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17.- JESÚS FUENTE DE VIDA PLENA (4)

21 Diciembre 2017
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Habíamos dejado a nuestro audaz joven en busca del fetiche de la inmortalidad (biaŋ enyiŋ) en el país de los muertos (nnam bewu). Tras la enorme extrañeza de éstos al ver a un vivo entre ellos, uno tras otro, con aire resignado y un deje de impotencia, todos los fabricantes de fetiches le fueron diciendo: “la muerte nos ha vencido”. “¿Quién hubiera podido salvarnos de la muerte?”, se decían en su vagar.

En esas, un anciano venerable y de aspecto risueño, que había seguido al joven en su tenaz búsqueda, bruscamente, empujado por la curiosidad y la esperanza, le preguntó: “¿Cómo te llamas, jovenzuelo?” “Si” (tierra), le respondió el joven. “¿Y qué más?” “Medzo” (conflicto), añadió.

El rostro del anciano se iluminó de esperanza, acababa de descubrir que aquel joven atormentado era ¡un descendiente suyo! Tal vez un tataranieto, el tiempo en el país de los muertos tiene otra duración. ¡Seguía vivo en él! En ese joven rebosante de vida y hambriento de futuro. ¡Continuaba a vivir en él! De forma lapidaria, gozoso y tajante, le dijo a nuestro joven: “Vuelve al país de los vivos, cásate y ten muchos hijos, ahí está el fetiche de la inmortalidad”… Hasta aquí la historia ligeramente coloreada.

Sed de eternidad

Esta es la respuesta que encontramos en ciertos pueblos y culturas a nuestra sed de eternidad y de vida plena. Tener muchos hijos para vivir, una vez muertos, en ellos, en su recuerdo, en sus descendientes, en la cadena de la vida; una vida, sin embargo, siempre efímera y amenazada por la precariedad. Una de las primeras afirmaciones que me llamaron la atención al inicio de mi inmersión en este mundo tan diferente del mío la encontré en un libro de un teólogo camerunés: “el africano no tiene miedo de la muerte, tiene miedo de morir sin descendencia” (Podéis imaginar que esta forma de concebir la posibilidad de una inmortalidad difuminada y etérea puede ayudarnos a intuir porqué en ciertas tradiciones o culturas quieran tener muchos hijos… hay otras causas explicativas sin duda, ésta es sólo una; la riqueza tradicional era -las culturas cambian, ¿lo sigue siendo?- el número de hijos. Pero, no es mi intención abordar en estas páginas este complejo problema que suscita controversias y debates encendidos, sobre todo cuando se desconoce todo o casi todo de los principales rasgos de la cultura del otro, sus condiciones materiales de vida, su historia pasada, sus arraigadas creencias).

Dios peregrino

Volvamos a nuestra historia, y a nuestra sed: “nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (S Agustín). Intenté explicar algo de la novedad de la esperanza cristiana cuya fuente y garantía es la Resurrección de Jesús. Cristo es la respuesta definitiva a nuestra sed de vida, “¿A dónde iremos? sólo tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6, 68). Las palabras de nuestras tradiciones humanas, de nuestros antepasados son insuficientes, han iluminado nuestro caminar, pero ahora tenemos la suerte de conocer la Luz misma, la fuente de toda luz, les decía. Si en nuestra tradición hay “semillas de Verbo”, ahora podemos conocer al Verbo mismo, al Verbo encarnado que ha esparcido a lo largo de los tiempos y culturas semillas de su presencia y ahora ha plantado su tienda entre nosotros, en nuestra fragilidad, en nuestra carne, en nuestra historia, en nuestro futuro, el Dios con nosotros que se ha hecho peregrino de nuestros caminos, anhelos y sueños, y nos muestra su rostro escondido, rostro que nuestros antepasados no tuvieron la suerte de conocer. Y en el momento de nuestra muerte no nos abandonará –no nos preguntará cuanto hijos hemos tenido- porque nos ha creado para la Vida, tras nuestro paso obligado por el túnel de la muerte, y porque Jesucristo es el gran Antepasado que existe desde siempre, “el primogénito de toda criatura”… “el principio, el primogénito de entre los muertos…” como nos recuerda bellamente S. Pablo. Y ”…lo que vale es una fe que se traduce en amor” (Gal 5,6)

