Skip to main content
  • Carlos Collantes Díez

19 SIMBOLOS DE ESPERANZA

20 Marzo 2018 11447

Con sus palabras, con sus gestos, con sus actitudes Jesús provocó –y sigue provocando- vuelcos considerables en la vida de la gente, lo veíamos en el caso de Zaqueo. El vuelco que se produce en el corazón de este hombre tiene consecuencias sociales inmediatas y benéficas para la sociedad. Un vuelco interior que implica una justicia mayor y una reparación a favor de quienes habían sido víctimas de sus atropellos.

Jesús sabe tocar el corazón con su bondad y es capaz de penetrar en los entresijos personales y de esta manera actúa también en ciertas tramas o entramados sociales construidos sobre la injusticia y que provocan tanto sufrimiento.

“Lo que más hace sufrir a las personas e indigna y empuja a los ciudadanos a la rebelión es el contraste entre la atribución teórica de los derechos iguales para todos y la distribución desigual e inicua de los bienes fundamentales para las grandes mayorías. Aunque vivamos en un mundo en el que la riqueza abunda, muchísimas personas son víctimas todavía del empobrecimiento y de la exclusión social”. (Del discurso del Papa Francisco a la Academia de Ciencias sociales)

Amor y lucidez

Los profetas tienen una mirada penetrante, lúcida porque llevan en su corazón la mirada de Dios. Hay en ellos un exceso de amor y de lucidez, de donde brotan el dolor, la indignación y la resistencia. No quieren resignarse, permanecer pasivos, mudos, espectadores. No aceptan que la injusticia con su dosis de sufrimiento tenga la última palabra. Resignarse significaría dejar las cosas como están, dejar vía libre al mal y al sufrimiento. La conciencia de lo inaceptable de ciertas situaciones y la conciencia de la dignidad del hermano víctima de la injusticia les empuja a la denuncia, a la acción, a la resistencia.

Las bienaventuranzas no significan, de ninguna manera, dejar las cosas como están. Nos hacen descubrir que Dios se pone al lado de los que sufren, los vulnerables u oprimidos y que no abandona a los que deciden situarse, a su vez, junto a ellos y perseveran en su compañía. Y nuestra identidad como cristianos se hace auténtica en ese acompañamiento de los excluidos ya que Dios nos revela su rostro en ellos y estando a su lado.

Las bienaventuranzas constituyen una invitación a crear una sociedad alternativa regida por otros criterios y valores, en la que Dios reine de verdad, por eso el Reino de Dios es el tema central de las bienaventuranzas. Suponen una liberación del sometimiento y de la injusticia y un comportamiento de amor al prójimo, todo ello originado por la experiencia de solicitud, bondad y paternidad de Dios.  

Indignación y compasión

“Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia”. Esta bienaventuranza nos invita a unir dos sentimientos o actitudes: la compasión y la indignación. La compasión que nos invita a ponernos en el lugar del otro; y la indignación –y esto tal vez sea más fácil y frecuente- que nos hace exclamar con la vida: ¡no hay derecho! Una indignación que va más allá del lamento estéril. La solidaridad real, efectiva con los vulnerables o excluidos será el camino para conjugar o armonizar la compasión y la indignación.

El actual modelo económico, ecológico, cultural (de producción, de consumo, de crecimiento, de desarrollo, de descarte y exclusión de quienes no cuentan) no es sostenible y funciona como un sistema creador de crecientes desigualdades. Un modelo de capitalismo depredador, salvaje e insaciable que ha creado una situación de selva, y en la selva es difícil sobrevivir porque se impone la ley del más fuerte, de una competencia feroz, donde quienes más tienen imponen sus leyes, sus caprichos y sus desvaríos disfrazados de falsa racionalidad económica. Un modelo enfermo, ya que una de sus patologías es la creación de desigualdades hirientes e inhumanas.

Sobre estas realidades, ya el papa Benedicto XVI nos dejó lúcidas reflexiones y denuncias en su encíclica “Caritas in veritate” (Podemos leer los números 21-22. 25. 32, entre otros).

