su corazón, es, al mismo tiempo, la causa del escarnio y burla constante a la que se ve expuesto.

Jeremías, pese a las invitaciones que recibe para que se acomode, es fiel a la misión que se le ha encomendado. Es coherente, no admite la más mínima relajación.

EL FRACASO EN LA MISIÓN

Ser instrumento de Dios no garantiza a Jeremías el éxito en la misión. Más aún, parece como si el fracaso formase parte de ella. ¡Esto es demasiado!

Contra sus deseos iniciales, había dejado Anatot, su pueblo natal, para anunciar la Palabra de Dios, y ahora resulta que es él quien está sufriendo en propia carne las consecuencias de anunciar esta palabra.

Sin duda, Jeremías pensaba que, al ser Dios quien lo había llamado, su destino sería el triunfo. Soñaba que, con Dios, lo tendría todo a su alcance y que todos reconocerían lo bien fundado de sus palabras.

Ahora, sin embargo, encuentra rechazo, fracaso y persecución. ¿Qué pasa? ¿Es que Dios se ha olvidado de él? Jeremías acusa a Dios diciéndole: "Te me has vuelto arroyo engañoso, de agua inconstante".

Y, ¿cómo le responde Dios? "Si apartas el metal de la escoria, volverás a ser mi boca".

Jeremías debe convertirse, purificar sus intenciones, sus motivaciones, debe aceptar que si la Palabra de Dios es rechazada y humillada, también lo será su profeta.

"TÚ, SÍGUEME"

Es como si Dios le dijese: No es tuyo ni el triunfo ni el resultado, tuya es sólo la tarea.

Amigo, no sigas a Dios para tener éxito, ni para sentirte a gusto, ni mucho menos para evitar complicarte la vida.

Sigue al Dios de la Alianza porque Él ha tocado las fibras sensibles de tu corazón y te ha hecho extraordinariamente humano. Y, cuando te pongas a disposición de Dios, todo lo que hiera la dignidad de otras personas, te herirá también a ti.

Y, en este camino, Dios te promete sólo su presencia y su amor. Jeremías lo comprende y esto le basta.

PISTAS PARA EL CAMINO

22. 1.Jeremías se coloca al lado de los pobres, y, desde ahí, ve, observa y analiza la sociedad. ¿Al lado de quién estoy yo? ¿Desde qué intereses analizo la sociedad?
23. 2.Al comprometerse por los más débiles, Jeremías sufre el rechazo, incluso de los amigos. ¿Cuál es mi experiencia en este campo?
24. 3.Jeremías, al ponerse al lado de los que no cuentan, asume un estilo de vida coherente con ello. ¿Cómo es mi estilo de vida?

Lo que uno retiene sólo para sí
es lo que se corrompe dentro de nosotros
como agua encharcada.
Lo que uno deja pasar hacia los otros
es lo que lava nuestra intimidad
como agua que corre.
Todo lo retenido se deteriora hasta desintegrarse
y el propio corazón se convierte en carcelero.
Guardarse enteramente uno mismo
es la única manera de perderse eternamente
en la esterilidad de la muerte.
Perderse enteramente
es la única manera de ganarse eternamente
en el reino de la vida.
 

Benjamín González

ISAÍAS

SER LUZ DE LAS NACIONES

Sucedió el año 586 a. C. El ejército de Babilonia conquista Jerusalén y se lleva cautiva a la mayoría del pueblo de Israel.

Israel vive la humillación y la desorientación. La tierra, el templo y el rey, lo que le daba identidad como pueblo, han sido destruidos. Es el fin de un sueño, es el fin de la dinastía de David.

EL DESCONCIERTO

Babilonia es próspera, con abundancia de bienes y una cultura brillante. Se vive para la riqueza. Tiene otros dioses.

Esto choca tan fuertemente a los israelitas, que comienzan a preguntarse: ¿No son nuestros invasores quienes reciben la bendición de Dios? ¿No será Marduk, dios de Babilonia, el verdadero Dios? Surge una crisis de fe.

Muchos israelitas olvidan poco a poco su propia identidad, abandonan a su Dios y se montan en el carro del vencedor. Ya no les interesa el proyecto de la Alianza, proyecto de solidaridad entre el pueblo. Adoptan el estilo de vida deslumbrante de Babilonia.

Aunque las circunstancias externas que estoy describiendo son distintas de las actuales, hay un fondo común entre nuestra situación y aquella.

¿No andamos a veces desconcertados ante el aparente triunfo de los que adoran a otros dioses: el dinero, el poder, el prestigio, el placer?

¿Qué pintamos hoy los que seguimos a Jesús?

