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6.- un servicio como el de jesus

12 May 2016
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Carlos Collantes Díez, misionero javeriano

Jn 13, 1-15: “Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido.

Llega a Simón Pedro; éste le dice: Señor, ¿tú lavarme a mí los pies? Jesús le respondió: Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde. Le dice Pedro: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavo, no tienes parte conmigo. Le dice Simón Pedro: Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza. Jesús le dice: El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos. Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: No estáis limpios todos. Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros”

Conocemos a Jesús caminando con Él y dejándonos contagiar por el estilo de vida que vive y propone. No se consigue ser discípulo de la noche a la mañana. Es todo un proceso que se realiza junto a Él, por lo que lo más importante es caminar, no quedarse parado, ya que sólo el que camina, encuentra.

Jesús siente que su muerte está cercana por eso cuanto dice y hace cobra una fuerza especial. Manifiesta a sus amigos su yo más íntimo y profundo, les revela el sentido escondido de su vida y de su muerte y lo que debe quedar grabado para siempre en los corazones de todos sus discípulos. Las comidas en las que Jesús participaba eran momentos de re- velación. Comía con los pecadores para manifestar la misericordia de Dios. Con sus amigos come por última vez, para manifestar que su muerte es un gesto de servicio profundo a toda la humanidad. Y durante esta comida pascual va a realizar un signo contrario a la mentalidad, al sentido común, a la cultura de su tiempo: el maestro se pone a lavar los pies a sus discípulos. A ningún hombre libre en su sano juicio se le habría ocurrido hacer algo parecido, era un trabajo de esclavos. Este gesto es signo de un amor desconcertante, un signo profético: Jesús actúa como esclavo (Fil.2,7), poniéndose a nuestra entera disposición, en nuestras manos, con todas las consecuencias. La lógica de la encarnación continúa en su pasión y muerte. Jesús nos muestra a un Dios que se pone a nuestro servicio, nos revela quién y cómo es Dios... Un Dios cercano, a nuestro alcance.

Pedro interviene, se resiste, no entiende cómo su maestro puede humillarse de esta manera; esta resistencia refleja una oposición más profunda: Pedro no acepta el camino de la cruz, rechaza esta perspectiva para Jesús y para sí mismo (Mt. 16, 21-26). Pedro intuye lo que este gesto de servicio de su maestro encierra: él le debe todo a Jesús. Es Jesús quien le salva y se resiste. Preferimos salvarnos a nosotros mismos con nuestro esfuerzo, nuestra bondad, nuestra justicia. A Pedro le cuesta aceptar a ese Jesús tan “extraño” que se pone a su servicio, no comprende la cruz, le escandaliza, le cuesta reconocer que él también tiene necesidad de ser servido. ¿Se trata quizá de una resistencia a aceptar que le debemos algo a alguien, porque esto nos coloca en una cierta situación de deuda, de dependencia que no nos gusta? ¿Nos cuesta tener que decir “gracias” a alguien? Por otra parte, a veces puede resultarnos más fácil darnos, podemos sentir la necesidad de “hacer el bien”, quizás así los demás -pensamos- nos querrán más y nos aceptarán mejor. Me siento bien mientras me siento útil, cuando ayudo, cuando los demás pueden llorar sus penas en mi hombro.

Jesús nos descubre a un Dios servidor, que envía a su hijo porque conoce nuestra necesidad de ser salvados, conoce también nuestros miedos a ser tocados, lavados, nuestra necesidad de ser reconocidos y amados por dentro, tal y como somos. “Tener parte con Él”, ser su amigo, vivir su causa significa abrir nuestro interior, nuestros límites, sufrimientos, ansias... sentirnos escuchados y comprendidos, aprender a ser queridos por nosotros mismos, por lo que somos y no por la ayuda que prestamos, por lo que hacemos.

De aquí nace nuestra misión: cuando nos sentimos “lavados” por el amor del Padre en Jesús, aprendemos a salir de nosotros mismos/as, de nuestros miedos interiores más profundos, reconocemos con alegría que este amor gratuito e incondicional es lo que nos hacer “ser”, y lo que nos define como “don para los demás”; si lo acogemos podemos vivir una actitud de disponibilidad recíproca. Por eso Jesús concluye (Jn.13, 17): “felices vosotros si, sabiendo esto, lo cumplís”. Contemplar a Jesús servidor nos hace capaces de ponernos en actitud de servicio alegre, sencillo, libre. Vivir el servicio nace de una experiencia y actitud contemplativas: tiene su origen en la disponibilidad radical de Jesús que se pone a nuestro servicio, de su disponibilidad nace la nuestra.

Es un servicio, ante todo, humilde. Este gesto de Jesús es un gesto de siervo, de quien hace las tareas más humildes, que incluso le pueden no gustar. A veces nos encontramos en los campos de trabajo con personas dispuestas a trabajar en apoyo escolar, con ancianos... pero que tienen dificultad para fregar los platos en la casa, a limpiar los baños o a barrer. El servicio de Jesús resume los servicios más humildes e incómodos que nos prestamos mutuamente. Los que se descubren lavados son capaces de ponerse al servicio de los otros, no porque los trabajos son humildes o importantes, sino porque los otros son importantes.

El servicio es una actitud existencial que compromete toda la vida, no podemos reducirlo a algunos actos aislados, es signo y expresión de un amor total, generoso, desinteresado, vivido hasta el final, incluso cuando nos hace sufrir y no experimentamos ninguna gratificación.

Podemos completar esta reflexión con el texto de Mc.9, 33-37. Los discípulos se preguntan quien es el primero. Como respuesta Jesús abraza a un niño, que ocupaba un puesto muy bajo en la sociedad y que no gozaba de demasiada consideración. Con este gesto Jesús expresa acogida, cariño, valoración de lo pequeño, de lo que no cuenta, Jesús llega a identificarse con los últimos. Servir es descubrir y acoger la grandeza de ser personas en el servicio preferente a los más pequeños, a los que son víctimas en una sociedad de privilegios y exclusiones.

Para la Reflexión personal:

* Lee despacio el texto del lavatorio de los pies, párate en las frases que te llegan a lo profundo de ti, reza con ellas.

* Repasando tu vida, mira cuándo te has dejado lavar los pies, y cuándo no. ¿Cómo te has sentido? ¿Te ha ayudado a crecer?

* ¿Qué miedos encuentras al ponerte en las manos de otra persona? ¿Y al ponerte al servicio de los demás?

* ¿Cómo realizas tu vida como actitud de servicio? ¿En qué casos y situaciones concretas te sientes servidor/a de los demás? ¿Qué servicios te cuestan más? ¿Por qué?