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09.- MISIÓN, JUSTICIA Y LIBERACIÓN (1)

23 May 2016
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En los próximos artículos iremos viendo las relaciones existentes entre la misión y la justicia, entre el anuncio del evangelio y el compromiso en favor de la justicia, la defensa de los derechos humanos, la liberación de los oprimidos. Desde hace décadas la Iglesia habla de “opción preferencial por los pobres”, opción que tiene un claro fundamento bíblico y se apoya en el modo de actuar, en la práctica misma de Jesús. Por eso comenzaremos este capítulo centrándonos en la Biblia, en el Antiguo Testamento.

En las Escrituras, la justicia de Dios es eminentemente una justicia salvífica. El Dios justo, fiel a la Alianza, cumple sus promesas de salvación y actúa en favor del derecho, la justicia y la felicidad. El Señor juzga para salvar, hace ver el mal para eliminarlo.

El hombre no puede justificarse, es Dios quien justifica, sólo Él puede hacer al hombre justo en virtud de la gracia de Jesucristo –el Justo Resucitado- a quien el creyente permanece unido por la fe (Rom 3, 21-26). La justicia del hombre consiste en ser lo que Dios quiere que sea: una persona de bien viviendo una vida conforme a su voluntad. Una persona justa y sabia es aquella que escucha y hace la voluntad de Dios. Nuestra justicia personal no es más que una participación de la suya, es Él quien la hace posible. “Señor... no llames a juicio a tu siervo, pues ningún hombre vivo es inocente frente a ti” Sal 143 (142), 1-2 y 51 (50), 7. Rom 3,20. Gál 2,16 y tantos otros textos.

Por otra parte, Dios se revela como el liberador y defensor de pobres y oprimidos; por ello, creer en Él significa practicar la justicia hacia el prójimo. Sólo quien observa los deberes de la justicia hacia sus semejantes conoce verdaderamente a Dios. Conocer a Dios significara, por tanto, practicar la justicia.

LA JUSTICIA EN LA BIBLIA

El libro del Génesis nos descubre el carácter sagrado de la persona humana, nuestra vocación comunitaria así como nuestra responsabilidad de colaboradores de Dios en la creación que Él ha iniciado. Unos siglos más tarde, los profetas van a insistir sobre las relaciones entre la justicia y la fe: la calidad de nuestra fe depende del carácter de la justicia en nuestra tierra, en nuestro mundo. La Encarnación es la gran novedad del N.T. Al inicio de los tiempos Dios nos ha creado a su imagen y semejanza, el N.T. hablará de la plenitud de los tiempos: Dios, en Jesús, se hace uno de nosotros, “nuestro semejante” puesto que asume nuestra condición humana. En consecuencia, la persona humana no es solamente imagen de Dios; a partir de la Encarnación está unida al Dios hecho hombre en Jesús. La persona humana es, de esta manera, el reflejo más luminoso de la presencia de Dios entre nosotros.

Una fe histórica

EL Antiguo Testamento está constituido por un conjunto de libros cuya finalidad es reforzar, recordar y profundizar la Alianza que Dios ha establecido con la humanidad. Con frecuencia aparece en estos escritos un tema: él de la liberación.

Israel como pueblo, como comunidad creyente, siempre ha considerado la salida de Egipto como una liberación en la que ha descubierto a Dios, un Dios que quiere la dignidad, la libertad y la prosperidad de sus hijos. La esclavitud de la que el pueblo es liberado es una esclavitud global: económica, política, cultural y religiosa. Dios que libera a su pueblo de todas estas esclavitudes haciéndole salir de Egipto y conduciéndole a la tierra prometida quiere ser adorado por personas libres y responsables de su destino. El acontecimiento fundante del pueblo -el Éxodo- tiene un carácter a la vez religioso y político. Si esta liberación es también política, ello significa que no podemos reducir la religión al diálogo individual, privado del creyente con Dios. La fe bíblica es una fe histórica, llamada a encarnarse en la historia, en un entramado de relaciones justas, solidarias, fraternas.

Mandamientos sociales

Servir a Dios implica servir a los hermanos, y este servicio debe traducirse en una organización social justa que dificulte e impida la explotación de los más débiles por los más fuertes garantizando la promoción integral de todos en todos los ámbitos de la existencia. El Decálogo es la carta magna de un pueblo que quiere ser libre y solidario. Las consecuencias económicas, sociales y políticas de la fe son claras. La justicia en la Biblia empieza cuando Dios oye el clamor de los oprimidos. Dios no puede ser invocado o utilizado como Aquel que garantiza un orden social injusto –sería una auténtica blasfemia-; un orden que algunos querrán hacernos creer –para defender sus intereses- que es querido por Él y que, en consecuencia, no debería ser cambiado.

