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41.- ESPERANZA, REINO DE DIOS Y COMUNIDAD

21 Enero 2020
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La cultura posmoderna carece de metas históricas, de sueños de transformación, encierra al individuo en el círculo estrecho y reducido de lo inmediato y le hace perder el sentido del largo plazo y de la esperanza que, al igual que los ideales y los compromisos, tiene que ver con el largo plazo, con la fe en el futuro y en nuestra condición humana redimida.

La filosofía posmoderna invita a vivir con pequeñas aspiraciones individuales de corto alcance y horizontes cerrados. En algunos ambientes está al uso una ética sin prójimo porque lo que importa es que yo sea feliz teniendo como único criterio el “todo vale”. ¿Se puede ser feliz utilizando al prójimo con principios como: “vale lo que me agrada, no vale lo que no me agrada”, o, “el principio ético más importante es `haz lo que quieras”? Con una ética “indolora” la vida termina siendo incolora, por mucha imagen, brillo o placer que haya en la epidermis. Claro, se pueden realizar pequeños gestos de solidaridad, pero sin ir a la raíz, a las causas de los problemas; un “altruismo indoloro” (Lipovestky) que ni implica ni complica.

Si lo único que de verdad cuenta es el presente efímero y no sabemos hacia donde nos dirigimos ¿cómo pensar nuestra responsabilidad personal y colectiva hacia el futuro de la humanidad y del planeta? Nómadas sin meta, sin rumbo fijo, así caminan algunos, dejándose llevar a la deriva, sin raíces y sin esperanza; y la esperanza es savia y brújula que anima, sostiene y orienta. “Hay que vivir intensamente el momento presente. No hay mañana”. Jóvenes que viven “intensamente” sin futuro, que organizan sólo el presente y se mueven sin proyectos. Hemos intoxicado a los jóvenes con la comodidad, con gratificaciones inmediatas, con machaconas promesas de bienestar y, sin embargo, muchos son capaces de renunciar a comodidades por una vida comprometida al servicio de causas justas, al servicio de los hermanos.

Mirada serena

Jesús tiene un proyecto que él llama Reino y que sintoniza con las aspiraciones más nobles y profundas del corazón humano. Él veía lo que nadie veía: la cercanía del Padre, su Reino llegando, porque llevaba en el corazón fuego, una pasión de amor que nadie llevaba ni ha llevado, una pasión que ilumina la mirada; y en los brotes ve los frutos y en las huellas del camino ya vislumbra la meta. Aunque el camino sea largo y no exento de dificultades y el horizonte pueda nublarse con dudas e incertidumbres, si participamos de esa misma pasión también nuestra mirada se iluminará.

El Reino es el sueño de Jesús que antes había sido sueño de Dios, sueño roto por el desmedido orgullo humano, y en Jesús quiere rehacerlo. Con sus palabras y signos Jesús anuncia y realiza un acontecimiento: la cercanía compasiva y misericordiosa de Dios, y se desvive para que su pueblo acoja con gozo y esperanza esta presencia amorosa del Padre. Sueña con que Dios sea acogido en los corazones y en la sociedad y que su misericordia llegue a todos, sobre todo a los más necesitados, a quienes viven en los márgenes de la sociedad y de la religión, excluidos de todo tipo, enfermos, pecadores, poseídos; y que la justicia y la paz reinen y la vida que él ofrece florezca de verdad pues tal es la voluntad del Padre. Jesús educa la mirada de nuestro corazón para que podamos captar esta singular presencia y cercanía de Dios, educa nuestra mirada y la libera de la desesperanza al sugerirnos un nuevo estilo de vida, unos criterios distintos, unas preferencias desconcertantes.

La fuerza liberadora de Dios es sencilla, discreta, pero bien real como nos hace entrever en las parábolas que cuenta y en los milagros que realiza. Jesús quiere vernos libres de cuanto nos esclaviza, hiere y deshumaniza; eso es el Reino, eso es él. El Reino de Dios crece en nuestro mundo entre dificultades y resistencias, y siguiendo a Jesús queremos ponernos al servicio de este Reino que crece cuando la comunidad cristiana acoge a los pequeños, a los que no cuentan y los pone en el centro de sus preocupaciones. Iglesia samaritana que se hace real en numerosas comunidades cristianas y que quiere ser al mismo tiempo servidora y signo de este Reino cuya presencia y semillas desbordan sus fronteras.

