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Espíritu Santo. Javier se entusiasma fácilmente. Sus relatos desbordan con frecuencia optimismo. Es un gran soñador, sin embargo no es ingenuo, sabe que, muchas veces, se juega la vida. “... grande atrevimiento... ir a tierra ajena y a un rey tan poderoso a reprender y hablar verdad que son dos cosas muy peligrosas en nuestro tiempo” (C 109, 462-463).

Vive habitado por deseos de querer ir a todas partes, de convencer, persuadir a las personas influyentes, de llegar allí donde se pueda realizar el máximo fruto: al corazón de Oriente... China.

Siempre buscando el bien más grande. Se aventuró el primero por caminos no trazados, allí donde el Espíritu le iba sugiriendo. “... y para estar bien en esta vida, hemos de serperegrinos para ir a todas partes donde más podamos servir a Dios nuestro Señor”, escribirá al P. Mansilhas (C 50, 180). Aunque está convencido de ser un instrumento indigno, tiene, al mismo tiempo, una conciencia aguda de su singular misión: ir abriendo caminos, otros vendrán después para continuar la siembra iniciada. “Rogad a Dios nuestro Señor que me dé gracia de abrir camino a otros, ya que yo no hago nada” (C 99, 428), escribirá a su querido hermano y amigo Simón Rodríguez a su vuelta de Japón, describiendo las características y cualidades que deberían tener los misioneros enviados a “estas partes”. Utilizará esta misma expresión “abrir camino” para referirse a la predicación del evangelio en China. (C 96, 419 y C 107, 457). Sin escatimar esfuerzos ni regalos prepara con sumo cuidado esta última “aventura”, la más soñada; lleva un tesoro único, el más hermoso, y aunque ha contado con la inestimable ayuda de un buen amigo, Diego Pereira, que ha gastado su fortuna en los preparativos de viaje tan importante, sabe que todo depende de la misericordia divina. El texto es precioso: “Llevamos un presente muy rico al rey de la China, de muchas y ricas piezas que compró a su costa Diego Pereira. Y de parte de V A -escribe a Juan III, rey de Portugal- le llevo una pieza, la cual nunca fue enviada de ningún rey ni señor a aquel rey, que es la ley verdadera de Jesucristo nuestro Redentor y Señor. Este presente que V A le envía es tan grande, que, si él lo conociera, lo estimara más que ser rey tan grande y poderoso como es. Confío en Dios N S que tendrá piedad de un reino tan grande como este de la China, y que por sólo su misericordia se abrirá camino para que sus criaturas y semejantes adoren a su Criador, y crean en Jesucristo, Hijo de Dios, su Salvador” Se siente animado y conducido por una sabiduría sublime, la misma que guiaba a Pablo: “saber a Cristo y a éste crucificado” (I Cor 2,2).

Quiere conocer, él mismo, los lugares a los cuales irán después sus hermanos o él les enviará en virtud de su cargo y responsabilidad. “La navegación a Japón y China, como todos me lo aseguran, está llena de trabajos y peligros. Mi experiencia en esta parte es nula; cuando allá fuere, que será según creo, dentro de dos meses y medio, os informaré de todo” [2]. Pedirá a los suyos esta misma actitud de “itinerancia”, de querer ir siempre “más allá”, es el celo por los últimos, la preocupación por no dejar a nadie desamparado: “… no estaréis de asiento en ningún lugar, sino continuamente andaréis de lugar en lugar, visitando a todos esos cristianos, como lo hacía yo cuando allí estaba, porque de esta manera serviréis más a Dios… Dos cosas os encomiendo mucho: la primera que andéis peregrinando continuamente de lugar en lugar…”[3]. Tan grande es su celo, su corazón que a veces llega al extremo de sentirse “desocupado”. Sus sueños, su pasión, su optimismo surgen fácilmente. Apenas le llega una primera información sobre Japón que comienza a imaginar los frutos que la predicación del evangelio producirá entre los japoneses: “Estoy convencido de que la religión cristiana se propagará notablemente en aquellas partes. Añádase a esto que ya aquí estoy sin ocupación” (C 79, 310). Sus sueños apostólicos nos parecen “desmesurados”, para él no existen las medias tintas, por eso sueña con implicar a numerosos estudiantes de las universidades católicas europeas. Es la urgencia del anuncio, urgencia que vive con su habitual pasión[4].

La libertad interior -libertad espiritual- es posible desde esa actitud ya dicha de humildad-confianza y de escucha-obediencia. Es una libertad que se transforma en audacia apostólica, en firme determinación de ir allá donde el Espíritu, a través de sus mociones interiores, sugiere o llama. “Grande atrevimiento parece éste, ir a tierra ajena y a un rey tan poderoso a reprender y a hablar verdad, que son dos cosas muy peligrosas en nuestro tiempo”[5]. Lo contrario de esta audacia (laparresía que encontramos en Los Hechos de los Apóstoles) es la pusilanimidad “… Esta miseria tan peligrosa y dañosa…” (C 90, 367) contra la que Javier pone en guardia a sus hermanos.

“Pero él les dijo: También a otras ciudades tengo que anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, porque a esto he sido enviado” (Lc 4, 43). La itinerancia como búsqueda de nuevos horizontes. Esta pasión que siente le empuja a estar siempre en camino, a tener bien abierto el corazón para intuir donde es más urgente el anuncio del nombre de Jesús para “acrecentamiento de nuestra santa fe”, como él escribirá frecuentemente. No es simple estrategia, sino fidelidad y docilidad al Espíritu cuyos caminos conoce, frecuenta y escruta pacientemente, sin precipitación. Francisco posee una finura especial para acoger y seguir las insinuaciones del Espíritu. Las ganas de aprender, la búsqueda constante de información, la enorme inquietud o curiosidad que siente aparece siempre transfigurada por el deseo de anunciar el evangelio, podemos pensar que influye también ese sentido dramático de la salvación -la necesidad del bautismo- propio de la época. El Espíritu trabaja con nuestros “materiales” humanos, con nuestras visiones limitadas, incompletas, incluso defectuosas. Siendo hijos de nuestro tiempo, el Espíritu va siempre más allá y quien de verdad se deja conducir por El transciende su tiempo.

