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DOSS 28: camino de felicidad

13 May 2016
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Estamos tan acostumbrados a oír el Evangelio que ya nos aburre. Ya sabemos de qué va, cómo termina, lo que nos pide y lo que nos propone. La verdad cuando se lee en nuestras Iglesias no se ven caras radiantes. A lo más se ve una cierta atención, una cierta veneración. Y, sin embargo, continuamos a decir que es una Buena Noticia. Pero, cuando me dan una buena noticia de verdad, cuando me dan una sorpresa agradable, mi actitud es muy distinta de la que tengo en la Misa cuando el cura lee el Evangelio. Y, sin embargo (permitidme que repita la expresión), en las mejores páginas del Evangelio, Jesús nos propone la felicidad: “Felices vosotros…” O sea, que Jesús quiso de veras ser una buena noticia para nosotros, dio su vida, se dejó matar, para ser “la” Buena Noticia. Nosotros en cambio la hemos transformado en doctrina, en preceptos, buenos, pero aburridos. La hemos transformado en un peso, que demasiadas veces cargamos sobre las espaldas de los demás y nosotros no tocamos ni con un dedo.

Una de las experiencias mejores que el misionero vive anunciando el Evangelio entre los pobres es descubrir que, de veras, Jesús y su Palabra son una buena noticia, una auténtica gozada. ¿Será que, tal vez, sólo lo descubren los pobres? En este dossier que os presentamos, el misionero javeriano P. Enzo Tonini, basado en su vivencia con los pobres de Colombia, en medio de los que ahora ha regresado, nos ayuda a leer aquellas famosas “Bienaventuranzas del Evangelio” como una buena noticia dicha hoy para nosotros y que puede transformar nuestra vida de cada día, haciéndola más libre y más humana.

DIOS SERÁ TU RIQUEZA

“Felices los pobres, de ellos es el Reino de los Cielos”

¡Ya empieza bien Jesús! Su primer discurso y ya nos extraña. En el mundo estamos luchando contra la pobreza, porque, por supuesto, no es tan bueno ser pobre, y Jesús nos sale con "felices los pobres". ¿Cómo entender estas palabras si antes necesito cinco mil pesetas para pasármelo bien este fin de semana? Porque, en el fondo, estoy convencido de que son estas cinco mil pesetas que me harán feliz, mi felicidad durante este fin de semana depende de ellas. Además, cómo entender estas palabras si el dinero me da un sentimiento de seguridad como ninguna otra cosa me lo da. Yo mismo soy de los que me uno al coro de voces que dice: "El dinero no lo es todo, pero sin él no se puede vivir". Cuanto más dinero tengo más seguro estoy, más tranquilo y más confiado. Y al revés: cuanto menos dinero tengo más preocupado estoy, más inseguro y sin confianza en el futuro. Sí, siento que el dinero me protege y, por eso, encuentro mil excusas a la hora de seguir a Jesús, de ser su discípulo en la pobreza.

¿Recuerdas la parábola del rico que nos cuenta Lucas 12,13-21? Párate y léela un momento. El protagonista tiene muchos bienes almacenados, para muchos años. Y la conclusión a la que llega es: "descansa, come y bebe, pásatelo bien". Y esto -digo yo- lo oigo cada día en boca de los jóvenes, los adultos, los mayores y veo cómo también se lo enseñan a los niños: "¡No te comas el coco! ¡No te compliques la vida! Ahora que tienes, ¡descansa y pásatelo bien!"

"Estúpido esta misma noche morirás", una frase que me congela la sangre. Toda la seguridad que yo tenía desaparece en un segundo. Todos los planes que tenía para el disfrute se evaporan en un soplo. Ahí está el cadáver de Joseph Mobutu, ex-dictador de R.D Congo. Rico, querido y protegido por los políticos franceses. Murió solo, abandonado. Mobutu, que se creía poco menos que un dios por toda la riqueza que había acumulado, podría haber titulado su biografía con la frase "estúpido, esta noche morirás". Y lo mismo se podría decir de Pinochet y tantos otros.

Claro que la riqueza no es un mal en sí. Pero sí que lo es la fe, la confianza, que yo pongo en ella. Es un mal cuando trato de seguirla y mis proyectos, mi tiempo y hasta mis relaciones con las otras personas tienen como prioridad poderla alcanzar. Así, la riqueza se transforma en mi dios. Mientras, el Dios Padre, el Dios de Jesús es sólo para mi tiempo libre, como un hobby. El hijo pródigo se fijó en la herencia, al igual que el hermano mayor. Ciegos como estaban por la riqueza, por las cosas, por los terneros, no se fijan en Dios, en su padre, en el amor de su "viejo". Será cuando el hijo pródigo esté en la miseria cuando se dé cuenta de que tiene un Padre. El lugar de encuentro con Dios, el lugar de salvación, está en la pobreza. Qué absurdo suena, pero visto así no nos puede extrañar que el primer mundo sea indiferente o ateo, que tan pocas personas en esta sociedad logren tener experiencia de Dios. No pueden tenerla: ¡su dios es el dinero!

En este primer mundo tan rico y tan triste, que tiene que buscar la diversión para olvidarse de su tristeza, resuena la voz de Jesús que dice: "Felices los pobres...". Son felices porque ellos se pueden fijar en Dios, en su Reino. Ellos son libres, capaces de dar y recibir. Si esta voz resuena en tu corazón, no te pide que vivas en la miseria. Pero sí que luches contra el afán de tener y tener siempre más. Te pide que luches contra una riqueza que se convierte en tu dios y te esclaviza.

Concretamente, ¿qué quiere decir este discurso para nosotros que vivimos en la parte rica del mundo? Mira lo que dice San Pablo en Efesios 4,2: "El que roba, que ya no robe más, antes bien trabaje con sus propias manos y eso es bueno a fin de tener algo que dar a los necesitados". Resulta que no soy el dueño absoluto del dinero que he ganado con mi sudor. El fruto de mi trabajo no es sólo para mí, es también para "tener algo que dar a los necesitados". Así, mientras no desaparezca del primer mundo la codicia, nuestra lucha contra la pobreza será siempre ineficaz. ¿Por qué no pienso que el dinero que tengo no es mío; que en realidad todo lo que tengo, aunque sudado, es un don; que en realidad soy un pobre porque desnudo salí del vientre de mi madre?

Te invito a que leas la historia de Zaqueo (Lucas 19,1-10). El gozo entra en la casa de Zaqueo cuando reparte sus bienes y restituye cuatro veces más a quienes ha robado. ¡Cuánto tendríamos que restituir nosotros a los países empobrecidos! Zaqueo ha descubierto que lo único que vale no es su riqueza, algo que no le ha dado la felicidad. Lo único que vale es haber encontrado a Cristo. De esta manera empieza a considerar que lo que tiene es para el bien común y al compartirlo comprende que ha encontrado lo más importante.

