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23.- LA INCULTURACION EN EUROPA 4

23 Marzo 2018
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Vivimos tiempos de éticas sin compromiso, sin esfuerzo; se lleva un estilo de vida “descomprometido”, ligero ¿para qué entregarse a una causa noble con decisión, con tesón, con esperanza? Ni las grandes verdades, ni las causas exigentes, ni los nobles ideales interesan, interesa el disfrutar porque todo es efímero, pasajero. Lo nuestro son los pequeños compromisos “indoloros”, que no incomoden, que no desestabilicen, que no vayan a las raíces ni de la conciencia ni de la situación, que no toquen las causas.

 

En la sensibilidad actual posmoderna se acentúa de manera exagerada el valor del presente que se convierte en tiempo único; un presente efímero y fugaz que hay que disfrutar a tope, en detrimento del pasado y del futuro que se silencian y ocultan. Y una buena manera de disfrutar del presente es consumir. ¿Posponer la felicidad a un futuro ilusorio o irreal? ¿Por qué sacrificar un disfrute inmediato, concreto por un futuro incierto, nebuloso? Al proponer como objetivo el disfrute “compulsivo” del presente, se eliminan de la conciencia exigencias fuertes, arriesgadas, compromisos duraderos, generosos. Se elimina el pasado con su huella, su recuerdo, su “peso”. Podemos recordarlo mediante celebraciones siempre y cuando no se hable demasiado de la historia de las víctimas, de los que cayeron en el camino en aras del “progreso”, victimas de intereses, de ideologías o de pretendidas “verdades”.

Ocultamiento interesado

Desde otras posiciones interesadas se difumina y oscurece el futuro, que es lo que queda a quienes están oprimidos y luchan con esperanza contra la injusticia en pos de un futuro más humano. La fuerza que sostiene a tantos hermanos de pie y les ofrece razones para seguir viviendo y luchando es el anhelo de un futuro mejor. Querer ocultar el futuro intentando que desaparezca del horizonte es una estrategia sutil para desalentar a unos y adormecer a otros. Pretenden anestesiar ideales, sueños de un mundo mejor, la utopía de la transformación social, robarnos las ganas de luchar por un mundo más justo. Cuando se oculta el futuro, la salvación acontece en el presente: disfruta, si puedes ¿y si no? resígnate, te ha tocado estar en el campo de los fracasados. Y si la niebla oculta el futuro, si borran el horizonte hacia el que caminar como hermanos de un mismo pueblo ¿dónde queda la lucha común, el compartir, la solidaridad, la esperanza? Nos invitan a instalarnos en la desgana y la apatía, en el conformismo y la resignación.

Pero nosotros los cristianos somos un pueblo de peregrinos, tenemos una tradición viva, y el pasado tiene un nombre bonito: la fidelidad de Dios. Y ese pasado es memoria que ilumina, ayuda a comprender y sostiene. ¿Cómo insertar a los jóvenes en esa tradición cuando no existe el pasado? Y el futuro tiene también un hermoso rostro: las promesas de Dios, de un Dios fiel. Una promesa que motiva, despierta energías, entusiasma, moviliza. Cuando sólo existe el presente fugaz, efímero que hay que disfrutar -si puedes y tienes suerte porque has nacido en el Norte rico- ¿cómo podemos educar a los jóvenes en valores como la solidaridad, la justicia para todos, la esperanza, la utopía? ¿Dónde quedan los sueños que alimentan la esperanza, dónde el amor que sostiene la esperanza? Y ¿dónde queda el Dios de la fidelidad y de la promesa?

Disfruta, no pienses

Esta concentración del tiempo en el presente no es ingenua, el materialismo del que a veces nos quejamos tiene mucho que ver con esta concepción; puesto que sólo existe el presente, disfruta al máximo sin hacerte demasiadas preguntas. “Si me va bien, ¿por qué necesito pensar en el futuro?”, me decía un joven. No quieren que pensemos que todo está conectado: el Norte –la riqueza de unos- y el Sur, -el empobrecimiento de una gran mayoría-. Y si nos “arrebatan” el futuro y anestesian los sueños de fraternidad universal ¿qué es lo que queda entonces? El pragmatismo materialista. El aire cultural que respiramos, impregnado fuertemente de individualismo y subjetivismo con tintes hedonistas, penetra las decisiones –pequeñas y grandes- de tanta gente. Cuando “desaparece” el futuro y la esperanza se debilita, surgen por doquier sucedáneos, futuros de sustitución: el auge de la “futurología”. Horóscopos, adivinos, vendedores de humo, explotadores de la credulidad o de los miedos, de la curiosidad o de la ansiedad. Otros buscan por doquier energías positivas… o la imposible eterna juventud.