A un mercader portugués, amigo mío que estuvo en Japón muchos días en la tierra de Angero, le rogué que me diese por escrito alguna información de aquella tierra y de la gente de ella, de lo que había visto y oído a personas que le parecía que hablaban verdad. El me dio esta información tan menuda por escrito, la cual os envío con esta carta mía. Todos los mercaderes portugueses que vienen de Japón, me dicen que si yo allá fuese, haría mucho servicio a Dios nuestro Señor, más que con los gentiles de la India, por ser gente de mucha razón. Paréceme, por lo que voy sintiendo dentro en mi ánima, que yo, o alguno de la Compañía, antes de dos años iremos a Japón, aunque sea viaje de muchos peligros, así de tormentas grandes y de ladrones chinos que andan por aquel mar a hurtar, donde se pierden muchos navíos[6].

“Un portugués mercader hallé en Malaca, el cual venía de una tierra de grande trato, la cual se llama China. Este mercader me dijo que le demandó un hombre chino muy honrado que venía de la corte del rey, muchas cosas… De Malaca van todos los años muchos navíos de portugueses a los puertos de la China. Lo tengo encomendado a muchos para que sepan de esta gente, avisándoles que se informen mucho de las ceremonias y costumbres que entre ellos se guardan, para por ellas se poder saber si son cristianos o judíos. Muchos dicen que S Tomé, apóstol, fue a China y que hizo muchos cristianos...”[7].

“De aquí a seis días, con la ayuda y favor de Dios nuestro Señor, vamos tres de la Compañía, dos Padres y un lego, a la corte del rey de China, que está cerca de Japón, tierra muy grandísima, y poblada de gente mucho ingeniosa, e de muchos letrados. Por la noticia que tengo, danse mucho a las letras… Mucho confiados vamos en Dios nuestro Señor que se ha de manifestar su nombre en la China…”[8].

5 B Señalo dos actitudes que me parecen importantes para poder oír con mayor nitidez la voz del Espíritu en ese proceso de eliminación progresiva de interferencias, impedimentos, “afecciones desordenadas”. La primera es la atención delicada y el cultivo perseverante de la propia vida espiritual, condición necesaria para poder dar frutos apostólicos. “Pedir a Dios con mucha eficacia que me dé a sentir dentro de mi alma los impedimentos que pongo de mi parte, por respeto de los cuales deja él de hacerme mayores mercedes y servirse de mí en cosas grandes”[9].

Algo que también pedirá a sus hermanos. “Primeramente acordaos de vos mismo, teniendo cuenta con Dios principalmente, y después con vuestra conciencia. Con estas dos cosas podréis mucho aprovechar a los prójimos…”[10]. Siempre preocupado por el crecimiento espiritual, el suyo y el de sus amadísimos hermanos.

“Y mirad bien que yo holgaría mucho, por el bien que os quiero, así a vos como a todos, que miraseis más lo que Dios deja de hacer por vosotros, que lo que por vosotros hace; porque con lo primero os confundiréis y humillaréis, y conoceréis cada día más vuestras flaquezas y ofensas contra Dios; y con lo segundo, corréis riesgo muy grande de una engañosa y falsa opinión, haciendo fundamento en lo que no es vuestro, ni hecho por vos, sino solamente por Dios ” [11].

La segunda actitud es la lucidez interior o espiritual para ser en todo momento consciente de que el fruto lo da el Señor y que el protagonista de la misión es el Espíritu: “… y acordaos siempre que en más tiene Dios una buena voluntad llena de humildad con que los hombres se ofrecen a él, haciendo oblación de sus vidas por solo su amor y gloria, de lo que precia y estima los servicios que le hacen, por muchos que sean”[12]. Consejo o actitud importante para no caer en el voluntarismo, o en un activismo insano que podría hacer del enviado un “címbalo que retiñe”. Sólo así se podrá -podremos- ser testigos del Espíritu “que Dios da a los que le obedecen” (Hch 5, 32), en una actitud de disponibilidad incondicional al Espíritu que habla suavemente al corazón.

“De la carne nace carne, del Espíritu nace espíritu” (Jn 3,7). Francisco tras su conversión ha nacido de nuevo, ha nacido de verdad y se ha convertido en hombre nuevo, libre y espiritual. Por eso ha vivido con una actitud de permanente confianza-fe en el Padre, se sabe en todo momento en sus manos, no duda, se fía... porque conoce a Dios.

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[1] C 109, 461-462.

[2] C 79, 316.

[3] C 50, 181-182. “Dejando en este lugar quien lleve lo comenzado adelante…” C 20, 115. “Yo me parto para allá lo más pronto que pudiere” C 56, 207. “Viendo que no era necesario, ni menos hacía falta… determiné de partir para Macasar” C 55, 196.

[4] C 73, 296.

[5] C 109, 462. “Cuando os lleven a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué os defenderéis, o qué diréis, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que conviene decir” (Lc 12, 11-12). Es la osadía del “instrumento indigno” que se traduce en obediencia a Dios, cuando está en juego su servicio, como ya hemos visto ( Cf. supra 12-13).

[6] C 59, 234-235.

[7] C 55, 205.

[8] C 110, 465-466.

[9] C 116, 485.

[10] C 80, 318.

[11] C 133, 536.

[12] C 90, 373.