Skip to main content

05.- LA MISIÓN EN EL ESPÍRITU

23 May 2016
3617

Ya sabemos que el concilio Vaticano II ha querido recordarnos que el Espíritu actúa en el corazón de cada persona mediante las “semillas del Verbo”, y esta acción se manifiesta en las iniciativas religiosas, en los esfuerzos de la actividad humana que tienden a la verdad, al bien, a Dios. El mismo concilio ha afirmado la posibilidad de salvación fuera de la Iglesia. Los rayos de la verdad, de la gracia y, en consecuencia, de la salvación se encuentran también en otras religiones.

Los individuos, la sociedad y la historia, las culturas y por supuesto las religiones gozan de la presencia y de la actividad del Espíritu Santo, que dirige el curso de los tiempos “con una providencia admirable y renueva la faz de la tierra”. El mismo Espíritu esparce las “semillas del Verbo” en los ritos y en las culturas y los prepara a madurar en Cristo.

El Espíritu -viento impetuoso de libertad- creativo y creador “sopla donde quiere”. La libertad ilimitada del Espíritu de Dios no puede quedar encerrada dentro de los límites de la Iglesia. Ciertamente, el Espíritu Santo actúa en el seno de la Iglesia renovándola, dándole aliento y esperanza, abriéndola al futuro y empujándola sin cesar al anuncio de Cristo. Unida a esta acción, el Espíritu tiene una manifestación universal, que consiste en la preparación y desarrollo de las semillas del Verbo -de sus dones- en todas las personas y en todos los pueblos, “guiando a la Iglesia para descubrirlos, promoverlos y recibirlos mediante el diálogo”.(RM 29) La misión que el Espíritu realiza en la Iglesia se conjuga y armoniza con la acción que el mismo Espíritu realiza en la humanidad.

Superar barreras

El Espíritu “forzó” a la primera Iglesia a abrirse a horizontes nuevos e insospechados. Pedro se vio forzado por el Espíritu a ir más allá de sus costumbres, barreras y convicciones de buen judío y vio cómo el Espíritu se daba y actuaba en los “paganos” que esperaban la salvación y encontraron plenitud de vida en el evangelio de Jesús. (Hechos 10, 44-45 Pablo, guiado por el mismo Espíritu, atravesó las fronteras que separaban a dos continentes y comenzó a predicar el evangelio en lo que hoy es Europa. (Hechos 16, 9-10) Por eso, apasionado por la libertad y la unidad, pudo escribir repetidas veces en sus cartas que “no hay griego y judío; circunciso e incircunciso; bárbaro, escita, esclavo, libre, sino que Cristo es todo y en todos”. (Col. 3, 11) No somos nosotros sino el Espíritu el verdadero protagonista de la misión. La misión -iniciativa divina que nace del corazón del Padre- es un misterio de amor que nosotros vamos rastreando con humildad y apertura al Espíritu.

Acogida, respeto

El Espíritu actúa en el destinatario del mensaje evangélico y en su cultura antes de que el misionero llegue con el anuncio del evangelio. Todas las culturas poseen auténticos valores, que son como gérmenes -semillas del Verbo- presentes en ellas, semillas que fructifican al contacto con el evangelio, palabra viva. No es, por tanto, la presencia del evangelizador que hace que el Señor se haga presente, El ya está ahí desde siempre. El anuncio evangélico hace más explícita y visible esa presencia del Señor. Pablo, cuando llega a Atenas, procede con tacto y respeto, valorando la religiosidad de los atenienses. (Hechos 17, 23-24) Partiendo de esta religiosidad y de la inscripción: “Al Dios desconocido”, el Dios que adoran sin saber quién es, comienza a anunciarles el Dios que Jesucristo nos revela. Pablo reconoce y acoge esa presencia escondida del Señor, y de esta manera pone de manifiesto que es el Espíritu el que suscita todo destello de verdad, revelándonos su presencia y su acción. Esta actitud de reconocimiento y de acogida cordial de la presencia del Señor nos es indispensable y más necesaria que nunca en nuestro tiempo y en nuestras sociedades pluralistas e interculturales.

