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  • Carlos TRUJILLO

CORREDORES HUMANITARIOS

28 Marzo 2018 3105

La comunidad de San Egidio nació en Roma en 1968, a la luz del Concilio Vaticano II. Hoy es un movimiento de laicos al que pertenecen más de 50.000 personas, comprometido en la evangelización y en la solidaridad en más de 70 países. Las diferentes comunidades extendidas por el mundo comparten la misma espiritualidad que caracteriza el camino de San Egidio: La oración, la comunicación del Evangelio, la solidaridad con los pobres, vivida como servicio voluntario y gratuito, el ecumenismo, el diálogo entre religiones y el trabajo por la paz.

 

 “Bienvenidos y gracias. Nos ayudáis a hacer que Italia sea un país mejor, un país que sabe entender el sufrimiento de los demás. Hoy vosotros sois acogidos e integrados, porque os consideramos ya nuestros hermanos, hermanas e hijos. Gracias por recordarnos que el mundo está hecho de mucho sufrimiento, pero que podemos dar una respuesta. No tenemos que cerrar los ojos frente al sufrimiento sino que tenemos que responder con humanidad”. Eran las palabras con las que Marco Impagliazzo, presidente de la Comunidad de San Egidio, daba la bienvenida a Europa a las 113 personas refugiadas llegadas al aeropuerto de Roma el pasado martes 27 de febrero. Entre ellos había más de 50 niños.

Procedían de campos de refugiados de Etiopía, país cobijo para muchas de las personas que huyen de los conflictos abiertos en el Cuerno de África como el que se ha cronificado en Somalia, la cruel dictadura en Eritrea y la dramática guerra en el vecino Sudán del Sur. Su llegada fue posible gracias al Corredor Humanitario sostenido por la Comunidad de San Egidio y la Conferencia Episcopal Italiana.

Sí se puede

Dos años antes, aterrizaban en Italia Yasmine, su marido y sus dos hijos. Fueron los primeros refugiados llegados a Europa a través de los Corredores Humanitarios de San Egidio. En estos dos años han llegado a Italia más de 1.200 personas procedentes de campos refugiados de Líbano (fundamentalmente refugiados sirios) y últimamente de Etiopía. En esta iniciativa también han participado la Federación de las Iglesias Evangélicas de Italia y la Iglesia Valdense. Son ya una realidad en Francia y en Bélgica, donde también han comenzado a llegar personas heridas por la guerra para poder comenzar una nueva vida.

Los Corredores Humanitarios son la primera iniciativa en Europa de estas características y han demostrado que se pueden  habilitar respuestas humanas ante la globalización de la indiferencia. Los refugiados pueden llegar legalmente y de forma segura sin tener que arriesgar la vida en el Mediterráneo en los viajes de la muerte y sin dejar su futuro en manos de las mafias. Miembros de la Comunidad de San  Egidio identifican a las personas en los campos de refugiados según el único criterio de tener especial vulnerabilidad y los promotores financian todos los gastos de los viajes. Los distintos gobiernos han colaborado en el ámbito de la seguridad y dando la aprobación a cada una de las llegadas. Una vez en Europa, San Egidio se encarga de dar la primera acogida y de ofrecer soluciones a largo plazo a nivel educativo, sanitario, de integración, labor que requiere la participación y la implicación de la sociedad civil. Se favorece así el que muchas personas puedan ofrecer lo mejor de ellas mismas para acoger a los que llegan como hermanos. El proyecto tiene un coste cero para los gobiernos de los países receptores.

El Papa Francisco, en su mensaje con motivo de la Jornada Mundial de la Paz de este año, dedicado expresamente a los migrantes y refugiados, nos invitaba a contemplar la acogida a estos hermanos con una mirada llena de confianza, como una oportunidad para construir un futuro de paz. Nos proponía cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar. A ese respecto el proyecto de los Corredores Humanitarios tiene mucho que decir: el modelo de acogida con la participación de comunidades, familias, asociaciones, parroquias, con la inserción de los niños en las escuelas y la enseñanza de la lengua a los adultos, está demostrando que la integración es posible y “es nuestro futuro”.

