Cuentan que un buen hombre vivía en el campo pero tenía problemas físicos, cuando un día se le apareció Dios y le dijo:
- Necesito que vayas hacia aquella gran roca de la montaña, y te pido que la empujes día y noche durante un año.
El hombre se quedó perplejo cuando escuchó esas palabras, pero obedeció y se dirigió hacia la enorme roca de varias toneladas que Dios le mostró. Empezó a empujarla con todas sus fuerzas, día tras día, pero no conseguía moverla ni un milímetro.
A las pocas semanas llegó el diablo y le puso pensamientos en su mente: ¿Por qué sigues obedeciendo a Dios? Yo no seguiría a alguien que me haga trabajar tanto y sin sentido. Debes alejarte, ya que es estúpido que sigas empujando esa roca; nunca la vas a mover.
El hombre trataba de pedirle a Dios que le ayudara para no dudar de su voluntad y, aunque no entendía, se mantuvo firme con su decisión de empujar.
Transcurrían los meses y desde que se ponía el sol hasta que se ocultaba, aquel hombre empujaba la enorme roca sin poder moverla; mientras tanto, su cuerpo se fortalecía, y sus brazos y piernas se hicieron fuertes por el esfuerzo de todos los días.
Cuando se cumplió el año, el hombre elevó una oración a Dios y le dijo:
- Ya he realizado lo que me pediste, pero he fracasado; no pude mover la piedra ni un centímetro, y se sentó a llorar amargamente pensando en su muy evidente fracaso.
Dios apareció en ese momento y le dijo:
-¿Por qué lloras? ¿Acaso no te pedí que empujaras la roca? Yo nunca te pedí que la movieras; en cambio, mírate; tu problema físico ha desaparecido. No has fracasado, yo he conseguido mi meta y tú fuiste parte de mi plan.
Para reflexionar.
Piensa en fracasos aparentes o transitorios que, con el tiempo, se vuelven fecundos humana y espiritualmente.
- ¿Tener éxito o ser fieles? No podemos confundir la fecundidad con la eficiencia, ésta puede deslumbrar, y la fecundidad puede ser callada aparentemente, y lenta como el grano de mostaza, pero al final aparece en toda su belleza (Mateo 13, 31-33).
- La locura y debilidad de la cruz, ¿un fracaso? (I Corintios 1, 20-31) Dios envió a su Hijo a amar y eso es lo que hizo, aunque su amor le llevó a la entrega de la propia vida, a la cruz. Dios le envió a amar no a sufrir. Ciertamente amar le costó sufrir. Amar de verdad siempre nos deja heridos.
- Sólo Dios es capaz de transfigurar el camino del Calvario en un sendero de gloria, el sendero de la muerte en un camino de esperanza, los fracasos en fecundidad.