“Fortuna” y fortaleza

Nuestro mundo es valioso porque el Hijo de Dios se ha hecho criatura, se ha encarnado en nuestra historia, en nuestras vidas, y nada ni nadie puede eliminar esa encarnación. Por eso la realidad es más de lo que aparece y además camina hacia una plenitud. Nos contamina cierta miopía cultural interesada, una concepción chata de la realidad que pretende reducir todo a los estrechos límites de lo inmediato y visible, o simplemente de nuestra razón; y la realidad es más grande que nuestra mirada. No queremos ser los portavoces de ningún “realismo” miope y de corto alcance sino de un sueño, de una esperanza, de una utopía, la de una sociedad más fraterna que podemos construir. Porque creemos en el futuro queremos transformar nuestro presente, junto con otros hermanos.

Algunas de nuestras comunidades se sienten desalentadas y no saben que rumbo tomar, acumulan frustraciones y desánimo. El Señor nos invita a sacudirnos el miedo, la inercia, el desaliento, nos invita a recorrer caminos nuevos ya que los tiempos son exigentes, complejos, provocadores. “Fortuna iuvat audaces” dicen los clásicos. La fortuna tiene un rostro y un corazón, un espíritu, un aliento y es Dios para nosotros. Tenemos motivos más que suficientes para luchar por una sociedad mejor y para sacudirnos cualquier tentación de desencanto o desesperanza, a pesar de sentirnos tantas veces desengañados o impotentes. Firmeza y fortaleza interior nos está pidiendo el Señor, y las circunstancias que nos ha tocado vivir, lo cual exige capacidad de resistencia, perseverancia, el largo plazo, no el corto y miope de nuestra cultura o de los políticos.

Hay también comunidades cristianas cercanas a los excluidos, a quienes sufren, a los inmigrantes; otras cultivan y viven una sensibilidad admirable hacia los pueblos del Sur, hacia sus luchas y esperanzas y levantan su voz para defender a quienes no la tienen o teniéndola no es demasiado fuerte para hacerse oír en determinados lugares. Son comunidades capaces de mantener viva la esperanza y generarla a su alrededor, comunidades que sintonizan con los valores que humanizan nuestra sociedad y hacen nuestro mundo más habitable. Y quieren hacer más visible al Dios encarnado en Jesús, como fuerza y manantial de sentido para caminar y comprometerse. Hay hechos descorazonadores que provocan desaliento y desesperanza pero hay otros muchos que estimulan nuestra esperanza. ¿Por qué estar atentos sólo a los primeros y no dejarse empapar más bien por los segundos? La esperanza siempre será frágil porque somos humanos y la precariedad de nuestra condición humana está siempre al acecho.

Grito y canto

Nuestros desvelos y esfuerzos animados por la esperanza para construir un mundo más humano están y estarán siempre acompañados por la fiel cercanía de Dios. Dios mantiene nuestra esperanza cuando aparentemente no hay motivos ni razones para ello, y cuando creemos que esta vida está misteriosa y secretamente abierta a un futuro de plenitud todo cobra y adquiere un sentido y una luz nueva, todo: esfuerzos, trabajos, fracasos, sueños, esperanzas.

Somos peregrinos hacia el Padre y caminamos con nuestros hermanos envueltos por el claro-oscuro de la vida, nos dirigimos hacia un “lugar cálido”. No somos vagabundos errantes, perdidos y a la deriva, aunque las dudas asalten y la brújula ofuscada pueda titubear. La esperanza no es una nostalgia cargada de melancolía, es una certeza que llevamos en “vasos de barro”. Dios trabaja en nuestras esperanzas humanas y un pueblo que vive de fe es más fuerte porque la fe le sostiene y fortalece. (Art 38º) Hay milagros lentos y poco vistosos pero fecundos a la larga. “El ave canta aunque la rama cruja porque conoce la fuerza de sus alas.” (A Cunqueiro) El ave canta y el hombre –simbolizado en Pedro (Mateo 14, 22-33)- grita porque conoce su fragilidad, su pequeña fe, aunque experimenta sobre todo la bondad de Jesús –la fuerza de nuestras alas-. El ave canta, el hombre grita, ¿y no podríamos también nosotros cantar, fiados de esa mano tendida, la mano de Dios? Cuestión de confianza.

“La misión en nuestra vida”

Lucas 21, 25-33 y Marcos 12, 41-44. Un lenguaje apocalíptico para tiempos especiales, un lenguaje de esperanza para tiempos de crisis. Siempre hay una presencia que nos acompaña: el Hijo del Hombre que ha compartido nuestra vida, nos invita a la confianza y nos enseña a mirar y a compartir desde nuestra pequeñez. Cuando el camino se vuelve oscuro hay que seguir aferrados a lo esencial, liberándonos de temores o seducciones; permanecer arraigados en lo fundamental, al sentido más profundo y permanente de nuestra vida, de nuestro caminar personal y colectivo: Dios.

P. Carlos COLLANTES DÍEZ