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DOSS 30: SANTIAGO CIMARRO OLABARRI

13 May 2016
2106

Ermua (Vizcaya), 19/12/1962
Moikarakó (Amazonas), 18/08/2000

"Santiago no quiso otra cosa en su vida más que ser misionero del Amor de Dios en medio de aquellos que el mundo rechaza. Vivió con sencillez, en la aldea Moikarakó, con los indios Kayapó, sirviendo humildemente a la noble causa de este pueblo".

Erwin Krautler 
Obispo de Xingú (Brasil)

 

Queremos dedicar este Dossier a recordar la figura de un hermano nuestro, SANTIAGO CIMARRO OLABARRI, al que Dios ha encontrado preparado para el Reino de los Cielos a los 38 años. Dios quiso darle el premio que mereció por su entrega a la vida misionera, o sea al servicio de los demás.

El haberse entregado de forma total a la causa de la justicia a favor de sus indios Kayapó, fue el más claro testimonio de su fidelidad al seguimiento de Cristo y, por consiguiente, de su aceptación radical de las exigencias del evangelio.

Estas páginas nos lo recordarán desde este punto de vista y tantos amigos suyos y nuestros, que le conocieron durante su presencia en España, volverán a encontrar en él aquel que les enseñó a ver el rostro de Cristo en los que más sufren y a darse cuenta que estas personas son las preferidas de Dios. Volverán a encontrar en él al amigo que no esperaba nada a cambio; que sabía hablar igual con el obispo que con un mendigo, aquel que se hacía querer no por lo que decía sino por su ejemplo de vida, por su testimonio que llegaba a todos.

Porque no queremos que este testimonio se pierda, vamos a publicar este Dossier. Si has conocido a Santiago, leyendo estas páginas volverás a sentirlo cerca de ti; si no le has conocido, sabrás igualmente apreciar la nobleza de ánimo de una persona que se esforzó en amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo más que a sí mismo.

Misioneros Javerianos – Montserrat, 9 – 28015-MADRID

SANTIAGO CIMARRO OLABARRI
Ermua (Vizcaya) / Moikarakó (Brasil)
19.12.1962 - 18.08.2000

Santiago nació en Ermua (Vizcaya) el 19 de diciembre de 1962. Hijo de Fernando Cimarro Azpirichaga y de Angela Olabarri Garmendia, fue bautizado a los 4 días de nacer. Segundo de tres hijos, se crió con su hermana mayor y el hermano menor en el seno de una familia serena y unida. Habrá que tener en cuenta esta serenidad familiar, propiciada por el carácter expansivo de la madre que mitigaba el carácter reservado del padre y el entendimiento entre hermanos. Serán factores muy importantes a lo largo del itinerario espiritual de Santiago.

Finalizados los estudios primarios y secundarios en su ciudad de Ermua, el joven Santiago quiso ingresar en un seminario que los Misioneros Javerianos tenían abierto en Cortézubi, a las afueras de Guernica (Vizcaya). Era el año 1977. Con sus 15 años llenos de esperanzas, ya soñaba con conquistar tierras lejanas para el Reino de Dios. Pero tuvo que luchar contra una realidad: los estudios que empezó en el Instituto Ximénez de Rada, en Pamplona, una vez terminados los que realizó en Guernica, le suponían un problema debido, entre otros motivos, al ambiente juvenil que se vivía entonces en Europa.

Se le aconsejó que los terminara estando en familia y que siguiera relacionándose con los Javerianos y, en particular, con el Padre encargado de la formación. Fueron unos años de prueba para Santiago. Supo superarlos con su fuerte voluntad y su firme determinación de seguir su vocación.

Timidez revestida de fortaleza

Cuando se le permitió volver, 1983, ingresó en la comunidad de teología que los Misioneros Javerianos tenían en Pozuelo de Alarcón (Madrid). De aquí pasó a Ancona (Italia) para el año de noviciado (1984), año que se nos ofrece a los religiosos para el estudio de nuestra propia vocación. Una vez finalizado, hizo su profesión religiosa el 5 de octubre de 1985.

Luego volvió a Madrid para terminar los estudios teológicos. Fueron 4 años (1985-1989) que le sirvieron para afianzarse en los temas bíblicos-teológicos, discernir en la oración la voluntad de Dios y perfeccionar su carácter dejándose conducir por la potencia del Espíritu santo. El P. Mario Sciamanna, que fue su formador, recuerda los años vividos juntos con las siguientes palabras: "Santiago, tu imagen está bien esculpida en mi memoria. Tu bondad, tu acogida siempre cordial para el que sufría y tu capacidad de escucha eran cosas bien conocidas en nuestra comunidad del barrio de Carabanchel. Y no sólo en ella. Recibías muchas confidencias y siempre tenías la palabra apropiada que animaba y ayudaba a seguir recorriendo caminos".

"…Recorriendo caminos". Santiago nunca hubiera podido ayudar a los demás a revisar, reflexionar o volver a empezar el camino cristiano y humano sin antes haberlo recorrido él mismo.

Fue efectivamente en esta primera etapa (1977-1989) de su itinerario espiritual cuando, con un compromiso cotidiano de disponibilidad a Dios y a Su iniciativa, Santi puso al descubierto "las luces y las sombras" de su carácter.

Tímido por naturaleza, Santiago convivía con una brizna de desconfianza en sí mismo, de miedo y de discreción. Pero aceptaba e intentaba vivir la realidad diaria, aunque dolorosa para él. Esta realidad desgarrada por egoísmos y conflictos sociales, le daba perseverancia, aun conociendo sus límites, para una lucha orientada a conseguir lo que mejor respondía a las exigencias de la verdad y de la justicia.

