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39.- COMUNIDAD MANANTIAL DE ESPERANZA

05 Julio 2019
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A finales de febrero, la Iglesia católica de Italia decidió, en estos tiempos de crisis, entrar en el mercado del crédito a pequeña escala colocando en él pequeños préstamos. Si los bancos son reacios a soltar un euro, ahí está y se hace presente la Iglesia para ayudar y sostener a tanta gente sencilla. Pequeños prestamos, esperanza para miles de ciudadanos. Signos evangélicos actualizados del Reino de Dios, siguiendo a Jesús.

Entre nosotros, ya a finales del año pasado, la Conferencia Episcopal Española había distribuido entre las Caritas Diocesanas el 1% del Fondo Común Interdiocesano. Muchas cáritas parroquiales se están viendo desbordadas, en su labor cercana y eficaz. La respuesta por parte de las comunidades cristianas está siendo generosa. Frutos abundantes de solidaridad personal y comunitaria. La comunión de bienes, en sus diversas formas, ha sido siempre una señal de identidad de la comunidad cristiana. En tiempos de crisis existe un compromiso admirable de numerosos cristianos hacia los más desfavorecidos. Gestos de indudable valor evangélico con una preciosa fuerza evangelizadora.

Pasión compartida

En Jesús descubrimos una doble solidaridad de Dios con nosotros. En un primer momento descubrimos una solidaridad dolorosa y crucificada. Hemos hecho a Dios solidario de nuestro mal, porque él -por su cercanía y ternura- se ha dejado “enredar” en nuestra situación humana. El enredo –el amor, porque de eso se trata- le ha llevado a la cruz, y al extender las manos, al abrazarnos en su amor herido nos ha desenredado de tanta trampa y desvarío, de tanta ofuscación o dureza de corazón. Una solidaridad arriesgada y conflictiva que le llevó a la cruz, y que huele a pasión compartida. Muchos cristianos han “saboreado” en sus vidas lo que esta solidaridad implica.

Pero la solidaridad de Dios no termina ahí. Su solidaridad se convierte, con posterioridad y para siempre, en solidaridad vivificadora y esperanzada. Nosotros le hemos hecho solidario en nuestra muerte y desesperanza y él nos ha hecho solidarios en su vida y esperanza. Dios reacciona resucitando a Jesús, reacción justa y solidaria, al estilo de Dios. La solidaridad se convierte en fidelidad. Tal vez esa necesidad, universalmente sentida, de justicia para las víctimas haga “necesaria” la Resurrección de Jesús. Pascua discreta, sosegada y luminosa.

La esperanza, siendo comunitaria, está relacionada con la fraternidad, el compartir, la sobriedad. Podemos vivir mejor teniendo menos y compartiendo más. La alegría aumentará porque será de muchos más, por eso nuestra esperanza no es sólo de Jesús sino también de los pobres, de la gente sencilla. Podemos vivir mejor sin dejarnos atrapar en la espiral del querer tener cada vez más. Son numerosas las voces dentro y fuera de la Iglesia que nos hablan de la necesidad de buscar otro modelo de crecimiento y de sociedad, de vivir otros valores, porque en su raíz la crisis es de valores. Por ello la crisis se presenta como una oportunidad “histórica” dentro del inmenso dolor de tantos hermanos, dolor que dura. El exceso de dolor no significa ausencia de Dios -Dios nunca estuvo ausente en la cruz de Jesús- sino más bien y con harta frecuencia exceso de injusticia creada por la “dolorosa” libertad del hombre.

Religados

Pertenecemos a una misma humanidad, y muchos compartimos una misma fe y una misma esperanza. Somos responsables los unos de los otros. Todo esto genera vínculos, “ataduras” de amor que pueden hacernos más libres. La libertad auténtica es expresión de un amor adulto y maduro; de lo contrario se convierte en un pretexto para el egoísmo, para un individualismo miope, para la indiferencia. La libertad solidaria nos religa y vincula los unos a los otros; es amor gratuito, desinteresado, generoso, exigente y a veces doloroso, al estilo de Jesús, y que nos hace compartir el destino de nuestros hermanos. Vivimos misteriosamente vinculados unos a otros, podemos, por ello, dejarnos “afectar”, implicar y complicar la vida por la situación del hermano necesitado. La religión es sentirnos religados al Ser Supremo que llamamos Dios. Jesús al unir el amor a Dios y al hermano nos hace descubrir que la fe cristiana es religación también con el hermano.

