Skip to main content

14.- EVANGELIO, MISIÓN Y CULTURAS (1)

21 Diciembre 2017
2246

Decía Juan Pablo II en una carta del 20 de mayo de 1982: “La síntesis entre fe y cultura no es únicamente una exigencia de la cultura, sino también de la fe. Una fe que no se haga cultura, es una fe que no ha sido plenamente acogida, enteramente pensada y fielmente vivida”. En los próximos artículos intentaremos reflexionar sobre la relación entre la misión –el anuncio del evangelio- y las culturas. Sobre el proceso de inculturación de la fe cristiana.

 

La cultura es la forma de entender, valorar y expli­car la vida que comparte una comunidad humana. Cada pueblo tiene su cultura propia. Fuera de su cultura uno no se en­tiende ni sabe quién es, pierde su identidad, porque la cultura no es un añadido sino algo que nos constituye como personas y como pueblos. El Evangelio, que es también una manera de entender y de vivir la vida, no puede comunicarse al margen de ella.

“He venido para que tengan vida y vida en abundancia” (Jn 10, 10). El evangelio es una oferta de amor, una invitación a ser dichoso, un ofrecimiento de salvación y de vida plena. (Ya hemos visto en artículos anteriores cómo se entiende la salvación). La razón de la misión es la participación de todos en la Vida. Nosotros vivimos el encuentro con la Vida siguiendo a Jesús –camino, verdad y vida- y por eso lo anunciamos porque en él encontramos Vida y queremos que otros la encuentren también. Nuestro acercamiento a los otros para que participen en el evangelio de la Vida encuentra su fundamento y su referencia en el acercamiento de Dios a nosotros, el Dios de la vida, el Dios con nosotros. La inculturación es un camino que va en esa dirección: la participación de todos en la vida, por ello es inseparable de la liberación para que la vida de todos sea plena. La dignidad de la persona es la base de toda cultura. 

Tierra habitada

Dios cuando se revela y manifiesta lo hace de manera inteligible, utiliza una lengua o mejor un lenguaje comprensible por los destinatarios de su mensaje, y la lengua es mucho más que un conjunto de palabras, significa todo ese rico universo simbólico y mental propio de cada cultura. La experiencia religiosa utiliza, para expresarse, el lenguaje de la cultura en la que se vive. El anuncio y la acogida del evangelio acontecen en un ambiente, en un entorno cultural dado. La acogida, una vez realizada, se expresará con el lenguaje, con los símbolos propios de la cultura del grupo humano que acoge el evangelio. Dios –la experiencia que de él tenemos- cuando irrumpe, se manifiesta no en le vacío sino en una “tierra habitada”, en un “campo de aterrizaje”; esto sucede en el ámbito personal –en quien lo acoge que tiene su psicología- y sucede también en el ámbito colectivo, el grupo tiene su cultura. 

Búsqueda de sentido

El término cultura en su sentido popular evoca generalmente el conocimiento de las obras del espíritu: literatura, música, pintura. En ese sentido diremos que una persona tiene mucha cultura, o es una persona cultivada. Esta significación implica que la cultura está distribuida o repartida de forma desigual: individuos que tienen cultura y otros que no, grupos o pueblos con cultura y otros no. Esta significación tiene connotaciones elitistas y etnocentristas y  en este sentido no nos parece aceptable.

Hay una definición famosa desde 1871 dada por el antropólogo Tylor: “un conjunto complejo que incluye los conocimientos, las creencias, el arte, el derecho, la moral, las costumbres y todas las capacidades (aptitudes y hábitos) adquiridas por el hombre como miembro de una sociedad”. Es decir que cultura incluye una serie de elementos: materiales, mentales, éticos, institucionales que organizan y regulan la vida social. También podemos decir que la cultura es el conjunto de maneras de pensar, obrar y sentir de una comunidad en su triple relación con la naturaleza, con el hombre y con el Absoluto. La cultura tiene que ver con la manera como un pueblo resuelve o afronta sus necesidades de supervivencia, de convivencia, de búsqueda de sentido.

La persona tiene necesidad de sentido, esta necesidad incluye las ideas y los valores del grupo humano al que pertenece, estos valores se concretan o plasman en instituciones que regulan y ordenan la vida de las personas. A todo esto responde la cultura que está siempre en relación con la necesidad de sentido. Por eso podemos decir que la cultura es una “matriz de sentido y de significación para el hombre y para la sociedad… una matriz de significado y de orientaciones” (JM Mardones).

