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  • Carlos Collantes Díez

17 HAMBRE Y SED DE JUSTICIA

19 Marzo 2018 2291

“Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados” Hambre de justicia y fraternidad, sed de solidaridad y dignidad. Y gritos, sí, numerosos gritos surgiendo del fondo de la historia, de tantas vidas pisoteadas, ultrajadas; de tanto corazón bueno y justo, de tantas luchas solidarias, de tanto sueño y esfuerzo compartidos por humanizar nuestro mundo. Hambre y sed de cumplir la voluntad de Dios, de que su Reino venga, de que su Alianza sea cumplida y respetada.

 

Y entre esos gritos, uno excepcional, el de Jesús en el momento más dramático: “Tengo sed”. Un grito-oración que acoge tantos otros. Es el grito de aquel que antes nos había dicho: Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no volverá a tener hambre; el que cree en mí nunca tendrá sed. (Juan 6, 35); hambriento él mismo: mi comida es hacer la voluntad del Padre… (Juan 4, 32-34)

La salvación ofrecida por Dios se identifica con la justicia, y siempre es una salvación integral, de la persona entera, y una justicia salvadora de los pobres. “… él librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector; él se apiadará del pobre y del indigente y salvará la vida de los pobres…” (71, 12-13).

La Biblia está llena de gritos, orantes con frecuencia. “… tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo, inclina a mí tu oído, y sálvame” (Salmo 70,2). ¿Y si la Biblia hubiera nacido de un grito, y la justicia comenzase en el oído y el corazón de Dios?

“… ni olvides sin remedio la vida de tus pobres. Piensa en tu ALIANZA: que los rincones del país están llenos de violencia. Que el humilde no se marche defraudado, que pobres y afligidos alaben tu nombre. Levántate, oh Dios, defiende tu causa: recuerda los ultrajes continuos del insensato…” (Salmo 73, 19-22). ¿No llegan a nuestros oídos noticias de atropellos perpetrados por poderosos insensatos? La causa de Dios es la vida de los pobres.

Carencias y urgencias

El hambre y la sed revelan siempre una carencia, una necesidad, una urgencia, ¿qué falta? Justicia, una vida digna. Que la voluntad de Dios se cumpla, su proyecto vaya adelante, su Reino sea más visible.

Hace ya unos años el anterior Papa escribía: “El aumento sistémico de las desigualdades entre grupos sociales dentro de un mismo país y entre las poblaciones de los diferentes países, es decir, el aumento masivo de la pobreza relativa, no sólo tiende a erosionar la cohesión social y, de este modo, poner en peligro la democracia, sino que tiene también un impacto negativo en el plano económico por el progresivo desgaste del «capital social», es decir, del conjunto de relaciones de confianza, fiabilidad y respeto de las normas, que son indispensables en toda convivencia civil. (Benedicto XVI Caritas in veritate, nº 32)

Con frecuencia nuestra hambre queda insatisfecha y sufrimos y nos hacemos preguntas: “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado? a pesar de mis gritos mi oración no te alcanza. Dios mío, de día te grito, y no respondes; de noche y no me haces caso…” (Salmo 21, 2-3)

La Biblia surge de un grito, un grito de justicia; de una dolorosa experiencia de esclavitud, y de una urgencia. Y se convierte en el relato de un largo itinerario de liberación cuyo núcleo y fundamento es la Alianza con un Dios justo y compasivo. Un pueblo se pone en marcha hacia la tierra nueva, tierra de sueños y plenitud. La Alianza querrá ser en todo momento la concreción de nuevas relaciones de fraternidad y justicia entre todos los miembros del pueblo con especial atención a los más vulnerables o desprotegidos.

Desorden establecido

Y ese grito primero se repite constantemente en toda la Escritura, el grito de tantos salmos. El grito de tantos necesitados que se acercan a Jesús; el grito de Jesús mismo en la cruz; de la viuda frente al juez inicuo (Lucas 18); el grito de una indignación ética y justa ante tanto atropello, burla e impunidad de tanto poderoso intocable que se cree dios.