¿Estaremos equivocados al pretender vivir a contracorriente de la cultura consumista, hedonista, violenta, insolidaria... que impera en nuestros días?

NACE LA ESPERANZA

Un pequeño grupo de israelitas en el exilio no se resigna. Algunos toman la iniciativa y empiezan a reunirse. Soplan en las cenizas y, de la brasa, casi apagada, surge de nuevo la llama de la esperanza.

Forma parte de este grupo un hombre, que conocemos como ISAÍAS II. Nos situamos seguramente hacia el año 550 a.C.

Isaías II se nos presenta como una persona adulta, de fuerte personalidad. Un gran creyente que no se conforma con ver las cosas como están.

Siente fuertemente la experiencia de un Dios que camina con su pueblo en el destierro, como lo hizo en Egipto y en el desierto.

Está muy vivo en su corazón el recuerdo de las palabras que sellaron la Alianza.

Siente que es necesario, como hizo Moisés o Jeremías, ponerse al frente del pueblo para enderezar la caña cascada y dar intensidad al pabilo vacilante.

¿Pero, cómo hablar a este pueblo desanimado, abatido y entregado para que esa llama pequeña pueda crecer y crecer hasta iluminar los confines de la tierra?

DESDE LA EXPERIENCIA

Son muchos los discursos que se oyen, muy variados y atrayentes los mensajes que llegan al oyente. Queda poco espacio a su palabra. Sólo el lenguaje que proviene del interior de la persona, lo que vive y siente es lo que podrá despertar la inquietud en el oyente.

Isaías II empieza a hablar al corazón. Sus palabras producen hambre y sed en quien las oye.

Habla de consuelo y esperanza. Recuerda que el Señor les está acompañando desde el inicio, es "el que da fuerzas al cansado y acrecienta el vigor del inválido". Él conoce a cada uno por su nombre, los llama personalmente, sabe sus sufrimientos.

Desde ahí, Isaías II invita a todos a no tener miedo, a no angustiarse. Por su boca, Dios les dice "eres de gran precio a mis ojos, eres más valioso y yo te amo".

Esta es, para Isaías II, la clave de la recuperación. Cuando uno se da cuenta de que no es un número más, sino una pieza irrepetible e indispensable, crece en él el sentido de la autoestima y de la valoración personal, tan necesarias para poder colaborar en el proyecto de Dios.

Saber que soy importante y que tengo algo que decir. De aquí nace mi salvación, que es sentirme realizado en Dios y desde Dios.

Delante de esta realidad, ¿quién no queda sobrecogido y maravillado?

LUZ DE LAS NACIONES

Isaías II da un paso más. Descubre que cuando una persona se siente amada gratuitamente por Dios, surge el deseo, que se convierte en necesidad, de irradiar esta luz que brilla en el interior.

Pero, ¿cómo dar a conocer los pensamientos y sentimientos de Dios en una sociedad injusta donde ellos son una minoría?

Isaías II les invita a poner su confianza en el Señor. Les recuerda que los que esperan en Él "renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse".

LA FUERZA DEL ESPÍRITU

Isaías II no usa la propaganda ni la demagogia. Tampoco grita, ni vocea. No se apoya en la fuerza ni en el poder. No aplasta a nadie, ni ofende. Su fuerza es el Espíritu del Señor.

Siempre aprendiz, nunca maestro. Cada mañana abre el oído para escuchar la Palabra. Ella le da la fuerza de decir "una palabra de aliento al abatido" y de hacer frente a las amenazas e insultos que recibe.

Descubre, en el presente, los signos de algo nuevo que está surgiendo. Anima a los demás a fijarse en ellos para recuperar la esperanza de que un futuro, basado en la justicia y solidaridad, está llegando.

Su vida la entiende como don recibido de Dios. No se reserva nada. Se entrega a aquellos a los que ha sido enviado. Solidarizándose con los pobres, vive el sufrimiento, la indiferencia y el olvido, hasta llegar incluso a la misma muerte. Pero la suya será una muerte fecunda, como la del grano de trigo que si no muere no puede dar fruto. Su vida continúa en aquellos que recogen la herencia y asumen su propia misión.

PISTAS PARA EL CAMINO

Puedes empezar leyendo Isaías 40-55, lentamente, gustando y saboreando su mensaje.
1. 1.Mira a tu alrededor y descubre los signos de esperanza que pueden animarte en el caminar diario.
2. 2.Busca y estrecha lazos de fraternidad, de comunidad en la que puedas vivir este mensaje de resistencia y de esperanza.

Donde haya tristeza,
me gustaría ser sonrisa.
Donde la destrucción lo invada todo,
me gustaría hacer un canto a la vida...
Donde haya frío,
me gustaría extender mis manos hacia Dios
llenas de ternura...