Sus relaciones interpersonales estaban siempre caracterizadas por la seriedad y la firmeza, la sinceridad y la autenticidad, la cortesía y la docilidad. Si por un lado aceptaba y valoraba los consejos de los miembros de la comunidad, por otro no aceptaba presiones o imposiciones de grupo.

Lo que mejor caracterizó esta primera etapa suya fue el constante compromiso de profundizar su fe en la persona, misión y seguimiento de Cristo, purificándola de lo que podía tener de racionalismo y positivismo. En este camino de fe encontró un válido compañero en la oración, que se transformó en "una necesidad personal y que practicó con constancia y regularidad". Oraba con la Palabra, la escuchaba y en ella se abandonaba con la actitud de adoración, alabanza y agradecimiento, actitudes propias del "pobre de Jahvé" cuya única confianza está en Dios.

Su amor por los Indios

En julio de 1989, Santiago voló a Brasil para un "periodo de formación pastoral". Como equipaje llevaba, además de su generosidad para darse y una apertura de mente y corazón a las diferentes culturas y a las problemáticas del desarrollo integral, una significativa experiencia pastoral realizada en Madrid (catecismo y animación con los jóvenes, asistencia espiritual en las cárceles y acompañamiento de los inmigrantes) y una carta del Superior de España.

La carta, dirigida al Superior de nuestra misión en el Norte de Brasil (Amazonas), es una presentación-testimonio del joven Santiago del que se subraya rectitud y afabilidad, sacrificio y colaboración. "Como vosotros mismos podréis ver –escribía el Superior de España– Santiago es un joven justo, sociable y algo tímido. Tiene una gran capacidad de relacionarse a nivel interpersonal mientras le resulta algo más difícil hacerlo a nivel de grupo. Sin embargo es un elemento positivo en la vida comunitaria. Es generoso y disponible pero, precisamente por esto, debe cuidarse para no cansarse demasiado y perjudicar su salud no demasiado fuerte" (carta de 1º de julio 1989).

Desde Brasilia, donde se quedó unos meses para aprender el portugués y la historia de Brasil, se trasladó en un primer momento a Belén y después a São Félix do Xingú conviviendo los últimos meses de 1991 con los indígenas Kayapó, de cuya "causa" se enamoró.

En São Félix do Xingú se dedicó preferentemente al acompañamiento y a la asistencia de tres grupos juveniles; a la animación y organización de la comunidad del Bairro do Alecrim, en las afueras de la ciudad; y a la "pastoral indigenista" cuidando los contactos con los indios que iban a la ciudad y visitando las dos aldeas de Kokraimoro y Parakaña, a lo largo del río Xingú. Supo adaptarse a los usos y costumbres de la región; entre las exigencias y prioridades de la pastoral parroquial prefirió la "pastoral de la tierra" y la "pastoral indigenista"; se abrió a la nueva cultura; y mostró gran sensibilidad hacia unas situaciones misioneras particulares, como la marginación y la explotación de los trabajadores, los chicos de la calle, los drogadictos, las prostitutas, los encarcelados, etc. Con su espíritu de iniciativa y respondiendo a las necesidades locales, organizaba campos de trabajo, promovía el arte del dibujo entre los estudiantes Kayapó para desarrollar sus inclinaciones artísticas, favorecía el debate sobre sus decisiones, enfrentándose con los principales problemas y valorando el trabajo de conjunto.

Sólo compartiendo y viviendo un "proyecto comunitario de vida", fruto de programación y de estudio, de escucha de la Palabra de Dios y de oración, se podían realizar con satisfacción general todas estas cosas. En la fidelidad a un proyecto de vida así concebido, las diferentes dificultades del vivir y programar juntos se transformaron, para él, en un manantial de riqueza interior.

Con relación a la validez de esta primera experiencia misionera de Santiago, el padre Diego Pelizzari, que fue su compañero de misión, escribe: "Como en un 'flashback' vuelven a mi memoria esos meses pasados juntos en São Félix do Xingú y en Kikretum. Donde mejor le conocí fue junto a los Kayapó. Fue allí donde me di cuenta de su pasión por un mundo mejor, por los oprimidos y los olvidados. Al verlo charlar con Manduca, con Kukwyikaber o con Bikenh comprendí todo el cariño que reservaba a las personas sencillas. He aprendido mucho de él. He aprendido a querer a todos y a estimar a las personas por encima de las apariencias. Con la sensibilidad artística que poseía, sabía entrar mucho más que nosotros en lo que los indios tenían de más sagrado: el mundo de los espíritus de la naturaleza, de los árboles, de los animales, de los peces, del sol, de la luna… Yo tan sólo le ganaba ¡en pescar más que él en el río!"

El padre Mario Pezzotti recuerda haber conocido a Santiago cuando éste desarrolló su actividad, como estudiante, entre los indios Kayapó. "Yo me encontraba entonces en la aldea de Aukre a 100 km., pero éramos un mismo equipo indigenista que se reunía dos o tres veces en el año. Me quedé admirado de su gran bondad. Se interesaba por todo y quería ayudar a todos".

Pero lo más sorprendente de este periodo fue el hecho de que Santiago, un tímido, un introvertido y, según los testimonios, casi un desconfiado, supiera crear a su alrededor una atmósfera de confianza, de amistad y de fraternidad.

