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LA TRANSFIGURACION DE SUS SUEÑOS 02

19 Marzo 2018
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La transfiguración de sus sueños. En su peregrinar geográfico, pero sobre todo interior, espiritual irá atravesando sucesivas etapas. La primera de ellas, la salida de su tierra y familia, aunque le siguen acompañando sus sueños humanos de gloria. Patrimonio, honra, riquezas dignas de su ascendencia y acordes con sus ambiciones personales y tal vez con su temperamento. En París se encuentra con Ignacio -15 años mayor que él- por el que, en un primer momento, no podía sentir más que displicencia, rechazo tal vez; enemigo de su familia, había combatido contra sus hermanos mayores. Sus enormes resistencias irán cediendo progresivamente ante la palabra evangélica repetida por Ignacio, al que finalmente considerará como su padre queridísimo. “... ya no conocemos a nadie según la carne” (II Cor 5, 16). Su vida cambia totalmente de rumbo, sus sueños, sus ideales se transfiguran y su gloria, a partir de este momento, será únicamente Jesucristo. Años más tarde desde Cochín escribirá a sus compañeros de Roma una célebre carta con referencias claras a su antigua universidad, criticando a quienes persiguen sus propios intereses y buscan “dignidades, beneficios y obispados” [1]. Texto que expresa muy bien su conversión. Sabía bien de lo que hablaba, puesto que él estaba destinado por tradición familiar a tener beneficios o dignidades, critica aquello a lo que él se sintió tan apegado en el pasado, que retrasaba su conversión, y de lo que él se ha despojado gracias a la misericordia divina. Ahora pertenece a una nueva familia que persigue otros intereses más altos y nobles, los intereses de Jesús de quien ellos son compañeros y enviados. 

 

Marzo de 1540. El embajador de Portugal en la Corte Pontificia salía para Lisboa. Los dos elegidos para ir a la India eran Simón Rodrigues -por ser portugués-  y Bobadilla, pero éste llegó enfermo a Roma, el embajador no podía esperar, tal vez eran las “prisas” de la Providencia, Ignacio dice a Francisco: “ Esta es vuestra empresa; a vos toca esta misión ”. “Aquí estoy ”, fue su respuesta. Al día siguiente salieron para Lisboa. Disponible, generoso, entusiasta. Trece meses tardaría en llegar a Goa. Una nueva etapa, un cambio considerable, imprevisto… para él, no para el Señor. Hoy nos resultaría imposible imaginarnos a Francisco de Javier toda su vida en Roma, ejerciendo de secretario de Ignacio de Loyola, cargo que éste le había confiado.

Tras unos años en la India, en la Pesquería, tierra de los Paravas, Macuas y Careas sintió la necesidad de reflexionar sobre su apostolado. Estaba decepcionado, la evangelización avanzaba lentamente, y muy herido por el comportamiento de numerosos colonos portugueses, comerciantes y militares cegados por la ambición y la codicia, hasta el punto de poner en guardia al rey: “Yo, Señor, no estoy del todo determinado de ir a Japón, mas vame pareciendo que sí, porque desconfío mucho que no he de tener verdadero favor en la India para acrecentar nuestra santa fe, ni para conservación de la cristiandad que está hecha[2]. “Yo, Señor, porque sé lo que acá pasa, ninguna esperanza tengo que se han de cumplir en la India mandamientos ni provisiones que, a favor de la cristiandad, ha de mandar: y por eso casi voy huyendo para Japón, por no perder más tiempo del pasado”[3]. En los momentos más duros, incluso ha deseado morir: “porque todos los que quieren mal a estos cristianos, me desean mucho mal. Estoy tan enfadado de vivir, que juzgo sea mejor morir, por favorecer a nuestra ley y fe, viendo tantas ofensas, cuantas veo se hacen, sin acudir a ellas. No me pesa si no que no fui más a la mano a los que sabéis que tan cruelmente ofenden a Dios”[4]. Había oído hablar de las Molucas y del Japón. Tras innumerables dificultades y vicisitudes llega a la tumba de Santo Tomé (Tomás, el apóstol) para hacer un discernimiento. “En esta santa casa tomé por oficio ocuparme en rogar a Dios nuestro Señor me diese a sentir dentro de mi alma su santísima voluntad, con firme propósito de cumplirla, y con firme esperanza que dará el ejecutar quien haya dado el querer. Quiso Dios, por su acostumbrada misericordia, acordarse de mí; y con mucha consolación interior sentí y conocí ser su voluntad, fuera yo a aquellas partes de Malaca, donde nuevamente se hicieron cristianos[5]. Se quedará allí unos meses. A partir de ese momento iniciará un ministerio distinto: con los no cristianos preferentemente… Molucas, Japón y el sueño fracasado de China.

