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DOSS 12: Secuestros en Sierra Leona

09 May 2016
1856

Sierra Leona es un pequeño país en la costa de África Occidental.

Su población es apenas superior a los cuatro millones y medio de habitantes.

Sierra Leona es el escenario de una cruel guerra civil, olvidada y sin sentido, que, desde el 1991, está sumiendo a la nación en una terrible miseria.

El país está gobernado actualmente por el capitán Valentine Strasser, que llegó al poder con un golpe de estado el 29 de abril de 1992 derrocando al anterior presidente Momoh.

El programa del gobierno de Strasser, formado por militares, pretendía devolver el orden al país, eliminar la corrupción y preparar elecciones en el término de dos años. Nada de ello se hizo.

Actualmente Sierra Leona se encuentra en el último lugar en todas las estadísticas del la ONU.

La riqueza del país, diamantes, oro, bauxita... está en mano de compañías extranjeras, que buscan sólo el mayor provecho y en nada benefician a la población local.

 

LA GUERRA CIVIL

En 1991 surgió el Frente Unido Revolucionario (R.U.F.), un grupo guerrillero apoyado desde Liberia. Empezó así la guerra civil.

En 1994 los ataques del R.U.F. se intensificaron en la zona norte. El 15 de diciembre de 1994 fue atacada la aldea de "Mile 91" que se encuentra a solo 60 kilómetros de Masiaka, donde había una comunidad de Misioneras Javerianas.

La gente de Masiaka, al oír las noticias, empezó a escapar buscando refugio en zonas más seguras.

También las misioneras, al ver que el poblado quedaba desierto, abandonaron el lugar para refugiarse en Kambia, donde había otra comunidad de javerianas, y que por su cercanía con la frontera de Guinea Conakry parecía más segura.

 

LA MISIÓN DE KAMBIA

En Kambia, continuaba, a pesar de la guerra, la actividad del centro de rehabilitación de niños poliomielíticos. Allí, esperando tiempos mejores, se reunieron las siete misioneras javerianas.

También en Kambia llegaron rumores de ataques por parte de la guerrilla. Algunos empezaron a escapar, buscando refugio en otras zonas consideradas más seguras.

Las misioneras decidieron quedarse para no abandonar a los niños acogidos en su centro.

En aquellos días, las siete misioneras javerianas escribieron:

"En este momento de inestabilidad política y de guerrilla, asumimos, una vez más, la misión que se nos ha confiado.

Sentimos la inseguridad y la duda. Reconocemos que el "sí", dicho a Dios y a nuestros hermanos de Sierra Leona, en estos momentos es un "sí" pronunciado en la fe, como lo fue el "sí" de Abrahán, que marchó sin saber a dónde le conducía Dios.

En la oración queremos encontrar la fuerza que alimente en nosotras una visión positiva de la realidad, fruto de la fe, y que nos haga entrever los caminos que el Señor nos está abriendo".

 

EL SECUESTRO

Poco después las agencias de noticias comunicaban: "El 25 de Enero de 1995, siete misioneras, 6 italianas y 1 brasileña, han sido secuestradas, como rehenes, por los rebeldes en Sierra Leona".

Las siete misioneras, después de ser paseadas por el poblado como botín de una conquista, fueron obligadas a una larga marcha a pie de más de 200 kilómetros, a través de la selva hacia el campo de los guerrilleros.

 

Diario de una marcha

Ahora, en las páginas de este dossier, dejamos a las misioneras que nos cuenten lo que pasó.

 

24 de Enero.

Por la noche un misionero javeriano nos advierte de la posibilidad que los rebeldes se dirijan hacia nuestra misión.

¿Qué hacer? Es ya de noche. Decidimos esperar a la mañana siguiente y ver lo que hace la gente.

Rezamos la oración de Completas juntas confiando en Dios. Cada una prepara su bolsa de viaje por si tenemos que escapar. Cenamos algo y luego nos acostamos, seguras que Alguien nos protege.

 

25 de Enero.

Nos levantamos temprano y rezamos laudes. Renovamos la decisión de quedarnos.

Entre nuestros vecinos se respira una situación de miedo. Todos se preguntan por dónde atacarán los rebeldes. Algunos dicen que los rebeldes han atravesado el río.

La gente que nos ve nos da las gracias por quedarnos con ellos.

Nos preparamos para asumir las tareas del día.

Estamos aún juntas cuando oímos el ruido de pasos. Serían las ocho menos cuarto. Miramos por la ventana y delante de la casa vemos a un grupo de rebeldes armados.

Uno de ellos grita: "Aquí hay mujeres blancas". Con una patada abren la puerta y gritan: "¡Todas fuera!". Dos de nosotras, antes de salir, logran coger dos bolsas de viaje, que teníamos preparadas.

Nos hacen atravesar el poblado, escoltadas por guerrilleros provistos de fusiles y metralletas. Luego nos obligan a seguirles por la carretera que conduce a Madina.

A las afueras de Kambia nos reúnen con otros que también han sido secuestrados. Obligan a todo el grupo a permanecer escondido en el bosque, mientras algunos rebeldes vuelven al poblado para saquearlo.

Sobre las once regresan llevando presos a unos cien jóvenes, casi todos alumnos de la escuela secundaria, que cargan sobre sus cabezas pesados fardos, fruto del saqueo.

Inmediatamente nos obligan a ponernos en marcha.

Sobre las siete de la tarde llegamos a la orilla del rio "Scarcies". Lo atravesamos en canoa. Una vez en la otra orilla nos ofrecen un poco de arroz hervido para comer.

Poco después, en un poblado desierto, pasamos nuestra primera noche de cautiverio. Dormimos en el suelo, cubiertas con trapos.

Durante la noche oímos cómo por radio transmiten la relación del ataque a Kambia. Comunican que ha sido un éxito: han cogido a las mujeres blancas, a un policía y a más de cien presos civiles.

 

26 de Enero.

A las siete de la mañana abandonamos el poblado. Antes hemos podido comer algunos plátanos que nos han ofrecido.

Nos obligan a permanecer escondidas en la selva hasta las siete de la tarde. A esta hora nos dan un poco de arroz para comer y luego reemprendemos el camino.

La columna de presos camina en fila india. Nosotras vamos delante de la larga procesión.

Atravesamos una zona pantanosa con agua hasta la rodilla. A media noche nos permiten descansar.

Dormimos poco y mal. Durante toda la noche los guerrilleros cantan. Algunas mujeres preparan la comida que nos dan al amanecer.

 

27 de Enero.

Por la mañana podemos lavarnos. Pero mientras estamos en el río, tres jóvenes intentan escapar. Son capturados poco después.

A las ocho de la mañana otra vez en camino. Los tres jóvenes que han intentado la fuga son condenados a caminar llevando grandes pesos sobre sus cabezas. Vemos cómo son obligados a correr amenazados por los soldados con sus bayonetas.

Poco después, cuando caen por el cansancio, son bárbaramente asesinados ante nuestros ojos. Dicen que es para que sepamos lo que pasará a quien intente escapar.

Durante la marcha, los guerrilleros saquean y destruyen los poblados que encuentran. Sus gentes pasan a engrosar el número de los muertos o, si son jóvenes, se suman a la fila de los presos.

Durante todo el día no se nos permite parar y, lo que es peor, tampoco se nos da agua para beber. La sed y el cansancio hacen mella en todos nosotros.

Son las 4 de la tarde cuando nosotras siete decidimos sentarnos en el suelo. Les decimos que si no nos permiten beber no continuaremos la marcha, que hagan lo que quieran. Nos ofrecen agua, bebemos, y luego otra vez a caminar.