LA FUERZA ESTÁ EN EL SEÑOR

“Felices los mansos, ellos heredarán la tierra”

Preocupados por responder a los desafíos que se nos presentan continuamente, esta bienaventuranza suena a falta de energía. Sin embargo, si recordamos sus discusiones con los fariseos y con los que ejercían el poder, vemos que a Jesús no se le puede acusar de pusilánime. Jesús debe haber tenido garra si atemorizó a los poderosos. Nadie condena a muerte a un ser insípido, incapaz de levantar al pueblo. Entonces, ¿qué quiere decir Jesús?

"Ojo por ojo y diente por diente" es una ley que llevo dentro de mí. Quiero que se haga justicia y, para mí, justicia es que el culpable pase por los mismos sufrimientos que ha hecho pasar a sus víctimas. Y cuanto más cercana me sea la víctima, más surge en mí el deseo de repetir, contra él, la misma barbaridad que el culpable ha cometido. Estaba en Italia, de vacaciones, cuando salieron a la luz casos de torturas cometidas por militares italianos, durante la misión de paz a ellos confiada en Somalia. Uno de estos militares durante una entrevista, confesó que todo aquello era comprensible: las personas torturadas no eran inocentes, estaban implicadas en matanzas y sabían donde almacenaban las armas. No te escandalices, piensa un momento en lo que hicieron a las tres chicas de Alcáser o en el asesinato de Miguel Ángel Blanco o en otros delitos más cercanos a nosotros. Sigue lo que te dice tu instinto. ¿Qué harías tú con los culpables? ¿Ves? La ley del "ojo por ojo y diente por diente" está dentro de ti.

Para mí, y tal vez para ti, instintivamente, la justicia es una palabra que está en armonía con violencia. Si se pisa un derecho, tengo dentro de mí un ejército presto para atacar al enemigo. Lo curioso es que este ejército está gran parte del día reprimido, almacenando armas hasta encontrar una salida justificable. Entonces, explota una guerra despiadada. Al practicar lo que llamo mi justicia, desahogo mi agresividad y siento el placer de disparar las armas de mi ejército interior. Busca y lee Mateo 12, 15-21. ¿Ves? "...para que anuncie el derecho a las naciones". Fíjate en el verbo: no dice imponga, sino anuncie. "...no voceará por las calles, la caña cascada no la quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará". Para mí, lo más importante es identificar al enemigo. Una vez identificado el culpable, es fácil verlo como malo y, ante mí, pierde cualquier semblanza con un ser humano: es un monstruo. Y si es un monstruo, la mejor solución es eliminarlo. Jesús no ve monstruos. Ve una caña cascada y no quiere quebrarla. Ve un pabilo vacilante y no quiere apagarlo. Jesús no ve a un enemigo que hay que condenar. Ve sólo a un hijo de Dios, un hermano que se ha marchado lejos de la casa del Padre.

Lee ahora Marcos 3, 1-6. Jesús desea cambiar el punto de vista de los fariseos. Entonces, cumple el milagro. Atención: no lo hace para darles en las narices a los fariseos, lo que haría yo instintivamente con los que me contradicen. Quiere que comprendan, que el pequeño pabilo que aún les queda encendido no se apague. Pero los fariseos sólo quieren juzgar y condenar. Sus bocas, hechas para agradecer los dones de Dios, callan. Esta dureza de corazón provoca en Jesús la ira. Un sentimiento que también tengo yo: me es fácil enojarme contra los fariseos. Sin embargo, el Evangelio dice también que Jesús se sintió dolido o apenado por su obstinación. Confieso que no siento esa pena de Jesús, no siento lástima por ellos y lo único que a mí se me ocurre es quitarlos por siempre de mi vista.

Para Jesús, Dios es Padre y está preocupado por todos sus hijos, especialmente por la oveja descarriada. La justicia de Dios no es condenar a quien se ha descarriado sino buscarlo para salvarlo. ¡Extraña justicia! Jesús nos ve a todos como hermanos. No identifica a nadie con el Mal (como hacen los integristas). El ser humano, pese a todos sus actos, por malvados que sean, es en el fondo un hijo de Dios. Nosotros, al contrario, estamos tentados de llamarlo hijo de otra cosa. Y en realidad, si es hermano, he de querer que se salve.

Manso, por tanto, no es cuestión del carácter de la persona (una persona pacífica por temperamento), sino que es la persona que por fe quiere ver a los demás como hermanos, sean lo que sean. Desde este sentir, quiere establecer relaciones de fraternidad con ellos. Es lo radicalmente contrario a la violencia. Manso no es una persona sin energía. Al contrario, es una persona que con toda su energía, con toda su pasión, quiere salvar al otro. Toda la energía que posee no la usa para destruir al que se equivoca sino para ofrecerle nuevos caminos de vida. La mansedumbre evangélica es una opción de fe, un apostar por la vida para construir una familia universal. No separa buenos de malos. No aleja al marginado, lo atrae.

"Felices los mansos, porque heredarán la tierra". La tierra es mucho más que un lugar geográfico. La tierra es el lugar donde puedes desarrollar en plena libertad tu persona. Nos agitamos si alguien quiere invadir este espacio no sólo en lo físico, también en lo moral (un padre que decide por su hijo, un cotilla que quiere saber demasiado...) Esto es verdad también para un pueblo, pensemos en la situación de las minorías étnicas. Para nosotros, este espacio sólo se conquista con la fuerza. De otra forma, hay que someterse al poder de otro.

Jesús nos asegura que este espacio tan vital no se consigue con la fuerza, porque con la fuerza, tarde o temprano, se tendrá que defender. Y así, se construye un mundo de vencedores y vencidos, que terminará por explotar en más violencia. Esta tierra, tan deseada, sólo será fruto de la mansedumbre, de ver al otro como hermano y no como enemigo. En vez de decir no hay espacio para ti y para mí, reconocer que hay tierra para todos. Así, las diferencias, en vez de marcar separaciones, serán una riqueza para una única familia de hijos de Dios.

EL DOLOR DE DIOS

“Felices los que lloran, ellos serán consolados”

Cada verano, los javerianos organizamos campos de trabajo. Dentro de las actividades de voluntariado hay, por ejemplo, la posibilidad de un servicio con deficientes mentales, ancianos o niños con dificultades en el aprendizaje. Ofrecí este campo a un grupo de jóvenes que no demostró demasiado entusiasmo con la iniciativa. Decidieron que la cosa no les interesaba. Su monitora después del verano, me comentó que casi todos habían pasado las vacaciones entre la piscina y las fiestas de los pueblos. No hay que rasgarse las vestiduras por "el escándalo": cosas peores tenemos ante nuestro ojos y no decimos nada. Sin embargo, este hecho me hizo ver algo que ocurre no sólo en esos jóvenes sino, también, en mí: evitamos el contacto con el mundo del dolor. Es casi como si, al encontrarme con una persona que sufre, su dolor salpicara mi vida y me afectara.