El evangelio purifica y enriquece

Dios sale permanentemente al encuentro de la persona humana y ésta vive en un grupo social, en comunidad, una comunidad que tiene una cultura propia y específica, por ello el encuentro del evangelio con una cultura es algo normal, siendo al mismo tiempo un proceso continuo y no meramente puntual. Cuando una persona acoge el evangelio y se deja transformar por él es normal que exprese su fe en su propia cultura. El evangelio no encuentra únicamente individuos aislados sino pertenecientes a un grupo social que tiene su cultura, su visión del mundo, encuentra una comunidad, y es esta comunidad la que acogerá el evangelio, de forma que cuando un pueblo responde y acoge la Buena Nueva en su propio contexto sociocultural surge una Iglesia local. El evangelio comienza a arraigarse en el humus cultural de esta comunidad humana, y al mismo tiempo que se arraiga, va más allá, transciende la comunidad que lo acoge, es decir, que critica, purifica, enriquece los valores culturales. Enriquece y se enriquece, porque se expresará en un lenguaje cultural nuevo, distinto, aunque cualquier ropaje cultural del evangelio será siempre limitado, porque el pueblo que lo expresa estará siempre situado históricamente y por tanto condicionado, limitado por su cultura. Las distintas Iglesias locales que nacen hacen que la Iglesia universal se enriquezca y se entienda como una comunión de Iglesias locales. Cada comunidad cristiana viva busca en su historia, en las riquezas de su herencia o patrimonio cultural los elementos que le permitan expresar su experiencia de Dios, de esta manera podrá vivir el evangelio de manera singular, enriqueciendo el rostro de toda la Iglesia universal. La comunión hace que la Iglesia tenga rostros diferentes.

El evangelio cuando llega por la primera vez, llega con un ropaje cultural “extranjero”, del misionero que lo lleva y anuncia, que viene de otra cultura. Y esto es normal porque el evangelio no existe químicamente puro, está siempre revestido de unas determinadas formas o expresiones culturales. Para que una Iglesia se haga local, el evangelio tiene que dialogar con la cultura del grupo humano que lo acoge.

La palabra inculturación pertenece al ámbito de la teología y tiene como modelo o referencia la Encarnación del Verbo, de la Palabra. Es un proceso, nunca acabado, de encuentro entre el Evangelio y la cultura de acogida, y el contexto en el que se realiza este encuentro es la construcción del Reino de Dios.

TEXTOS

“La inculturación comprende una doble dimensión: por una parte, “una íntima transformación de los auténticos valores culturales mediante su integración en el cristianismo” y, por otra, “la radicación del cristianismo en las diversas culturas humanas”. El Sínodo considera la inculturación como una prioridad y una urgencia en la vida de las Iglesias particulares para que el Evangelio arraigue realmente en África; “una exigencia de la evangelización”; “un camino hacia una plena evangelización”; uno de los desafíos mayores para la Iglesia en el continente a las puertas del tercer milenio” (E in Af, 59).

“El Evangelio y, por consiguiente, la evangelización no se identifican ciertamente con la cultura y son independientes con respecto a todas las culturas. Sin embargo, el reino que anuncia el Evangelio es vivido por hombres profundamente vinculados a una cultura, y la construcción del reino no puede por menos de tomar los elementos de la cultura y de las culturas humanas. Independientes con respecto a las culturas, Evangelio y evangelización no son necesariamente incompatibles con ellas, sino capaces de impregnarlas a todas sin someterse a ninguna” (Pablo VI EN 20).

PREGUNTAS

Continuidad, perfeccionamiento y ruptura, novedad. Mateo 5, 17-37 “… No he venido a abolir, sino a dar plenitud… Habéis oído que se dijo… pero yo os digo…”.

Juan 2, 13-22 “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré… Pero él hablaba del templo de su cuerpo”. Jesús, templo nuevo, lugar definitivo del encuentro de Dios con la humanidad.

Marcos 2, 18-22 “… a vino nuevo, odres nuevos”. Jesús revolucionó las tradiciones de su propio pueblo, cultura y religión, buscando la verdadera libertad interior para mejor servir a Dios y al hermano.

P. Carlos Collantes Díez sx