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42.- ESPERANZA, CAMBIOS Y FUTURO

21 Enero 2020
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“¿Hay salvación posible para la humanidad y el planeta tierra?... la salvación colectiva no se puede hacer por un simple cambio de estructuras sino por transformaciones personales… en estos tiempos de globalización y cambio constante en la sociedad, la única manera de hacer una revolución que nos salve de la catástrofe pasa por claras decisiones de personas y grupos que opten por un nuevo tipo de vida y de valores. Las revoluciones eficaces del futuro ya no se harán por sublevaciones militares o revueltas populares sino por minúsculos (al parecer) cambios de comportamiento en muchas personas…” (“Iglesia Viva” nº 232, 2007). Un punto de vista opinable y sugerente.

Nuestra sociedad está organizada en función de los intereses de los más poderosos y privilegiados. Una sociedad que no se parece a la querida y soñada por Jesús -ese Reino de Dios del que él habla- y que debiera estar organizada en función de los más necesitados, débiles e indefensos.

Corto plazo

Nuestro estilo de vida, nuestras opciones de hoy, nuestras pautas de comportamiento en el consumo, en la producción de bienes, en las políticas energéticas están condicionando la vida de nuestro planeta y de las futuras generaciones. Vivimos instalados en el corto plazo, y la miopía de lo inmediato nos impide tener un horizonte más amplio y generoso, una perspectiva mayor que incluya nuestra responsabilidad con el futuro. Lo real no es sólo lo inmediato. La crisis múltiple y global que estamos viviendo es, en último término, de valores. Nos cuesta enormemente introducir cambios en nuestro sistema de valores porque están en juego poderosos intereses económicos inmediatos, miopes e insensatos. Los intereses de los privilegiados.

Vivimos seducidos por la tiranía sutil y bien orquestada del corto plazo. La cultura en la que estamos inmersos con su lógica del disfrute inmediato, con su presentismo miope y sin perspectivas nos encadena a la lógica de usar y tirar, fomentada también por una publicidad falaz y poderosa. La economía financiera-especulativa ahoga la economía real y privilegia el beneficio, el lucro inmediato y desmedido, la codicia devoradora. Los políticos preocupados por el poder, por acceder a él, por no perderlo. Economía, política, cultura. El futuro queda relegado, aunque nuestras sociedades con sus opciones y decisiones actuales producen futuro. Pequeñas decisiones de muchos terminan por producir situaciones que no habíamos previsto o querido, y sin un sentido de futuro nuestras decisiones serán menos lúcidas y coherentes. El futuro anhelado puede estimularnos para ser más responsables en el presente, discerniendo las consecuencias de nuestras acciones de hoy. Con frecuencia preferimos no saber, y sin embargo existe una relación entre lo que conocemos, lo que hacemos y el futuro posible.

Bienes y cambios

El actual proceso de globalización neoliberal económico-financiera ha ahondado de manera hiriente el abismo que separa a ricos y pobres –empobrecidos más bien, despojados y excluidos de los bienes comunes universales-. Hay bienes comunes que sólo se podrán garantizar si se piensa, actúa o gobierna con un fuerte sentido de la responsabilidad: la sostenibilidad y el medio ambiente; la paz que es fruto de la justicia, de relaciones comerciales equitativas y justas entre los países; el combate contra la pobreza; la defensa de los derechos humanos. Bienes necesarios que requieren cambios urgentes colectivos e individuales. La situación de injusticia estructural, dolorosa y cotidianamente visible, es una negación de la dignidad humana y supone un reto al evangelio, Buena Nueva de salvación. Un desafío a vivir una ética de la sobriedad, del compartir, de la solidaridad, una invitación a crear una cultura alternativa, en comunión con creyentes de otros credos religiosos y no creyentes, igualmente preocupados por la dolorosa e injusta situación que vivimos. El compartir se convierte en una exigencia de redistribución y restitución, de justicia. Son numerosas las voces que hablan de limitar nuestro nivel de vida colectivo (no confundir nivel con calidad de vida), de cambiar el modelo productivo y las pautas de consumo. A través del consumo podemos ejercer un sentido de ciudadanía universal, responsable y solidario.