La hna. Sonia, compañera de Santiago durante el curso de aprendizaje de la lengua portuguesa en Brasilia, considera que el haber podido convivir con él fue "un gran regalo de Dios". "La intensidad de nuestro encuentro", escribe, "quedó en mi corazón como una experiencia que me animó a mirar a mi comunidad con una fuerza nueva… Viviendo en una 'favela' de São Paulo con muchas dificultades, sobre todo por lo que se refiere a la vida comunitaria, nunca hubiera imaginado poder tener tanto valor para afrontar la misma situación. He hablado muchas veces con Santiago de nuestra vocación, de nuestra escuela misionera, de su programa de servicio a su gente, a los últimos, a los pobres. No buscaba privilegios, me ha impresionado la sencillez de su vida. Nuestra conversación fue, para mí, un gran regalo. Santiago sabía escuchar. Su experiencia brotaba de la vida cotidiana. En muchas ocasiones lo he considerado un ejemplo de vida misionera, de inculturación, de disponibilidad, de humildad en nuestras relaciones. Y para mí, que me estrenaba en la 'favela', fue toda una gracia".

¿Misionero sacerdote o diácono?

En diciembre de 1991, con este equipaje de experiencia humana y misionera, Santiago vuelve a Madrid y retoma los estudios de teología, que terminó con la especialización en teología pastoral.

Fue cuando tuvo que decidir si pedir ser admitido al sacerdocio u optar por el diaconado permanente, sin renunciar a la vida religiosa con los Javerianos. Se decidió por el diaconado, cuyo ministerio le habría ayudado mucho mejor en su experiencia de amor y de servicio hacia los más pequeños y los más pobres.

Esta decisión no fue improvisada o irreflexiva, ni fue por deseo de ponerse en evidencia, ya que llegó después de un largo periodo (desde el noviciado en 1984, hasta terminar los estudios de teología en 1992) de oración, de discernimiento y de examen detenido y sincero.

"Después de un largo periodo de tiempo gastado en buscar cual pueda ser mi futuro dentro de la Iglesia y, más concretamente, dentro de la Congregación, -escribía al entonces Superior General, padre Gabriel Ferrari- he decidido, siempre en diálogo con mis superiores, optar por el diaconado permanente. Me siento llamado a vivir y a realizar mi vocación a través de un concreto trabajo profesional. Creo poderlo realizar en la Congregación siguiendo el ejemplo de los 'Hermanos' aún hoy presentes entre nosotros. Este servicio que pido poder realizar en la Congregación y, a través de ella, en la iglesia en general, no se reduce tan sólo a esto. Como siento la necesidad de llevar a Cristo a la humanidad a través de un concreto trabajo profesional, así siento la necesidad de desarrollar un servicio ministerial como respuesta a mi inquietud: el servicio mediante el servicio. Esta doble inquietud define mi vocación. Creo que el diaconado como servicio ministerial dentro de la iglesia es doble: un servicio material, o sea 'el servicio de la caridad' y un servicio espiritual o sea 'el servicio de la Palabra'. Esta presencia y este testimonio en la realidad sacramental y temporal, es el fundamento de lo que, como religioso misionero, quiero ser. Quiero principalmente ser un signo discreto pero real de la Iglesia al servicio de los hombres en su encuentro con Cristo" (19 de mayo de 1988).

Nos parece entender que la "inquietud" de Santiago refleja el problema de cómo conciliar las exigencias de la evangelización y de la promoción humana sin que esto le impida, aún renunciando al ministerio sacerdotal, ser fiel a su carisma misionero en la familia Javeriana y poder acceder a los ministerios "ordenados", como es el diaconado permanente.

Si por un lado la Dirección Regional de España apoyaba la solicitud de Santiago, -"por parte nuestra pensamos que Santi ha tenido todo el tiempo necesario para una profunda reflexión, por lo que nos parece justo su deseo de servir a la misión como diácono permanente"- por otro la Dirección General no parecía favorable del todo y propuso a Santiago renunciar a los ministerios "ordenados" y elegir el estado de "religioso hermano" ya que "a nosotros nos parece que tu deseo de llevar a Cristo a los hombres a través de un trabajo profesional y con una presencia sacramental se pueda realizar mejor y más eficazmente sin un ministerio ordenado, a saber, como consagrado a Dios en otros ministerios eclesiales" (carta de 1º de agosto de 1988).

Por otro lado, la Dirección General no parecía favorable del todo e invitó al interesado a un nuevo camino de discernimiento "que tendrás que llevar adelante con tus formadores directos".

Este nuevo periodo de discernimiento le permitió a Santiago tomar conciencia de que la elección del diaconado no era simplemente un proyecto suyo, sino una revelación del designio de Dios que le llamaba a aquel ministerio y le pedía acompañarlo con la oración humilde y con total confianza en Él; por otro lado le provocó una crisis de responsabilidad. Eligiendo el diaconado ¿no privaría del ministerio sacerdotal a cuantos en tierra de misión estaban llamados a participar del misterio de salvación en Cristo? Y, ¿qué decir sobre todo de sus indios Kayapó, que reclamaban una presencia estable de un sacerdote en sus aldeas? Con la elección del diaconado, ¿no buscaría más bien una realización personal?

Son preguntas que le conducen en el "desierto" de la duda y que le desconciertan al punto que en julio de 1990 escribe: "Mi desconcierto se refiere al hecho de que esta gente (los Kayapó) no tiene la oportunidad de celebrar como comunidad (una de las cosas que, desde mi punto de vista, reviste mucha importancia) la Eucaristía, o sea, no sólo el poder participar en la consagración del pan y del vino, sino poder ofrecer en este Sacramento los motivos y las razones de liberación que ella está experimentando. A este respecto la presencia del Padre es muy importante no por el hecho de que él puede 'consagrar' sino porque es un instrumento de unión entre personas que buscan la liberación que Dios les ofrece".

Serán precisamente esta duda y este desconcierto, clavados en su carne como una espina, lo que le ratifica en la "bondad" de su elección hasta optar por ella. Porque "pienso que también el diaconado como ministerio puede ser la otra cara de la mediación en el camino de este pueblo Kayapó como comunidad".

