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20.- LA INCULTURACIÓN DEL EVANGELIO EN EUROPA 1

23 Marzo 2018
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En todas las culturas –creaciones humanas- hay luces y sombras, valores y límites,  y las sombras (injusticia, violencia, opresión, hipocresía, mentira…) son incompatibles con la fe cristiana. El evangelio es presencia crítica y purificadora, por eso levanta su voz profética contra lo imperfecto o pecaminoso presente en toda cultura y actúa de modo contracultural al interior de cada cultura.

 

El evangelio va más allá de cualquier cultura, lo que impide -y siempre impedirá- la identificación plena entre cultura y evangelio. En consecuencia, la Iglesia -los cristianos- tendrá que actuar, con frecuencia, de modo contracultural para ser fiel a sí misma, al evangelio, al Reino, al proyecto de Dios.  

Arraigo y transformación

Pablo en sueños ve a un macedonio que le pide que le anuncie y muestre ese gran tesoro que es Jesucristo: "¡Pasa a Macedonia y ayúdanos!" (Hch 16, 6-10). El Espíritu, que había preparado desde siempre los corazones de los que iban a recibir a Cristo, llama desde la otra orilla, invitando a atravesar fronteras. De esta forma el evangelio pasa de un continente (Asia) a otro (Europa).

Desde ese primer momento en que el evangelio comienza a arraigar en suelo europeo ha transcurrido una larga historia llena de luces y de sombras. El evangelio cuando es acogido de verdad transforma a la persona y a la comunidad humana con su cultura. Transformar una cultura significa transformar una sociedad para que el Reino de Dios se exprese en ella, se haga más presente. Tras un primer momento de escucha y acogida del evangelio llega la lenta penetración del evangelio en el alma de un pueblo, en el corazón de una cultura. ¿Qué pueblo ha conseguido poner de verdad el mensaje de Jesús en el corazón de sí mismo, de su cultura, de su visión del mundo, de sus valores, de sus criterios éticos? Ninguno. Por ello la inculturación no acaba nunca, existe siempre la necesidad de una inculturación más profunda y actualizada, más fiel y significativa.

Arraigo y sustitución

El cristianismo ha contribuido a formar y configurar rasgos de nuestra Europa. Durante siglos hemos vivido un proceso de arraigo más o menos profundo en el que el evangelio ha fecundado el humus cultural de los pueblos de Europa: tradiciones, fiestas, calendario, criterios éticos, sentido de la vida, referencias existenciales. Algunos de nuestros valores culturales tienen sus raíces en el evangelio, pero se han hecho autónomos, y al desgajarse se han hecho patrimonio de todos y nos alegramos por ello, porque han fecundado nuestro humus cultural. Aunque hay quienes quisieran verlos como ajenos al cristianismo. ¡Cuántas veces la cultura llamada laica reproduce valores evangélicos! Pensemos en el más apreciado hoy, el de la solidaridad que tiene mucho que ver con ese dejarse afectar por la necesidad ajena, con ese mirar compasivo propio del buen samaritano, con esa identificación de Jesús con los últimos: “tuve hambre y me diste de comer….” Aunque la solidaridad no es exclusiva cristiana, existe en muchas culturas. ¿Quién puede negar que el famoso tríptico de la revolución francesa: “libertad, igualdad, fraternidad” tiene mucho que ver con el espíritu evangélico, aunque los cristianos no hayamos vivido siempre estos valores, y la Iglesia haya sido, en ciertos momentos históricos, miope y lenta –como los discípulos de Emaús- para descubrir y unirse a ciertas luchas y conquistas sociales legítimas? Asistimos a un proceso de sustitución de valores cristianos y tras la sustitución el desencuentro, nuestro humus cultural está dejando de ser cristiano. Irrumpen otros valores o “antivalores”. La fe cristiana pierde arraigo y fuerza en las conciencias, muchos no saben donde buscar o encontrar claves para orientar la propia existencia.