Al anochecer llegamos a un poblado deshabitado y nos permiten dormir dentro de una cabaña.

 

28 de Enero.

Cuarto día de camino.

Por la mañana hemos podido comer algo de arroz.

Por la tarde nos permiten hacer un alto y nos ofrecen algunos frutos para comer. En las condiciones en que nos encontramos estos frutos son un auténtico regalo del cielo.

También hoy algunos presos han sido asesinados. No logramos saber la causa, hemos visto sólo sus cadáveres atrozmente mutilados.

Nos obligan a caminar en silencio hasta medianoche cuando llegamos a un poblado que ha sido asaltado por los rebeldes.

En todos los rincones, del pueblo hay cadáveres. Nos ofrecen para pasar la noche una casa en la que toda una familia ha sido asesinada. Nos negamos.

Nos llevan fuera del poblado y con algunos soldados encargados de vigilarnos, dormimos bajo un árbol.

Hoy hemos vivido momentos duros. Ver tantos cadáveres nos ha invadido de angustia.

Estamos cansadas. Esta noche nos faltan incluso las palabras para animarnos mutuamente.

En nosotras surgen toda una serie de preguntas: ¿Cuándo acabará este largo camino? ¿Hacia dónde nos conducen? ¿Qué piensan hacer con nosotras?

Es tanta la angustia y el cansancio que ni siquiera tenemos ganas de comer el arroz que nos ofrecen.

 

29 de Enero.

Al amanecer comemos el arroz, que nos habían dado. Está frio pero nos animamos a comer para aguantar como sea.

Antes de las 8 nos obligan a ponernos en camino otra vez. Nos dicen que el campamento donde nos dirigimos ya no está lejos.

Caminamos atravesando la selva por senderos casi impracticables. Como siempre caminamos en fila india y en silencio.

Ninguna de nosotras conoce el lugar por donde pasamos. Durante el camino podemos comer algo de fruta, que nos ofrece nuestro amigo John. Descansamos algo en un poblado destruido por el fuego.

Ya es de noche cuando llegamos a otro poblado donde han decidido que pasemos la noche. Dormimos las siete juntas en una choza, sobre una especie de colchón.

En estos días nuestros amigos John y Alimani se han convertido en nuestros defensores. Es impresionante ver cómo estos dos presos, humillados y maltratados, piensan continuamente en ayudarnos.

Los pequeños gestos de bondad que algunos tienen hacia nosotras hacen que hayamos recuperado los ánimos y durmamos tranquilas.

 

30 de Enero.

Otra vez en camino.

Nos damos cuenta de que la fila de rehenes es enorme. Toda la gente de los poblados que hemos encontrado por el camino ha sido obligada a seguirles. Los jóvenes y los hombres para hacer de ellos guerrilleros. Las mujeres están destinadas a convertirse en siervas.

A eso de las once oímos disparos. Nos obligan a correr.

Corriendo atravesamos una carretera, vemos coches incendiados y cadáveres por todos los lados.

Finalmente nos permiten descansar antes de atravesar un campo de arroz. La cosecha promete ser buena. Una vez atravesado, los guerrilleros incendian el campo.

El día nos reserva más sorpresas: otros poblados destruidos y cadáveres entre las ruinas de las casas.

John, nuestro amigo, nos dice que estamos en la zona controlada por los rebeldes y que el campamento no debe de estar lejos.

A las nueve de la noche nos permiten parar para dormir. John nos trae dos colchones, las siete nos acurrucamos sobre ellos. Pero hoy no hemos comido y con hambre difícilmente se puede dormir.

 

31 de Enero.

Nos asaltan las preguntas de siempre: ¿Cuándos días debemos aún caminar? ¿Dónde nos encontramos? ¿Dónde vamos? ¿Qué destino nos espera?

El comandante de los guerrilleros nos saluda antes de emprender la ruta y nos dice que ya estamos cerca. Nos ponemos en camino sin haber comido nada.

A medio día, por fin, llegamos al campo de los rebeldes.

Hemos caminado durante siete días. Hemos atravesado ríos, sabana, selva. Hemos visto el horror de la violencia y la muerte. Hemos respirado el desprecio por la vida y la humillación de estos hijos de Dios.

El Señor nos ha dado la fuerza necesaria para aguantarlo todo. El es nuestro refugio y nuestra protección todos los días de la vida.

La vida en el campamento

El campamento de los guerrilleros, meta de nuestro largo caminar, está situado en la cima de una colina cubierta por la selva.

Para llegar hasta él hay que trepar por un sendero lleno de piedras y de vegetación.

Oímos un guerrillero que, viendo nuestras dificultades para subir, exclama: "¡Nunca jamás llevaremos mujeres blancas a este lugar!".

El resto de los presos sufren más que nosotras ya que están obligados a subir cargados con grandes fardos. Llevan el botín de los rebeldes.

 

EL CAMPAMENTO

El campamento se nos presenta como un conjunto de chozas, destinadas algunas a los rehenes, otras a los "reclutas" y otras a los oficiales del ejército guerrillero.

El comandante del campo nos recibe amablemente, nos dice que pronto seremos libres.

Luego intenta instruirnos en la ideología del R.U.F. pero tiene poco éxito, estamos demasiado cansadas para escuchar discursos políticos.

Finalmente manda que nos acompañen a nuestros "aposentos".

Se trata de una construcción nueva en adobes y paja. En vez de puertas tiene unas tiendas hechas con trapos. Nos dicen: "Esta es vuestra casa, la hemos construido para vosotras".

 

COMODIDADES

Tenemos a nuestra disposición tres habitaciones de unos cuatro metros cuadrados cada una.

Las camas están hechas de palos. Sobre ellos han colocado unos viejos colchones que, por viejos y sucios que puedan parecer, son un privilegio ya que los demás presos duermen en el suelo.

En este "albergue" permaneceremos durante nuestro cautiverio, con la excepción de los días después del 24 de febrero, cuando el campamento fue atacado por los soldados del ejército regular y, fuimos obligadas a trasladarnos "a lugar seguro".

El primer problema que debemos afrontar es la limpieza de nuestros vestidos. Carecemos de ropa para cambiarnos. Cuando nos secuestraron sólo dos de nosotras pudieron coger la bolsa de emergencia que habíamos preparado. Las demás carecíamos de todo.

Presentamos nuestro problema al comandante y nos dan algunos trozos de paño con el que nos arreglamos como podemos.

Otro problema es el jabón para podernos lavar. Difícilmente podemos obtenerlo por lo que nos organizamos para "usar con parsimonia" los trocitos que nos dan.

Nuestra "vajilla" consiste en tres platos, seis vasos de plástico y cinco cucharas.

Encontramos por el campo algunas vasijas abandonadas. Las limpiamos como podemos, con arena y ceniza, y así disponemos de recipientes para conservar el agua.

Los "servicios higiénicos" son comunes a todos los presos. Unos agujeros en el suelo y unas tablas de madera es toda la comodidad que hay para "hacer las necesidades". Como alternativa tenemos la selva detrás de nuestras chozas.

 

EL AGUA

Cada día recibimos unos 20 litros de agua para las siete. Y debe servir para asearnos, para lavar los platos, la ropa y para beber.

Nos permiten hervir el agua que destinamos para beber y que conservábamos como tesoro precioso.

Pedimos que nos dejen ir al río para bañarnos y para lavar la ropa, pero nos lo niegan. Temen, tal vez, que podamos escapar.