Familia numerosa

Un viernes santo bruscamente les pregunté: “¿Vale la pena seguir a un hombre que muere joven y sin descendencia?” El viernes santo era el día que más gente venía a la celebración, durante años celebramos un rito tradicional, una adaptación de una danza llamada esani que bailaban cuando un personaje importante moría, para alegrarse por todo el bien que había hecho por los suyos y proclamar sus alabanzas; y seguíamos, en la celebración litúrgica, por cuanto era posible, el rito tradicional de todo enterramiento. La pregunta sobre la muerte (nsili awu) es siempre algo obligado, hay que explicar -si se puede- la causa de la muerte, porque en la tradición “la muerte es inseparable de una explicación” (awu te kean ai ndoŋ), ¡rara vez es considerada como natural! Y cada muerte tiene su explicación. Los portavoces de los diferentes grupos de la parroquia y del barrio, uno tras otro se dirigían a mí, entre danzas y a ritmo de tamtan, pidiéndome de manera interpeladora explicaciones de la muerte de Jesús ya que la víspera estaba vivo, habíamos celebrado la última cena; una celebración teatralizada en la que yo al ser el responsable de la parroquia, representaba al “pariente” más cercano de Jesús. En esos momentos yo debía permanecer en silencio y “encajar” sus exigencias de explicación. Después de la pasión –el evangelio- no leída sino cantada a coro, con la intervención de todos en ciertos momentos, yo podía explayarme, y lo hacía. En un entierro real, el portavoz del clan, el que tiene el derecho a la palabra (ntum nnam), explica en ese momento a todos el porqué de la muerte (ntie ndoŋ awu), tal intervención encajaba perfectamente en nuestra celebración, era el momento de la homilía, y yo la hacía como portavoz del “clan de los cristianos”, como responsable de la comunidad cristiana. Sabiendo que en la tradición es una desgracia enorme morir sin descendencia, fue en ese momento -decía- donde un año se me ocurrió preguntar a bocajarro: “¿Vale la pena seguir a un hombre que muere joven y sin descendencia? ¡Qué pobre tipo ese Jesús!” Silencio extrañado… “Sin embargo, fijaos, esta tarde somos más numerosos que nunca, y somos de distintas etnias y, todos, reunidos por Jesús y alrededor suyo, somos su familia que él ha creado con la ofrenda de su vida. Y somos muchos más, esparcidos por todo el mundo, «de toda raza, lengua, pueblo y nación»: ¿ha habido o habrá algún hombre más fecundo que él?”

Ese día escuchamos también el poema de Siervo de Yahvé: “Cuando entregue su vida… verá su descendencia, prolongará sus años… Por los trabajos de su alma verá la luz… le daré una multitud como parte…” (Isaías 53, 10-12). Jesús “pasó haciendo el bien”, su muerte, su vida entregada es el supremo gesto de generosidad, de solidaridad con todos nosotros, es uno de los nuestros, no se avergüenza en llamarnos hermanos y sus entrañas están llenas de compasión y ternura (Hebreos 2, 10-18). Si queremos gozar de la Vida plena, dichosa, Jesús conoce el secreto, es el único que tiene la “receta” de la Vida y de la resurrección (biaŋ enyiŋ ntud tege wu):”Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día…” (Juan 6, 54-55) La receta es EL MISMO.

TEXTOS

… A África, apremiada en todas partes por gérmenes de odio y violencia, por conflictos y guerras, los evangelizadores deben proclamar la esperanza de la vida fundamentada en el misterio pascual. Justo cuando, humanamente hablando, su vida parecía destinada al fracaso, Jesús instituyó la Eucaristía, «prenda de la gloria eterna», para perpetuar en el tiempo y en el espacio su victoria sobre la muerte. Por esto la Asamblea especial para África, en este período en que el continente africano bajo algunos aspectos está en situaciones críticas, ha querido presentarse como «Sínodo de la resurrección, Sínodo de la esperanza (...). ¡Cristo, nuestra esperanza, vive y nosotros también viviremos!». ¡África no está orientada a la muerte, sino a la vida! (E in Af 57)

Es necesario, pues, «que la nueva evangelización esté centrada en el encuentro con la persona viva de Cristo». «El primer anuncio debe tender, por tanto, a hacer que todos vivan esa experiencia transformadora y entusiasmante de Jesucristo, que llama a seguirlo en una aventura de fe». Tarea, ésta, singularmente facilitada por el hecho de que «el africano cree en Dios creador a partir de su vida y de su religión tradicional. Está, pues, abierto también a la plena y definitiva revelación de Dios en Jesucristo, Dios con nosotros, Verbo hecho carne. Jesús, Buena Nueva, es Dios que salva al africano (...) de la opresión y de la esclavitud». (E in Af nº 57)

PREGUNTAS

Juan 6,22-69. Jesús fuente de Vida plena y definitiva, es el único que puede saciar de verdad y para siempre nuestra hambre y sed de eternidad.

Efesios 1,3-19 y Colosenses 1,13-20. En Jesús encontramos la luz definitiva. Nuestra identidad más auténtica, real, profunda está incompleta sin la resurrección de Jesús y sin la nuestra personal.

Hebreos 4,14-5,10; y 10,19-25. En Jesús tenemos acceso libre y confiado al Padre, Dios de vivos, Dios fiel que nos ama con amor incondicional e irrevocable.

P. Carlos Collantes Díez sx