El dolor rompe mi esquema de estado ideal de vida: estar en paz y a gusto, disfrutando del vivir. Cada vez que me lo encuentro, acaba con mi paz y, por supuesto, no estoy a gusto. Y si el dolor es duradero e intenso, hace tambalear los fundamentos de mi vida. Por eso, no sólo evito el dolor sino que huyo de cualquier cosa que me lo recuerde. Cuando intuyo que se está acercando, empiezo automáticamente a buscar la salida de emergencia. Tenemos pánico al dolor.

Lejos de nuestros héroes imaginarios, los que sólo existen en las películas, Jesús también tuvo pánico y perdió el control de la situación (con todo realismo lo describe el Evangelio). Antes de morir, previendo lo que iba a pasar, se retiró con sus discípulos a Getsemaní. Allí, dice una frase reveladora para nosotros: "Velad y orad... que el espíritu es animoso, pero la carne es débil" (Marcos 14, 38). Una sentencia que, desgraciadamente, el puritanismo colocó equivocándose en el campo de la sexualidad, pero que, como vemos, se refiere a la actitud ante el dolor. El espíritu es animoso para hacer la voluntad del Padre, para pasar por la cruz. Pero el cuerpo, a la hora de acercarse al dolor, se descontrola, suda sangre. Te encuentras con Jesús, en Getsemaní, suplicando que pase este cáliz.

El dolor, no lo deseo, mi ser me dice que no, no le ve sentido. El dolor hunde al ser humano. Recuerdo aquel chico de la Cruz Roja que, durante la tragedia de Biescas, frente al cadáver de un niño preguntaba: "¿Dónde está Dios?". No intentes explicarlo, tus palabras suenan a vacío. No entiendo el dolor, me descontrola, hace tambalear hasta mi fe.

Como me pasa a mí, la gran mayoría de la gente que conozco está ya bastante agobiada con el trabajo y con los problemas de cada día, como para querer pensar en tragedias. Es tan dura la vida que lo que necesitamos es evadirnos un poco. Imagina qué fuerzas tengo después de todo un día de trabajo para, además, encarar el mundo del dolor. Está bien que muestren las hambrunas de pueblos enteros, pero... mejor es cambiar de canal, que me deprimo. Puede que no esté lejos de lo que pensaron los jóvenes frente a la propuesta que les hice del campo de trabajo.

No sólo evitamos el sufrimiento sino que huimos de él, hasta aislarnos de todo lo que pueda crear en nosotros una experiencia de dolor. No sólo evito el dolor personal; también evito el contacto con el que sufre (como si se tratara de una enfermedad contagiosa). Huir del dolor y del contacto con él. Por algo tienen tanto éxito hoy los "eurodisneys y portaventuras".

Sin embargo, huir del dolor es huir de la realidad. Sería un mentiroso si te dijera que no lo vas a encontrar, te lo aseguro. Quieras o no, el dolor llamará a tu puerta. Y, quieras o no, entrará en tu casa. Jesús no nos dice "creed en mí y os evitaré el dolor". Nos invita a seguir sus pasos: a encarar el dolor. No te aísles de él, porque no sirve de nada. Encáralo y vívelo. Si estás dispuesto a pasar por ahí, es decir, a llorar, encontrarás consuelo. Dichoso eres tú si no huyes, si lloras, porque sólo entonces podrás ser consolado. Dichoso tú que lloras porque empiezas verdaderamente a amar. Si estoy dispuesto a llorar, a no escaparme, puedo amar.

El dolor de los hermanos pobres y oprimidos, que son la mayoría de los que nacen en este mundo, es una realidad. El dolor del mundo es una verdad que suelo olvidar porque pone en crisis mi situación, mi nivel de vida. Y ante este dolor, decir: "Acepta mi limosna" ¿No te parece cínico? Mi solidaridad, mi amor por ellos empieza sólo cuando estoy dispuesto a cargar con su dolor, dispuesto a sufrir con ellos, a llorar con ellos. Un misionero empieza a ser auténtico cuando, viviendo con los pobres, él también pasa hambre, él también sufre las enfermedades, él también padece las injusticias. Puede que sea esto lo que admiramos de los misioneros: su capacidad de no escapar, de sufrir con la gente.

Ojo, pues. Porque las organizaciones mundiales, dirigidas por los países ricos, quieren solucionar el problema de la pobreza sin perder sus privilegios, sin perder su alto nivel de vida. (Y no nos engañemos: nosotros tampoco queremos perder nuestro cómodo nivel de vida). Así, a las soluciones que proponen y que resuelven poco las llaman "realistas, viables". Mientras, llamamos "idealistas" a los que han entendido que no puede haber un cambio sin implicarse hasta perder los privilegios, las seguridades, las comodidades (Jesús diría: "hasta perder su vida"), cosas que ocurren si te implicas con los pobres para que no sean pobres. Vamos, que nos dicen que esta gente está fuera de la realidad. Y, ¿sabes qué?: nosotros nos lo tragamos.

Tal vez porque no queramos hacer frente al dolor y nos es más fácil justificarnos alegando que somos realistas y tachando de soñadores a los que entregan su vida. Pero, ¿podrás cambiar algo si no quieres jugarte el tipo, todo lo que eres, si no estás dispuesto a llorar? Recuerda que serán felices no los que no sufren, sino los que lloran. Porque sólo ellos serán consolados.

NO SÓLO DE PAN SE VIVE

“Felices los que tienen hambre de justicia, serán saciados”

"A los 12 años ya se quejan de la vida. Oyes que dicen: '¡Qué asco este fin de semana! De haberlo sabido antes no hubiera salido ni siquiera de casa...'. Luego ves como, aburridos, desahogan su rabia sobre los demás, con bromas que llegan a herir injustamente a los otros. Para quitarse de encima el aburrimiento se vuelven violentos llegando hasta a cometer barbaridades. Y es que, tal vez, en su corta vida han tenido demasiado. O tal vez no han tenido nada de lo que verdaderamente importa para vivir". Con estas palabras se desahogaba un monitor de tiempo libre un día que no había sido demasiado bueno.

Hay algo de verdad en estas palabras, se nota en nuestra sociedad un cierto aburrimiento. Los jóvenes parecen hartos de todo. Como cuando, al terminar el banquete de una boda, estando con el estómago hinchado, te ponen otro plato más. Por rico que sea, no sólo no tienes ganas de comerlo, sino que te da asco hasta el olor de la comida. Estamos tan saciados, tan llenos de cosas que ya todo nos sobra, nos da asco, nos aburre. Y el aburrimiento es un sentimiento que te quita toda fuerza y ánimo: sólo quieres tumbarte en un sillón y no hacer nada.

