Skip to main content

19.- LA IGLESIA Y LA INCULTURACIÓN

21 Diciembre 2017
1854

Después de una serie de artículos dedicados al tema de la inculturación del evangelio, me ha parecido útil dar a conocer algunos textos importantes del magisterio del anterior papa y de los obispos, textos que reflejan las conclusiones de los diferentes sínodos continentales celebrados en la pasada década. Sabemos que hay sombras, demasiadas sombras, y situaciones muy dolorosas, sin embargo, entre las abundantes y lúcidas expresiones de estos textos, me he fijado en aquella que reflejan las dimensiones más positivas de cada continente.

“Los pueblos de Asia se sienten orgullosos de sus valores religiosos y culturales típicos, como por ejemplo: el amor al silencio y a la contemplación, la sencillez, la armonía, el desapego, la no violencia, el espíritu de duro trabajo, de disciplina y de vida frugal, y la sed de conocimiento e investigación filosófica. Aprecian mucho los valores del respeto a la vida, la compasión por todo ser vivo, la cercanía a la naturaleza, el respeto filial a los padres, a los ancianos y a los antepasados, y tienen un sentido de comunidad muy desarrollado. De modo muy particular, consideran la familia como una fuente vital de fuerza, como una comunidad muy integrada, que posee un fuerte sentido de la solidaridad. Los pueblos de Asia son conocidos por su espíritu de tolerancia religiosa y coexistencia pacífica. Sin negar la presencia de fuertes tensiones y violentos conflictos, se puede decir que Asia ha mostrado a menudo una notable capacidad de adaptación y una apertura natural al enriquecimiento recíproco de los pueblos, en la pluralidad de religiones y culturas. Además, a pesar del influjo de la modernización y la secularización, las religiones de Asia dan signos de gran vitalidad y capacidad de renovación, como se puede ver en los movimientos de reforma en el seno de los diversos grupos religiosos. Muchos, especialmente entre los jóvenes, sienten una profunda sed de valores espirituales, como lo demuestra el nacimiento de nuevos movimientos religiosos”.

“Siguiendo el itinerario del concilio Vaticano II, los padres del Sínodo prestaron atención a la acción múltiple y variada del Espíritu Santo, que siembra constantemente semillas de verdad entre todos los pueblos y en sus religiones, culturas y filosofías. Eso significa que éstas son capaces de ayudar a las personas, de forma individual y colectiva, a actuar contra el mal y a servir a la vida y a todo lo que es bueno. Las fuerzas de la muerte aíslan entre sí a los pueblos, a las sociedades y a las comunidades religiosas, y engendran sospechas y rivalidades que llevan a conflictos. Al contrario, el Espíritu Santo sostiene a las personas en la mutua comprensión y aceptación. Así pues, con razón, el Sínodo vio en el Espíritu de Dios el agente primario del diálogo de la Iglesia con todos los pueblos, culturas y religiones”. (Ecclesia in Asia 6 y 15)

África, no obstante sus grandes riquezas naturales, se encuentra en una situación económica de pobreza. Sin embargo posee una múltiple variedad de valores culturales y de inestimables cualidades humanas, que puede ofrecer a las Iglesias y a toda la humanidad…”

“En la cultura y tradición africanas, el papel de la familia está considerado generalmente como fundamental. El africano, abierto a este sentido de la familia, del amor y del respeto a la vida, ama a los hijos, que son acogidos con alegría como un don de Dios. «Todos los hijos e hijas de África aman la vida. Precisamente es el amor por la vida el que les manda atribuir una importancia tan grande a la veneración por los antepasados. Creen instintivamente que los muertos continúan viviendo y desean permanecer en comunión con ellos. De algún modo, ¿no es ésta una preparación para la fe en la comunión de los Santos? Los pueblos de África respetan la vida que es concebida y nace. Se alegran de esta vida. Rechazan la idea de que pueda ser aniquilada, incluso cuando las llamadas "civilizaciones desarrolladas" quieren inducirlos a esto. Y las prácticas hostiles a la vida se les imponen por medio de sistemas económicos al servicio del egoísmo de los ricos ». Los africanos manifiestan respeto por la vida hasta su término natural y reservan dentro de la familia un puesto a los ancianos y a los parientes”.

