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26.- EN EL CAMINO DEL DIÁLOGO

19 Febrero 2018
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El diálogo es un servicio al hombre y a la sociedad, servicio que todas las religiones están llamadas a realizar y que en nuestros días se hace más necesario o urgente a causa de los conflictos y desequilibrios de nuestro mundo a cuya solución las religiones pueden contribuir con actitudes y prácticas de diálogo entre ellas. El concilio Vaticano II valoró de forma positiva, siempre con matices, las religiones no cristianas poniendo de esa manera las bases para la práctica del diálogo interreligioso.

“Todos los pueblos forman una comunidad, tienen un mismo origen, puesto que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la faz de la tierra, y tienen también un fin último, que es Dios, cuya providencia, manifestación de bondad y designios de salvación se extienden a todos, hasta que se unan los elegidos en la ciudad santa…” (Nostra Aetate 1) Venimos de Dios y hacia Él caminamos. El amor en el origen, la comunión plena al final del recorrido. La unidad de la familia humana -de origen y de destino- tiene para la Iglesia un fundamento teológico. Jesús venido para “reunir a los hijos de Dios dispersos” rehace y renueva -con la ofrenda de su vida- la unidad de todos; la fe funda una nueva fraternidad y en la raíz el gesto de Jesús que entrega su vida. Dentro de este designio de amor y de unidad encuentran su lugar las culturas y las religiones. Unidad en la diversidad histórica, caminos distintos que nos llevan al mismo y único Dios, aunque nuestros corazones, nuestras tradiciones religiosas lo perciban de manera diferente, con luces distintas, con imágenes variadas, en la penumbra, entre luces y sombras. Los cristianos oímos una voz alentadora y atractiva que nos dice: “yo soy la luz del mundo, el que me sigue no camina en tinieblas”.

Dios dialoga

La religión responde a esa doble necesidad de identidad –quienes somos- y de orientación -hacia donde vamos-. Si el evangelio dialoga con las culturas -lo hemos visto en los últimos números- ¿cómo no va a hacerlo con las religiones, ya que éstas constituyen el "alma" de la cultura misma, el secreto de la visión y del sentido de la vida de un pueblo? La Iglesia -“sacramento universal de salvación”- enviada al mundo, dialoga con él, quiere hacerlo aunque ¡cómo nos cuesta! Dialoga con sus gentes, con sus culturas y religiones, en situaciones sociopolíticas marcadas con dolorosa frecuencia por la injusticia. La misión ad gentes es anuncio y es testimonio, y ambos se viven en contextos diferentes e incluyen actividades variadas. Hemos abordado las relaciones entre la misión y la justicia, entre el evangelio y las culturas, existe además otra actividad importante y muy necesaria en nuestros días: el diálogo interreligioso.

La revelación de Dios tiene un carácter dialogal. “Y dijo Dios…” nos recuerda el libro del Génesis. Dios crea con la Palabra y establece un diálogo de amor con el ser humano, creado libre y responsable, capaz de escucha y respuesta. El diálogo es el modo, el estilo como Dios comunica y ofrece su salvación. Dios nunca impone o ejerce violencia para que aceptemos su voluntad. Respetuoso, se insinúa, sugiere, invita; a veces, como el viento libre e impetuoso, remueve, trastoca, conmueve, aunque tal vez esto último sólo suceda a los profetas, a quienes de verdad se dejan conducir por el Viento, por su Espíritu.

Sólo Dios salva

Estamos viviendo cambios profundos a nivel socio-cultural, que marcarán toda una época. A nivel eclesial también hemos vivido cambios significativos –teológicos- que afectan a la forma como la Iglesia se ve y ve su misión en el mundo. En el concilio Vaticano II la Iglesia repiensa y redefine su relación con la sociedad, con el mundo y se sitúa en él en actitud de apertura, diálogo, servicio. Del concilio sale una Iglesia que quiere vivir en el corazón de la historia, por eso se abre a perspectivas distintas, a nuevas sensibilidades. No nos encontramos con Dios al margen de nuestras circunstancias y la gente vive inmersa en un contexto, en una cultura, en una religión concreta.