Para lavarnos tenemos que medir el agua a disposición. Es impresionante ver cómo con un vaso de agua una puede lavarse la cara y los dientes, y cómo tres vasos bastan para ducharse. ¡Claro que para ello hace falta mucho entrenamiento!

La comida es escasa y de mala calidad. Una vez al día, y no siempre a la misma hora, nos traen algo de arroz con un poco de salsa. El día que nos traen alguna naranja es una fiesta para nosotras.

El día en el campo

El espacio del campo en el que se nos permite estar es muy reducido. "Los paseos" que se nos permite hacer son cortos y monótonos.

No tenemos nada para leer. No se nos deja visitar a los otros presos.

Nos damos cuenta que, cada día, todos ellos están obligados a seguir la instrucción militar y política. Por lo menos a nosotras nos dispensan de ello.

Observábamos cómo "los reclutas", es decir todos los que han sido secuestrados, están sometidos a una dura disciplina, la más leve infracción es castigada severamente. En sus rostros es fácil leer la desesperación y la humillación.

En estas condiciones los días y las noches, para nosotras, pasan muy lentamente.

Al anochecer nos sentamos las siete alrededor de una vela, bebemos algo de té y comentamos las cosas del día. Es el momento más bonito de nuestras largas jornadas de cautiverio.

 

Al pie de la cruz

Cerca de nuestro "albergue" está la explanada donde se ejecutan las sentencias.

Cuando se castiga a alguien es el momento más duro, vemos todo, oímos todo y no podemos hacer nada. El único remedio que tenemos es ponernos a rezar juntas. Pedimos a Dios la fuerza para las víctimas y la conversión para los verdugos.

Testigos de tanto dolor, somos misioneras como María al pie de la Cruz. Sentimos en nosotras la humillación de estos hijos de Dios.

Tanto dolor puede hacer mella en nuestros corazones, pero no podemos renunciar a la esperanza.

La oración nos mantiene unidas continuamente y hace que podamos superar las dificultades que inevitablemente surgen al estar obligadas a vivir en un espacio reducido y a compartir la escasa comida y bebida de que disponemos.

Todos los días rezamos juntas por la mañana y a mediodía. Por la tarde rezamos vísperas y por la noche el rosario.

A nuestra oración de la noche se unen algunos presos e incluso algunos guerrilleros. En el campo todos saben que rezamos por ellos, por sus familias y por la paz.

Para nuestros momentos de oración común disponemos de un Nuevo Testamento que Adriana ha logrado llevar consigo, un libro con algunos salmos y unas hojas escritas a mano con algunos cantos.

Con pedazos de tela nos hemos confeccionado un rosario.

Durante los 55 días de cautiverio no tenemos la presencia de la Eucaristía, pero sentimos que el Señor está con nosotras. Es El que continua su pasión en Sierra Leona.

 

Momentos dramáticos

Entre las leyes en vigor en el campo hay una que dice: "No está permitido hacer fotografías".

Me acuerdo de esta ley cada vez que, después de la liberación, he participado en el Vía-Crucis. En cada estación mi mente recuerda imágenes de la vida de aquellos 55 días. No fue necesaria la cámara fotográfica, las imágenes se imprimieron en nuestra memoria.

Día tras día, vemos cómo la pasión de Cristo continúa en el pueblo de Sierra Leona.

Un camino de dolor, muerte, violencia, cruces impuestas como al Cirineo y gestos de piedad como el de la Verónica.

 

CAMINO DE DOLOR

De Kambia marchamos unas 130 personas. Aunque los capturados habían sido muchos más.

Antes de empezar la marcha hubo una selección: las mujeres viejas y las madres con niños recién nacidos son dejadas en libertad. No deben entorpecer la marcha.

Asistimos a la escena de las madres que gritan al ver cómo sus hijos son llevados en cautiverio.

Luego, el largo camino. En cada poblado que se atraviesa se alarga el número de cautivos y la cantidad del botín. Se forma una fila de la cual no vemos el final. Más de un kilómetro de cautivos caminando y llevando pesadas cargas.

Se podía ver aquellos pobres seres, descalzos y faltos de alimentos, caminar humillados por los insultos y las amenazas de los guerrilleros. Un verdadero Viacrucis.

TRATO A LA MUJER

A las mujeres, sobre todo a las jóvenes, se les reserva un trato especial hecho de órdenes a gritos, de humillaciones, de provocaciones y de miradas lujuriosas que los guerrilleros dirigen a las muchachas.

Somos testigos de las lágrimas que muchas de ellas derraman. Es la humillación de ser mujer, considerada sólo como objeto de placer.

Resuenan en nuestros oídos los gritos de muchas de ellas implorando piedad cuando los guerrilleros quieren disfrutar de su "botín".

 

TORTURAS Y ASESINATOS

Si alguien intenta huir, es castigado brutalmente y luego asesinado delante de los ojos de todos como amenaza para todo aquel que piense en escapar.

¿Cómo olvidar estas estaciones de un Viacrucis que recorre el mundo? "Prohibido fotografiar".

Si algún poblado resiste, los guerrilleros aplican la tortura y la pena de muerte a los que han intentado oponérseles. Los instrumentos de tortura son las mismas armas rudimentarias que poseen los aldeanos. "Hay que ahorrar municiones".

 

DESTRUCCIÓN

Sangre y muerte nos acompañan durante todo el largo camino, marcado por casas destruidas e incendiadas y por los rostros paralizados por el miedo de quienes no han logrado huir.

Un viejo intentaba proteger a su nieto. Salvan la vida, pero su casa es destruida, sus campos quemados, sus bienes saqueados. Ahora serán víctimas del hambre.

Se asesina, se despoja de las casas a los habitantes de las aldeas para que en ellas puedan dormir los guerrilleros. Luego las casas son saqueadas y destruidas.

En más de una ocasión las gentes de los lugares por donde pasa la larga columna de presos, para retrasar la marcha de los guerrilleros, provocan incendios. Esto significa caminar entre el humo y a veces atravesar la barrera de fuego.

Detrás de la columna se ve otro tipo de incendios: son los campos de arroz ya maduro que los rebeldes prenden fuego a su paso. ¡Cuántos sudores y cuánto trabajo perdido! ¡Cuánta hambre para todos!

 

LAS LÁGRIMAS

Es duro el dolor producido por el llanto de una hermana que no puede más, que no logra caminar porque no le quedan fuerzas.

Tú no tienes nada para ayudarla. Te sientes impotente porque tú también notas que ya no aguantas más.

Intentas no lamentarte para no pesar, pero el dolor y la angustia que reprimes te ahogan por dentro.

No hay dolor mayor que ver llorar a quien quieres y verte impotente para ayudarle. Como María, sólo puedes permanecer al pie de la cruz.

 

LOS CASTIGOS

Cada día en el campo debemos asistir a los castigos que se imponen por infracciones a las normas, siempre arbitrarias.

Es angustiante. Sientes que la cabeza te estalla, que te falta el aire para respirar, que la boca se queda árida y amarga. ¿Dónde está la persona creada a imagen de Dios?

A estos castigos los llamaban "instructivos" lo que significa que todos debíamos presenciarlos.

Mientras se ejecutan las sentencias, siempre atroces, exigen el silencio absoluto. No nos queda otra solución que rezar.

Algunas noches se convierten en un infierno de golpes y de gritos.

Recuerdo aquel adolescente que durante toda la noche del 11 de febrero fue brutalmente golpeado.

 

EL 24 DE FEBRERO

Este día ha sido el más dramático que nos ha tocado vivir.