La última etapa, la más dura, el despojo total. De China dependía la conversión de Oriente y particularmente de Japón. (C 96, 418 y C 97, 424-425). Así se lo hicieron saber los propios japoneses. Dos pueblos cultos que Francisco siempre apreció. Sin embargo, todo fueron duros contratiempos, y circunstancias desfavorables, incluso hostiles; los proyectos soñados en su ardiente corazón, se vinieron abajo. Inmensos sufrimientos, duras pruebas, incluso persecución y burlas. “No podríais creer cuán perseguido fui en Malaca” escribirá al padre Gaspar Barzeo. Se sintió “desamparado de todo favor humano” (C 125, 517-518). Fue por su cuenta con un navío de un comerciante chino hasta la isla de Sancián, no encontraba quién le llevara a Cantón, y sin embargo su inquebrantable esperanza no naufragaba, ante los graves y certeros peligros se fue quedando solo, casi todos sus compañeros -prudencia humana- huyeron. El “más” ignaciano y apostólico le ha llevado muy lejos. Frío, soledad, fiebres altas, espera... Murió a las puertas de un sueño, su sueño más grande, despojado de todo, devorado y consumido por su única pasión y amor: Cristo. El seguimiento radical de su Maestro, el estar “con él y como él ” se ha consumado. Su sueño nunca más sería sólo suyo, dio origen a vocaciones, incluso congregaciones misioneras. Los Misioneros Javerianos en principio nacimos para la China y allí trabajamos durante decenios hasta que fuimos expulsados, dando origen a misiones en otros países. Un sueño fecundo. Su último “fracaso”, como el del Maestro, se convirtió en vida. “He venido para que tengan vida y vida en abundancia” (Jn 10, 10). Tras un peregrinar incansable y apasionado, de mar en mar, de país en país, Francisco llega al puerto deseado, al gozoso descanso. Algunos hermanos suyos, ya fallecidos, le acogerán en el paraíso, él acogerá a otros. “... Y pues presto nos veremos en la otra vida con más descanso que en ésta, no digo más” [6].

Francisco Javier es sobre todo un convertido. Una conversión -la suya- trabajada, trabajosa, progresiva, no fue repentina, pero sí definitiva y aunque no fue brusca, sí fue total. Y conversión significa estar y vivir profundamente enraizado en Jesucristo y permanecer enteramente dócil al Espíritu, a sus mociones interiores. Y ya se sabe, cuando alguien es totalmente dócil al Espíritu, éste se “impone”, lleva a donde quiere, hace que el amor sea más creativo y la vida más fecunda. El Espíritu, cuando le dejamos entrar de verdad, pone todo “patas arriba”, o “en su sitio verdadero”, provoca un cambio total, un giro radical en la forma de ver, de afrontar, de valorar la vida. Francisco se la juega muchas veces, porque para él no es el valor supremo, hay otros: servicio de Dios y salvación del hermano. El Espíritu realiza sobre todo una verdadera y total configuración de todo el ser a semejanza de Cristo. Imprime la imagen de Cristo en el corazón: los sentimientos, las actitudes son las de Jesús. Francisco se convierte en fiel reflejo del buen pastor, del buen samaritano, permitiendo que sólo le muevan los intereses de Jesucristo. Por eso es profundamente libre, porque no tiene nada propio: ni la vida que la vive al servicio de los demás, ni la voluntad, ni los deseos, ni el querer, ni mucho menos la búsqueda de una gloria personal de la que se ha despojado hace tiempo con total radicalidad y para siempre. Francisco convertido se ve a sí mismo con ojos nuevos: “siervos inútiles somos”, vive una humildad profunda y al mismo tiempo una relación de honda intimidad “ya no os llamo siervos, sino amigos...”. Conversión: nuevo nacimiento, nuevos ojos, nuevo rumbo, nuevas relaciones. Javier nos invita a no caer en esa trampa sutil y peligrosa de creerse -creernos- “protagonista de la misión”, sólo el Espíritu lo es. Escribe con insistencia y convicción a los suyos que apoyarse en uno mismo serían “falsas esperanzas”, y el camino para alcanzar confianza en Dios es desconfiar de uno mismo: “pues de la desconfianza propia nace la confianza de Dios, que es verdadera, y por esta vía alcanzaréis humildad interior…” (C 90, 373).