Pero los jóvenes son sólo la punta visible del iceberg. Vivimos en una sociedad que nos ofrece un banquete tan lleno de propuestas y de promesas que estamos hartos, aburridos. "Compre este coche más grande que el que tiene y le garantizamos felicidad". "Compre esta camiseta de moda y le garantizamos su plena realización". "Compre un billete y una estancia en Port Aventura y le aseguramos la mayor de las satisfacciones"... ¡Son tantas las propuestas que nos hacen! Y sin embargo, no veo a mi alrededor a muchas personas satisfechas, felices. Veo que la mayoría de los que encuentro está ansiosa porque no puede comprar todo lo que le asegura felicidad. ¡Qué paradójico el mundo que hemos construido: un rebaño de insatisfechos!

Y a pesar de todo, de todas las desilusiones, vemos cómo la gente sigue teniendo fe en que, comprando de todo, será mejor. Sí, es una especie de fe porque es algo que evidentemente no se pude demostrar y sin embargo se cree. Es como una nueva religión que alguien ha bautizado como CONSUMISMO. Quiere implantarse en todo el mundo, promueve cruzadas y tiene muchos misioneros (tal vez cada uno de nosotros mismos). No podemos decir que le falta eficacia: cristianos, musulmanes, budistas, hasta ateos creen siempre más en los dogmas del consumo, que, además, se presentan como más reales y asequibles que las utopías de toda religión.

A decir verdad, no es una religión tan nueva como parece. Jesús cuando estuvo en el desierto, después de cuarenta días y cuarenta noches, teniendo el estomago vacío, tuvo una tentación: "Di que estas piedras se conviertan en panes". O sea, "usa tu poder para satisfacer el deseo que tienes, redúcelo todo a pan". Jesús replica: "No sólo de pan vive el ser humano". Y, ¡cuidado! Jesús dice esto para sí mismo, cuando es él quien padece hambre. Para la multitud hambrienta multiplica los panes. Creo que esta actitud de Jesús tendría que hacernos reflexionar un poco más sobre nuestros "poderes", nuestras "capacidades": ¿a favor de qué o de quién los usamos?. Jesús no quiere ser esclavo de sus necesidades, pero sí de las de los demás.

Reconozco que es necesario el pan, yo no puedo vivir sin él. Sin embargo, el pan es incapaz de satisfacer el hambre profunda que tengo dentro de mí. Mi hambre y mi sed son mayores que el "pan". Fíjate en lo que sucede: Deseo tener el último modelo de ordenador, este deseo mueve todas mis emociones. Finalmente lo compro, lo tengo y me doy cuenta de que no he encontrado todo lo que deseaba, en mí queda como un hueco, un vacío. Entonces, surge en mí el deseo del último programa para el ordenador. De nuevo todo se mueve en mí, se repite lo de antes, y vuelta a empezar. La historia se hace interminable, hasta que después de tantas desilusiones me aburro. Todo lo he reducido a "pan", y "no sólo de pan vive el ser humano".

Jesús grita: "Dichosos, no los que consumen, sino los que tienen hambre y sed de justicia". Habla de Justicia. Pero esta justicia no es algo que pueda verse, tocarse u olerse como el pan. Los jueces, los políticos, los dictadores se compran; pero la justicia no puede comprarse ni como el pan ni con el pan. No estoy hablando de aquello tan frío que llamamos justicia y que circula en los tribunales, que depende de la interpretación suspicaz del abogado de turno y donde el listo es quien se lleva el gato al agua. Estoy hablando de aquella justicia que grita dentro de nosotros cuando vemos los signos de la tortura, del abuso, de la muerte; o cuando sabemos del empresario indiferente ante la familia de los obreros sin trabajo.

Dichosos los que llevan las fuerzas de sus deseos a concretar la justicia, a luchar por la justicia, porque serán saciados. Tal vez no la encontrarán en esta tierra, pero serán saciados, sus vidas tendrán sentido. Y al revés, los que ponen todas sus fuerzas en comprar lo que la publicidad promete, en vivir llenándose de cosas, no sólo no serán saciados, sino que quedarán aburridos, flojos, sin vida.

Abre la Biblia, busca la carta de Santiago, lee 5,1-6. "Os habéis cebado para el día de la matanza". A veces, ¿no te da la impresión de que somos vistos por los medios de comunicación, por los profesionales de la publicidad, por las multinacionales que quieren vendernos sus productos, como animales de cebo? Nos están y nos estamos llenando de "pan" que no puede satisfacer el hambre de nuestro corazón ni colmar nuestra sed más profunda. Y así, estamos viviendo vacíos, aburridos y hambrientos.

DIOS BAJA A LA MISERIA

“Felices los misericordiosos, ellos obtendrán misericordia”

El empresario de una constructora, ahora en quiebra, después de haber engañado a familias sencillas, con el apoyo probable de un notario, de un banquero y hasta de un juez, pide misericordia. Te preguntarás cómo terminará el asunto. Yo tengo una cierta desconfianza: creo que obtendrá esa misericordia. En cambio, un ex drogadicto, que está saliendo del túnel de la droga, tiene pendiente unos robos cometidos durante su dependencia. Será bastante difícil que lo absuelvan.

No, no ha desaparecido la misericordia; sólo que ella depende de la buena imagen que te hayas construido con dinero y con amistades influyentes. Tus crímenes pueden ser horrorosos, pero si te has fabricado una imagen decente tendrán misericordia. Muy al contrario si eres uno de los miles de parados o si has nacido en una familia con pocos recursos. Entonces, tus fallos tendrás que pagarlos sin descuentos. En fin, la misericordia es directamente proporcional a la imagen que doy. Una imagen que ya tenemos todos al nacer. Depende del barrio donde nazco, de la familia que tengo. Fíjate cuántas veces lucho o por cambiar esta imagen o por consolidarla. Mis grandes preocupaciones, y diría que casi el noventa por cien de mis problemas psicológicos, vienen de esa imagen. Encuentro adolescentes que les da vergüenza presentarme a sus padres si tienen pocos estudios, o les sonroja enseñarme su casa, no tan lujosa o bonita, donde tienen que compartir habitación con uno o más hermanos. Busca ahora, en el evangelio de Juan, el pasaje que nos habla de una mujer adúltera: Juan 8, 1-11.