Nuestra Iglesia nace misionera y nace de la esperanza ya que surge del Resucitado. La misión tiene por compañera inseparable a la esperanza y está profundamente ligada a la originalidad del cristianismo, a la fe en un Dios encarnado en nuestra condición humana, en nuestro caminar en pos de la plenitud persiguiendo horizontes siempre nuevos sin alcanzarlos: “una nueva tierra y unos cielos nuevos en donde habite la justicia…”. Dios, gracias a la encarnación de Jesús, está presente de manera singular, nueva y asombrosa en todo lo humano. La esperanza es un acto de fe en el futuro y una necesidad para afrontar el presente.

Nuestras comunidades tienen mucho que ofrecer, siempre y cuando estén fundadas en valores y preocupaciones evangélicas, en el propio testimonio comunitario, en la fe en el Espíritu dado a todos y no sólo a ciertos celosos guardianes de la ortodoxia. Que la indiferencia o la hostilidad ambiental no nos haga encerrarnos sobre nosotros asustados o resignados. El concilio Vaticano II nos invita a vivir a la escucha de la realidad, a discernir los signos de los tiempos, con espíritu y actitud dialogantes, sin atrincheramientos ni cerrazones, tampoco con ingenuidad siguiendo una adaptación cómoda o superficial que nos llevaría a la pérdida de nuestra identidad. También las comunidades cristianas pueden crear futuro, esperanza y cultura. “Sólo sabremos lo que podemos hacer a condición de saber quienes somos” (E. Drewermann)

Alternativas

El evangelio es un camino de auténtica humanización. Los valores evangélicos en los que creemos son los valores de ese proyecto colectivo que llamamos Reino, valores sin fronteras, profundamente humanos, que forman parte de nuestras aspiraciones más hondas y configuran un determinado estilo de vida conforme al de Jesús. Nuestra fe-esperanza posee una enorme fuerza de humanización, nos humaniza al estilo de Jesús y podemos humanizar nuestra sociedad, y muchas comunidades lo están haciendo, al compartir de manera concreta sufrimientos, luchas y esperanzas de tantos hermanos.

Los principios, valores y criterios orientadores de nuestra vida tendrían que venirnos del evangelio y no de la cultura dominante, entonces seremos libres. Libres frente a un determinado ambiente socio-cultural que insiste en el tener (riquezas, prestigio, éxito, imagen, posición social, seguridad), que inocula la competitividad-rivalidad, el “todo vale” o el individualismo más exacerbado, y hace difícil la vivencia de ciertos valores. La comunidad cristiana está llamada a actuar de forma alternativa, insistiendo y viviendo otros valores: el servicio generoso, la ayuda amistosa y desinteresada, el sentido gratuito de la vida, la honradez y la justicia, la compasión, la escucha y el acompañamiento de quien sufre, la acogida-hospitalidad, el silencio y la adoración.

La Resurrección de Jesucristo está ya actuando en el secreto de tantos corazones y en lo profundo de la historia. Por eso seguimos de pie desafiando las inclemencias o la oscuridad de nuestra actualidad e historia cotidiana. De pie porque creemos en Dios, que es tanto como decir en el triunfo final de la justicia y la bondad. Y nuestra esperanza no es vana, estéril. En lo íntimo de nosotros hay un secreto, una fuerza escondida, una certeza oculta. Es una fe tenaz, “testadura”, porque tenaz es el amor que Dios nos tiene. Aunque con frecuencia es más “testarudo” su amor que nuestra fe. Los tiempos cambian, Dios no cambia de sentimientos y de actitudes, nos sigue queriendo porque su amor es incansable e irrevocable. Y podemos sentir en todo momento su abrazo, un abrazo paciente y esperanzado en nuestra flojera o mediocridad, abrazo gozoso en nuestra tristeza, fuerte en nuestra fragilidad, cálido en nuestra tibieza. ¿Qué rostro de Dios hacen visibles nuestras comunidades?

“La misión en nuestra vida”

Filipenses 1, 9-11 y 4,8-9. Efesios 1, 17-19. Conocer a Jesús, seguirle de corazón nos hace más humanos, más libres, en él aprendemos que la verdadera libertad nace del amor auténtico.

Marcos 6, 34-44. El conocimiento del corazón compasivo de Jesús multiplica nuestros pequeños recursos humanos y puede hacernos más creativos y solidarios.

Mateo 25, 14-30. Lo real no es sólo lo inmediato. Talentos, valores, recursos adormecidos pueden ser reales y transformar nuestra sociedad, transformarnos a nosotros.

P. Carlos COLLANTES DÍEZ