Durante siglos -desde el punto de vista de su salvación- hemos tenido una visión pesimista de los no cristianos. El anuncio cristiano, seguido de la confesión de Cristo y de la recepción del bautismo, era totalmente necesario para tener acceso a la salvación eterna. El encuentro sincero con creyentes de otras religiones hizo evolucionar algunas ideas o mentalidades. Los teólogos, por su parte, fueron elaborando explicaciones que nos ayudarían a superar el pesimismo salvífico. Si la voluntad salvífica universal de Dios es real y de ello no podemos dudar, ¿podíamos seguir pensando que se condenaban por no haber sido bautizados? Si la Iglesia no se identifica con el Reino de Dios ni tiene el monopolio de la salvación –es Dios quien salva- ¿podíamos reducir la voluntad salvífica divina a la vía “oficial” que representa la Iglesia? Se fue llegando al optimismo salvífico.

Presencia de Espíritu

En un primer momento se afirma la posibilidad de salvación de las personas singulares. Quienes no conociendo el evangelio, sin culpa propia, se esfuerzan por actuar conforme a su conciencia, reciben la gracia de Dios y pueden alcanzar la salvación por caminos conocidos y ofrecidos por Dios, Padre de todos (LG 16. GS 22). Se da un paso más, inevitable, en forma de preguntas: los no cristianos consiguen la salvación en sus religiones ¿gracias a ellas o a pesar de ellas? ¿Son, éstas, caminos y vías de salvación? ¿Tienen un sentido positivo en el plan de Dios? Las religiones, dirán algunos teólogos, son un camino positivo para una relación correcta con Dios, caminos de salvación, no se encuentran al margen de la providencia de Dios, de la acción de su gracia. Son consideradas, por tanto, como positivamente queridas por Dios, como "vías de salvación". Caminos de salvación, los hombres se salvan en ellas, pero siempre por Cristo, es él -mediador universal- quien comunica la gracia, la misericordia, la salvación de Dios.

La actitud hacia las religiones ha ido cambiando. Son percibidas y valoradas como intentos de responder a los grandes interrogantes que anidan en el corazón humano y se puede descubrir en ella destellos o “semillas” del Verbo de Dios. No hay que ignorar o rechazar lo que contienen de verdadero, de santo. Sin embargo, el concilio nos recuerda que han de ser iluminadas, sanadas, purificadas, elevadas y consumadas por el cristianismo.

El pluralismo religioso caracteriza la situación permanente, el contexto en que viven muchas iglesias particulares, sobre todo en Asia. La interdependencia de pueblos y culturas favorece el impulso, la necesidad, la actitud de diálogo con las religiones por parte de la Iglesia. El Espíritu Santo actúa en todo tiempo y lugar, y está presente en las personas y en la sociedad, en culturas y religiones.

TEXTOS

“La cuestión de las relaciones entre las religiones adquiere cada día mayor importancia. Varios factores contribuyen a dar actualidad a este problema. Ante todo la creciente interdependencia entre las diversas partes del mundo, que se manifiesta en diversos planos: la información a la que accede un número siempre mayor de personas en la mayoría de los países; las migraciones están lejos de ser recuerdo del pasado; la tecnología y la industria modernas han provocado intercambios hasta ahora desconocidos entre muchos países. Es claro que estos factores afectan de manera diversa a los diferentes continentes y naciones, pero en una u otra medida ninguna parte del mundo puede considerarse ajena a ellos”. (“El cristianismo y las religiones” nº 1. Comisión Teológica Internacional, 1996)

“La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. Anuncia y tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es “el Camino, la Verdad y la Vida” (Juan 14, 6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas”. (Nostra Aetate nº 2 Vaticano II)

PREGUNTAS

Hechos 17, 22-31. Dios, más allá de nuestras ideas o imágenes sobre Él, no está lejos de ninguno de sus hijos e hijas, en Él vivimos y nos envuelve con su presencia.

Marcos 9, 38-41. Jesús reacciona frente a la actitud excluyente de los suyos. Hay signos del Reino de Dios dentro y fuera de la Iglesia. Jesús pertenece a todos.

Santiago 1, 26s. La viuda, el huérfano, el emigrante… son los símbolos bíblicos de todos los necesitados, marginados… El diálogo, como la verdadera religión, pasa por el compromiso con la vida. 

Carlos Collantes Díez, misionero javeriano