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  • Francisco de Borja Lizarraga Olesti

Ser bálsamo en el encuentro con el inmigrante…

10 Agosto 2022 8271

Es difícil expresar en breves palabras lo que ha supuesto este campo de trabajo en Tetuán (Marruecos). Soy Borja, tengo 30 años y soy seminarista del Seminario Conciliar de Madrid.

Lo cierto es que cuando se me planteó la posibilidad de acudir a este campo de trabajo no lo dudé, dije que sí sin ningún tipo de pretensión ni expectativa acerca de lo que me podía encontrar allí, me fie del Plan del Señor y me dejé sorprender por Él ¡Y vaya si me he sorprendido!

La realidad que se vive en Tetuán no es simplemente la realidad que uno puede deducir o presuponer, tampoco es la realidad que aparece en las revistas o en la tv o en las fotos de las influencers de Instagram. La realidad, como siempre, supera cualquier ficción.

La realidad de Tetuán es la de ser una ciudad con una hospitalidad tremenda hacia cualquier persona, ya sea tetuaní o extranjera, como era nuestro caso; una ciudad que vive prácticamente del comercio, con una fe muy viva, pero que, además, por desgracia está marcada por una fuerte presencia de la inmigración, sobre todo de la inmigración de muchos países africanos, de personas que huyen de sus hogares en busca de un futuro mejor.

Por eso, el pequeño (pero potente) grupo que formó parte de este campo de trabajo, en nuestros primeros encuentros con nuestros hermanos inmigrantes, nos dimos cuenta de la dureza de sus vidas, pero también de la fortaleza interior que tienen, pues a pesar de que llevan muchos años en Tetuán queriendo cruzar a España (algunos llevaban casi 10 años) no pierden la esperanza de conseguirlo algún día. Todos nos planteábamos en muchos momentos del día la pregunta: ¿qué podemos hacer? ¿Cómo cambiar esta situación de dureza que lleva a seres humanos a dejarlo todo en busca de una vida mejor? Lamentablemente, y esto creo que es lo que más nos costó asumir, la respuesta no estaba en el hacer, sino en el ser. Nuestra misión con los inmigrantes no era cambiar sus vidas, sino ser ese “bálsamo”, esos ungüentos que el Buen Samaritano riega sobre las heridas de aquel que cayó en manos de los bandidos, en definitiva, ser un poco “verónicas” que enjuagamos el rostro herido de nuestros hermanos, donde pudimos contemplar en esos rostros, el mismo rostro de Cristo.

Estos encuentros con nuestros hermanos inmigrantes los teníamos por las mañanas y por las tardes tuvimos varios encuentros. Uno de ellos, el que personalmente me llenó por completo y me transformó totalmente el corazón, fue el encuentro con la comunidad Sufí, una rama del Islam. Después de una charla introductoria que nos dio Sufián (un miembro de esta comunidad) donde despertó rápidamente el interés de todos por conocer más profundamente el sufismo, la propia comunidad nos invitó a su Zawiya a tener un rato de oración con ellos. He de confesar que jamás se me hubiera ocurrido que podía estar en una oración musulmana orando con hermanos musulmanes y a pesar de no entender nada (todas las oraciones se cantan y/o recitan en árabe), lo cierto es que sentí que estábamos rezando al mismo Dios, aunque de distinta manera. La acogida, una vez más, por parte de esta comunidad fue impresionante, hasta el punto de plantearme si nosotros acogemos igual en nuestra querida Iglesia Católica.

Y, por último, pero no menos importante, quiero destacar un encuentro que se llevó a cabo más en la cotidianeidad, en el silencio, en lo escondido y este fue sin duda el encuentro que tuvimos entre los miembros del grupo que llevamos a cabo este campo de trabajo. Ciertamente, en el grupo había sacerdotes javerianos misioneros (el P. Rolando y el P. Robertus), había Franciscanas Misioneras de María (“Manoli” y Joylin), había miembros de la misma familia: Pilar y Almudena, había gente que venía de la misma ciudad como Jaime y Luz o de ciudades distintas como Pamplona (Sofía) o Tolosa (Myriam) e incluso un seminarista (servidor). Y entre gente tan distinta se ha creado una relación de amistad que creo que es difícil de borrar, y aunque parezca una cosa muy obvia, no lo es tanto, ya que, si no nos hubiéramos amado entre nosotros, ¿cómo hubiésemos podido amar al otro, al distinto? Estoy seguro que esta amistad que se ha ido forjando entre este grupo, el poder trabajar juntos, rezar juntos, apoyarnos entre nosotros, ha sido el acicate que nos ha impulsado a salir de nosotros mismos para poder entregarnos a nuestros hermanos inmigrantes y a poder amar a nuestros hermanos musulmanes.

Como conclusión, solo me brota del corazón darle gracias en primer lugar a Dios, que me propuso (a través del Seminario) este campo de trabajo para que una vez más me dejara sorprender y transformar por Él a través de los hermanos, a todas aquellas personas que han hecho posible esta experiencia sin duda imborrable, a mis hermanos y hermanas de campo de trabajo, a todos los inmigrantes que nos han abierto su corazón y a los hermanos sufís que nos han dado la oportunidad de conocer más y mejor el islam.

Y termino con una frase para ti, que lees este artículo, ¿estás dispuesto a amar más de lo que ya amas? ¿Quieres entregar tu vida y tu tiempo en favor de los que no tienen nada? ¿Te atreves a asumir el riesgo de conocer a tus otros “hermanos”? Ponte en camino, te están esperando.

Francisco de Borja Lizarraga Olesti, Madrid

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