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  • P. Carlos Collantes sx

33. El bien común y la paz

12 Enero 2024 558

La justicia es camino obligado de la paz, ya nos lo recordaba el Papa Juan XXIII en su encíclica Pacem in terris, de manera que si no hay justicia -sociedad equitativa, cohesión social, fiscalidad justa- la paz es imposible.

Las desigualdades socioeconómicas además de aumentar el sufrimiento y de generar frustración, son también un claro caldo de cultivo generador de violencia. El Papa Francisco insiste desde el inicio de su pontificado en esta misma idea. En efecto, escribe él en “La alegría del evangelio”: “Hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad. Pero hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia…” (EG 59)

La comprensión bíblica de la justicia alcanza una de sus cumbres en la tradición profética. Los profetas nos recuerdan que la calidad humana de un pueblo, de una comunidad se hace visible en la manera como dicho pueblo trata a los más vulnerables o frágiles de entre ellos. Y en nuestras sociedades modernas, este anhelo humanizador puede y debe tener su concreción en un Estado de derecho y en un sistema democrático de verdad basado en la justicia social y en el compromiso por salvaguardar los derechos de los ciudadanos a una vida digna, particularmente de los más frágiles, empobrecidos, marginados.

La verdadera seguridad

Cuando los bienes de la creación quedan liberados del egoísmo humano en todas sus manifestaciones: codicia, avaricia, acaparamiento, explotación y saqueo de los recursos naturales, hay bienes suficientes para que todos podamos vivir con dignidad, convivir en paz y alcanzar la verdadera seguridad, la humana hecha de equidad, justicia social y respeto de la dignidad de cada persona.

Ya desde sus orígenes, la comunidad cristiana manifestó una sensibilidad especial hacia los más vulnerables y generó una mística de la fraternidad que incluía la solidaridad hacia los más necesitados, solidaridad que se convirtió en fuente de esperanza, de ahí el atractivo que despertó en un mundo marcado por el escepticismo, el pesimismo o la desesperanza. Fraternidad, solidaridad y esperanza van de la mano.

No vivimos en una sociedad politeísta como aquella en la que vivieron y fueron perseguidos los primeros cristianos por no doblegar la rodilla ante ningún ídolo, ante el emperador de turno. En nuestro mundo existe un ídolo cruel y poderoso: la lógica neoliberal capitalista -la engañosa “mano invisible” del mercado- un ídolo ante el que muchos se inclinan y que tanto daño está haciendo con su cruel lógica, a causa de las hirientes e inhumanas desigualdades que genera y mantiene, ante el enorme sufrimiento que provoca y el inmenso daño que hace a nuestra casa común, la “hermana tierra”. Y ante los ídolos solo cabe la rebeldía.

Idolatría e indiferencia

El riesgo que nos acecha más que el ateísmo clásico de tiempos pasados es la idolatría práctica cotidiana expresada en ciertos comportamientos que tienen como base supuestos valores culturales y criterios ideológicos. El modelo cultural dominante es individualista, insolidario y depredador. Una idolatría que genera indiferencia hacia el hermano necesitado y justifica la existencia de población sobrante; es la cultura del descarte. Negar al hermano significa negar a Dios. La cultura de la indiferencia que anestesia, y que tanto fustiga el Papa Francisco tiene que ver con esta idolatría práctica marcada por actitudes y comportamientos materialistas, hedonistas, egocéntricos, con la exacerbación de un consumo “libre”, irresponsable, insolidario e insostenible. Todo ello opuesto a la cohesión social, a una sociedad más equitativa y, por ello, a la paz.

Y la cultura de la indiferencia se manifiesta también en la toma de decisiones socioeconómicas que provocan desigualdades, sufrimiento y dramas, que crean población sobrante y destruyen el medio ambiente atentando contra la casa común. “Cuando un sector de la sociedad pretende disfrutar de todo lo que ofrece el mundo, como si los pobres no existieran, eso en algún momento tiene sus consecuencias. Ignorar la existencia y los derechos de los otros, tarde o temprano provoca alguna forma de violencia, muchas veces inesperada… Los sueños de la libertad, la igualdad y la fraternidad pueden quedar en el nivel de las meras formalidades, porque no son efectivamente para todos”. (Fratelli tutti 219).