Fuerte en su convencimiento, fruto de la fiel escucha de la Palabra de Dios a través de la oración, Santiago enviaba a los superiores la solicitud de admisión al ministerio 'ordenado' del diaconado permanente.

Y la motivaba diciendo: "Sinceramente, me siento llamado a ser signo de la presencia y de la revelación de Jesús en el mundo de los pobres, por medio de un servicio profesional y ministerial. El ministerio del diaconado me ofrece tres ámbitos, muy bien definidos, que me permiten realizar mi vocación religioso-misionera: la evangelización, el desarrollo social y la acción litúrgica" (carta del 21 febrero 1992).

Su ordenación a diácono, precedida por la profesión perpetua (12 diciembre 1992) como consecuencia de "su experiencia vivida en esta Familia Javeriana y considerada personalmente como positiva", se realizó el 13 de diciembre de 1992.

El consejero de la Dirección General, el padre Luis Pérez Hernández, al felicitarle por los dos objetivos alcanzados y al recordarle que "la Profesión perpetua y el Diaconado son por igual un punto de llegada y un punto de partida, un camino que llega y vuelve a empezar todos los días, siendo una forma de ser y de servir según nuestra vocación específica a Dios y a los hermanos" (carta del 8 de noviembre de 1992), le comunicaba que había sido destinado a la Región javeriana de España.

Una disponibilidad que conquista

Durante los 6 años que pasó en España (1993-1998), Santiago atendió a diferentes encargos: animador misionero y administrador en las comunidades de Murcia (1993-1996) y en la casa regional de Madrid (1996-1998); fue también consejero regional (1997-1998), encargos que demuestran de cuanta confianza gozara dentro de la comunidad. Como animador misionero en las escuelas y en los grupos parroquiales supo presentar a los jóvenes, desde su experiencia misionera, los valores de los indios y la preocupación ecológica que los jóvenes aceptaban muy favorablemente, estimulándolos a la generosidad y suscitando una mayor sensibilidad en defensa del ser humano más frágil.

¿Cómo no recordar en este punto el casual encuentro de Santiago con el joven brasileño Alexandre Ferreira metido en serias dificultades en Madrid? Es uno de los tantos ejemplos que manifiestan cómo sabía ponerse a la escucha del otro para poderle dar la respuesta apropiada.

"Le conocí un frío domingo del invierno de 1998, día de lluvia y de nieve -recuerda Alexandre- en un momento muy difícil de mi vida. En esos días la única cosa que deseaba, arrastrado por una total desesperación, era morirme. Era un extranjero en España, no sabía ni pío de español, lejos de mi casa y sin un duro en el bolsillo. Estaba en la cárcel… Santiago me llevó a Dios de una manera muy singular, totalmente inesperada. Al punto que mi vida, desde aquel momento, cambió totalmente.

Aunque convencido que él no fue el único responsable de todo, sí estoy seguro que él fue la chispa. Recuerdo una frase dicha con firmeza y, acaso, con un poquito de enojo causado por mi estupidez: 'Dios no es una máquina de donde sacar Coca-Cola con sólo meterle una moneda'. No es que le haya creído, pero su manera de ser, de hablar y de actuar me libró de lo irremediable. Desde aquel momento, Santiago no me ha abandonado. Fuimos muy amigos. Él fue el primer verdadero amigo de mi vida".

Siempre refiriéndose a los encuentro-diálogos de Santiago con los jóvenes, el padre Fernando García recuerda que en junio de 2000 se encontró con una pareja de recién casados por Santiago. "La joven esposa me confió: 'Mi manera de ver el mundo y de situarme frente a las problemáticas mundiales, cambió por completo desde que encontré a Santiago. Si he aprendido a ver la realidad de manera diferente, se lo debo a él…'".

Pero, entre los diferentes aspectos positivos de su personalidad, lo que más estima y aprecio le procuró, fue el saber atender a la gente de forma afable e inmediata.

"Te recibía con su acostumbrada cordialidad, como si hubieses sido su mejor amigo desde toda la vida. Quedábamos admirados y muy agradecidos por su servicio, por su cordialidad, por olvidarse de sí mismo con tal de servir a los demás. Por esto siempre he recordado a Santi con mucha simpatía y como una persona que honraba su 'diaconía'" (P. Paco Marín).

"Lo que nos dejaba siempre sorprendidos era su humildad y sencillez. Sobre todo no distinguía a nadie de un nivel mayor o menor. Todas las personas eran iguales para él. Sabía escuchar y teníamos la sensación de que cuando hablabas con él, lo que era importante para ti lo era también para él… Aunque lo que más me gustaba de él no era lo que decía a cada uno, si no su ejemplo de vida y su testimonio que llegaba a todos". (María José, Murcia).

"En abril de 1996, la semana después de Pascua –recuerda el padre Francisco Cesar Grasso– tuvimos una semana de programación en nuestra casa de Murcia. Santiago, que era el administrador, nos brindó una espléndida acogida. Cuidando hasta los mínimos detalles, hacía que te sintieras como 'en tu casa'. Además nos ha acompañado a conocer la ciudad, a ver los desfiles de miles de personas de todas las edades con llamativos trajes típicos".

También el padre Antonio Trettel que había conocido a Santiago tan sólo a finales de agosto de 1997 y que había experimentado enseguida su cálida acogida "como una de las más bellas experiencias de fraternidad javeriana", escribe: "Lo que siento interiormente es un deseo de testimoniar que aquel periodo de convivencia con Santiago fue una de las ocasiones de mi vida en la que experimenté con más intensidad el calor de una acogida cordial y fraterna, intensa y atenta, sonriente, gratuita y servicial al máximo. No creo exagerar".