Los escribas y fariseos han sorprendido a esa mujer en adulterio. No sé si has notado un curioso detalle: ¿dónde está el hombre? Si fue sorprendida en flagrante adulterio, un hombre estaba con ella. Los escribas y fariseos, todos hombres, no acusan al adúltero: tal vez fuese un conocido, o un personaje influyente, o, simplemente, un hombre. Mejor echar la culpa a la mujer, y sólo a ella, para salvaguardar la imagen del macho. También en nuestra sociedad se juzga a la mujer que va con muchos hombres: una p.... Mientras que el hombre que va con muchas mujeres es un envidiable "macho latino".

Ahí están todos esos respetables escribas y fariseos a los que, "les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en las plazas, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos". Se consideran superiores a la mujer. Se ponen como en un pedestal, mirándola de arriba abajo. En realidad, poco les interesa la mujer. Mucho más les interesa su imagen, ésa que está siendo amenazada por el hijo de un carpintero que viene de Nazaret (como dice Natanael: "¿De Nazaret puede salir algo bueno?"), amigo de publicanos y prostitutas, comilón y bebedor. Esta gente de buena imagen, pronta a condenar sólo para salvar su imagen, da más valor a la imagen que a la vida de un ser humano.

"Aquél de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra". Y nadie de estos "honestos" se atreve a lanzar una sola piedra. Sería interesante calcular cuántas piedras tiramos en nuestras conversaciones, cuando hablamos de los demás, siempre para salvar nuestra imagen cuestionada. Que estas palabras de Jesús resuenen de vez en cuando en nosotros: "Aquél de vosotros que esté sin pecado, que arroje la primera piedra".

Jesús me pone al descubierto, desenmascara mi imagen. Me pone al mismo nivel que los demás. Nada de títulos, ni de profesiones o cargos, ni de capitales en el banco...; todos al mismo nivel. Jesús derriba todo ese tinglado que nos hemos construido para salvar nuestra imagen. Esto no lo acepto y protesto diciendo: "No me pongas al mismo nivel que estas prostitutas, que este adolescente que quema contenedores en una manifestación: yo soy respetable".

En la oración o en la misa puedo reconocer que soy un pecador, que también soy un gran pecador. Pero cuando salgo a la calle, "cuidado, no me confunda usted con uno cualquiera, ¿cómo se atreve?". Es la reacción normal que experimento cuando alguien hace una observación sobre mi persona. En cambio, Jesús nos ha enseñado que el camino es ser misericordioso. Es la misericordia que le ha llevado a "bajar del cielo" para ser uno de tantos, uno de nosotros, un pobre más de Nazaret, un humillado entre los humillados.

Baja del pedestal, toca la miseria de los seres humanos, toca la miseria de los pobres. Entonces, se moverán tus entrañas y comprenderás. Entonces, no condenarás, porque esta misma mísera realidad la vives y la compartes. Entonces, no podrás decir "yo soy mejor que tú", sino que reconocerás que todos somos pobres pecadores y necesitamos la ayuda los unos de los otros. Y en ti nacerá la misericordia y, con ella, la fraternidad. Si quiero obtener misericordia tengo que bajar a la miseria. No se puede pretender, como algunos generales argentinos, que las víctimas de sus torturas y asesinatos tengan misericordia con ellos mientras ellos siguen viviendo en un pedestal. Mi querido general: baja a las cárceles y, con humildad, comparte con los presos las miserias de la prisión. Y entonces, tal vez puedas pedir misericordia. Ahora, desde tu pedestal, no pretendas nada. Las víctimas están pidiendo sólo justicia.

Feliz seré yo si bajo a las miserias humanas, porque entonces encontraré la misericordia que necesito. Es ésa, tal vez, la grandeza que admiramos en aquellos que no guardan las distancias, que se mezclan con la gente..., por eso podemos tener misericordia con sus fallos y sus límites. Éste es el sentido de "felices los misericordiosos, porque encontrarán misericordia".

 

CON UN AMOR PARTICULAR

“Felices los puros de corazón, ellos verán a Dios”

Me gustaría saber lo que sienten en su interior dos políticos, de partidos opuestos, cuando se encuentran. Sin embargo, lo que veo exteriormente es sólo una sonrisa, más o menos artificial. Me gustaría saber qué experimenta por dentro el hombre de negocios cuando concluye un buen trato. Sin embargo, lo que noto es una postura y una amabilidad formales. Me gustaría saber lo que hay dentro del "padre" Apeles, cuando alguien le propone salir en uno de esos programas de telebasura: creo que no hay mucho amor de Dios. Pero se presenta como un guerrero a defender la causa.

Me quedo siempre con una duda: ¿lo que veo es lo verdadero? Como la propaganda que hacen del Euro, todo de colores bonitos, con gente sonriente, lugares encantadores. Pero detrás, cuántos intereses, cuántos negocios que no resultan ser tan claros. Casi espontáneamente digo "quiero ver claro". Como si dentro de cada uno de nosotros hubiera un niño que deseara la transparencia, la pureza de las cosas. Me recuerda a Jesús diciendo: "si no volvéis a ser como niños...". Pero también, como nos cuenta Saint-Exupéry en "El Principito", "conozco un planeta donde vive un señor colorado. Jamás ha olido el perfume de una flor. Jamás ha contemplado una estrella. Jamás ha amado a nadie. No es capaz de hacer otra cosa más que sumar. Y todo el día repite: 'soy una persona seria'. Y eso le hace llenarse de orgullo. Pero no es un ser humano, ¡es un champiñón!".

Decimos, con toda sinceridad, que buscamos lo auténtico en las cosas, en las personas y dentro de nosotros mismos. ¿Qué es la autenticidad sino la transparencia entre lo interior y lo exterior, una pureza? El problema en nosotros es que buscamos lo auténtico en una etiqueta: como la botella de vino, consideramos su autenticidad según el adhesivo que exhiba. En nuestros grupos cristianos los hay que se dicen progres y otros, conservadores. Todos se consideran auténticos. Pero los unos catalogan a los otros como falsos. Cada grupo se considera competente para juzgar a los otros como inauténticos. Lo importante es la etiqueta que me pongo. Me encuentro, a veces, diciendo al otro: "tío defínete, de qué lado estás". Como si fuera importante el bando o el partido, más que la persona. Ahora, te invito a coger el Evangelio y a leer Mateo 6, 1-6.

Aquí Jesús me descoloca. Porque no se trata de llevar alzacuellos para decir a todo el mundo que soy cura obediente, ni se trata de dejar de llevarlo para demostrar que soy un cura moderno. En los dos casos, he buscado una etiqueta para que la gente, y yo mismo, pueda definirme como auténtico. Y en los dos casos, "ya he tenido mi recompensa...", es decir, "que la gente vea lo coherente que soy". Y en los dos casos, Jesús me llamaría "hipócrita". En cambio, "tu Padre ve en lo secreto...", es decir, en lo profundo, en lo escondido, en un lugar inalcanzable de donde salen las verdaderas motivaciones de tu actuar. Sólo tu Padre puede verlo, y sólo Él, porque, a veces, ni tú mismo lo ves, tan ciego que estás por la etiqueta que te empeñas en llevar.

