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  • Carlos Collantes Díez

IGLESIA QUE CAMINA CON SU PUEBLO

16 Agosto 2016 1641

Miguel, los Misioneros Javerianos llevamos algo más de 60 años en algunos estados y diócesis del sur de Brasil, ¿puedes describirnos a grandes rasgos cuáles han sido las prioridades pastorales o las líneas de acción de vuestra presencia y trabajo misionero?

 

La misión en Brasil, como en el mundo entero, cambia constantemente. Antes del Concilio, los javerianos fueron los samaritanos de las poblaciones rurales emigradas a las grandes ciudades, donde se sentían como ovejas sin pastor. En los años ochenta, acompañaron la liberación del pueblo de la dictadura y el resurgir de los movimientos populares. Hoy están llamados a la nueva evangelización y la animación misionera de las comunidades, al ecumenismo y al diálogo interreligioso, siguiendo los pasos de Jesús tal y como el papa Francisco nos recuerda y anima con frecuencia: una Iglesia en salida. Naturalmente, los pasos de Jesús son siempre de la mano de los más pobres, los excluidos de nuestra sociedad, que nos acercan al Reino de Dios.

¿Cuáles son los rasgos más significativos de la Iglesia de Brasil en las diócesis del sur?

Durante ocho años, tuve la gracia de vivir en Brasil con gente que me abrió las puertas de su casa y, sobre todo, de su corazón.  Después de un día duro de trabajo, con pocas horas de sueño a sus espaldas, todavía encuentran un resquicio de fuerza para ir a la iglesia y celebrar la Vida con la comunidad. Un pueblo cansado de tanta corrupción, al límite de la rebelión nacional e internacional, pero con alegría y esperanza desbordantes. Destaco el cuidado de la madre tierra, tema prioritario del papa Francisco, como buen latinoamericano. Me fascina una Iglesia que respeta los orígenes del pueblo, que valoriza la vocación de todos, incluida la mujer. Bueno, no he visto todo eso realizado plenamente en el Sur de Brasil, pero desde luego me ha parecido una Iglesia mucho más avanzada que la europea. Hay mujeres que presiden las celebraciones de la palabra, incluso como responsables de la comunidad. Sólo les faltaba consagrar el pan…

Es significativa la presencia de jóvenes en muchas Iglesias del Sur, ¿puedes describirnos cómo participan y se implican lo jóvenes en las comunidades cristianas y a través de ellas en la construcción de una sociedad más justa?

Te puedo contar la historia de Aline, una joven de unos 20 años, de la periferia de São Paulo. De familia humilde y huérfana de padre desde pequeñita, su vida nunca ha sido nada fácil. Cuando yo llegué a su ciudad, era una pitufa de 11 añicos, entusiasmada con la idea de ser monaguilla. Durante mis años en la comunidad, me hice muy amigo de su familia, y de vez en cuando me llamaban para comer un “pão de queijo”, especialidad de la casa. Ahora, veo con lágrimas en los ojos cómo ella ha crecido, no sólo por fuera, sino sobre todo por dentro. Su deseo infantil de ayudar la ha llevado a ser actualmente la responsable de la comunidad “São Judas Tadeu”: coordina a los catequistas, ministros extraordinarios, músicos etc., además de representar al barrio en el consejo parroquial. El sacerdote puede estar tranquilo cuando no puede estar presente, pues personas como ella llevan de forma encantadora  las riendas de la comunidad cristiana.

¿Cómo se abren las comunidades cristianas de Brasil a la misión ad gentes, a la misión universal de la Iglesia?

Después de unos siglos donde fueron acostumbradas a recibir, las comunidades brasileñas comenzaron a enviar misioneras/os fuera de las fronteras. Actualmente, el mayor número de misioneros extranjeros en Mozambique proviene de Brasil. Llevan en la maleta una experiencia que tiene que adaptarse a la Iglesia que les acoge, sin querer exportar nada más que Jesús y su Buena Noticia. Tal vez, los misioneros europeos no les hayamos enseñado muy bien a abandonar nuestros propios esquemas y ponerse al servicio de la Iglesia que te acoge.

Miguel, ¿cómo y en qué te has enriquecido tras unos años de trabajo apostólico en Brasil?

En primer lugar, una experiencia de Dios “desde la otra orilla”: una Iglesia brasileña viva, mestiza, de culturas y razas diferentes. He vivido mi fe como inmigrante, lejos de mi familia y de mi país. Pero en ningún momento me he sentido rechazado o mal acogido. He ganado en respeto y aceptación hacia la persona diferente (ecumenismo, diálogo interreligioso). Tengo muchos amigos musulmanes, evangélicos, pentecostales, incluso sin religión. He aprendido también a valorar más el cariño y la oración por las vocaciones, sea la que sea. Trabajé en el servicio de animación vocacional (SAV) durante tres años, y otros tres viviendo en un seminario javeriano. La vocación nace en el hogar, en la familia.

Otro aspecto importante es el haber vivido en medio de familias sencillas, con dificultades para llegar a fin de mes. La pobreza es mucho más de lo que vemos aquí, aunque Brasil sea una potencia mundial. Es doloroso tener que decir que no a personas que te vienen a pedir a casa, porque valoramos el trabajo de asociaciones como Cáritas o las conferencias de S. Vicente de Paúl, que acompañan a las familias evitando la mendicidad. He aprendido que amar a las personas es también sufrir con ellas.

Mi vocación cristiana también se ha enriquecido muchos enteros. He probado en la piel lo que Francisco de Asís rezaba: “es dando como uno recibe”. Me considero un enchufado de Dios, un sortudo, un privilegiado. Jesús no podía ser más bueno conmigo… He sido inmensamente feliz en Brasil, me siento amado por muchísimas personas: he entregado mi vida y se me ha dado cien veces más.

Ahora me encuentro de nuevo en España, colaborando para que mi Iglesia de origen tenga un carácter siempre más universal, abierto a todas las culturas y razas, sobre todo hacia las personas que no conocen a Jesús. Me gustaría encontrar en mi país muchas Alines, que luchan para construir unidad en el mundo, con tantas diferencias, pero un sueño común: ser “parte de una misma familia”.

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