Misionero del amor de Dios

Después de los 6 años que se le había pedido de servicio a la región de España, Santiago pensó que, para él, había llegado el momento de volver entre sus Kayapó. Haciendo realidad sus insistentes deseos, los superiores, en enero de 1999, le volvieron a destinar a Amazonas.

En su solicitud (12 de septiembre de 1998) escribía: "¡Aleluya! ¡Por fin!… La experiencia que he tenido en esta región, ha sido positiva y por eso me siento sereno y animado a seguir mi trabajo con otra gente. Simplemente espero tener más 'chances' en las comunidades en que me insertaré. Espero poder compartir mi vida con otros compañeros y durante un periodo más largo de tiempo. Desde este momento estoy soñando con Amazonas y, más concretamente, con lo Xingú. La experiencia que tuve como estudiante fue muy positiva y creo que merece la pena volver. Aunque consciente de que algo falla en mi salud física, pienso que esto no será un obstáculo para que yo parta". Llegó a Belén (Norte de Brasil) el 30 de enero de 1999, donde se quedó durante siete meses.

Su llegada a Belén había sido anunciada por una carta del superior de España, el padre Salvador Romano, al superior regional de Amazonas. Resumimos este mensaje que nos permite ubicar a Santiago en este su tercer periodo del itinerario humano y espiritual.

"Como presentación te diré que la característica fundamental de Santiago es su enorme espíritu de servicio, ya sea hacia los de fuera como hacia los de la comunidad javeriana… Es muy sensible a la problemática de la justicia y al respeto de las demás culturas… Referente a la salud, espero que sepa cuidarse con todos esos medios que bien conoce…"

Tres realidades, por lo tanto.
1ª: El espíritu de servicio, fruto de su fe madura, caracterizó la presencia de Santiago entre los indios Kayapó. Escogiendo el trabajo de la "pastoral indigenista", él quiso hacerse solidario con los "últimos". De ellos supo compartir gozos y tristezas, esperanzas y miserias, experiencias, ideas y luchas; cargó con ilusión su necesidad irrenunciable de fe, de esperanza y de amor sin límites.
"Nuestro diácono Santiago Cimarro –escribirá el señor Obispo del Xingú, Mons. Erwin Kräutler el día del entierro– vivió con el pueblo de los Kayapó para testimoniar el Evangelio de Jesús. En su vida no quiso ser otra cosa que misionero del amor de Dios entre aquellas personas que el mundo rechaza. Al igual que "el Verbo se hizo carne y acampó entre nosotros" (Jn 1,14), Santiago vivió con sencillez en la aldea Moikàràkô, sirviendo con humildad a la noble causa de aquel pueblo del que se hizo "obikwa", pariente, familiar, hermano".

2ª: Santiago se empeñó personalmente, como cristiano y como misionero, para que la vida concreta personal y social de los indios en general y de los Kayapó en particular fuera por fin vivida en plenitud de justicia, o sea de forma plenamente humana.
Cuantos tuvieron la dicha de colaborar con él en el sector de la "pastoral de la tierra" o de la "pastoral indigenista", están de acuerdo en reconocer que Santiago era consciente de la urgencia de educar la conciencia propia y ajena al valor y a la fuerza de la justicia; de la necesidad de garantizar y buscar las condiciones para que la conciencia individual y comunitaria madurara "para captar el sentido, los valores del vivir, la justicia"; del compromiso diario al servicio de la justicia como un bien supremo; y como uno de los medios para salvaguardar el primer lugar para el hombre a cuyo servicio deben estar el poder político, económico y militar.
Santiago hubiese podido elegir otras actividades pastorales más gratificantes y con menos desgaste físico y moral. No obstante, prefirió la elección más exigente, más sujeta a incomprensiones, la menos remunerativa en el plan humano: elegir la justicia optando por los pueblos indígenas y dedicándose con sacrificio y renuncia al servicio del pueblo Kayapó.
Su compromiso con la justicia fue compartido, estimado y reconocido por sus "compañeros y amigos" del "CIMI norte II" quienes dijeron: "Que nadie olvide que tú (Santiago) podías haber elegido no vivir entre los Kayapó, pero lo hiciste; que podías haber elegido otro lugar para tu trabajo; que hubieses podido pensar más en ti mismo, pero has preferido olvidarte de ti para unir tu destino al de tus amigos, los indios Kayapó… Haremos de tus proyectos y de tu ejemplo, los testigos de tu manera activa de implicarte en los problemas de la justicia".

3ª: Ya durante el primer periodo de vida misionera en Brasil, Santiago había notado un malestar físico debido, según parece, a una fuerte intoxicación sufrida en el Xingú propiciada por sustancias presentes en los ríos. Se le aconsejó que volviera a España y que se sometiera a una serie de controles sanitarios que dieron resultados negativos. Siguiendo los consejos del médico y llevando un ritmo de vida más ordenado tanto en el trabajo como en el descanso, recuperó fuerzas e ilusión al punto que pidió poder volver a misiones. "Aunque consciente de que algo falla en mi salud física, pienso que esto no será un obstáculo para que yo parta".
Pero al volver a lo Xingú los problemas de salud volvieron a manifestarse. Los mismos ancianos de la aldea de Moikàràkô fueron los primeros que le aconsejaron volviera a la ciudad y se sometiera a nuevos exámenes clínicos, lo que hizo en una clínica de Belén. También esta vez los resultados dieron negativo por lo cual le fue concedido volver entre los indios Kayapó con la esperanza de que, controlándose en el trabajo y en el descanso, pudiera seguir su actividad apostólica. El Superior en Amazonas escribía a los padres de Santiago después de su muerte: "El año pasado cuando fue destinado a la comunidad javeriana presente entre los indios Kayapó, Santi vibró de felicidad. En su cara era evidente la alegría de poder realizar su sueño. A los pocos meses tuvo problemas de salud por lo cual le propusimos otras alternativas de trabajo. Su generosidad misionera hizo oídos sordos. Para él, la entrega a la vida misionera debía ser total y sin reservas, vivida en medio del pueblo que tanto amaba" (24 agosto de 2000). 
Era la idea que Santi iba repitiendo también cuando estaba en España. Recuerda María M., de Murcia, que Santi, hablando a un grupo de jóvenes, dijo: "Si me llegan a nombrar un día superior y tengo que dejar a mis indios,… no, no, de eso nada. Yo quiero estar con ellos y para eso lo mejor es ser un don nadie".