La pureza de corazón no se trata, entonces, de una ley que seguir o de una ley que romper, sino de un viaje hacia lo escondido, acompañado por la mano del Padre, que me conducirá poco a poco hacia aquel tesoro oculto en el campo (Mateo 13,44). Se trata, en definitiva, de abandono, más que de norma. Sin embargo, a nosotros nos gustan las seguridades, y las normas (para seguir o para romper, según del bando que me ponga), como las riquezas, nos ofrecen seguridades.

Vamos a ver, ahora, Lucas 10, 38-42. Te pido que lo leas en tu Evangelio. Según el machismo de la época, la mujer auténtica era la que atendía las tareas de la casa. María asume un lugar que no le es propio y Marta, evidentemente, lo nota. Mientras, Jesús parece no preocuparse del asunto. (Y es significativo que esta escena tenga lugar después de la parábola del Buen Samaritano, cosa curiosa: uno podría pensar que María era exactamente lo opuesto al samaritano).

Jesús rompe el esquema, confirmando que el lugar auténtico de la mujer, como el del hombre, es a sus pies. Nos interesa ahora ver la actitud de Marta: está preocupada por lo que hay que hacer o no hacer. Su preocupación es tal que, no sólo no presta atención a Jesús, sino que ve a su hermana como perezosa. Es decir, su preocupación le impide ver la realidad con ojos puros, en vez de "con ojos de juez". Ésta es la trágica consecuencia de querer poner una etiqueta: la imposibilidad de ver correctamente a Dios y a sus criaturas. Aquí podemos percibir con qué cristal vemos la realidad que nos rodea: un cristal que, a menudo, nos impide ver al hermano como un amigo o como una persona amada. Y que en cambio, nos hace verlo como una carga o una piedra angulosa que tenemos que pulir.

Esta bienaventuranza nos invita a contemplar la realidad, en vez de clasificarla; nos invita a ir a lo escondido, a lo profundo, a ese corazón que es "lo inalcanzable". Y, sobre todo, nos invita a particularizar en vez de generalizar. El puro de corazón no es el ingenuo o el niño tonto que no ha entendido como funcionan las cosas en este mundo. El puro de corazón es aquel que sabe mirar cada cosa o cada situación, a cada persona como única y que sabe que, antes que una acción, necesita una contemplación de su originalidad irrepetible. Mis hermanos no me han sido dados para cambiarlos, sino para amarlos y amarlos con un amor particular.

ROMPE TU PAZ

“Felices los que trabajan por la paz, se llamarán hijos de Dios” Cada vez que abro mi agenda, me agobio. Los compromisos y actividades que me esperan parecen ahogarme, no tengo tiempo "para mí". Ansío momentos libres de cualquier actividad. Oigo a menudo una frase que muchas veces hago mía: "¡Que me dejen en paz!... Estoy de vacaciones, tengo un rato libre, que no me pidan más cosas, que no me pidan nada, que me dejen en paz". O sea, que estoy convencido que puedo tener paz sólo si los demás no me molestan, así, mi paz depende de los demás. Es decir, los demás tienen la obligación y el deber de dejarme en paz, a mí que soy un ciudadano honesto, que pago los impuestos, que no robo a nadie. Pienso que yo tengo todo el derecho a la paz. Un derecho que me he ganado con mis esfuerzos y con el cumplimiento de mi deber. Y claro, identifico paz con tranquilidad y, por supuesto, con conciencia tranquila.

Cómo suena esto a fariseo, ¿verdad?, pero no nos engañemos: es un pensamiento que está en nosotros. Nos sentimos con el derecho de que nos dejen en paz, de que defiendan nuestra paz. Sin embargo, leemos en el Evangelio: "Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano". ¿Has notado? "Tu hermano tiene quejas contra ti". Puede que yo no tenga nada contra él. Entonces, ¿por qué molestarme?

Pienso que el problema es del otro, yo tengo mi conciencia tranquila, en paz, por supuesto. En cambio, Jesús me pide ir mucho más allá de mi sentirme tranquilo. Me pide que me implique en lo que vive mi hermano. Me dice que lo que cuenta no es que yo me sienta hermano de los que me rodean, sino que los que me rodean se sientan tratados como hermanos por mí. Si mi hermano no se siente tratado como tal, no puedo quedarme tranquilo. Tengo que moverme hacia él para preguntarle lo que puede haber pasado. Y esto sí que rompe mis esquemas, mis costumbres. Esto me obliga a romper mi paz y tranquilidad para buscar al hermano. No digamos, pues, feliz el que vive en paz y tranquilidad sin molestar a nadie. Digamos feliz el que rompe su paz para construir la paz.

Pero, ante esta exigencia del Evangelio, mi interior parece rebelarse. Si yo he actuado bien en conciencia, ¿por qué tengo que dar el primer paso en caso de que un hermano esté molesto y, además, yo no sepa ni siquiera por qué lo está? Pues bien, cuando cada uno se queda en su "conciencia tranquila", ni el hermano ni yo damos el paso (los dos pensamos tener razón), la tensión crece hasta el punto que nuestras posiciones se vuelven irreconciliables.

En una ocasión visité a una pareja que estaba viviendo un mal momento. La mujer, acogiéndome en la casa, me dijo que el marido no estaba y que volvería en seguida. De hecho, al rato llegó. Él nos saludó y marchó apresuradamente a su estudio con la excusa de querer escuchar, por la radio, el resultado de un partido de fútbol. La mujer, enfadada, dijo que hubiera podido quedarse con nosotros, en vez de marcharse sin prestar atención, que siempre era igual, que era un maleducado... Después, cuando se aplacaron los ánimos, resultó que el hombre sencillamente no quería molestarnos: pareciéndole que el diálogo era reservado, decidió apartarse. El fútbol era sólo una excusa. Las intenciones eran buenas, era una atención hacia su mujer. Pero su actitud exterior dio un mensaje distinto.

Esto es lo que nos pasa: actuamos con buenas intenciones, pensamos haber hecho lo correcto, pero no somos conscientes de esas actitudes exteriores que pueden herir a los demás. Hay una parte de nosotros mismos de la que no tenemos conciencia, parte que los demás sí perciben y que puede herirles. Y esta parte que sólo los demás ven es necesario conocerla. De otra forma voy sembrando conflictos aunque yo me sienta tranquilo y en paz. Hasta me sorprendo de que la gente arme un follón por ciertas actitudes mías. Incluso me digo "qué injustos son conmigo". Y es que puedo ser destructivo y no darme cuenta. Así, debo buscar a mi hermano cuando éste tiene una queja contra mí y empezar a trabajar por la paz, en vez de exigírsela a los demás. La regla a seguir debería ser "sólo puedo pedir lo que antes di".