Claro que hay que vivir en el presente –es lo único que tenemos- sin evasiones ni escapismos, transformándolo. Nuestra fe en un más allá feliz no puede ni debe enfriar nuestro compromiso por hacer la tierra más habitable, justa y humana para todos. Por ello tenemos que pensar y construir juntos un futuro común de manera justa y solidaria. Y aunque el compromiso militante, responsable, exigente parece retroceder, para construirlo podemos aprovechar el potencial ético y de solidaridad que existe entre nosotros en tantas personas, grupos, asociaciones. Ocuparse de lo justo es necesario, y la justicia -la bíblica- comienza en ese Dios que escucha el grito de los oprimidos. La opción preferencial por los pobres supone una gran dosis de esperanza, fe en el futuro, fe en un Dios amante de la vida, defensor de los oprimidos.

Nuestro Dios es el Dios de la esperanza, de los “cielos nuevos y la tierra nueva” que confía a los creyentes el presente para transformarlo conforme a sus sueños: “Que todos sean uno”; el Dios que quiere una vida más digna y humana para todos sus hijos e hijas, vida que se transforma en una convivencia más fraterna y justa, más compasiva y solidaria; el Dios que despierta confianza y gozo. El Dios de Jesucristo que nos invita a trabajar en su viña, en la acogida y construcción de su Reino.

Testigos del evangelio

La poderosa y frágil sociedad de nuestros días no parece dejarse seducir por el evangelio, al contrario pretende erigirse en ídolo seductor que inocula sutilmente en nuestros corazones su escala de valores, sus criterios de juicio, su estilo de vida que se infiltra en nuestras decisiones y actitudes, aparentemente espontáneas o reflexivas, pero tal vez interiorizadas sin demasiada crítica. La desilusión, la anemia espiritual, la flojera apostólica debilitan el empuje misionero de nuestras comunidades cristianas. El entusiasmo no es hoy el rasgo distintivo de nuestra fe-esperanza. Esta debilidad-flojera está causada, en parte, por el enorme influjo seductor de la cultura que nos envuelve. Sólo en parte, hay otras causas que dependen de nuestra pobre experiencia de Dios, de nuestra relación superficial, intermitente, mediocre con Él. Faltan profetas. La misión es manifestación y fruto de una vida cristiana sólida, convencida, entusiasta, y si ésta se resiente, la misión se debilita. La inculturación del evangelio en nuestra sociedad pasa por el testimonio de vida de nuestras comunidades cristianas.

RECUADRO

«El hombre, por muy autónomo que sea, y la política, por muy democrática que quiera ser, tienen carencias tan importantes como no poder fabricar valores sino sólo recibirlos… La autonomía es la fabricación de leyes que están al servicio de los valores, pero no crea valores tan democráticos como la libertad, la igualdad o la fraternidad. Esos estaban ya allí y de ellos hablaban las religiones. Atrás queda la ingenuidad de tantos laicistas que ven la solución del problema de la religión en su relegación a la sacristía… pero la religión tiene algo que decir en dos puntos cruciales del hombre moderno: en el tipo de hombre que queremos ser y si es posible construir otro mundo». (Reyes Mate)

“De tales obstáculos, que perduran en nuestro tiempo, nos limitaremos a citar la falta de fervor, tanto más grave cuanto que viene de adentro. Dicha falta de fervor se manifiesta en la fatiga y desilusión, en la acomodación al ambiente y en el desinterés, y sobre todo en la falta de alegría y de esperanza… Por ello, a todos aquellos que por cualquier título o en cualquier grado tienen la obligación de evangelizar, Nos los exhortamos a alimentar siempre el fervor del espíritu… Conservemos, pues, el fervor espiritual. Conservemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas…” (Pablo VI Evangelii Nuntiandi, 80)

La misión en nuestras vida”

II Pedro 3, 8-18. La paciencia de Dios es un amor que dura y se extiende en el tiempo, el amor de un Dios fiel que nos invita a “apresurar” su llegada, a construir su Reino entre nosotros.

Lucas 12, 22-34. ¿Cómo vivir el presente que es lo único que tenemos? Sin agobios, sin absolutizarlo… con una actitud de abandono y confianza, centrados en lo esencial: el Reino de Dios.

Romanos 12, 9-21. Invitados a vivir el presente con lucidez, con esperanza, con gozo, de manera solidaria, rompiendo la espiral del mal con el bien.

P. Carlos Collantes Díez sx