El día antes el comandante del campo nos había dicho: "Las conversaciones para vuestra liberación van por buen camino. Mañana hablaré con vuestro obispo".

Aquella noche dormimos llenas de esperanza, no podíamos suponer el triste amanecer que nos esperaba.

A las ocho de la mañana del día 24 dos bombarderos pasan sobre el campo sembrando la destrucción.

Los guerrilleros se encuentran reunidos. Empiezan las órdenes. Se oyen los primeros disparos.

El capitán Lamin, nos obliga a seguirle, nos conduce a un lugar alejado del campo y nos obliga a estar tumbadas en el suelo. Oímos las balas silbar sobre nuestras cabezas. Nervios y miedo.

La batalla dura unas tres horas. Imaginamos que el campo ha sido ocupado por el ejército regular.

No es así. A medio día nos obligan a regresar. Vemos a los heridos.

Un capitán grita: "Vosotras tenéis la culpa. Han intentado liberaros". En el tono de su voz se nota el hastío y el odio hacia nosotras.

También algunos de los presos nos miran con odio. Una mujer grita: "Matadlas". Incluso los niños nos miran como a enemigos.

Comprendemos la situación al saber que hay más de 200 heridos. De todas partes del campo se oyen gritos de dolor.

Vemos a los guerrilleros que vuelven del combate. A lo lejos se oyen aún disparos. El ejército está huyendo.

Todos nos miran con aire de desafío. Se diría que nos están viendo por primera vez. La situación es imprevisible.

La gente viene a desafiarnos: "Salid fuera", gritan. Algunos arrancan los trapos que sirven de puerta a nuestras casas.

El miedo nos asalta. Una de nosotras implora: "Dejadnos tranquilas, ya hemos visto demasiado dolor. No aguantamos más".

Llega el capitán Gibil. Nos acusa de ser espías. Una mujer grita: "Hemos visto cómo escribían".

El capitán ordena que nos registren y que secuestren todo lo que hemos escrito. Algunas mujeres se encargan de ello. Nos cachean bajo la mirada de todos los presentes.

Algunas hojas de papel con cantos son considerados subversivas. El capitán las rompe con rabia.

Le decimos que sirven para nuestra oración. "¡Os está prohibido rezar!", grita el capitán.

Decreta que de ahora en adelante nadie debe acercarse a nosotras y, lo que es peor, dice que han terminado las conversaciones con el obispo para nuestra liberación.

Oímos que hablan de nuestra eliminación. Una de nosotras murmura que son la tres de la tarde y es viernes, la hora del calvario.

Finalmente nos dejan solas, ninguna de nosotras se atreve a romper el silencio. Sentimos miedo por lo que nos pueda pasar.

Empiezan días difíciles de soledad. Sólo poco a poco algunos volverán a acercarse a nosotras. Había empezado la segunda parte de nuestro cautiverio.

Hubo otros tres días de bombardeos. Todos tuvimos miedo.

Fue durante uno de estos días que Shawolin, un guerrillero, me dijo: "Estáis indefensas como nosotros". Estas palabras sonaron en nuestro corazón como el inicio de una nueva relación, de una nueva solidaridad con ellos.

Es verdad que somos todos hijos de un mismo Padre.

Hacia la liberación

Fue durante la noche del primer día de marcha que descubrimos que los guerrilleros poseían una radio transmisora.

Aquella noche oímos cómo el capitán Gibril daba una relación del éxito de la "operación" al jefe del RUF, Foday Sankoh.

En los días siguientes oímos cómo se ponían en contacto con él cada noche a través de esta radio.

Así, un día pedimos al comandante que diese noticias nuestras al obispo. 

LA RADIO

2 de Febrero

Se nos permite escuchar un mensaje de Foday Sankoh. Nos dirige unas palabras de bienvenida y nos dice que no temamos, que somos importantes y que no nos harán ningún daño.

Adriana contesta en nombre del grupo. Le pide que avise al obispo de nuestra presencia en el campo para que él informe a nuestras familias en Italia y en Brasil.

Nos preguntamos qué significado puede tener este hecho.

 

4 de Febrero

Nos dicen que nuestro obispo emérito, el javeriano Giorgio Biguzzi, quiere hablar con nosotras a través de la radio del campo.

Acudimos al lugar de la transmisión llenas de gozo y de esperanza.

Sólo nos permiten decir unas pocas frases. Felicitamos al obispo por su cumpleaños y le informamos que hemos sido respetadas como mujeres y como religiosas.

El obispo nos dice que, sea en Sierra Leona como en Europa, se reza por nosotras y que se está haciendo todo lo posible para obtener nuestra liberación.

A este punto nos obligan a interrumpir la transmisión.

La conversación aunque breve nos trae nueva esperanza.

 

10 de Febrero

El capitán Gibril nos dice que deseaba tener una conversación con el obispo pero temía ser espiado.

Nos pide cómo puede informar al obispo de una nueva frecuencia secreta sin que sea descubierta.

Le propongo usar el dialecto de mi región que el obispo conoce. Así se hace.

 

12 de Febrero

Siempre con el mismo sistema, podemos hablar con el embajador italiano. Este asegura que se está haciendo lo posible para liberarnos.

 

24 de Febrero

Este día debíamos entrar en contacto otra vez con el obispo, pero a causa del ataque al campamento, no fue posible.

Durante tres semanas estuvimos sin ninguna comunicación.

 

LA ESPERANZA

13 de Marzo

El capitán Lamin nos informa que Foday Sankoh quiere hablar con una de nosotras por la radio. Voy al lugar de la transmisión.

Sankoh dice que ha decidido liberarnos, que ahora todo depende de los contactos con la Cruz Roja.

Nos pide tener aún un poco de paciencia ya que la operación es muy difícil y delicada.

Observo que el tono de su voz es muy diferente del tono autoritario con el que habló la primera vez.

Nos acostamos todas con la seguridad de que el cautiverio llegaba a su fin. Claro que también tenemos miedo de que algo pueda estropearlo todo.

 

19 de Marzo

El capitán Gibril nos comunica: "Dentro de tres días seréis libres".

No logramos contener nuestra alegría y por primera vez vemos el capitán sonreír.

 

20 de Marzo

A las 16,30 nos llaman a la radio. Nos dicen que el obispo comunicará, en dialecto, el lugar y la hora de la liberación.

Es una comunicación difícil, a tres bandas: obispo, rebeldes y Cruz Roja. Se teme que una intervención del ejército gubernamental pueda estropear la operación...

Cruz Roja dice que necesita otros tres días para preparar la operación y que debe notificarla al gobierno. Esto no gusta a Sankoh.

El obispo se ofrece a venir a buscarnos en el lugar establecido y al día siguiente, asumiendo toda la responsabilidad.

Sankoh acepta que sea el obispo quien se haga cargo de la operación junto con un padre acompañante. Pone como condición que los dos deberán vestir sotana blanca.

El capitán Gibril escribe en una hoja las indicaciones sobre el lugar donde deberán recogernos y yo las transmito en dialecto al obispo.

El encuentro se producirá al día siguiente entre las seis y las ocho de la mañana. Hay que ponerse en camino y caminar toda la noche.

Gibril es el jefe del grupo de guerrilleros que nos acompaña.

Antes de marchar podemos saludar a algunas de las amistades que hemos hecho durante el cautiverio. Estamos contentas pero nos pesa que ellos no puedan acompañarnos.

Caminamos con dificultad toda la noche, debido a las lluvias torrenciales que habían caído durante el día y por la oscuridad.

