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28.- DIÁLOGO, CONVERSIÓN Y COLABORACIÓN

19 Febrero 2018
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En el número anterior aludíamos a una serie de actitudes: la escucha, el respeto, el conocimiento de la propia identidad religiosa, el progreso en el conocimiento mutuo y en la liberación de prejuicios, entre otras. El concilio Vaticano II, al valorar de forma positiva las religiones no cristianas, introdujo algunos presupuestos necesarios para el diálogo: la actitud de estima y de valoración positiva, de amistad y de colaboración. Actitudes que deben hacerse presentes en la tarea evangelizadora. 

La profunda actitud de respeto de la que hablamos, brota de la fe-convicción en la presencia universal del Espíritu en las religiones, presencia reconocida y acogida. Como nos recuerda Juan Pablo II: «La relación de la Iglesia con las demás religiones está guiada por un doble respeto: “Respeto por el hombre en su búsqueda de respuesta a las preguntas más profundas de la vida, y respeto por la acción del Espíritu en el hombre” .» (RM 29) 

Peregrinos de la verdad 

La plenitud de la verdad sólo la alcanzaremos al final, entre tanto todos estamos en camino, peregrinos somos hacia el único Dios, sólo en Él confluiremos; caminamos con interrogantes, entre luces y sombras y nuestras preguntas sólo entonces desaparecerán. Y en ese camino hacia la verdad no caminamos solos, la experiencia religiosa de otros hermanos nos acompaña, enriquece e ilumina. Peregrinos en una Iglesia peregrina que forma parte de una humanidad también peregrina, Pueblo de Dios en marcha hacia el Reino. Y el peregrino no se aferra, camina libre, despojándose cada vez más de realidades accidentales, accesorias, buscando lo esencial: el rostro de Dios en Jesucristo, en el hermano. Dios habita también en mi hermano, aunque piense distinto o crea de forma distinta o exprese su fe de forma, para mí, extraña. Se trata de caminar juntos, humildemente hacia la Verdad. Viajamos juntos descubriéndonos mutuamente hacia el único Dios, la única Verdad; y cuando le veamos cara a cara no habrá preguntas sólo comunión, entre tanto nuestros caminos son paralelos, a veces divergentes pudiendo ser hermanados o “humanados”, sólo Dios ve el corazón, nosotros las apariencias. 

Diálogo e identidad

La Iglesia camina en la historia, a veces con lucidez, otras con paso lento y desconcertado, en esa historia que Dios ha querido que sea de salvación; Iglesia samaritana y solidaria con la humanidad dolorida y esperanzada de la que forma parte y que se autodefine como “sacramento universal de salvación”, como signo e instrumento de esa voluntad salvadora de Dios en el camino hacia la meta que anhelamos, y siempre al servicio del Reino de Dios.

Si la fe es un don de Dios, es necesaria una actitud de sincera humildad para dialogar y para caminar juntos, y mientras caminamos, apertura para conocer y reconocer a Dios en el hermano. Vaya por delante que ni podemos ni debemos renunciar a lo que somos, a nuestra identidad más profunda, en ese caso no habría diálogo, ya que no se trata de llegar a posiciones sincretistas en el nombre de una falsa y cómoda paz, de un falso e imposible consenso. Ningún diálogo se puede construir sobre la renuncia u ocultamiento de la propia identidad. Las diferencias están ahí no para ocultarlas sino para conocerlas y respetarlas, exigiéndonos una actitud de permanente honradez.

Las formas de diálogo son variadas. Cuatro evoca el documento Diálogo y Anuncio en el nº 42: el diálogo de la vida, un diálogo que va más allá de la coexistencia pasiva o indiferente, o de una tolerancia interesada, calculada: te acepto mientras no me molestes; se trata de establecer relaciones humanas cordiales, de convivencia positiva. El diálogo de las obras, más allá de la convivencia, se trata de establecer relaciones de colaboración en importantes dimensiones de la vida humana buscando trabajar juntos en proyectos humanizadores. El diálogo de los intercambios teológicos, que se realiza a nivel de “expertos” y permite una comprensión renovada de tradiciones y herencias religiosas. Y finalmente el diálogo de la experiencia religiosa, al alcance de todos para compartir dones, valores y riquezas espirituales, como vivimos a Dios o como El vive en nosotros. Al estar más cerca de Dios, los místicos dialogan mejor, entre ellos las diferencias y fronteras se borran más fácilmente porque están más cerca de la Fuente, y aun así persisten, fronteras de una humanidad limitada, en camino. 