¿Y si el herido soy yo? ¿Y si es mi hermano el que me ha herido? Después de haber considerado que también yo hago el mal sin saberlo, debo recordar aquellas otras palabras de Jesús: "Si tu hermano ha pecado contra ti, ve y díselo a solas". Lo malo es que suele suceder al revés: se entera antes el pueblo entero y luego, por vías indirectas, llega a oídos del interesado. Así, nos dice Jesús, reprende a tu hermano a solas "y si te escucha habrás ganado a tu hermano". Escuchar presupone un diálogo, y el diálogo no es una imposición, no es una amenaza ni una ruptura, no es un decir: "cuidado hermanito, la próxima vez vas a ver lo que te va a pasar".

Trabajar por la paz, según el Evangelio, no es simplemente salir a una manifestación para que los otros cambien o actúen. Es mucho más profundo y cotidiano. No es algo que se pueda delegar simplemente al Estado o a los partidos. Empieza desde mi vida real, cotidiana, en mis pequeñas opciones y actividades diarias. Y los que auténticamente trabajan por la paz serán llamados hijos de Dios. Seguramente no serán llamados así por el mundo, sino por Dios. Aquel Dios que quiere la reconciliación, que busca tanto al lejano como al cercano, al perdido como al que nunca se ha extraviado, que busca tanto al hermano que se escapa de casa como al que se ha quedado junto a su padre.

SÓLO SU NOMBRE ES JUSTO

“Felices los perseguidos por buscar la justicia, de ellos es el Reinado de Dios”

Aunque veo una cierta admiración por esos misioneros mártires que, de vez en cuando, aparecen en los medios de comunicación (desafortunadamente hay muchos más mártires que no aparecen), en general, para la gran mayoría de la gente, son algo lejano, como si fueran de otro planeta: inalcanzables. Producen curiosidad, pero nada más. Bichos raros.

Sí, muy bien, aplausos cuando llegan sus ataúdes, frases como "estos sí que son verdaderos cristianos". Pero, luego, decimos de verdad lo que pensamos: "Yo estoy aquí. Tengo que currar para ganarme la vida y no tengo tiempo para otras cosas. No seré un héroe como éstos, pero soy honesto, todo lo hago según la ley y, vamos, no se puede vivir flotando en el aire, ésta es la realidad". Así, después de los aplausos, los enterramos definitivamente en nuestro olvido, gracias a nuestra vida diaria. La vida sigue, ¿no es cierto?.

Es verdad, las palabras de Jesús pueden inquietarnos: "Quien quiere ganar su vida la perderá". ¿Qué querrá decirnos? Tengo mi curro diario para vivir y de vez en cuando me voy al Caribe en un viaje organizado... ¡y, según Jesús, resulta que estoy perdiendo mi vida! ¡Mejor no pensar! Ante esta afirmación de Jesús, podemos casi hasta llegar a sentirnos identificados con el endemoniado que encontramos en el Evangelio, en Marcos 1, 21-28, "¡Has venido a dañarnos!". Te lo traduzco al lenguaje de hoy: "¡Jo, tío, has venido a complicarme las cosas!". Lo curioso es que el endemoniado era un practicante de la sinagoga (practicante del lugar de culto), podía entrar y salir sin estorbo. Es decir, seguía las reuniones de la comunidad y nadie advertía su presencia, casi podríamos decir que "se consentía" su presencia.

Me espanta aplicar esto a nuestras comunidades o parroquias. ¿Hemos, no sólo aprendido, sino consentido vivir con el mal? Cuidado, no estoy hablando de cruzadas o de inquisiciones, que son auténticos frutos del mal. Estoy hablando, más bien, de un estilo de vida (guiado más por el consumismo que por Dios) que ha entrado en nuestras comunidades sin mucho estorbo. Lo que me asusta es que, al fin y al cabo, los cristianos de nuestro Occidente, de los países enriquecidos, no sólo estamos en este mundo sino que, precisamente, somos de este mundo: por lo tanto, no molestamos. Los mártires de hoy, quién sabe por qué siempre en los países empobrecidos, son por supuesto de otro mundo, de otro planeta. Nosotros no sólo vivimos en un mundo consumista, sino que nos hemos identificado con él. No podemos ni queremos vivir de otra forma, y tenemos que aceptarlo con todas sus normas.

Otra curiosidad con el endemoniado en Marcos es que también el espíritu del mal trata de identificarse con la persona que posee, se establece una especie de pacto de convivencia. Jesús le dice "sal de él". Recuérdalo: aquella voz que surge en tu interior no es tu verdadera identidad, tú no eres hijo del consumismo: tú eres hijo de Dios. Pero ahora viene lo que más nos llama la atención. "Retorciéndolo y dando un alarido el espíritu inmundo salió de él”. Es algo doloroso. La voz que sigue diciendo que eres hijo del consumo y nada más no quiere perder un cliente seguro. Además, el cliente seguro no está tan convencido de preferir la libertad a la ilusión del "sueño americano". El Evangelio nos habla de otro espíritu del mal que no quiere salir, Marcos 9, 14-29. "Esta especie sólo puede salir con oración y ayuno".

"Es imposible cambiar mi estilo de vida", pienso y, es verdad, no puedo cambiarlo con sólo mis fuerzas. Le pregunto a Jesús el porqué y él me contesta: "Ayuno y oración". Ayuno y oración (austeridad de buscar sólo lo que es verdaderamente esencial) son el motor del cambio interior: ver, oír, tocar, sentir la vida de otra forma. No me creerás, pero, en definitiva, es esto lo que hace temblar a la Nestlé, la Coca-Cola, la Nike... Porque detrás de cada mártir hay un gran orante que busca lo esencial.

Te habrás dado cuenta de que, en nuestra sociedad, todo lo que hacemos es ambiguo, así como lo que decimos. ¿Quién ha dicho que las actividades para los demás están marcadas exclusivamente por el amor? Ya habrás notado que "Lady Di" la dibujaron como una mártir, hasta ponerla al mismo nivel de Madre Teresa. Con todo respeto por su persona y por los sufrimientos que pasó, pero no tenían absolutamente nada que ver con las torturas, calumnias y asesinatos sufridos por los verdaderos mártires y, menos aún, con la vida entregada hasta el último respiro de Madre Teresa.