La justicia no es en primer lugar un comportamiento conforme a la ley sino más bien un comportamiento fraterno en la comunidad de la Alianza, un modo de vida social. No es solamente una actitud interior delante del Señor, sino que debe ser vivida y practicada en el seno de la comunidad. La justicia comporta una dimensión social: es interpersonal y comunitaria. La dimensión social de la justicia significa observar los mandamientos sociales dados por Yahvé para que la concordia, la solidaridad, el bienestar, el bien-ser reinen en la comunidad.

Refugio en el culto

Toda religión tiene actividades de culto que a veces, en el ánimo de ciertos creyentes, tienden a convertirse en exclusivas con el riesgo o peligro de reducir la religión a dichas actividades, olvidando así otras preocupaciones de carácter social, humanitario relacionadas con nuestra condición de ciudadanos, con nuestra presencia en la sociedad, en el mundo que el Creador ha confiado al hombre. Y estas preocupaciones sociales son también religiosas. No es infrecuente encontrar creyentes que reducen la religión a una relación con Dios, relación vivida exclusivamente en el ámbito cultual o litúrgico.

Encontramos en los profetas fuertes críticas al culto, a los sacrificios cuando éstos van acompañados de una situación de explotación del pobre, de injusticia. Odio vuestros sacrificios y me aburren vuestras ofrendas; si necesitará algo, ¿creéis que tendría que pedirlo a vosotros? Is. 1, 11 ss. Am. 5, 21-24.

Vigías de Dios

Los profetas han actuado como educadores del pueblo, como despertadores de su conciencia en el ámbito de la justicia, sobre todo hacia los más débiles: la viuda, el huérfano, el extranjero. Los más indefensos, vulnerables, desprotegidos. Van a sembrar el “desconcierto” en la conciencia de los creyentes hablando de la “cólera” de Dios, una cólera motivada por consideraciones aparentemente extrañas a la religión, al menos a una manera de vivir la religión. Sus críticas vigorosas y lúcidas nacen de la reflexión sobre las relaciones sociales de su época: la política, la economía. Cf. Is. 5, 8-13 y 58, 1-12 Jr. 5, 26-31 y 22, 13-19. Am. 8, 4-8. Los profetas van a desmontar la falsa seguridad religiosa que vive el pueblo, sobre todo las clases dirigentes –religiosas y políticas- y recuerdan a todos lo que Dios quiere: la justicia y el derecho. El culto agradable a Dios consiste en liberar a los oprimidos, practicar la justicia social y la fraternidad universal, en esto consiste “conocer y amar a Dios”.

TEXTOS

“El combate contra la miseria, urgente y necesario, es insuficiente. Se trata de construir un mundo donde todo hombre, sin excepción de raza, religión o nacionalidad, pueda vivir una vida plenamente humana, emancipado de las servidumbres que le vienen de parte de los hombres y de una naturaleza insuficientemente dominada; un mundo donde la libertad no sea una palabra vana y donde el pobre Lázaro pueda sentarse a la misma mesa del rico (Lc 16, 19-31)”. (Pablo VI, Populorum Progressio 47)

“Un cristianismo que haya perdido su dimensión vertical se habrá perdido a sí mismo. Pero un cristianismo que utilice las preocupaciones verticales como medio para rehuir responsabilidades ante los hombres no será ni más ni menos que una negativa de la encarnación ... Es hora de comprender que todo miembro de la Iglesia que rehuye en la práctica tener una responsabilidad ante los pobres es tan culpable de herejía como el que rechaza una de las verdades de la fe”. (Visser Hooft, Discurso en la Asamblea mundial de las Iglesias. Upsala 1968).

PREGUNTAS

* Efesios 2, 8-9. Romanos 3, 21-22a. II Timoteo 1, 9. Sólo Dios es justo, sólo Él nos hace justos.

* Éx 22, 20-21. Jr 22, 3. Dt 15, 7-8. Prov 22, 22-23. ¿Normas religiosas o sociales? Esto es lo que Dios pide a su pueblo: preocuparse por el prójimo, especialmente por el pobre. Quien esto cumple es el auténtico religioso.

* Amós 8, 4-7. Palabras válidas ayer y hoy. ¿Se puede ir de procesión en procesión, de santuario en santuario y al mismo tiempo practicar la injusticia, explotar al pobre?

P. Carlos Collantes Díez sx