Tender puentes

Dos años han transcurrido y la valoración es muy positiva. Los refugiados que han ido llegando aprenden el idioma, los niños van al colegio nada más llegar y los adultos se preparan para poder acceder a un puesto de trabajo. Es una acción que garantiza la acogida y además se preocupa del acompañamiento y la integración en la sociedad de una forma permanente. Es una labor de familia que confía en la posibilidad de construir una sociedad que defienda la seguridad de todos desde la convivencia y la integración. La solución no consiste en levantar muros, sino en  tender puentes que unan nuestro futuro al de estas personas que desde su dolor llaman a nuestra puerta. Ellos van a ser también una gran riqueza para nuestras ciudades.

Cabe destacar que la respuesta de nuestra comunidad supone a fecha de hoy, una acogida mayor que la ofrecida por muchos  países de la UE. Esta afirmación la hacemos con todo el dolor de los que sabemos cuántas vidas podrían haber sido salvadas si la respuesta de los países de la UE hubiera sido más generosa. No es un dato que nos llene de orgullo sino un motivo de rabia por tantas vidas perdidas sin motivo.

En lo que llevamos de año han muerto en el Mediterráneo más de 400 personas. Se suman a las miles de los últimos años. Es profundo el dolor que sentimos ante el inmenso drama de la muertes en el Mediterráneo de miles de personas que huyen de la guerra, madre de toda pobreza. La guerra es una herida abierta en el corazón de la humanidad.

Este dolor ha golpeado la conciencia de la ciudadanía europea. Más de 500 niños han perdido la vida en los últimos años en el Mediterráneo. Europa ha renunciado al sueño de ser una “Europa que se hace cargo del niño, que como un hermano socorre al pobre y a los que vienen en busca de acogida porque ya no tienen nada y piden refugio”, como afirmó con fuerza el Papa Francisco al recibir el premio Carlomagno. Su política de cierre de fronteras ante la dramática situación de los que huyen de los conflictos la ha convertido en una fortaleza generadora de insolidaridad y de muerte.

Gestos proféticos

La voz de Francisco es una profecía en medio del desierto de nuestro continente ensimismado y envejecido. Lo fue en Lampedusa y en Lesbos. Sus palabras han sido siempre muy claras: “En este mundo de la globalización hemos caído en la globalización de la indiferencia. Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro”.

Ante esta parálisis generalizada surgen los Corredores Humanitarios como una respuesta de la sociedad civil que ha demostrado que quiere y tiene la capacidad de acoger. Además de hacerlo bien, garantiza el acompañamiento y la inserción de los refugiados en las sociedades receptoras sin ningún plazo, ya que la amistad no fija plazos. Esperamos que puedan llegar refugiados también a España a través de los Corredores Humanitarios. Hace mucho tiempo que se mantienen conversaciones con el gobierno para hacerlo posible y sólo hace falta el sí y la firma de visados por parte del gobierno. Todo está preparado. Contamos con el respaldo de la Conferencia Episcopal Española. Esta espera sin respuesta no se entiende y es dolorosa.

San Egidio no se ha quedado indiferente y se ha rebelado ante la pasividad y la resignación. Lo ha hecho como comunidad cristiana y ha puesto en marcha este gesto profético. La profecía es denuncia de una situación injusta, pero sobre todo es anuncio de que un mundo nuevo es posible. Los Corredores Humanitarios son este anuncio de futuro, una luz encendida en medio de la oscuridad de una Europa que ha vuelto la espalda a la verdadera humanidad en este momento de la historia. No nos resignamos a que esto sea así. Pensamos que todo puede cambiar y que los muros que hoy nos dividen y separan se pueden convertir en puentes que nos unan como lo que somos: hermanos y hermanas llamados a construir un futuro común y en paz. Seguimos rezando y trabajando porque así sea.

Agradecemos a Carlos Trujillo, autor de este relato y miembro de la comunidad de San Egidio, su testimonio.

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