“Las culturas africanas tienen un agudo sentido de la solidaridad y de la vida comunitaria. No se concibe en África una fiesta que no sea compartida con todo el poblado. De hecho, la vida comunitaria en las sociedades africanas es expresión de la gran familia. Con ardiente deseo oro y pido que se ore para que África conserve siempre esta preciosa herencia cultural y nunca sucumba a la tentación del individualismo, tan extraño a sus mejores tradiciones”. (Ecclesia in Africa 42 y 43)

Considerando Europa como comunidad civil, no faltan signos que dan lugar a la esperanza: en ellos, aun entre las contradicciones de la historia, podemos percibir con una mirada de fe la presencia del Espíritu de Dios que renueva la faz de la tierra. Los Padres sinodales los han descrito así al final de sus trabajos: «Comprobamos con alegría la creciente apertura recíproca de los pueblos, la reconciliación entre naciones durante largo tiempo hostiles y enemigas, la ampliación progresiva del proceso unitario a los países del Este europeo. Reconocimientos, colaboraciones e intercambios de todo tipo se están llevando a cabo, de forma que, poco a poco, se está creando una cultura, más aún, una conciencia europea, que esperamos pueda suscitar, especialmente entre los jóvenes, un sentimiento de fraternidad y la voluntad de participación. Registramos como positivo el hecho de que todo este proceso se realiza según métodos democráticos, de manera pacífica y con un espíritu de libertad, que respeta y valora las legítimas diversidades, suscitando y sosteniendo el proceso de unificación de Europa. Acogemos con satisfacción lo que se ha hecho para precisar las condiciones y las modalidades del respeto de los derechos humanos. Por último, en el contexto de la legítima y necesaria unidad económica y política de Europa, mientras registramos los signos de la esperanza que ofrece la consideración dada al derecho y a la calidad de la vida, deseamos vivamente que, con fidelidad creativa a la tradición humanista y cristiana de nuestro continente, se garantice la supremacía de los valores éticos y espirituales”.

“… por doquier es necesario un nuevo anuncio incluso a los bautizados. Muchos europeos contemporáneos creen saber qué es el cristianismo, pero realmente no lo conocen. Con frecuencia se ignoran ya hasta los elementos y las nociones fundamentales de la fe. Muchos bautizados viven como si Cristo no existiera… Los grandes valores que tanto han inspirado la cultura europea han sido separados del Evangelio, perdiendo así su alma más profunda y dando lugar a no pocas desviaciones”. (Ecclesia in Europa 12 y 47)

“La inculturación del Evangelio es un proceso que supone reconocimiento de los valores evangélicos que se han mantenido más o menos puros en la actual cultura; y el reconocimiento de nuevos valores que coinciden con el mensaje de Cristo. Mediante la inculturación se busca que la sociedad descubra el carácter cristiano de estos valores, los aprecie y los mantenga como tales. Además, intenta la incorporación de valores evangélicos que están ausentes de la cultura, o porque se han oscurecido o porque han llegado a desaparecer…

-La acción de Dios, a través de su Espíritu, se da permanentemente en el interior de todas las culturas. En la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo Jesucristo, que asumió las condiciones sociales y culturales de los pueblos y se hizo «verdaderamente uno de nosotros, semejante en todo, menos en el pecado» (Heb 4,15).

-La analogía entre la encarnación y la presencia cristiana en el contexto socio-cultural e histórico de los pueblos nos lleva al planteamiento teológico de la inculturación. Esta inculturación es un proceso conducido desde el Evangelio hasta el interior de cada pueblo y comunidad con la mediación del lenguaje y de los símbolos comprensibles y apropiados a juicio de la Iglesia.

-Una meta de la Evangelización inculturada será siempre la salvación y liberación integral de un determinado pueblo o grupo humano, que fortalezca su identidad y confíe en su futuro específico, contraponiéndose a los poderes de la muerte, adoptando la perspectiva de Jesucristo encarnado, que salvó al hombre desde la debilidad, la pobreza y la cruz redentora. La Iglesia defiende los auténticos valores culturales de todos los pueblos, especialmente de los oprimidos, indefensos y marginados, ante la fuerza arrolladora de las estructuras de pecado manifiestas en la sociedad moderna. (Santo Domingo IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano 230 y 243)