Frente a tanto individualismo como nos rodea, frente a la tentación de la indiferencia o del repliegue en el “sálvese el que pueda” favorecido por la dureza de tantas situaciones, las comunidades cristianas podemos cultivar y favorecer la “cultura del vínculo”, podemos dar nuestra pacífica “batalla” social y cultural a nivel de valores. Voces lúcidas nos invitan a un rearme ético frente a valores suicidas, como la idolatría del dinero, de un dinero fácil e injusto, especulativo, empobrecedor. Recuperar la ética para alimentar la esperanza. Y rearme ético significa conversión colectiva. Es necesaria otra economía, inspirada por otros valores distintos de los actuales que nos han llevado a la crisis global que padecemos. Una economía solidaria, social, de comunión.

Una verdad bíblica: la tierra es de todos, y una práctica eclesial-evangélica: la comunión de bienes, se han convertido en un principio clave de la doctrina social de la Iglesia: el destino universal de los bienes de la tierra, principio que puede y deber inspirar prácticas políticas de redistribución de bienes a los más desfavorecidos. Economistas serios nos dicen que detrás de la crisis hay, entre otros factores, una injusta distribución de la renta, tanto en términos nacionales como internacionales. El abismo entre ricos y pobres no ha hecho más que crecer desmesurada e injustamente. No basta con exigir el control público de los “mercados”, sino exigir justicia, equidad e igualdad, rebelarse contra “la sociedad de la desigualdad”. Verdades y valores evangélicos que pueden inspirar -lo están haciendo- comportamientos y prácticas personales de solidaridad. Numerosos cristianos -obispos y sacerdotes entre ellos- han decidido dar el diezmo de su salario, una forma preciosa de compartir hoy. La crisis es una oportunidad para una mayor sobriedad personal y comunitaria.

Comunidad atractiva

“Tenemos que pagar por los pecados del pasado”, decía Klaus Schwab el organizador del Foro Económico Mundial de Davos (Suiza), donde se reúnen los muy ricos y poderosos del mundo. Lo que no dijo el “caradura” -ciego interesado- es que los pecados los han cometido los ricos y los están pagando los pobres. ¡Cómo puede falsear la realidad una determinada ideología y una posición social!

“El grupo de los creyentes pensaban y sentían lo mismo… Nadie consideraba sus bienes como propios…” (Hechos 4, 32-37). Un texto que refleja bien todo el atractivo y la nostalgia que la fraternidad despierta. Siempre ha sido la fraternidad una fuente inagotable de inspiración en la larga historia eclesial, y la fuerza de su testimonio es tal que siguiendo ese camino podemos rejuvenecer y hacer más atractiva nuestra Iglesia y caminar hacia un renacimiento evangélico y eclesial. Una comunidad solidaria, acogedora, generosa no puede languidecer porque siembra esperanza. La fraternidad evangélica es una propuesta siempre actual que podemos ofrecer a nuestro mundo, sobre todo allí donde sopla con más fuerza el viento árido y estéril del individualismo y del hedonismo más insolidario, allí donde el mundo se vuelve más duro y competitivo. La fraternidad expresada en el compartir y en la comunión de bienes convierte a la comunidad en un lugar de esperanza.

 “Aquí estamos”, -afirmación serena y sencilla, hecha realidad y que brota de la vida de muchas comunidades cristianas- aquí estamos sembrando esperanza, al estilo de Jesús, sin hacer demasiado ruido, cercanos y presentes al lado de los más golpeados, una presencia amable, acogedora, humana. ¡Una hermosa presencia de Iglesia en medio de nuestra sociedad! Presencia apreciada, aunque a veces interesadamente silenciada. Gentes sencillas que dan sin cálculo y se convierten en transparencia de Jesús que “derrocha” con total generosidad y radicalidad su vida, en un gesto de suprema y fecunda libertad.

“La misión en nuestra vida”

Romanos 6, 3-11. La solidaridad de Jesús produce en nosotros una vida nueva. El bautismo bebe de esta solidaridad e inicia en nosotros un proceso de identificación con Jesús que nos hace libres.

II Corintios 8 y 9. Las nuevas comunidades fundadas por Pablo en territorio “pagano” viven su solidaridad con la iglesia madre de Jerusalén, siguiendo a Jesús que “siendo rico se hizo pobre”.

Marcos 12, 38-44. Nadie se ha fijado en ella. Jesús sí. La música de la calderilla de esta viuda suena mejor en el corazón de Jesús que las ofrendas de los ricos. Generosidad sin ruido.

P. Carlos COLLANTES DÍEZ sx