 

LA LIBERACIÓN

21 de Marzo

A las ocho no hemos llegado aún al lugar fijado. Tememos que nos obliguen a volver al campo. Una de nosotras dice: "Prefiero que me matéis aquí antes que volver atrás".

Pedimos que algunos se adelanten para avisar al obispo de la llegada del grupo; así lo hacen.

Poco después se oye el ruido de un motor. Reconocemos el coche del obispo y él se hace reconocer.

Así acaba nuestro cautiverio, abrazando al obispo y al padre que lo acompaña.

A los guerrilleros se les ve felices por haber cumplido la misión. Creo que también por vernos felices a nosotras.

Algunos de ellos piden la bendición al obispo. El les propone rezar juntos. Allí mismo, en círculo, rezamos todos juntos.

Luego compartimos con los guerrilleros las provisiones que el obispo había traído: galletas, té y agua.

Nos saludamos y cada grupo reanuda la marcha, nosotras hacia el obispado, los guerrilleros hacia el campo.

El Señor nos ha protegido, nos ha considerado dignas de compartir su pasión en el dolor de nuestros hermanos de Sierra Leona.

Podemos concluir diciendo: "Todo es gracia". Lo demás carece de importancia.

 

Nuestros amigos en el campo

Hay algo que nunca podremos olvidar de aquellos días del cautiverio. Son las personas que conocimos. Todos aquellos que nos ofrecieron su amistad e hicieron más soportable nuestra soledad.

 

Siah

Siah era una persona difícil de describir. Me da la impresión que cuando hablo de ella estropeo su belleza. Sus ojos eran limpios, su rostro dulce y, al mismo tiempo, vivo. Al mirarla descubrías en ella serenidad, atención y discreción.

Era una mujer de pocas palabras, pero con un sencillo saludo era capaz de comunicarte su amistad.

Firme en sus convicciones, sabía afrontar la situación con realismo, manteniendo la esperanza.

Se daba cuenta de las necesidades de los demás y con delicadeza ofrecía su ayuda.

Más de una vez se acercó a nosotras para decirnos: "Hoy podré ir al río a lavar mi ropa, ¿queréis que os lave algo?".

Cada día participaba en nuestra oración de la noche. Cuando podía nos visitaba.

Nos hacía ver que éramos importantes para ella, nos confiaba sus miedos, nos pedía consejo y nos comunicaba sus decisiones.

Una noche, sentada a la puerta de nuestra choza, se echó a llorar.

Le pregunté qué pasaba. "Tengo nostalgia de mi casa", respondió.

Poco pudimos hacer por ella, pero nos dimos cuenta cómo nuestra presencia silenciosa podía ser consuelo para ella.

El lenguaje del silencio que tantas veces teníamos que usar, Siah lo entendía y lo usaba muy bien.

Recuerdo cómo un día, durante la larga marcha, después de una de las tantas escenas de violencia a las que debíamos asistir, Ángela y Lucia se abrazaron llorando.

Yo me encontraba impotente ante su dolor.

Siah se me acercó y me ofreció un caramelo, no sé de dónde lo había podido sacar. Con un signo me hizo comprender que era para las hermanas que lloraban. Le di las gracias. Sin responder se alejó de nosotras.

Cada día, con gestos semejantes, Siah nos mostraba su amistad.

Las jóvenes capturadas estaban destinadas a convertirse en "mujeres" de los guerrilleros.

Las que cedían a sus exigencias dejaban la zona de los presos y pasaban a vivir con "su" hombre en alguna casa del campo.

Desde entonces tenían derecho a regalos. Recibían vestidos y comida en abundancia. Su condición cambiaba en un abrir y cerrar de ojos.

Las chicas que se resistían a ser "mujer" de algún guerrillero eran consideradas "enemigas" de la "noble causa" del RUF. Se les daba poca comida y debían hacer los trabajos más duros. Y no estaban exentas de las visitas nocturnas de guerrilleros en busca de diversión.

Siah no cedió: "No quiero unirme a un hombre que no amo".

Cuando, después del ataque del 24 de Febrero las cosas empeoraron para nosotras. Siah fue la primera en visitarnos aun cuando nadie se atrevía ni siquiera a saludarnos. No le permitieron que nos trajese nada, pero su sonrisa y su presencia amistosa fueron para nosotras su mejor regalo.

Aquel día no logré controlar mis lágrimas. Ella lo notó y me dijo: "todo se arreglará".

"Has sido muy valiente al venir a visitarnos -le dijimos. No te quedes mucho, no sea que te perjudique".

Aquella visita nos confirmó una vez más que el corazón de Siah no había sido atacado por el odio.

Nuestra oración, aquella noche, fue un canto de acción de gracias al Señor que hace nacer flores magníficas incluso en medio del estiércol y así nos muestra su grandeza y su bondad.

 

REBECA

Tampoco Rebeca quería "escoger" a un hombre. Para ella no había regalos. Vestía como la cenicienta del campo. Llevaba siempre la misma blusa.

Pero, al verla te dabas cuenta que era una persona poco común.

Cuando los rebeldes atacaron Kambia, ella se encontraba en casa con su padre y una hermana más pequeña que estaba enferma. Su madre estaba fuera de la aldea.

Los guerrilleros torturaron, hasta la muerte, a su padre. Las dos hijas asistieron al martirio de su padre. Luego fueron obligadas a seguirles. Rebeca obtuvo que dejasen en casa a su hermana enferma.

Lo que más me impresionaba de esta chica de 18 años era la manera cómo hablaba de aquel suceso. Su dolor no le impedía expresarse con dulzura.

Un día me indicó al asesino de su padre. No había ni odio en su mirada ni rencor en su voz. Sentí un escalofrío. Le dije: "Rebeca, el Señor te ha dado el poder de evitar sentimientos de venganza". Ella me miró asintiendo con su cabeza.

Recuerdo cuando nos pidió que celebrásemos juntas el recuerdo de su padre muerto, según la costumbre del lugar.

Nos reunimos en la pequeña choza con otras muchachas. Allí, Rebeca empezó la oración a la que todas, espontáneamente, nos unimos. No faltaron las peticiones por todos aquellos que vivían cegados por la lógica de la violencia.

Se notaba en el ambiente de aquella oración que no había rencor, había perdón y piedad.

Rebeca rezaba con los ojos llenos de lágrimas. Sentí el misterio de aquel dolor y de aquella fuerza de perdón que inundaba su corazón.

Ella nos dijo: "No estoy sola, vosotras compartís el dolor que siento por la muerte de mi padre".

En el cautiverio, el Señor nos ha hecho signos de su presencia.

 

ISATHAN

Un día Siah vino a comunicarnos una buena noticia. Había encontrado en el campo una "hermana", (una mujer de su mismo clan). Se llamaba Isathan y era la mujer de un teniente del RUF.

Esta mujer le había propuesto ir a vivir con ella, en su casa. Esto significaba mejorar sus condiciones de vida en el campo.

"Lo que me duele -nos comentó- es que estaré lejos de la zona en la que vosotras os encontráis y nos veremos menos. Pero os visitaré todas las veces que pueda".

Unos días después vino para traernos un suculento plato de arroz que había recibido de su "hermana". Compartía, con nosotras la riqueza que había recibido.

Días después pudimos conocer a su bienhechora. Isathan era una mujer cordial, había conservado en medio de aquel ambiente de violencia su bondad que ahora expresaba hacia Siah, "su hermana más joven".

Días después Siah nos mandó un mensaje: "Mi hermana os pide que recéis por ella".