Diálogo y conversión

Cuando hablamos, por tanto, de diálogo interreligioso no tenemos que pensar en el diálogo estrictamente teológico realizado por un grupo de expertos, en ese caso sería una tarea de unos pocos, un privilegio, “un producto de lujo para la misión de la Iglesia”; el diálogo no es una actividad reservada a un grupo selecto y reducido de especialistas, a una elite quedando excluidos todos los demás, el pueblo sencillo, los creyentes de a pie. No podemos olvidar el inmenso campo lleno de posibilidades que se abre para una colaboración entre creyentes en ámbitos tales como la defensa de los derechos humanos, el compromiso a favor de la justicia y la paz, la exigencia de leyes más justas en el comercio internacional, leyes que protejan los derechos de los más desfavorecidos, o la promoción de valores humanos, valores no exclusivamente pero sí profundamente evangélicos, la defensa de la creación, el respeto por el medio ambiente.

Al eliminar prejuicios y permitirnos un mayor y mejor conocimiento mutuo, el diálogo elimina tensiones y posibles conflictos, es por ello un camino que exige purificación personal, un cultivo permanente de nuestras raíces, un contacto fresco y renovado con la Fuente de la Vida que hace posible nuestro ser. Un contacto –en nuestro caso- con el Espíritu de Jesucristo en la oración. Un compromiso de purificación también de nuestras culturas o visiones parciales siempre limitadas, una purificación de todo lo inhumano presente en nosotros, en nuestras culturas (Cf. DA 46). El diálogo es un camino hacia la conversión, de todos a Dios.

Jesucristo por y en su encarnación ha asumido toda la variada y rica experiencia humana, dándole un sentido misterioso, escondido, real. Siendo el camino, acompaña a todos los que caminan a tientas, siendo la vida plena, la ofrece a quienes de ella están hambrientos y viven insatisfechos, siendo la verdad, la muestra a quienes la buscan en el claroscuro de la vida, entre intuiciones y fracasos, entre anhelos y decepciones, a quienes la necesitan, la persiguen honradamente o la imploran con humilde sinceridad. Y Dios nos encuentra a todos en su Hijo, rostro suyo y búsqueda nuestra, anhelo humano y divino, porque Dios también suspira por encontrarnos, hasta ese día en que “Dios será todo en todos”. La gracia de Dios, adquirida por Cristo, actúa en el corazón de todos de un modo que sólo Dios conoce, la salvación en Cristo está abierta -como su costado- y ofrecida -como su espíritu- a todos. Podemos entrar y respirar esperanza.

 

TEXTOS

"No podemos invocar a Dios, Padre de todos, si nos negamos a conducirnos fraternalmente con algunos hombres, creados a imagen de Dios. La relación del hombre para con Dios Padre y con los demás hombres sus hermanos están de tal forma unidas que, como dice la Escritura: "el que no ama, no ha conocido a Dios" (I Jn 4,8). Así se elimina el fundamento de toda teoría o práctica que introduce discriminación entre los hombres y entre los pueblos, en lo que toca a la dignidad humana y a los derechos que de ella dimanan". (Vaticano II Nostra Aetate 5)

"Es preciso destacar la importancia del diálogo en lo que respecta al desarrollo integral, la justicia social y la liberación humana. Las Iglesias locales, como testigos de Jesucristo, están llamadas a empeñarse en este campo desinteresada e imparcialmente. Tienen que luchar en favor de los derechos humanos, proclamar las exigencias de la justicia y denunciar las injusticias no sólo cuando son víctimas de ellas sus propios miembros, sino también independientemente de la pertenencia religiosa de las víctimas. Es imprescindible, además, que todos se asocien para resolver los grandes problemas que la sociedad y el mundo deben afrontar, así como para promover la educación en favor de la justicia y la paz”. (Diálogo y Anuncio 44)

 

Preguntas

Génesis 12, 1-9 y Hebreos 11, 8-10 Dios, el Padre de todos, siempre nos precede, nos pone en camino hacia una tierra nueva, tierra de comunión y de paz, la esperanza de la fraternidad nos hace caminar.

Mateo 4, 12-23 “Galilea de los gentiles”, encrucijada de culturas, de caminos y de pueblos, elegida por Jesús como el lugar idóneo para anunciar desde ella la proximidad del Reino de Dios.

Lucas 7, 1-10 ¿Podría decir hoy Jesús: ni en la Iglesia he visto tanta fe… tanto amor, tanta entrega, tanta solidaridad, tanta lucha a favor de la justicia?

P. Carlos Collantes Díez sx