Al puerto de la eternidad

Su enfermedad, invisible aunque presente, era el enemigo-compañero, aceptado pero no querido, que desde hacía tiempo vivía con Santiago. Fue en la tarde del 18 de agosto de 2000 cuando la muerte le sorprendió mientras pescaba en el río Riozinho. No sabemos la causa de su muerte. Una autopsia es algo inimaginable en la selva. Fueron las aguas del río las que le vieron muerto, las que lo recibieron en su seno para conducirlo al puerto de la eternidad donde la vida es más perfecta, más verdadera, más viva, más vida.

"Fue en el río donde el amigo Santi terminó su aventura vivida entre los indios y la gente. Aquellas aguas que en tantas ocasiones había dibujado, ahora conservan parte del espíritu que vivía en él. Son las aguas del Riozinho, aguas de tierras indígenas de Kayapó. Santi dio la vida porque creía en la necesidad de hacer al mundo más humano de cómo lo encontró. Desde ayer, el mundo Kayapó no es ni será el mismo. Sus aguas, sus tierras, su gente no son ahora las mismas porque el espíritu de Santi está en ellas" (P. Diego Pelizzari).

Y su espíritu está en ellas como un signo sacramental de un "cielo nuevo y una nueva tierra", de la presencia viva de la Resurrección del Señor para todo el pueblo Kayapó. En efecto, el verdadero nombre del pueblo Kayapó es Mebengokré, que significa "pueblo que viene del agua". También en este particular podemos ver en la muerte de Santiago un signo de resurrección (Walter Taini).

No fue simple casualidad si "en las primeras horas de aquella tarde en la que se celebraba el entierro de Santiago, aquí, en Moikàràkô, Rikdjam dio a luz un niño. ¡Es la vida! ¡Siempre vencedora! (Padre Pino Leoni).

Su cuerpo fue llevado a la aldea de Moikàràkô envuelto en la hamaca y en la manta que Santi utilizaba por la noche. Fue colocado sobre una esterilla de hoja de palma en la "casa de los guerreros", levantada al centro de la aldea y que es lugar sagrado para los indios. La comunidad indígena al completo lo veló durante toda la noche y al día siguiente fue trasladado a São Félix do Xingú donde se celebró la misa de cuerpo presente con la participación de muchos Javerianos, del clero local y de todo el pueblo.

Al término de la Misa la comunidad cristiana de São Félix do Xingú ofreció a la familia de Santi en manos de su hermano Jesús quien, al recibir comunicación de la muerte, se desplazó en seguida hasta Belén (Brasil), unos dones simbólicos: un 'cocar' (ornamento) Kayapó, una gran pintura, hecha por el mismo Santiago, con la gente de aquella región que, animada por la fe y por la esperanza cristiana, trabaja para construir un mundo mejor, y otros objetos como recuerdo del paso de Santiago por aquella región. El señor obispo de lo Xingú, Mons. Erwin Kräutler, que no pudo participar en la misa de entierro escribía a los familiares y a la comunidad javeriana, interpretando los sentimientos de todo el pueblo: "¡Santiago! Todos sabemos que tu vida no ha sido quitada, sino transformada. Tu camino acaba de concluir en este mundo, en esta Amazonas. Con todo, una vez unido al Padre, sigue amando a este pueblo al que has ofrecido tu vida. ¡Muchas gracias! (19.08.2000)

Los restos mortales de Santiago descansan ahora en el cementerio de São Félix do Xingú. "La familia de Santiago hubiese preferido que su cuerpo descansara en su tierra natal pero ha respetado la voluntad del mismo Santi y el deseo de la gente que quería que el misionero, también después de muerto, quedara en la tierra que, durante su vida, había elegido como su nuevo patria".

Lleno del amor de Dios

No nos extraña entonces que las exequias de este "siervo de Cristo Jesús, elegido como apóstol y destinado a proclamar el evangelio de Dios" (Rom 1,1) en lo Xingú, hayan, manifestado cuánta estima le reservara el pueblo como signo de amor, por haberse gastado "sin reservas ni artimañas, al anuncio de Cristo Jesús".

La fidelidad a este amor, exteriorizada como disponibilidad a Dios y a los hermanos, fue lo que le sostuvo en su no largo (¡38 años!) pero intenso itinerario humano y espiritual.

Un itinerario, el suyo, recorrido entre timidez y temor, con más desconfianza hacia sí mismo que hacia los demás, con cierta independencia frente al grupo, apoyado en esa seguridad fruto, por un lado, de una terquedad que quería alcanzar lo que consideraba válido y, por otro, expresión de una tendencia a hacer más de lo que le permitían sus fuerzas.

Santiago nunca cerró los ojos frente a sus límites humanos: en la oración, tanto personal como comunitaria y en el dejarse poseer y conducir por el Espíritu Santo, buscó vaciarse de sí mismo para dejarse llenar por el amor de Cristo. Y fue el descubrimiento de este amor que convenció a Santiago a seguir a Cristo como centro y razón de su existencia.

