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12 May 2016
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Carlos Collantes Díez, misionero javeriano

Lucas 14, 25-33 “Mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.

Quien no lleve su cruz detrás de mi no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran diciendo: “este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar”. ¿O qué rey, si va a dar batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío”

Todas las religiones tienen un conjunto de ritos y de normas. Ritos con los que se celebra la vida en su relación con el Misterio y normas que orientan el comportamiento de los humanos. Entre nosotros, no es infrecuente encontrar a cristianos “ritualistas” que ponen el acento, y a veces reducen la fe cristiana a la celebración de “ritos” desentendiéndose de la vida cotidiana, una religión vivida sin conexión con la realidad de cada día. Hay quienes “cumplen” por si acaso, como si el cristianismo fuera una póliza de seguros del más allá. Otros ponen el acento en el cumplimiento de los mandamientos, y no es que el cristianismo no tenga una dimensión ética, pero... se quedan ahí, son voluntaristas, a veces rígidos y viven su fe con una cierta angustia.

Con cierta frecuencia, Jesús utiliza un lenguaje duro y sin embargo es un seductor, es un inconformista atractivo, un “incordio” que llena de paz y hace libre a quien de verdad le sigue. ¿Qué pretende Jesús o que quiere decirnos en este texto evangélico? Parece claro: que ser discípulo suyo es un valor absoluto, por encima de todo: del dinero, de otros amores legítimos, por encima de uno mismo. Quien no esté dispuesto a correr su mismo destino no puede ser discípulo suyo.

Ser discípulo de Jesús no es una tarea fácil. Así lo resaltan estas dos pequeñas parábolas. En ambos casos se trata de empresas difíciles y que, por ello mismo, no se pueden afrontar a la ligera. Ser discípulo de Jesús no es una imposición, Jesús invita, no obliga, informa, advierte de forma tal que quien quiera ser su discípulo lo pueda ser con conocimiento de causa... y de consecuencias. Supone hacer de este hecho el valor número uno dentro de la escala de valores; por encima de lazos familiares, por encima de uno mismo, por encima del dinero, a riesgo de la propia vida. Ser discípulo de Jesús no es un juego, sino más bien una tarea seria, arriesgada, dura, pero magnifica, es una buena noticia, capaz de llenar nuestra vida de sentido, lo mejor que podía pasarnos. Jesús es radical a la hora de pedir una adhesión a su persona, y el creyente debe saber subordinarlo todo al seguimiento incondicional de Jesús.

Los grandes creyentes cristianos, todos se han sentido seducidos por el Misterio de Dios que atrapa, han tomado la decisión de vivir todo desde la relación con Dios, y a todos esa experiencia les ha hecho profundamente humanos, han ganado en sensibilidad, en personalidad. Nos han manifestado con su vida la enorme “suerte” que tuvieron decidiéndose, porque ganaron en humanidad, ganaron en profundidad y sintieron la grandeza del Misterio de la vida que se hace presente en Alguien tan misteriosamente sencillo, sorprendente y humano como Jesús. La capacidad seductora de Jesús es tan grande que quien la siente consigue vivir como una persona libre, con profundas convicciones, sin ataduras a cumplimientos y normas.

Para nosotros la fe comporta una referencia obligada a la persona, al mensaje y a la causa de Jesús en quien Dios se nos manifiesta de forma incomparable y definitiva. Por ello es fundamentalmente una adhesión confiada, completa e incondicional a ese Dios que se manifiesta en Jesús. La fe moviliza y afecta a todo nuestro ser (mente, corazón, sentimientos, acción, criterios, mentalidad...). Fe es vivir abiertos a Dios en todas y cada una de las situaciones de la existencia. Se trata de una fe que genera esperanza, se vive en el horizonte de una esperanza activa que se expresa en el amor real al prójimo, en la urgencia de hacerse prójimo. La fe, porque es relación de confianza en Alguien, se cultiva como la amistad, como el amor, como la esperanza. Y se cultiva y se hace fuerte en las asperezas de la vida, en los imprevistos, se curte en la intemperie, en las dificultades, en la desnudez del camino. Fe es ponernos en las manos de Dios, nosotros que queremos controlar nuestra vida.

En este evangelio encontramos una exigencia de totalidad, que afecta a todos los aspectos de la vida y los centra en torno a una experiencia básica de conversión y de seguimiento en torno a la persona de Jesús. Lo que define al cristiano es la opción definitiva por Cristo y su Evangelio, opción que le hace distinto en sus criterios y conductas. Y seguir a Jesús tiene un “precio”: la entrega total y plena disponibilidad ante Dios... por encima de todo apego y miedo. No es posible seguir a Jesús desde la tibieza, la vacilación, las medias tintas, o a ratos, por momentos, según y como. Jesús, siempre claro y franco, a quien quiere seguirle de verdad, le habla de exigencias radicales que es preciso interiorizar y asumir como signo de pertenencia e identidad nuevas. El discípulo no se pertenece, pertenece a Jesús, y esto hace de él o de ella un hombre, una mujer nueva. Jesús nos convoca a una nueva familia de hijos y hermanos, a una nueva condición solo posible desde la ruptura de un mundo viejo y caduco y desde las exigencias del amor fraterno.

Seguir a Jesús es asumir un proyecto cristiano de vida y organizarlo todo desde el evangelio. Hoy se habla de priorizar en la vida, de ordenarla, de dirigirla. ¿Cómo establecer prioridades en nuestra vida, cómo unificar nuestro propio corazón desde esta experiencia radical de seguimiento fraterno y solidario?

El proyecto cristiano no es solo un pensamiento, sino algo en lo que nos jugamos y comprometemos nuestra vida. Por eso, tenemos que asumirlo de forma consciente y coherente, porque tenemos que encarnarlo en la realidad cotidiana. El proyecto cristiano es un proyecto de totalidad y de radicalidad ¡Con cuanta frecuencia nos encontramos con cristianos a medias!, nosotros mismos quizás. Instalados en la veleidad, en la inestabilidad, en dejar el tiempo pasar. La vida cristiana debe expresar la voluntad de lanzarse hasta el fondo, de llegar hasta el final. El proyecto cristiano interiorizado significa partir del realismo y de la audacia para adecuar nuestras fuerzas a la altura y grandeza de los ideales. ¿De qué realismo y audacia hablamos? ¿Jesús fue realista? Audaz, sin duda. Se trata del realismo y de la audacia que se fundamentan y se alimentan en el Espíritu, que es como el Viento, que sopla donde quiere y como quiere y que hace libres a quienes se dejan inspirar y conducir por El.

Seguir a Jesús, dejarse conducir por el Espíritu configura nuestra vida entera: nuestra mente, nuestro corazón, nuestros afectos, nuestros sentimientos. Crea en nosotros una mentalidad, una forma de ser características, nos sugiere valores e ideales que inspiran nuestro actuar cotidiano. Por eso la fe es vida que crece y se desarrolla cada día en nosotros.

Para la Reflexión personal:

* ¿Cómo estás viviendo tu cristianismo: de forma ritualista, moralista o... convencido, gozoso...?

* ¿Puedes decir que los criterios de Jesús son los tuyos?

* En tu seguimiento de Jesús ¿cuáles son tus dificultades en el seguimiento de Jesús? ¿A qué estas apegado? ¿Cuáles son tus ataduras?

* ¿Qué significa para ti ser realista? ¿Y para Jesús qué puede significar?