El Evangelio de este domingo (Lc 15,1-32) comienza con algunos que critican a Jesús, lo ven en compañía de publicanos y pecadores, y dicen con indignación: "Acoge a los pecadores y come con ellos" (v. 2). Esta frase se revela, en realidad, como un anuncio maravilloso. Jesús acoge a los pecadores y come con ellos. Esto es lo que nos sucede, en cada misa, en cada iglesia: Jesús se alegra de acogernos en su mesa, donde se ofrece por nosotros. Y el Señor, respondiendo a los que le criticaban, cuenta tres parábolas, tres parábolas maravillosas, que muestran su predilección por los que se sienten lejos de él.
En la primera parábola dice: "¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y pierde una, no deja las noventa y nueve en el desierto y va en busca de la perdida? (v. 4) ¿Cuál de vosotros? Una persona de sentido común no lo hace: hace un par de cálculos y sacrifica una para mantener las noventa y nueve. Dios, en cambio, no se resigna. Él se preocupa precisamente por ti que todavía no conoces la belleza de Su amor, tú que todavía no has aceptado a Jesús en el centro de tu vida, tú que no puedes vencer tu pecado, tú que quizás no crees en el amor debido a las cosas malas que han sucedido en tu vida. En la segunda parábola, tú eres esa pequeña moneda que el Señor no se resigna a perder y busca implacablemente: quiere decirte que eres precioso a sus ojos, que eres único. Nadie puede reemplazarte en el corazón de Dios. Tú tienes un lugar, eres tú, y nadie puede reemplazarte; y yo también, nadie puede reemplazarme en el corazón de Dios. Y en la tercera parábola Dios es el padre que espera el regreso del hijo pródigo: Dios nos espera siempre, no se cansa, no se desanima. Porque somos nosotros, cada uno de nosotros, ese hijo que se vuelve a abrazar, esa moneda que encontrada, esa oveja acariciada y puesta sobre sus hombros. Él espera cada día que nos demos cuenta de su amor. Y tú dices: "¡Pero he hecho mal tantas cosas, han sido demasiadas!". No tengas miedo: Dios te ama, te ama tal como eres y sabe que sólo Su amor puede cambiar tu vida.
Pero este amor infinito de Dios por nosotros pecadores, que es el corazón del Evangelio, puede ser rechazado. Es lo que hace el hijo mayor de la parábola. No entiende el amor en ese momento y tiene en mente más a un maestro que a un padre. Es un riesgo para nosotros también: creer en un dios que es más riguroso que misericordioso, un dios que derrota al mal con el poder en vez de con el perdón. No es así, Dios salva con amor, no con fuerza; se propone, no se impone. Pero el hijo mayor, que no acepta la misericordia de su padre, se cierra, comete un error peor: se cree justo, cree que ha sido traicionado y juzga todo sobre la base de su pensamiento de justicia. Así, se enfada con su hermano y reprocha a su padre: "Has matado al ternero gordo ahora que ha vuelto este hijo tuyo" (v. 30). Este hijo tuyo: no dice mi hermano, sino tu hijo. Se siente un hijo único. También cometemos errores cuando creemos que tenemos razón, cuando pensamos que los malos son los otros. No nos creamos buenos, porque solos, sin la ayuda de Dios que es bueno, no sabemos cómo vencer al mal.
¿Cómo podemos derrotar al mal? Aceptando el perdón de Dios y el perdón de nuestros hermanos. Pasa cada vez que nos confesamos: allí recibimos el amor del Padre que vence nuestro pecado: ya no está allí, Dios se olvida de él. Dios, cuando perdona, pierde la memoria, olvida nuestros pecados, olvida. ¡Dios es tan bueno con nosotros! No como nosotros, que después de decir "no pasa nada", a la primera oportunidad recordamos con intereses el mal que nos han hecho. No, Dios borra el mal, nos renueva en nosotros y así renacer en nosotros la alegría, no la tristeza, no la oscuridad en el corazón, no la sospecha, sino la alegría. (Fuente: Papa Francisco)
Ecos de la sabana
COMENTARIOS
- Dominicos
- Miguel Ángel Munárriz: La psicología del pecado. Habitualmente hablamos del pecado cometido, pero rara vez del pecado padecido.
- José Luis Sicre: Cuatro actitudes ante los pecadores. La parábola nos ayuda a autoevaluarnos. A veces nos portamos con Dios como el hijo pequeño que se marcha de la casa y sólo vuelve cuando le interesa.
- José Antonio Pagola: La mejor metáfora de Dios. ¿Qué sintieron los que oyeron por vez primera esta parábola inolvidable sobre la bondad de un padre preocupado solo por la felicidad de sus hijos?
- Mª Guadalupe Labrador: ¿Creemos en el Dios Abbá de Jesús? ¿Nos sentimos hijos e hijas? Nuestro Dios es siempre el que sale al encuentro, el que abraza, acoge, carga sobre sí y siente su corazón tan feliz y lleno de alegría al recuperar a uno solo de sus hijos e hijas.