“Dónde yo vivo hay un árbol que llaman “El Árbol de la Palabra”. Allí lo que se dice tiene peso. Se sientan bajo la sombra del árbol, unos frente a otros, para poder mirarse; hablan y escuchan, y la palabra no se la lleva el viento”.
“Hay que darse cuenta que “mi” palabra puede estar CONTAMINADA, por lo que estoy percibiendo, por lo que traigo de heridas y desconfianza, por la cantidad de prejuicios que me predisponen al juicio antes que a la escucha. De todo eso, los que tengo enfrente no tienen culpa y puede que también vengan con su palabra CONTAMINADA. Así no se puede escuchar.
“Así que tendré que DESCONTAMINARME alejando todo eso de mi interior, para llegar a mirar a los demás con mirada limpia, con empatía, para tener lucidez al expresarme y escuchar con libertad”.
“Bajo el Árbol de la Palabra hay un rato de DESCONTAMINACIÓN, se habla de cosas sencillas de la vida cotidiana; es un espacio de tiempo para preguntar cómo va la vida, la cosecha, las gallinas, la familia… y después se hace silencio, no más de unos segundos, que abre la puerta a la conversación: ‘Dime, te estoy escuchando’, dice el que preside la reunión, en la que todos tienen derecho a la palabra.
“Es necesario y muy bueno sacar las cosas, los conflictos y ponerlos a la vista para poder hallar soluciones sino todo se enfanga”.
“Cuando la palabra está CONTAMINADA, no es posible la escucha y provoca ira; viene la agresividad y el stress. Es el momento para darse un rato de inmersión en el silencio de Dios, haciendo lo que hacen las ranas”.
“Las ranas están siempre en la superficie del agua, saltando y chapoteando de un lado a otro, cazando. La superficie es ruidosa, muy activa, así que en determinado momento dan un salto y bajan al fondo a cargar las pilas. Tenemos que hacer como las ranas”.
Para reflexionar y orar.
Efesios 4, 29-32. “Malas palabras no salgan de vuestra boca…”
Mateo 11, 29. “Aprended de mi que soy manso y humilde de corazón…”
“Ni una palabra asoma a mis labios sin que haya estado primero en mi corazón” (André Gidé)
“La concordia hace crecer las cosas pequeñas; la discordia destroza las grandes” (Salustio)