Supimos luego que Isathan había peleado con su marido que la había echado de casa. Las condiciones de vida de las dos mujeres volvieron a empeorar. Rezamos por Siah, por Isathan y por su marido.

Un día Isathan vino a visitarnos, nos habló de su marido. Ella le amaba, pero él era brutal.

Por suerte para las dos mujeres la separación no duró demasiado. Hubo reconciliación y volvieron a vivir juntos.

Algún tiempo después vino a visitarnos "Charles" el marido de Isathan. Nos dio las gracias.

 

MERCY

Después del 24 de Febrero fueron necesarios muchos días para que la actitud hacia nosotras de la gente del campo cambiase.

Nos obligaron a cambiar de alojamiento. En nuestra nueva "casa", mucho más precaria que la anterior, tuvimos nuevos vecinos. No los conocíamos y no nos atrevíamos a hablar con ellos dado el clima de sospecha contra nosotras. Dábamos gracias a Dios por estar aún vivas y no nos atrevíamos a pedir ni siquiera aquello que nos era necesario como el agua y la comida.

Nos encontrábamos juntas, sentadas en el suelo, cuando un día se acercó a nosotras una mujer que no conocíamos.

Se inclinó y colocó en el suelo una taza de arroz. La miré sorprendida esperando que me dijese algo. Ella hizo sólo un gesto con su cabeza indicando que aquella comida era para nosotras.

"¿Cómo te llamas?", le pregunté. Se volvió hacia nosotras, nos sonrió y se alejó sin contestar.

Otra mujer que observaba lo que pasaba me replicó: "Su nombre es Mercy".

Nos miramos entre nosotras y no fueron necesarias las palabras para decirnos lo que sentíamos. El nombre de aquella bienhechora era Merced, misericordia. Me sentí envuelta y protegida por aquella Omnipotente Misericordia de Dios que guía nuestras vidas y que se manifiesta discretamente en actos sencillos.

Comimos aquel arroz. Luego fuimos a devolver la taza y a darle las gracias.

Mercy debía ser una mujer de la etnia Mende, no hablaba krío, no podíamos entendernos. Mientras yo le entregaba la taza vacía, con mi sonrisa intenté expresarle nuestro agradecimiento. Ella respondió con otra sonrisa.

 

HALASSAN

Mercy había abierto el camino a una serie de pequeños gestos que aliviaron nuestra situación.

Halassan era un muchacho de unos 15 años. Se acercó a nosotras en aquellos días de miedo y de "abstinencia".

Era un alumno de la escuela islámica de Kambia. También él había sido hecho preso con los jóvenes del poblado.

Como todos había experimentado la violencia. Había sido humillado, había asistido a la tortura y al asesinato de algunos amigos suyos. Y, sin embargo, cuando hablaba dejaba transpirar una profunda paz. El milagro de su sonrisa iluminaba aquel campo de dolor.

Cuando se acercó a nosotras comprendimos que no venía buscando consuelo, venía para darlo.

Nos interesamos por su situación, por la instrucción que cada día debía hacer. Intentamos comunicarle esperanza.

Casi quitando importancia a la conversación, nos preguntó: "¿Os gusta la "cassava"?

Contestamos que nos gustaba mucho.

Al instante nos descubrió el "tesoro" que llevaba escondido bajo su camisa: una magnifica raíz de cassava que nos ofreció.

Viendo nuestra alegría, Halassan nos explicó: "La he recogido en el campo que se atraviesa para llegar al rio. Ahora que sé que os gusta, os traeré más".

Le dijimos que tuviese precaución, que no queríamos que le castigasen por culpa nuestra. No hizo mucho caso a nuestras advertencias. Sus visitas continuaron.

Un día nos habló de Dios, de cómo lo había protegido y ayudado, de cómo Dios protegía en su Providencia a todos. Las palabras salían veloces de su boca, como si su corazón estuviese lleno de lo que comentaba. Al final, como para concluir su discurso, dijo: "Dios es maravilloso".

Sí, Halassan, Dios es verdaderamente maravilloso. Yo te bendigo Padre, Señor del cielo y de la tierra, ya que tú encuentras los caminos para manifestarte en el corazón de los pequeños y nos concedes verte actuando en ellos.

 

UN CAPITÁN

La comida de la cocina oficial era mala e insuficiente. Nosotras nos sentíamos cada día más débiles. Alguna había empezado a tener disentería... Necesitábamos comida y mayor cantidad de agua. Nos dábamos cuenta de que poco tiempo más podríamos resistir en semejantes condiciones.

Fue entonces cuando nos atrevimos a presentar nuestra situación al comandante del campo.

La ración oficial no cambió. Pero algunas personas empezaron a tener compasión de nosotras y nos ayudaron.

Un capitán pidió a su mujer que nos preparase algo todos los días y nos lo llevase. Así lo hizo y él mismo algunas veces venía a charlar con nosotras.

Un día le dije: "Gracias por el buen arroz que su mujer nos prepara todos los días. Nos ayuda mucho". Él me contestó: "Al saber que pasabais hambre, yo no podía dormir tranquilo".

Un día la mujer del capitán vino a visitarnos acompañada de dos mujeres que el día del ataque al campamento habían sido muy duras con nosotras.

Una de ellas nos dijo: "Os pido que me perdonéis por cómo os traté aquel día, estábamos nerviosas, por favor olvidad lo sucedido".

Era una mujer importante en el campamento y su gesto de humildad contenía para nosotras un gran significado.

Le aseguramos que ya la habíamos perdonado y que comprendíamos la situación y los motivos de su comportamiento.

Ella serenó su rostro y nos habló de su vida y de sus esperanzas.

Era otra barrera que acababa de caer.

Aquel día tuvimos un mayor motivo para dar gracias a Dios en nuestra oración.

 

CHARLES

Poco a poco, a medida que la tensión disminuía, varios guerrilleros, junto con sus mujeres, empezaron a venir a saludarnos.

Volvió Charles y su mujer Isathan.

Nos contaron los motivos de sus continuas riñas y de cómo nosotras los ayudábamos a amarse mejor.

Cuando nos comunicaron que nuestra liberación sería a los tres días, Charles vino a saludarnos.

Se sentó entre nosotras. De repente nos dijo: "Hermanas, antes de que dejéis el campo tenéis que bendecirme". Me miró e inclinó la cabeza ante mí. Yo, una vez recuperada de la sorpresa, tracé el signo de la cruz en su frente diciendo: "El Señor haga resplandecer su rostro sobre ti y te conceda la paz".

Luego repitió el gesto ante cada una de las demás hermanas que rezaron por él.

Volvió a sentarse. Nos dio las gracias y nos confió sus sueños: la paz para Sierra Leona y la salud para el hijo que Isathan llevaba en su vientre. Deseaba que el niño pudiese nacer en un país en paz.

No eres el único que lo sueña, Charles, también nosotras lo soñamos contigo y con tantos otros hermanos que sufren.

Quiera el Señor bendecirnos, mostrarnos su rostro y darnos la paz.

 

JOHN, EL POLICÍA

Fue durante la larga marcha hacia el campamento de los rebeldes que me di cuenta de la presencia entre los presos de un hombre de unos cuarenta años, que llevaba uniforme de policía.

Me pregunté quién sería. ¿Tal vez un guerrillero disfrazado de policía para entrar mejor en el poblado?

A los pocos días no había duda. Lo vi caminando cabizbajo y cargado con grandes pesos sobre sus espaldas. Su rostro expresaba un gran sufrimiento.

Pude acercarme a él y darle algunas palabras de ánimo.