En el seguimiento cotidiano de Cristo, cuyo amor le empujaba, Santiago descubrió entre dificultades, dilaciones y cambios de recorridos, que la oración personal "es una de las cosas que me ayudan a comprender, discernir y encontrar soluciones personales para el estilo de vida que siento que debo elegir. Puede ser que exagere, pero si uno no tiene el motor de la fe, del diálogo con Dios y con los demás, no puede encontrar la manera para entender, resolver y superar los problemas de todos los días" (carta al P. Fernando García, 15 de julio 1990).

En la fidelidad, a veces sufrida, al carisma misionero, Santiago demostró hacia la familia javeriana estima, afecto y gratitud; con ella compartió carisma, finalidad y estructuras. "Los elementos más importantes que me han estimulado siempre a compartir mi vida y mi vocación en este familia javeriana –escribía a los superiores al solicitar ser admitido a la profesión perpetua- han sido: la misión de esta Congregación que me ha ofrecido el camino para compartir, conjugar y armonizar el proceso histórico personal que como cristiano he vivido y vivo; el servicio que la comunidad javeriana vive y sigue en el darse totalmente a la secuela de Cristo anunciando el Evangelio a todos los hombres: servicio encarnado en el mundo de los más pobres, asumiendo con realismo histórico su causa de liberación integral en la fe en Cristo" (18 de julio de 1992).

Sus relaciones interpersonales estaban llenas de sencillez, amabilidad y ternura. Cuantos tuvieron ocasión de vivir a su lado, aunque por poco tiempo, se sentían contagiados por esta apertura de ánimo: "Sabía vivir de lo esencial en la alegría, en el servicio y en la disponibilidad. Doy gracias a Dios que ha permitido que le conociera. Santi es y será para mí un don recibido de Dios" (Hna. Martha).

Y que su cálida acogida, su diligencia, su generosa disponibilidad calaran en el alma de cualquier categoría de personas, aunque particularmente en los jóvenes, lo atestiguan los miembros de la Pastoral de la Juventud de São Félix do Xingú: "Por la sencillez de ánimo que empujaba al bien, por tu pureza de sentimientos, por tu disponibilidad, por tu presencia aún estando ausente, por haber gozado en nuestros momentos de alegría, por haber rezado por nosotros, por el constante amor fraterno hacia cada uno de nosotros, por todo esto y por lo que no nos sentimos capacitados resumir en pocas palabras, nosotros, oh Santiago, te quedamos muy agradecidos".

El haberse entregado de forma total a la causa de la justicia a favor de sus indios Kayapó fue el más claro testimonio de su fidelidad al seguimiento de Cristo y, por consiguiente, de su aceptación de la radical exigencia del Evangelio: "Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos" (Jn 15,13).

Por sus Kayapó -los pobres, los débiles, los excluidos de la sociedad, las víctimas de la opresión y de la injusticias- él tuvo un amor "más fuerte que la muerte": por ellos, Santiago no tuvo miedo a la hora de arriesgar su salud y su misma vida.

"Santiago había hecho de esta misión la razón de su misma vida, conociendo el riesgo que corría. Y al igual que Jesús frente al peligro de la cruz, quiso afrontarlo libremente. Hemos, por lo tanto, admirado esta su generosa y firme voluntad de vida misionera" (P. Walter Taini).

La última jornada de Santiago

El P. Pino Leoni, su compañero de comunidad, nos relata con las siguientes palabras la última jornada de Santiago.

«Eran las siete de la mañana. Nos encontrábamos en la capilla para nuestro momento de oración alrededor de la Palabra. Comentando el evangelio del día ("Si tal es la situación del hombre con respecto a su mujer, no tiene cuenta casarse…" - Mt 19,10), Santi nos hace notar la situación de la familia, hoy. Todo es provisional. Y nos recuerda la situación dolorosa de dos jóvenes de São Félix do Xingú cuyas familias, después de 30 años de convivencia, se rompieron. Y nos pide rezar juntos para esta intención. Es precisamente Santi quien dirige la oración, cosa no muy usual en él.

Después del desayuno, junto con los indios, voy a ver el terreno donde se construirá la nueva aldea y, de paso, quitar lo que sobró de la "queimada". Santi me alcanzará después armado con un machete –que pronto cambiará por una hacha- para ayudarme en la limpieza del terreno donde se levantará nuestra futura casa. Las consecuencias de este trabajo las tiene en las manos en forma de ampollas que "no me duelen ya que no se han abierto" –me dirá.

Durante el trabajo intercambiamos pareceres sobre la próxima (¿2001?) apertura de una misión en Redenção, para poder ayudar a los Kayapó en sus cada vez más frecuentes viajes a esa ciudad.

"Estoy de acuerdo –contesta Santi-. Debemos ampliar nuestro sector de influencia por lo que se refiere a la pastoral indigenista. Aunque tendremos que contar con más personal."

"Tienes razón. Pero ayúdame ahora…"

Faltan diez minutos para las once y me dice: "Eu vou" (Me voy)

"Voy contigo" -le contesto

Volvemos a la carretera donde aún siguen humeando los restos de la "queimada". Santi que sin darse cuenta se mete en la ceniza caliente, con un brinco se sale de ella, sin daños físicos pero también sin sandalias que se quedaron debajo de la ceniza. Rebuscando encontramos una chamuscada que ya no le sirve. Santi andará descalzo: "En casa tengo otro par…"

Por el camino encontramos a Mokuka, que tiene el detalle de prestarle sus chancletas. Santi acepta y agradece.

Llegados a casa, vamos al río a lavarnos. Mientras tanto dejo la comida calentándose. A la vuelta entonamos el Padre Nuestro y, acompañados por el jefe de la aldea que vino a visitarnos, empezamos a comer. Hablamos de la nueva aldea que será seguramente muy bonita porque el área es grande y llana; en el centro hay un árbol grande, con propiedades medicinales.