La conversión le ha empujado a vivir una existencia totalmente entregada, hasta el último suspiro, una existencia expropiada; ha vivido con el corazón rebosante de alegría y de disponibilidad. Ha sembrado su propia vida con total generosidad, sabiendo que Dios ama al que da con alegría (II Cor 9, 6-7). Ha brindado a todos y siempre lo mejor de él mismo, ha permitido que su yo más auténtico, profundo y verdadero salga en cada momento, por eso su talla es inmensa y su existencia transfigurada.

El sueño de Jesús  -una sociedad fraterna y solidaria donde los pequeños sean los preferidos- se estrella con la cruz, pero no termina en ella, pasa por ella, la atraviesa. Los sueños de Jesús, su fidelidad y la fidelidad del Padre transfiguran esa misma cruz convirtiéndola en fuente de fecundidad, en estrella luminosa y atractiva: “cuando sea elevado atraeré a todos…” (Jn 12, 32), en clave necesaria para entender la verdadera fecundidad. La muerte de Jesús hace caer el muro que separa a pueblos, culturas, y religiones (Ef 2, 13-22) Es fuerza de reconciliación y es aquí donde radica su enorme fecundidad, porque desarma los corazones. Desde entonces los sueños de sus discípulos -los más auténticos- pasarán por la cruz y se convertirán en vida para los demás. Javier muere casi solo a las puertas de un sueño: abrir las puertas de China al evangelio de Jesús. Muere despojado de todo, consumido por su pasión por Jesús. Podemos ver el momento de máxima gloria de Javier -como el de Jesús- en la cruz, en su muerte en soledad, frente a las costas de un continente por evangelizar. Su muerte es el símbolo supremo de su entrega apasionada queriendo conquistar todo el mundo para Cristo. Un símbolo cargado de fecundidad por las circunstancias, el cómo, el dónde. Muerte fecunda, porque no es muerte sino donación, entrega, pasión loca de amor y el amor siempre abre horizontes. Una muerte así abre puertas. Aquí terminan sus sueños históricos, otros los continuarán.

sigue...

[1] C 20, 115-117.

[2] C 61, 244. En la siguiente carta al escribir al rey, le hablará de “un amor desengañado” 62, 250.

[3] C 77, 304. Carta también dirigida al rey Juan III. O la escrita a su hermano y amigo Simón Rodríguez C 79, 308.

[4] C 44, 159. Igualmente C 41. C 70, 281: A Ignacio... decepciones en India y esperanzas en Japón.

[5] C 51, 184-185.

[6] C 55, 202-203. Texto muy hermoso que nos hace descubrir el fuerte sentido comunitario y fraterno de Javier. Confiesa que ha recortado los nombres de sus hermanos para llevarlos siempre consigo. “Y quien primero fuere a la otra vida y allá no encontrara al hermano que ama en el Señor, ruege a Cristo nuestro Señor que a todos allá en su gloria nos junte...  C 11, 77-78.