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  • Robertus Kardi

SER MISIONERO EN ESPAÑA: DESAFÍOS Y ESPERANZA

17 Abril 2020 3158

Un salto cultural

   Me llamo Robertus Kardi, tengo 31 años, vengo de Indonesia y soy misionero javeriano.  En el 2018, después de terminar mis estudios teológicos en Italia y haber sido ordenado  sacerdote en mi país, he sido enviado a trabajar en España. Actualmente estoy en la comunidad javeriana de Madrid junto con hermanos de varios países: España, Méjico, Brasil e Italia.

   Durante unos siete meses he seguido el curso intensivo de español en una academia en Madrid. En este período, me he concentrado casi exclusivamente en el estudio de la lengua. No ha sido fácil porque he tenido que cambiar mi manera de pensar según la lógica del castellano. Para lograr este objetivo, ha sido importante escuchar, observar, tratar de entender y no tener miedo de equivocarme al hablar. Además, este primer año ha supuesto una oportunidad para adaptarme poco a poco a nuevas situaciones: el clima, el ambiente, la comida, la comunidad, etc. Este salto cultural no siempre es fácil, pero siendo misionero que confía totalmente en el Señor, el camino me ha resultado mas llevadero. Ha sido  la primera misión que he tenido que realizar.  

El envio: sorpresa y alegría

Haber sido enviado a trabajar en España supuso para mi una gran sorpresa. He sido destinado a un país en el que no habría pensado. Sin embargo, resultaba que Dios tenía otro plan diferente al mío. A través de mis superiores, El me envió a la tierra de San Francisco Javier. Al darme cuenta  de esto, me siento agradecido porque con esta experiencia puedo comprender más profundamente el significado de la obediencia y la humildad que debo cultivar siempre. Es decir, solo cuando uno es humilde puede liberarse del egoísmo, y de esta manera, tener menos dificultades para obedecer y aceptar los servicios que tenga que asumir. Por ello, no siento esta misión como una obligación. No es lo que quería, pero lo he aceptado con libertad y alegría, y también con plena confianza en que es el Señor el que me ha precedido aquí y me seguira’  acompañando. De esta manera siento que no es mi voluntad la que busco, sino la voluntad de Aquel que me llama a ser su misionero.

   Al principio me resultó difícil entender este destino como una misión en el sentido de primer anuncio, ya que - pensaba yo para mis adentros - soy enviado a los que ya saben quién es Jesucristo o, al menos, han oído hablar de El. Por ello, las preguntas que surgen espontáneamente en mi mente son: ¿cómo se puede hablar de Jesús a quienes ya saben quién es El? O bien, ¿cómo vivir la misión en una situación en la que cada vez más personas dicen no creer en Dios? Y al final llega la pregunta más profunda:  ¿Dónde está la peculiaridad de la fe en Jesucristo en una sociedad que se aferra solamente a valores humanos en general -  como la libertad, la tolerancia, la igualdad, la empatía  etc. - sin expresar una fe explicita en Dios? Exactamente aquí se encuentra mi dificultad: cómo vivir la misión en este contexto al que he sido destinado; también aqui se encuentra el punto central de mi reflexión sobre la misión en España. Es difícil pero no es imposible, porque no hay misión sin dificultades. Además, la misión no es nuestra sino de Dios y, por lo tanto estamos llamados a ser sus colaboradores.    

   No es fácil vivir esta situación como misionero, especialmente cuando tienes en la mente la perspectiva de que los misioneros son los que viajan por el mundo para convertir y bautizar a mucha gente. Imaginar las respuestas correctas a estas mis preguntas, al principio me generó temor y una cierta ansiedad. Hasta que finalmente me di cuenta de que, en primer lugar, la misión es la totalidad y la sinceridad para entrar en una nueva realidad social, cultural y eclesial, cuyo  único propósito es anunciar el Evangelio. Y, por supuesto, como misionero no vengo como salvador, sino solo como servidor que quiere vivir la actitud de humildad. Solo así podemos vivir la misión juntos, como comunidad, ya que nunca la vivimos solos. Y la misión siempre se lleva a cabo con una actitud esperanzadora.   