Me contó que hacía poco había sido enviado a Kambia, que toda su familia se encontraba en Freetown. Le preocupaba no poder mandar noticias a su familia para asegurarles que se encontraba bien.

Le prometí que rezaría por él y por su familia. Me dijo: "Yo tengo suerte, otros policías han sido asesinados. El Señor bueno, que nos ha conservado la vida, continuará protegiéndonos". Sus palabras habían tomado un tono de seguridad.

"¿Cómo te llamas?" Le pregunté.

"John. Soy católico".

Aquel diálogo fue el principio de una fuerte amistad entre nosotras y el policía.

El nos ayudaba cuanto podía y nosotras compartíamos con él cuanto teníamos. Algunas veces pudimos pasarle a escondidas algo de comida.

Un día, durante la marcha, John se detuvo para recoger agua. Lo acusaron de querer escapar y lo amenazaron con terribles castigos.

Aquel día vimos a John llorar, implorar para que lo creyesen. Vimos hasta qué punto puede ser humillado un hombre.

Humillado y maltratado, ¿cómo podíamos consolarlo? La única palabra era el silencio, permanecer a su lado. Y él sintió nuestra solidaridad y nuestra fraternidad.

Aquella noche, en la oración, todas sentíamos los lazos que nos unían a nuestro amigo.

Durante los largos días de marcha John dormía cerca de nosotras para ayudarnos y si hubiera sido necesario protegernos.

Le gustaba participar en nuestros momentos de oración. Su presencia nos daba seguridad. Entre nosotras lo llamábamos "el ángel de la guarda".

En el campamento a John le reservaban los trabajos más humillantes. Siendo un policía todos lo humillaban. Pasaba hambre. Pero lo soportaba todo con dignidad.

Cuando podía, venía a hablar con nosotras y a compartir nuestra oración.

 

ALIMANI

Era un joven de unos 20 años de edad, lo conocí durante los primeros días de marcha. Alguna de las hermanas de la comunidad lo conocían desde niño, lo habían visto crecer. Ahora era un buen carpintero.

Su preocupación mayor eran sus padres. Me contó: "El año pasado los rebeldes secuestraron a mi hermana. No hemos tenido ninguna noticia de ella. Ahora mis padres me han perdido a mí".

Un día me contó: "Yo habría podido ir a Gambia donde habría ganado más dinero y habría vivido en paz. No lo hice para no tener que abandonar a mis padres. Después de lo de mi hermana ellos me necesitaban a su lado".

Cada vez que lo encontraba quedaba sorprendida por sus palabras, por su manera digna de comportarse, sus ojos mostraban la bondad de su corazón.

Era un joven con la mirada profunda. Llevaba impresa en su corazón una gran tristeza. Pero nunca se encerraba en su dolor, siempre pensaba en los demás.

Siempre que podía nos traía agua para beber.

Recuerdo aquel día durante la marcha que logró obtener una raíz de mandioca. La limpió y acelerando el paso fue dejando en la mano de cada una de nosotras un trozo. Para él conservó el más pequeño.

En sus conversaciones manifestaba su gran confianza en Dios, lo llamaba siempre "el Omnipotente".

Frente a la violencia y a las atrocidades que éramos obligados a vivir, él decía: "Confiemos en el Omnipotente".

La angustia le llegó cuando empezaron a obligarle a participar al adiestramiento para convertirse en guerrillero. Alimani repetía: "No quiero ser guerrillero. No quiero usar la violencia".

Era un musulmán, y sin embargo participaba siempre que podía en nuestra oración. Con mucho recogimiento seguía nuestras palabras.

Un día le dije que rezaba por él, para que el Señor le conservase el corazón libre de la violencia. El me dio las gracias y añadió: "Es lo que cada noche pido al Omnipotente".

Cuando los jefes del RUF se dieron cuenta que Alimani no comulgaba con sus ideas empezaron a reservarle un trato humillante. Disminuyó su ración de alimentos y tuvo que soportar malos tratos.

Una noche tenía una noticia que comunicarnos. Sus ojos destilaban alegría. "Hoy he sabido que mi hermana vive -nos dijo-, está en otro campo de guerrilleros".

Estaba contento aunque intuía las condiciones de vida a la que su hermana debía de estar sometida.

Yo le dije: "Alimani, mantén en tu corazón la seguridad de que el Omnipotente nunca abandona a sus hijos que desean la paz". "Sí, me contestó, confiemos en el Omnipotente".

Un día regresando del campo de adiestramiento me pidió agua para beber. Yo le ofrecí lo que teníamos.

"Es el agua mejor que he bebido en mi vida", dijo.

Luego añadió: "Han empezado a enseñarnos a usar los fusiles. Yo me niego, quiero conservar mi corazón puro de violencia".

Otro día me contó su decisión firme de no matar. Nadie habría podido obligarle a vivir como si Dios no existiese.

"Aunque me den un fusil -dijo- yo no lo usaré nunca, nadie tiene el derecho de matar a su hermano. Si me matan lo que caerá al suelo será mi "piel", mi alma estará con el Omnipotente. Nunca ensuciaré mis manos con la sangre de mis hermanos. Rezad por mí, que pueda presentarme ante el Misericordioso con mis manos limpias".

Escuchando aquellas palabras de un musulmán, en mi corazón resonaba el Evangelio: Bienaventurados los mansos... Bienaventurados los que tiene hambre y sed de justicia... Bienaventurados los que construyen la paz... Bienaventurados los limpios de corazón...

Nunca podré olvidar a Alimani. Me ha enseñado a confiar un poco más en el Omnipotente y Misericordioso. 

Significado profundo del secuestro

Después de la liberación, las siete misioneras javerianas han comentado lo que aquellos 55 días habían significado para ellas.

 VIVIR LA SOLIDARIDAD

Habíamos hecho la opción de estar con los pobres, de afrontar con ellos los peligros de la guerrilla. Habíamos proyectado la huida en el caso de ataque. Teníamos listas las bolsas de viaje por si teníamos que escapar.

La única cosa no prevista era el secuestro. Una sorpresa. Pero la sorpresa fue la presencia de Dios en aquellos días.

Nunca me hubiera creído capaz de caminar tanto, ni de soportar tantas dificultades. Ahora sé que cuando el Señor te pide algo, te da las fuerzas necesarias para cumplirlo.

Sentí la alegría y el gozo de pertenecer a la Iglesia. Fue un gran consuelo oír que el Papa rezaba y pedía que se rezase por nosotras. Toda la Iglesia estaba con nosotras... no estábamos solas.

La solidaridad que se desencadenó me ha hecho comprender el sentido de la solidaridad con quien sufre. No hay ningún sufrimiento que pueda serme ajeno.

He visto cómo mis hermanas javerianas y también los misioneros javerianos han hecho todo lo posible por nosotras. He visto sus lágrimas de alegría al abrazarnos después de la liberación. Me he dado cuenta de cuánto es profunda nuestra familia javeriana. Estoy orgullosa de pertenecer a ella.

El Señor me ha concedido de vivir la solidaridad universal y la comunión fraterna. Me ha permitido vivir el dolor de los pobres, de los exiliados y de los presos.

Acostumbrada a dar, he aprendido a mendigar. Acostumbrada a planificarlo todo he vivido día a día, sin saber lo que sería el mañana.

El Evangelio, leído cada día compartido entre nosotras, nos ponía en sintonía con los sentimientos de Jesús y nos hacía comprender la realidad profunda de lo que vivíamos momento a momento.

(Lucía)

MIS HERMANOS R.U.F.