Quitamos la mesa. Santi se echa en la hamaca para descansar un rato y yo hago lo mismo en el banco de la entrada. Después Santi va a pescar y yo vuelvo a la zona de la nueva aldea para seguir quemando rastrojos.

Al volver a casa, a las 6 de la tarde, encuentro a Dukre, el Jefe de los Guerreros jóvenes que me espera. "Padre, he venido a buscarte. Santiago ha muerto. Había ido a pescar con Piycore. Piycore se ha ido con la red a la otra orilla del río. Al volver, ha encontrado a Santi caído en el agua baja; ya no daba señales de vida".

Dukre me ha dejado de una pieza. Reemprendemos el camino. Me martillean en la cabeza esas tres palabras: "Santi ha muerto". Y con todo siento una paz inmensa. Me parece vivir el día más bonito de Santi. Él me da una paz que no sé explicar.

En Moikàràkô se ha parado también el aire. A intervalos rítmicos, me alcanza el canto ritual de las mujeres. Ellas quisieran poder pintar, al estilo indio, todo el cuerpo de Santi. Decimos que su familia, con toda probabilidad, lo está esperando en España. Y nadie vuelve a insistir.

Mientras tanto la noticia ha llegado, vía radio, a São Félix do Xingú y a Belén. Mañana llegará una avioneta para llevárselo. Después, el cuerpo de Santi, a petición de la comunidad indígena, es trasladado de nuestra casa a la 'Casa de los Guerreros' donde será velado durante toda la noche. Según la tradición Kayapó es envuelto en la hamaca y en la manta que utilizaba para dormir. Una esterilla de hojas y un hule. A su lado cuatro costales con las pertenencias de Santi.

Y velas encendidas a su alrededor. Todas las familias están presentes. También los niños, que ya duermen en brazos de la madre, de la tía o de la abuela… Desde las casas cercanas traen madera para hacer unas hogueras que mitigarán el frío de la noche.

Al amanecer, una furgoneta trasladará el cuerpo de Santi al aeropuerto de Moikàràkô que está a unos 15 km. Palpamos cuánto quería Santi a los indios y cuánto los indios le querían a él.

Y, desde ahora, por parte de Santi, mucho más».

Una memoria que no hay que perder

Recogemos aquí algunos testimonios que han llegado a nuestra casa de Madrid, de personas que conocieron a Santi y compartieron con él momentos de fraternidad misionera.

"Al enterarme de la muerte de Santi se me llenaron los ojos de lágrimas, aunque sin perder la esperanza, porque él está con nosotros, ya para siempre, eso es seguro. Santi estuvo con nosotros, nunca olvidaremos sus celebraciones, sus palabras de aliento, sus gestos llenos de cercanía, de sencillez, de alegría, de autenticidad". (Macu, Albacete)

"La noticia de la muerte de Santi ha sido como un jarro de agua fría. Nunca esperas que personas como él se vayan definitivamente. Le conocí hace ya varios años, pero aún recuerdo su cara, su risa, cómo le gustaba el café sin azúcar y, sobre todo, su forma de pensar y de decir las cosas. Me ayudó en uno de esos momentos de crisis que tiene la vida y eso no se me va a olvidar nunca. Era un buen tío. Imposible de olvidar". (N. N. Vizcaya)

"Siento mucho la falta de vuestro compañero Santiago Cimarro. Estoy convencido de que desde ahora tenéis un buen intercesor en la casa del Padre. Su vida, tan corta pero tan rica, seguro que es fermento de evangelio. De momento, a mí me ha ilusionado mucho en mi motivación misionera. Gente como Santiago nos empujan y nos animan. Son como el aire fresco por las mañanas que te despierta y te hace ver la luz del día". (Pedro, Salamanca).

"Entre los valores que Santi tenía, citaré sólo unos cuantos: sabía escuchar, motivaba a la gente a hablar. Servidor, sabía sacar todo lo bueno que tenías, era acogedor. Lo que significó Santi para mí es difícil describirlo con palabras. Fue una luz para mis ojos, un despertar en la vida, él fue el que me impulsó a plantearme cosas… Me encantaba Santi porque veía que se paraba con todo el mundo, fuera quien fuera. Tenía un rato para todos, siempre tenía una buena palabra en la boca aunque siempre dejaba hablar a la gente… Santi, sobre todo, me enseñó a amar la vida de mis hermanos repartidos por todo el mundo y a luchar para que el mundo sea una familia". (Mariola, Murcia)

"La noticia de la muerte de Santiago me costó lágrimas y llanto, no sólo porque la muerte siempre es triste, sino porque se trataba de un amigo. Conocí a Santi hace ya varios años y tuve la suerte de estar con él en charlas, campos de trabajo y de hacer juntos el Camino de Santiago. Era una persona maravillosa. Me enseñó a amar la selva brasileña y a los indios Kayapó. Me enseñó a ver la vida de otra manera, a vivir otros valores distintos de los que yo tenía. Me enseñó a amar otras culturas y formas de vida distintas a la nuestra. Deseaba estar allí en Brasil con sus Kayapó. Me dijo un día: "Me gustaría morir allí, con mi gente, entre ellos". Bueno, Santi, pues lo has hecho, nos has dejado a todos con el corazón roto, pero sé que tú estás feliz allá arriba y que desde ahí guiarás a tu gente hacia un futuro mejor". (Noelia, Murcia)

Todo lo que ha acompañado la breve jornada terrena de Santiago Cimarro Olabarri, misionero diácono permanente, nos lleva a creer que él, hoy, es "el primero" en el Reino de Dios por haber obrado siempre como "el último de todos y el servidor de todos" (Mc 9,35).

Precisamente por esto, su memoria no puede ni debe perderse. ¡GRACIAS, SANTI!