Salir hacia

En nosotros coexisten dos tendencias contrapuestas. La primera nos empuja a buscar y estar con los que nos son cercanos o semejantes por cultura, por sensibilidad, por ideas, por tradiciones. Si no estamos vigilantes y nos dejamos llevar únicamente por esta tendencia nos vamos marginando y nos convertimos en un grupo aislado, incluso en un gueto. La otra nos impulsa a la salida, al encuentro, a la acogida, a la solidaridad con quien es diferente. Esta tendencia, al empujarnos hacia quienes son diferentes, haciéndonos salir del estrecho círculo de lo familiar, nos conduce cada vez más lejos y se nos abren horizontes nuevos. ¿Podemos decir que amamos a Dios si no toleramos ni acogemos a quien es diferente? La fe nos exige salir de nosotros mismos, de nuestro mundo conocido, nos impide rechazar a los otros cuando y porque son diferentes o no encajan en nuestros esquemas, modelos, criterios culturales o personales. El encuentro, la acogida con quien es diferente de nosotros nos ofrece posibilidades nuevas: enriquecernos con un estilo de vivir propio de otra cultura. Nos enseña además a relativizar nuestras categorías culturales, nuestra forma de ver el mundo, pudiendo llegar a un nivel de comunicación más profundo donde, gozosos, nos sentimos miembros de una común humanidad. “Sólo se ve bien con el corazón”, con un corazón habitado por el Espíritu.

Nuevos desafíos

Estamos siendo confrontados a situaciones nuevas. Pensemos en esos hermanos que llegan de países del Sur… los emigrantes. Son un desafío para nuestra sociedad y para nuestra Iglesia, desafío que puede convertirse en una oportunidad, una gracia. Nos encontramos frente a una invitación del Espíritu a acoger, a salir; un tiempo oportuno para revitalizar nuestras comunidades. Hay ONGs que realizan, por motivaciones humanitarias, un significativo trabajo de acogida y de acompañamiento, y nosotros que somos cristianos y que tenemos valores y motivaciones más fuertes, como esa fraternidad nueva que brota de la fe, ¿nos vamos a quedar cruzados de brazos, mirando o criticando, tal vez, lo que otros hacen o arriesgan? Frente al deseo fuerte de seguridad que llevamos dentro y que, con frecuencia, configura la religiosidad, el Espíritu, actuando libremente, pone en cuestión nuestras ideas y prácticas, nos desestabiliza y nos lanza hacia lo nuevo y desconocido que encontramos en la sociedad, en la cultura y nos empuja para hacernos presentes en los desafíos que vamos descubriendo en nuestro mundo.

Mirada esperanzada

¿Creemos de verdad en la presencia y acción del Espíritu en corazones, religiones, culturas? ¿Tenemos una mirada respetuosa y acogedora de las “semillas del Verbo”, de todo lo bueno presente en religiones y culturas? Si el Espíritu está presente en toda la realidad humana con su múltiple riqueza, con la abundancia de sus dones, con la pluralidad de sus manifestaciones, esta convicción invita a la Iglesia a vivir abierta a esta presencia universal del Espíritu. La mirada que tengamos sobre el mundo: sombría o esperanzada, es decisiva; será siempre una mirada que revelará la calidad y profundidad de nuestra fe. Y el Espíritu siempre nos invita a la esperanza. El Espíritu como la misión, la apertura a todos mantiene a la Iglesia joven y arraigada en la esperanza.

ORACIÓN

“Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

PREGUNTAS

* Como nos relatan los Hechos de los Apóstoles, Pedro y Pablo forzados por el Espíritu superaron barreras y fronteras. ¿Qué fronteras o barreras debería atravesar, superar hoy la Iglesia?

* ¿Qué semillas del Verbo, qué valores positivos descubrimos en nuestra cultura, en nuestra sociedad que puedan servirnos de soporte para anunciar el evangelio?

* El Espíritu hace nuevas todas las cosas. ¿Cómo es nuestra mirada sobre el mundo? ¿Qué mirada tiene la Iglesia?

P. Carlos Collantes Díez sx