El éxodo liberador es un camino hacia la salvación, buscando otra sociedad, otras relaciones sociales justas, solidarias y fraternas, una salvación acompañada por un Dios peregrino. El éxodo significó rebelión frente a un sistema que esclavizaba, una desobediencia organizada frente al tirano, entonces fue el faraón, hoy puede ser esa economía inicua que mata, ese sistema perverso auténtica fábrica de sufrimiento y de injusticia o esas tramas delictivas que han saqueado bienes públicos, mientras aplicaban políticas económicas empobrecedoras para la mayoría.

Hay quien llama negocio, ganancias y beneficios económicos a la explotación inhumana de sus semejantes. Algunos a la injusticia la llaman “orden establecido”, un orden –desorden en realidad- sostenido por intereses poderosos en donde confluyen poderes económicos, financieros, mediáticos que intentan controlar a los políticos de turno convertidos muchas veces en servidores de tales poderes.

Los gritos del pobre

”…los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansan… Dios tampoco dará largas… hasta quebrantar los lomos del tirano (Eclesiástico 35, 14-26). La idea bíblica de justicia significa escuchar el grito del oprimido, por eso, la justicia en la Biblia significa defender al que no puede defenderse por sí mismo. Es un comportamiento fraterno en la comunidad de la Alianza, una organización solidaria, fraterna y compasiva de las relaciones sociales, una comunidad en la que no debiera haber pobres. Así entendida, la justicia exige el reconocimiento de la dignidad y de los derechos del prójimo. Es la llamada “justicia antropológica”, lo debido a la persona por ser persona.

Pero el hambre puede ser también una metáfora de la plenitud deseada y que la Biblia expresa con categorías como el Reino de Dios o la Alianza. Realidades que sintonizan con lo mejor del corazón humano, con esos ideales nobles de justicia y fraternidad que resuenan en los deseos y esperanzas de una gran mayoría, sobre todo en el corazón de los desposeídos, y en este caso, los ideales son exigibles como derechos humanos.

“Que se cumpla toda justicia” (Mateo 3, 15), dice Jesús a Juan Bautista, y se convierte en un peregrino de la justicia, siempre al servicio de la voluntad y de la santidad de Dios. Empujado por el hambre y la sed de justicia y animado por la pasión del Reino de Dios o de la Alianza recorre los caminos de Palestina, curando, liberando, sediento de relaciones nuevas. Y Resucitado recorrerá -en sus seguidores, en su Iglesia- los caminos de la historia de la humanidad.

Horizonte de vida plena

La sed de justicia va pareja con el cumplimiento de la voluntad de Dios porque la voluntad de Dios es que todos tengan vida y vida en abundancia (Juan 10, 10). Encontramos aquí el secreto de la pasión de Jesús. La justicia está íntimamente relacionada con la vida plena y digna. Y Jesús no viene simplemente a salvar almas sino a liberar a personas de carne y hueso para que empiecen a vivir mejor ya ahora, aunque el horizonte final sea la vida eterna, el Reino consumado.

La justicia bíblica camina unida al amor. Amos y Oseas, profetas contemporáneos, siguen caminos complementarios: la justicia-denuncia y el amor-ternura. Pero los dos beben en la misma fuente: la justicia-misericordia de Dios, los dos hablan en el nombre del Dios de la Alianza y los dos persiguen lo mismo: la fidelidad del pueblo a la Alianza. Y no hay fidelidad cuando hay sufrimiento producido por la injusticia.

Jesús une el amor y la justicia en su encuentro con Zaqueo. Hay dos Zaqueos. El primero, un ladrón que explota a sus hermanos; el segundo, transformado tras el encuentro con Jesús. Y este encuentro nos muestra de manera admirable la relación profunda y fecunda entre el amor-misericordia y la justicia social, las consecuencias sociales de una auténtica transformación interior. Seguiremos reflexionando acompañados por Amos y Oseas… y tal vez por algún Zaqueo.

P. Carlos Collantes sx

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