Creo que el Señor ha querido que lo siguiese más de cerca. Durante mi cautiverio la presencia de Dios la sentí muy viva en mí. Sentí como que algo cambiase en mi interior. Era El que transformaba mi manera de ver las cosas.

Antes consideraba violentos a los rebeldes. Poco a poco aprendí que ellos son los "hermanos del RUF", víctimas de una ideología que los ciega y los hace inhumanos.

Pero ellos también son personas redimidas por la sangre de Cristo. Hijos del Padre que los ama y no se cansa de llamarlos, por sordos que ellos puedan parecer.

Al descubrir que yo podía ser un instrumento de unión y de paz para estos hermanos del RUF, mi mente se iluminó. Entendí lo que el Padre me estaba pidiendo. ¿Cómo cumplir con esta misión?

Recordé a María al pie de la Cruz. Su silencio, su dolor, su dignidad, fueron el camino que yo debía seguir. Y así, mi presencia en aquel campo de rebeldes fue misionera y trajo un poco de paz en el corazón de mis hermanos.

He visto más claramente lo que es la misión. Dios "hace" la misión y no mi preparación, ni mis conocimientos y proyectos.

Por caminos inesperados, el Señor me ha hecho misionera, instrumento de su amor.

Deseo proclamar sus maravillas. Deseo decir a todos que Dios está cerca de todos, incluso cuando el "grito de los pobres" parece no tener ninguna respuesta.

Hacia mis "hermanos RUF" no siento ningún rencor. Sólo siento el sufrimiento al saber que su lucha podría ser válida si la violencia fuese sustituida por el amor.

(Ana)

SENTIRSE MISIONERA

La imposibilidad de comunicar con mi familia, con mis hermanas y hermanos de la Familia Javeriana era para mí un sufrimiento ya que imaginaba su intranquilidad por nuestra suerte.

Me refugiaba en la oración.

Cuando pedía a Dios serenidad y confianza para ellos, me daba cuenta que yo también lo recibía. Descubrí el lazo de unión de la oración.

He descubierto a los pobres que con nosotras compartían el cautiverio. Me han ayudado tanto. He admirado su paciencia en el dolor y en las humillaciones. Recordaré siempre el rostro sereno de aquel hombre que murió invocando a Dios.

En lo que he vivido he tenido, una vez más, una prueba de cuanto está unida nuestra Familia Javeriana, hermanos y hermanas. El sufrimiento nos ha acercado más.

Nunca como en aquellos días me he sentido tan misionera. Hasta ahora había hecho muchas cosas para la gente, incluso había vivido muchos acontecimientos con ellos.

Pero en el cautiverio he compartido no proyectos, sino vida en profundidad. He compartido con ellos el sufrimiento y la esperanza.

He tenido necesidad de ellos, de los pobres, y ellos han sido nuestra fuerza y nuestro consuelo.

(Inés)

EL REINO DE DIOS

Con el pasar de los días, aquellos 55 días de cautiverio me parecen "la momentánea tribulación" de la que habla San Pablo.

Fueron un momento de gracia en el que Dios ha querido que abriésemos los ojos y el corazón al horror de la guerra y de la ausencia de esperanza y de futuro.

El Señor, a través de lo que vivimos, me ha regalado un deseo mucho más vivo de su Reino que es Reino de Paz y de Justicia.

También me ha dado un profundo conocimiento del sufrimiento, "dolores de parto", que preceden a la venida de su Reino, al nacimiento de un mundo nuevo.

Cristo continúa su pasión en el mundo. En Sierra Leona lo hemos visto, estábamos presentes. Ahora esperamos anhelantes en la oración la resurrección de aquel pueblo.

He descubierto también la belleza de la vida y de todo aquello que la hace posible: la paz, la solidaridad y la amistad. También he admirado todo aquello que hace que la vida sea hermosa: un sencillo rayo de sol en la selva, el perfume de una flor, la sonrisa de un niño...

He visto cómo Dios, grande y misericordioso, actúa en nuestro mundo de dolor. Se ha servido de pequeños instrumentos como nosotras para tocar el corazón del hombre de hoy.

He sido misionera. Los jóvenes alumnos de nuestro colegio, que habían sido capturados junto con nosotras, me recordaban continuamente que sólo había cambiado mi forma de hacer "misión".

(Adriana)

NADA ME FALTA

No estaba previsto en mi programa el ser secuestrada por los rebeldes. Sin embargo, el Señor me quería allí, sin hacer nada, sólo para que viese y sintiese el sufrimiento de nuestra gente.

El Señor se tomó seriamente nuestro deseo de estar con la gente, con los más pobres y humillados.

"El Señor es mi pastor, nada me falta". Y allí, en el cautiverio, no tenía nada y sin embargo sentía que estas palabras del salmo eran verdaderas. He descubierto que "nada" no significa "cosas", sino que es algo mucho más íntimo: la paz interior, la esperanza, la fe, la bondad.

El cautiverio me ha llevado a descubrir el valor y la belleza de mi vocación misionera. He experimentado como nunca el gozo de ser misionera, de ser Misionera Javeriana. Vivir con la gente, caminar con ellos, sufrir con ellos es la misión.

Ahora siento aún más la urgencia de construir el Reino de Dios en nuestro mundo de hoy.

(Hildegarda)

BAJO LA CRUZ

He descubierto que los pobres son nuestro tesoro. Desgraciados de nosotros si los abandonásemos. Y ahora sé que, cuando el Señor me concede poderlos servir, debo acercarme a ellos con respeto y amor.

Quisiera ahora que mi vida misionera continuase bajo el signo de la Cruz de Jesús, donde el orgullo se rompe y las barreras caen, porque allí todos descubrimos que la vida es don y es gracia.

Bajo la Cruz te queda sólo la posibilidad de amar, con un amor como el suyo: gratuito, total, libre de la tentación de poseer o dominar.

He visto como el Señor se manifiesta en la debilidad y en ella obra el prodigio de la Resurrección.

Nunca cómo en aquel campo de presos he sentido que pertenecía a la Iglesia, al Cuerpo de Cristo. En los momentos de oración sentía viva la presencia de tantos que rezaban conmigo y por mí.

He descubierto que en la Familia Javeriana todos somos hermanos y hermanas, con una fraternidad que supera grados y fronteras.

(Teresa)

DOLOR Y GRACIA

Han sido días de dolor a causa de la violencia de la que eran víctimas tantos inocentes. Una violencia estúpida y gratuita que podía hacer creer que el mal estaba venciendo, que no se podía parar. Me he sentido impotente frente a tanto dolor y frustración. El único refugio era la oración.

Pero han sido también días de gracia. Hemos recibido, día a día, el don de participar de la Cruz del Señor. Como María, cada día, al pie de la Cruz.

Me ha sido concedido ver cómo la Misericordia Omnipotente de Dios actuaba plenamente en aquella experiencia de la Cruz, suya, nuestra y de tantos hermanos crucificados con El.

He descubierto la "comunión".

Aquellos días me han acercado más al Señor a través de la oración y el abandonarme confiadamente en su voluntad. Me han unido más a la gente, a la pobre gente que allí sufría sin saber el por qué.

He descubierto a mis hermanas javerianas, su presencia, su palabra y su silencio han sido continuamente mi fuerza y mi esperanza.

Deseo volver a Sierra Leona, sin rencor, sin miedo, con esperanza. He aprendido que Jesús, muerto y resucitado, vence el dolor del mundo y es esperanza de paz para aquel país, que ahora es, a mayor razón, nuestro país.

(Ángela)