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  • Cristina González Romero, Albacete

Una mochila llena de humanidad: Ceuta

05 Septiembre 2018 920

Llegué a Ceuta un 12 de agosto, cargada de inseguridad, dudas y mucha ignorancia acerca de la realidad con la que me iba a chocar durante dos semanas.

El primer choque llegó al día siguiente cuando conocí a los inmigrantes que con el paso del tiempo serían mis amigos, en sus ojos vi alegría y esperanza y en sus manos las cicatrices de un camino doloroso.

Mi “trabajo” en el campo se basaba en hacer manualidades con ellos. Entre pulseras y collares surgía el cariño, el respeto y la amistad, así fue como yo me abrí a ellos y ellos a mí. Superamos la frontera del idioma porque, gracias a Dios, una sonrisa es un idioma universal perfecto para iniciar cualquier conversación.

Ahí comenzó a cambiar mi mirada, seguía leyendo noticias sobre inmigración, pero ahora les ponía nombre y rostro, dejaban de ser ajenos y distantes para mí. Eran mis hermanos los que estaban muriendo al otro lado y no eran salvajes e invasores, eran jóvenes con los mismos sueños que yo, con la única diferencia de haber nacido en un continente distinto.

El segundo choque llegó en Marruecos, seguimos conociendo la realidad del inmigrante. Tras un largo camino lleno de piedras, de mafias, hambre, miseria, violaciones… llegan a Marruecos y su vida allí sigue siendo muy complicada.

Tuvimos el placer de ir al centro Lerchundi, de Río Maritil, donde pudimos compartir y debatir con inmigrantes, marroquíes, profesores de universidad… sobre la empatía, la voluntad y el problema de la inmigración en la actualidad desde puntos de vista muy distintos y enriquecedores.

El tercer choque llegó con un grito de “boza, boza” (“libertad, libertad”), con la alegría de quien piensa que se ha salvado, corrían sin importarles las heridas, un rastro de sangre recorría las calles y también nuestras manos. Ahí entendí que una valla nunca podrá frenar a gente que no tiene nada que perder, es una cuestión de vida o muerte.

Al día siguiente, esas personas fueron devueltas a Marruecos por el gobierno español, sin tener en cuenta que estaban heridos ni los malos tratos que podrían sufrir. Y es en estos casos donde cerramos los ojos, justificamos la acción y nos olvidamos de que los que sufren son personas, como nosotros.

Ese mismo día, acompañamos a algunos de nuestros amigos al puerto. La sensación era agridulce, iban a cumplir su objetivo de llegar a la península, pero todos sabíamos que su vida allí no iba a ser fácil y que una vez cruzaran el estrecho volverían a estar solos. En esos momentos solo queríamos abrazarlos, sus ojos rojos dejaban ver su miedo a lo desconocido y su tristeza al separarse de nosotros y yo, solo le pedía a Dios que les fuera bien.

El día 25, al volver a la península, miles de pensamientos y sentimientos me sobrecogían. Confío en que Dios sepa ponerlos en orden y me ayude a hacerlos llegar a los demás.

Ha sido una experiencia única y estaré eternamente agradecida por haberla podido vivir y por las personas que me han acompañado y que me acompañarán en mi camino.

Cristina González Romero

Albacete

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