No se ha de sacrificar la vida, la dignidad o la felicidad de las personas a ningún poder. Y ningún poder sacrifica hoy más vidas y causa más sufrimiento, hambre y destrucción que esa «dictadura de una economía sin rostro y sin un objetivo verdaderamente humano» que nos están imponiendo los poderosos de la tierra. Una injusticia tan colosal pone en peligro la democracia convirtiéndola en democracia tutelada y secuestrada por los poderosos, por eso la democracia plena exige la democracia económica.

¿Qué crecimiento?

Nos dicen que nuestro país crece económicamente. Lo cierto es que –según todos los datos- la recuperación económica está favoreciendo a unos pocos e intensificando la desigualdad. ¿De qué sirve ese crecimiento si no llega a la población más vulnerable y necesitada, más castigada y empobrecida por la crisis? ¿Por qué no llega ese crecimiento a la mayoría de la población? ¿Por qué seguimos teniendo tan altas tasas de paro, sobre todo entre los jóvenes? Un 22,3% de la población se encuentra en situación de riesgo de pobreza, ¿significa esto crecer?

Siete de cada diez hogares españoles no han notado los efectos de la recuperación económica, nos dice Cáritas. Y según datos publicados en octubre por Eurostat, España es el tercer país de la UE donde más ha crecido el riesgo de pobreza desde 2008, solo por detrás de Grecia y Chipre. Son las “bondades” que nos ocultan los pregoneros oficiales del poder.

Las ocho mayores fortunas españolas atesoran más de 5.000 millones en sus sicav, -una sicav es uno de esos cauces o instrumentos de inversión que gozan de un trato fiscal privilegiado-. Hemos podido leer recientemente en la prensa que los ricos han ahorrado mil millones en impuestos con sus sicav en cinco años. Esto entre nosotros, en otros países las situaciones son mucho más duras.

Nos hemos acostumbrado a convivir con cierta dosis de resignación para sobrevivir en medio de tanto drama o desvarío sin un dolor intenso en el corazón. Y la resignación deja campo libre al mal. El pecado social-estructural es hoy más fuerte que nunca y son millones las voces, los corazones que claman y exigen justicia. No podemos permanecer pasivos e indiferentes aunque sea poco lo que nos parezca que podemos hacer.

Lucha desigual

El evangelio tiene la certeza de que Dios hará justicia sobre toda la historia humana ya que Jesús muerto y resucitado es la fuerza salvadora de la historia.

Encontramos en el evangelio un relato de una lucha desigual y desproporcionada por la justicia, una viuda desarmada frente a un juez inicuo (Lucas 18, 1-8). La viuda no contaba con ningún apoyo social, pero es fuerte para reclamar sus derechos y no se resigna ante los abusos. Su vida entera se convierte en un grito: «Hazme justicia». Como tantos hermanos, no pide privilegios sino una vida digna, el respeto de sus derechos, justicia.

Esta viuda -un símbolo cargado de esperanza- encarna la resistencia y la lucha de quienes se niegan a que las cosas sean como son porque están siendo injustas. “La pobreza no es una fatalidad: tiene causas que deben ser reconocidas y suprimidas, para honrar la dignidad de muchos de nuestros hermanos y hermanas, siguiendo el ejemplo de los santos” (Papa Francisco, audiencia 15 octubre 2017).

Numerosas realidades sociales actualizan el símbolo de la viuda desarmada. La Alianza Española contra la Pobreza formada por numerosas organizaciones de diferentes sensibilidades -ONGDs, movimientos sociales, sindicales, ecologistas, religiosos- y que hace ya tiempo decidieron unirse, ha apostado por un objetivo común: acabar con la pobreza mundial y las desigualdades sociales. Una gran plataforma que trabaja para movilizar al conjunto de la ciudadanía y reclamar medidas urgentes en la lucha contra la pobreza global y sus causas. Nos recuerdan que “La persistencia de la pobreza y la desigualdad en el mundo de hoy no se puede justificar. Contamos con los medios, tecnología y capacidad suficientes para conseguir un modelo económico y social justo.

P. Carlos Collantes sx

¿Te ha gustado este artículo?

compártelo