Jesús sigue la bienaventuranza de la justicia con "los perseguidos a causa de su nombre". Permíteme añadir que sólo su nombre es "justo", sólo Él es "El Justo". Así, sólo mi actividad o mi hablar "en su nombre" será justo. Cuando hago o digo algo por una idea propia que tengo yo de justicia, me huele a interés personal y a protagonismo. Además, la justicia como idea ya ha creado bastante injusticia (basta con una lectura atenta de la Historia: también de la reciente).

San Pablo escribe un hermoso himno al amor en su primera carta a la comunidad de Corintio, en el capítulo 13. Sólo si me guío por ese amor vivo, pasional, entonces vale el hacer o el hablar en favor de los pobres y de los débiles. Y detrás de los mártires hay este amor pasional. Por eso, la actividad primera del misionero es la oración, estando dispuesto a dejar otras actividades que en un mundo sin amor parecen más eficaces. En su corazón, por tanto, reinará Dios, su amor pasional, austero, que busca sólo "El Justo", sin espacio para el "sueño americano".

LA VOZ DEL AMADO

“Felices los que escuchan la Palabra de Dios”

Un día, atravesaba yo la ciudad hacia el lugar de una reunión. Estaba absorto por los asuntos a tratar y por los problemas a resolver. Los ruidos de la ciudad me rodeaban, pero eran incapaces de atraer mi atención. Sólo una voz conocida que me llamaba logró pararme los pies, obligándome a buscar un rostro. Y como la voz era de un amigo, el deseo de encontrar su rostro y hablar un poco, en medio de una ciudad anónima e impersonal, me llenó de alivio y gozo. Esta experiencia tan común me ayuda a concluir el camino de las bienaventuranzas. Éstas, como toda la palabra de Dios, no deben incrementar simplemente el caudal del río de palabras que baña nuestra vida diaria. La piedra en el río está mojada por fuera, pero si la rompes ves que por dentro está seca. Así, demasiadas veces, el Evangelio es una palabra que moja nuestra vida, pero no la motiva, no la mueve ni la anima, no la empapa hasta el fondo. Y es que otras muchas palabras mueven nuestra vida. En una reunión de catequistas, muchos se quejaban de que, teniendo una sola hora de catequesis durante la semana, no podían competir con la avalancha de mensajes que produce el ambiente indiferente en que viven los chavales. Yo creo, sin embargo, que éste no es el motivo principal que explica la dificultad de comunicar la Palabra de Dios.

Basta una palabra amiga para despertar tu atención en medio del ruido de la ciudad. Temo, en cambio, que una palabra que trate de convencerte con una lógica aplastante será, tal vez, eficaz solamente en el momento inmediato. Pero pronto otras palabras ocuparán tu vida. Serás como la piedra del río, bañada por aguas siempre diferentes. Así, no nos dejemos engañar por el consumismo: la Palabra de Dios no es un problema de marketing. Si hubiera sido sólo esto, está claro que Dios hubiera sido más astuto y no se hubiera encarnado en el seno de una familia desconocida.

Te invito a leer Marcos 1,9-11. Jesús oye la voz que dice "Tú eres mi hijo amado". Es la voz que Él sabrá siempre escuchar en su vida, la voz que le infundirá confianza y le dará capacidad de abandono, la voz que le llevará a discernir lo que tiene que hacer con plena libertad. Es la voz amiga que vive en Él, la voz que Él escucha insistentemente. Me llama la atención la escena de este pasaje: los cielos se abren, el sol con toda su claridad resplandece y alegra la vida... Es una escena que contrasta notablemente con nuestra vida, con nuestro cielo cubierto de nubarrones, donde nada está claro y donde reina el miedo. Jesús me enseña que el cielo puede abrirse cuando sigo la voz que dice "Tú eres mi hijo amado". Esta voz está en cada uno de nosotros, ha encontrado su morada en nuestros corazones.

Si esto es verdad, entonces lo más importante es escuchar. Y tú sabes que escuchar es el verbo que concreta el amor. Amar, en definitiva, es escuchar al otro. Sólo cuando escucho, salgo de mí mismo y pongo en el centro de mi vida al otro. No es casualidad que los mayores problemas de las parejas sean causados por falta de comunicación. Tampoco lo es el que las heridas más profundas nos las produzcan cuando no nos sentimos escuchados. Y menos el observar que los niños problemáticos hagan todo lo posible en clase para llamar la atención, para ser escuchados.

Hemos creído durante mucho tiempo que lo más importante era "enseñar". "Si se lo explicas bien, verás que el chaval entiende y actúa en consecuencia". Esto es lo que piensa el catequista. Y así, hemos transformado nuestras parroquias y comunidades en centros de enseñanza: clases de catequesis, cursillos para jóvenes, para los que se casan, para los mayores... (volvemos al río de palabras). Pero, personalmente, estoy harto de charlas, ¿tú no?

En otros casos, hemos transformado nuestras parroquias o comunidades en centros de tiempo libre para enganchar a los jóvenes, a veces compitiendo con las ofertas propias de otros ámbitos: gimnasios, clubs, asociaciones... La diferencia es que, de vez en cuando, les damos una charla de formación. ¡De nuevo la enseñanza! Me parece encantador cuando las parroquias o comunidades, que tienen posibilidad de ofrecer todo esto, se llenan de jóvenes. Pero no nos dejemos engañar por los números. Mucha gente no significa necesariamente seguidores o discípulos de Cristo (en los tiempos de nuestros abuelos había gente que llenaba las iglesias y "vocaciones" que llenaban los seminarios, ¿y...?). Y es que aunque la muchedumbre nos entusiasma, seguir a Cristo es otra cosa. En mi opinión, nuestras parroquias y comunidades han olvidado que, antes que nada, deben ser centros de escucha, de escucha de aquella Palabra que sale de Dios.

Dios sigue hablando, sigue diciendo a cada ser humano: "tú eres mi hijo, el amado". Sin embargo, nosotros ayudamos a la sociedad consumista a aumentar los ruidos, que distraen a las personas, pues en el fondo no estamos convencidos de que Dios quiera comunicarse directamente con sus criaturas. Bastaría una sola vez, repito, una sola vez que escucharas la Palabra de Dios, para que tu vida no fuera ya la misma. No multipliquemos, por lo tanto, las palabras "como hacen los paganos convencidos de ser escuchados por el mucho hablar". Aumentemos los lugares y los momentos de escucha. En realidad, todos nosotros tenemos sed de palabras verdaderas, de palabras de vida, y éstas sólo Dios puede darlas. Qué maravilloso sería dedicar de vez en cuando nuestros fines de semana a escuchar lo que el corazón anhela oír. En cambio, me escapo con las diversiones, con el querer pasarlo bien y mi corazón, día tras día, se entristece y muere. Y es que mi corazón comenzó a latir no para "pasarlo bien" sino para amar. Nunca descansará hasta que no encuentre la voz del Amado.