Fuerte ruptura

Es manifiesto el desencuentro entre valores cristianos y valores socioculturales dominantes que impregnan nuestro ambiente y que no siempre son evangélicos. La cultura nos permite ser y vivir, aunque a veces tiene rasgos contaminados. Por eso siempre podemos y debemos tomar una cierta distancia crítica frente a la propia cultura, frente al propio ambiente y al “aire” que respiramos. Algunos de los rasgos socioculturales que nos envuelven y contaminan están vinculados a la filosofía posmoderna, otros a corrientes ideológicas de marcado carácter económico y que difunden “valores” ligados al liberalismo económico, al triunfo de los más fuertes, un ultraliberalismo “salvaje” e inhumano imperante en ciertos sectores sociales muy influyentes y que, a través de poderosos medios de comunicación, difunden su visión de la vida y una concepción muy particular del ser humano que muy poco tienen que ver con el evangelio. La ideología neoliberal difunde sus propios valores haciéndonos creer que son universales, pero en realidad lo que hace es difundir los pilares de su propia ideología: el individualismo, la dura competitividad, el éxito, la exasperación del consumo, el beneficio y la rentabilidad por encima de todo, el rendimiento y la eficiencia laboral, mercantil, financiera. Siempre invocando el pretexto de la libertad. ¿Qué libertad? De esta forma crean e imponen modelos de comportamiento, conductas de moda. Manda la lógica del mercado. En su sociedad de fuertes y triunfadores –sin compasión ni misericordia- no hay sitio para los débiles. Vivir para consumir, para poseer, para triunfar. Quien no consume es como si no existiera: "consumo luego existo". Tenemos gran abundancia de medios, pero hay quienes no tienen razones para vivir.

Desde la filosofía posmoderna se difunden otros valores convertidos en modelos de vida: el pasado o el futuro no interesan, sólo existe el presente que hay que disfrutar al máximo. El disfrute inmediato, el hedonismo se convierte en ideal de vida. El triunfo de lo efímero y lo fugaz,  de un estilo ligero –descomprometido- de la vida y las relaciones. Realidades tan fundamentales como el amor, la familia, la religión, la ética, la política se banalizan y trivializan. El éxito a corto plazo y a cualquier precio, la búsqueda del prestigio, el culto a la imagen, a la apariencia se convierten en ideología popular. ¿Para qué complicarse la vida con compromisos exigentes, definitivos defendiendo grandes causas?

La inculturación es un proceso que incumbe a toda comunidad que quiere vivir la fe en su universo cultural y se enfrenta al reto de vivir los valores evan­gélicos en el mundo. Ya hemos dicho que el evangelio es factor de transformación sociocultural y nuestra pretensión y vocación, como cristianos, es influenciar la sociedad -compleja y pluralista- en la que vivimos con nuestra presencia y testimonio, invitados por el mismo Jesús a ser “sal de la tierra y luz del mundo”. Seguiremos reflexionando, descubriendo también valores positivos, siempre animados por la esperanza.

RECUADRO

“En el Continente europeo no faltan ciertamente símbolos prestigiosos de la presencia cristiana, pero éstos, con el lento y progresivo avance del laicismo, corren el riesgo de convertirse en mero vestigio del pasado. Muchos ya no logran integrar el mensaje evangélico en la experiencia cotidiana; aumenta la dificultad de vivir la propia fe en Jesús en un contexto social y cultural en que el proyecto de vida cristiano se ve continuamente desdeñado y amenazado; en muchos ambientes públicos es más fácil declararse agnóstico que creyente; se tiene la impresión de que lo obvio es no creer, mientras que creer requiere una legitimación social que no es indiscutible ni puede darse por descontada”. (Eclessia in Europa 7)

“En esta perspectiva surgen los intentos, repetidos también últimamente, de presentar la cultura europea prescindiendo de la aportación del cristianismo, que ha marcado su desarrollo histórico y su difusión universal. Asistimos al nacimiento de una nueva cultura, influenciada en gran parte por los medios de comunicación social, con características y contenidos que a menudo contrastan con el Evangelio y con la dignidad de la persona humana. De esta cultura forma parte también un agnosticismo religioso cada vez más difuso, vinculado a un relativismo moral y jurídico más profundo, que hunde sus raíces en la pérdida de la verdad del hombre como fundamento de los derechos inalienables de cada uno”. (Ec in E 9)

“La misión en nuestras vida”

Marcos 7, 1-23. Jesús mantiene una actitud de libertad frente a prácticas y tradiciones religiosas y culturales de algunos grupos religiosos de su pueblo. Relativiza y nos invita a buscar lo esencial.

Romanos 12, 1-2. No os amoldéis… transformaos… renovaos… La verdadera ofrenda agradable a Dios es buscar su voluntad en medio del mundo.

Mateo 7, 24-27. Dos modos distintos de construir la propia casa, la propia vida… sólo lo que tiene raíces permanece y da fruto.

P. Carlos Collantes Díez sx