La libertad no puede ser reducida a un eslogan vacío y tramposo, a simplezas de campaña electoral. La libertad que defiende el neoliberalismo es la libertad del pez grande para comerse al chico, la que genera y mantiene privilegios para una minoría al tiempo que empobrece a millones de hermanos y a pueblos enteros. La libertad para aplicar políticas de austeridad y recortes que dañan las condiciones de vida de tantas personas. Vivimos una situación de violencia estructural generada por el actual sistema económico-financiero y cultural-ideológico, que crea exclusión y población sobrante. Debemos desmontar las falacias de la “libertad” que pretenden ofrecernos, una libertad vaciada, colonizada por la lógica económica, violenta.

Poderes anónimos

Inequidad, nuevas formas de poder anónimo, la ley del más fuerte, mecanismos sacralizados del mercado, dictadura de una economía sin un rostro humano, especulación financiera, tiranía invisible, crisis antropológica, intereses del mercado divinizado, idolatría del dinero, rechazo de la ética, rechazo de Dios, corrupción, evasión fiscal, burla de los pobres, reforma financiera y… la necesaria y urgente autonomía de la política con relación a los poderes financieros, ya que tenemos una política prisionera de los intereses de pequeños grupos privilegiados y en consecuencia una democracia secuestrada. Realidades interrelacionadas a las que se refiere el Papa Francisco en los números 52-60 de “La alegría del evangelio”. El neoliberalismo lleva 40 años debilitando la democracia y pervirtiendo la libertad.

Un sistema ideológico -plasmado en una determinada organización sociopolítica- construido sobre el beneficio, la privatización y mercantilización de los servicios básicos y públicos, construido sobre la acumulación y la codicia no puede solucionar los enormes problemas de nuestro mundo y que la pandemia ha puesto todavía más de manifiesto, entre otras razones porque ha sido ese mismo sistema el que ha generado dichos problemas (desigualdades, sufrimientos, dramas). Por eso, no podemos volver a la antigua normalidad ya que dicha normalidad está en el origen de las actuales e injustas desigualdades. La crisis no es solo sanitaria y económica, sino antropológica e ideológica, ética y cultural, tiene que ver con un modelo determinado de persona y de sociedad y con los “valores” segregados por dicha ideología y visión del ser humano.

¿Qué prioridades?

Los datos confirman que nuestro sistema económico-financiero es incapaz de beneficiar al conjunto de la sociedad, particularmente a los más vulnerables porque es profundamente injusto y violento, y no hace más que generar desigualdades abriendo cada vez más el foso entre ricos y empobrecidos. Mecanismos injustos, insolidarios e insostenibles que se han hecho más visibles en la actual situación de pandemia. El virus ha desvelado y exacerbado las desigualdades económicas, y también otras de género o raciales, alimentándose al mismo tiempo de estas mismas desigualdades. Es el virus de la desigualdad que hay que combatir. (Cf. “El virus de la desigualdad”. OXFAM, Informe enero 2021)

Nunca habrá una paz verdadera a menos que seamos capaces de construir un sistema económico más justo, por eso el camino hacia la paz pasa por el servicio al bien común; un principio fundamental de la Doctrina Social de la Iglesia regulador del orden político y socioeconómico junto con otro principio: el destino universal de los bienes de la tierra. Trabajar en favor del bien común incluye defender unos servicios o bienes públicos globales y comunes de calidad; significa trabajar en favor de la equidad, y otorgar prioridad a los más vulnerables; significa pasar del paradigma económico productivista-consumista al de los cuidados. Trabajar por el bien común para contrarrestar los efectos deshumanizadores de la ideología ultraliberal, es camino obligado hacia la paz.

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