El Evangelio de hoy nos sitúa en el camino de Jesús que, dirigiéndose a Jerusalén, se detuvo en Jericó. Había una gran multitud para darle la bienvenida, incluyendo a un hombre llamado Zaqueo, jefe de los “publicanos”; es decir, de los judíos que recaudaban impuestos en nombre del Imperio Romano. Era rico no por sus ganancias honestas, sino porque exigía un “soborno”, lo que aumentaba el desprecio hacia él. Zaqueo «quería ver quién era Jesús»; no quería conocerlo, pero tenía curiosidad: quería ver aquel personaje del que había oído decir cosas extraordinarias. Tenía curiosidad. Y, siendo de baja estatura, «para poder verlo» sube a un árbol. Cuando Jesús se acerca, alza la mirada y lo ve.
La primera mirada no es la de Zaqueo, sino la de Jesús, que entre los muchos rostros que lo rodeaban ―la multitud― busca precisamente el de Zaqueo. La mirada misericordiosa del Señor nos alcanza antes de que nosotros mismos nos demos cuenta de que necesitamos que Él nos salve. Y con esta mirada del divino Maestro comienza el milagro de la conversión del pecador. De hecho, Jesús lo llama, y lo llama por su nombre: «Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa». No lo reprocha, no le echa un “sermón”; le dice que tiene que alojarse en su casa: “tiene que”, porque es la voluntad del Padre. A pesar de los murmullos de la gente, Jesús eligió quedarse en la casa de ese hombre pecador.
También nosotros nos habríamos escandalizado por este comportamiento de Jesús. Pero el desprecio y el rechazo hacia el pecador sólo lo aíslan y lo endurecen en el mal que está haciendo contra sí mismo y contra la comunidad. En cambio, Dios condena el pecado, pero trata de salvar al pecador, va en busca de él para traerlo de vuelta al camino correcto. Aquellos que nunca se han sentido buscados por la misericordia de Dios tienen dificultades para comprender la extraordinaria grandeza de los gestos y de las palabras con las que Jesús se acerca a Zaqueo.
COMENTARIOS:
Enrique Martínez Lozano: El amor transforma. Zaqueo era “jefe de publicanos y rico”, pero algo le impulsa a buscar, llegando al extremo de un comportamiento manifiestamente ridículo -subirse a una higuera- para un hombre de su rango económico.
José Antonio Pagola: Jesús ama a los ricos. Jesús es sincero: la vida de quienes son esclavos del dinero son vidas perdidas, vidas sin verdad, sin justicia y sin compasión hacia los que sufren.
Mari Paz López Santos: Altura social y pequeño de estatura. Debía ser fácil la corruptela de inflar las cantidades que Roma quería recaudar y fueran quedándose en los bolsillos de los que las administraban. Esto es un clásico en la historia de la humanidad.