Desafíos como oportunidades de misión

 Pienso que la realidad actual de España, donde la indiferencia y el escepticismo en muchos aspectos de la vida y también de la fe, son fuertes, necesita valores fundamentales que nosotros encontramos solo en el Evangelio. Creo que la calidad y el valor de la vida nunca están determinados por el poder, dinero, status, egoísmo de grupo, etc. Como misioneros, partimos de los valores evangélicos, teniendo en cuenta  los aspectos más esenciales de la vida, o sea se trata de multiplicar acciones proféticas con las cuales podamos transmitir mensajes de amor en situaciones de odio, de perdón en situaciones de ofensa, de aceptación en situaciones de rechazo, de dialogo y cooperación en situaciones de competitividad, y de invitación a compartir en situaciones marcadas por el egoísmo. El mensaje evangélico  puede ser transmitido por estas acciones, ya que se refieren a las realidades más significativas de la vida. El Evangelio debe adentrarse en la vida, en su realidad concreta e indicar el camino justo hacia la plenitud de la vida. Por lo tanto, la gente tiene que sentirlo, no solo entenderlo, sentir la  fe en Jesucristo y vivirla fielmente cada día es algo muy importante en todos los aspectos de su vida.   

 Es verdad que entre nosotros hay mucha gente que se ha alejado de la Iglesia o decide no creer en Dios. Esto nos es nuevo. A lo largo de su existencia en el espacio y el tiempo, la Iglesia siempre se ha enfrentado a esta situación. Así que,  ante los desafíos actuales, veo una gran oportunidad para vivir la misión. Es decir, los desafíos nos empujan a buscar siempre formas nuevas de anunciar el Evangelio. Por ejemplo, para los que son indiferentes a la fe o los que se alejan de la Iglesia, como misioneros estamos llamados a acercarnos a ellos creando relaciones buenas y amistosas. Estoy convencido de que en la amistad se puede llegar a algo más espiritual.

 Indonesia: pequeña voz profética

 Este mismo desafío también sucede también en mi país, Indonesia. Los católicos somos minoritarios, apenas  el tres por ciento de más de dos cientos sesenta millones de habitantes. Vivimos en un país con la mayor población musulmana del mundo. Casi todos los indonesios creen en Dios, porque nuestra constitución nos obliga a tener una de las seis religiones oficiales del país: Islam, Hinduismo, Budismo, Confucianismo y Cristianismo (catolicos y protestanets). La misma pregunta se puede hacer en esta situación: ¿cómo se puede anunciar a Jesús a los que ya creen en Dios? Para responder a esta pregunta, tenemos que partir de otra: ¿cuál es la peculiaridad de Jesucristo en comparación con el Dios de otras religiones? Siguiendo la lógica del amor divino, podemos ofrecer algo diferente. Nuestro Dios es el Dios del amor que viene a estar con nosotros, el Emmanuel; Dios es solidario con nosotros y se entrega totalmente para salvarnos. En relación con este amor divino, los católicos indonesios buscamos siempre crear la amistad o buenas relaciones con los creyentes de otras religiones viviendo el diálogo interreligioso en la vida cotidiana. Además, la acción profética de la Iglesia católica en Indonesia se hace presente también en su actitud crítica hacia la situación política que a veces no favorece a los más débiles. Se esfuerza tambien activamente en la proteccion del medio ambiente, por ejemplo, criticando la explotación ambiental producida por la minería. Aunque pequeña, su voz se puede oír en toda Indonesia. Quisiera vivir estos valores, estas actitudes aquí, contanto por supuesto con la ayuda del Señor y de mis hermanos. Y para terminar, sabemos que ser luz del mundo y sal de la tierra nunca ha sido  fácil, pero nuestro Señor Jesucristo nos ha prometido su presencia diciendo: “sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final del mundo” (Mateo 28, 20).

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