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  • Carlos Collantes Díez

01 EL REINO QUE VIENE Y CRECE

31 Enero 2014 1295

Comenzamos con este artículo una reflexión continuada sobre las bienaventuranzas, y lo haremos desde nuestra perspectiva habitual, desde la misión ad gentes, también evidentemente desde la perspectiva del Reino que concentra y resume la misión de Jesús.

Jesús comienza su misión anunciando el Reino y realizando signos -milagros- que lo hacen presente. Ya en su primera intervención en la sinagoga de Nazaret dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar la libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor… Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír” (Lucas 4) Y una vez resucitado él enviará a los suyos con la misma misión y con el mismo Espíritu o Aliento: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y dicho esto exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo…” (Juan 20). La misión arranca del Padre y nos llega por el Hijo con la fuerza del Espíritu.

El sueño de Dios

La expresión “Reino de Dios” es una categoría ajena a nuestro lenguaje habitual, a nuestro horizonte cultural pero central y clave en los evangelios, en las palabras y en la acción de Jesús ¿Cómo traducirla para hacerla más nuestra?

El Reino, es el centro y el núcleo de la predicación y de la acción de Jesús, es como el sueño de Dios: de una sociedad fraterna, justa, equitativa, solidaria, compasiva. Sueño que ya los profetas habían anunciando.

Dios quiere una sociedad distinta donde todos puedan vivir con dignidad y justicia, por eso Jesús nos dice: “buscad primero el Reino de  Dios y su justicia…” Los destinatarios privilegiados de este Reino –del anuncio y de la acción de Jesús- son las víctimas de la historia, los marginados, los últimos, los que no cuentan, y que solemos llamar los pobres; aquellos a quienes se está expropiando un presente digno. Pero “sin acontecimientos históricos liberadores no hay crecimiento del Reino”. (G Gutiérrez) Es justamente lo que hace Jesús, realizar gestos concretos de sanación, de liberación, de recuperación o conquista de la propia dignidad; son gestos de bondad transformadora. El Reino es una realidad ya presente pero no plena.

Jesús propone un nuevo modelo de sociedad y de relaciones personales y sociales que él llama “Reino de Dios”, y que correspondería a una situación humana ideal, anhelada, perseguida en la que la persona no está sometida a ningún otro poder que no sea el del amor, por eso justamente es una situación de libertad y de fraternidad, de justicia y de paz, de vida.

El Reino que viene y crece

Los javerianos hablando de nuestra misión, del Reino y de la historia humana, decimos en nuestras constituciones: “El Instituto se pone al total servicio del Reino de Dios en la Iglesia, la cual es germen y sacramento de este Reino en el mundo. Nuestra misión nos exige proclamar el Reino allí donde aún no está reconocido, denunciar cuanto se opone al mismo, mostrarlo ya presente en los signos y colaborar a su venida.

El Reino de Dios, que tiene su origen y consumación en el amor trinitario, se manifiesta y se realiza en la comunión de los hombres con Dios y entre sí. Para que este Reino venga en la historia de los hombres, nos ponemos en marcha al lado de ellos para convertimos juntos en hombres libres, operadores de justicia y de paz, en la expectativa operante de que Dios sea todo en todos”.

El Reino es, al mismo tiempo, un don que acogemos como un regalo y un compromiso nuestro por hacerlo más presente y visible en nuestra historia: “El Reino viene de arriba y crece desde abajo: crece porque viene; su descender verticalmente hace que crezca y se expanda como una planta” (G Thils)

La posibilidad de realizar un sueño hace que nuestras vidas tengan sentido y sean interesantes; hay sueños que son en sí mismos una denuncia social del mundo tal y como existe, contrario al proyecto de Dios. ¡Cuántos sueños y cuánta injusticia empujan a algunas pateras!

Jesús se dedica al evangelio del Reino e invadido por una profunda compasión habla, sana, libera e implica y envuelve a sus discípulos en ese profundo movimiento divino de compasión. Jesús inicia su misión con su bautismo; su misión comienza con una apertura, una bajada, un vendaval y una palabra.

La apertura de los cielos, es decir, de la bondad de Dios como una corriente de agua viva y de esperanza, como un abrazo cálido; con una bajada, una inmersión -la de Jesús- en el río de nuestra vida, aguas a veces turbulentas que le llevarán a la cruz -su verdadero bautismo-; con un vendaval, la fuerza del Espíritu, viento de libertad que ha empujado a todos los profetas, fuerza de reconciliación que une a los pueblos y nos empuja a trabajar por esa unión que pasa necesariamente por la reconciliación, como una fuerza de comunión siempre respetuosa de la diversidad y creadora de carismas diferentes. Y cuando Jesús baja, se abren caminos nuevos, caminos de esperanza; se oyen voces nuevas, voces de esperanza. La voz del Padre, una palabra de vida.

Amor herido

Nuestra misión se fundamenta en el encuentro personal con Cristo y la vivimos como anuncio y testimonio. La misión es una colaboración confiada y humilde con la acción y la obra de Dios en actitud de apertura y docilidad al Espíritu Santo y desde la comunidad eclesial que no es fin en sí misma, sino que está al servicio del Reino, al servicio de la humanidad. No podemos vivir la fe de espaldas al dolor del mundo y de la historia. Por eso la misión exige la inserción cordial en esa historia desde aquello que todos compartimos: una común humanidad que nos vincula los unos a los otros. Humanidad sufriente y anhelo de paz.

La misión es hacer visible -desde y en nuestra fragilidad- la pasión por Dios y por la humanidad. Es compartir el “amor herido” de Dios por la humanidad, revelado ya en el AT: “He visto la aflicción de mi pueblo…” (Éxodo 3, 7-8) y que llega a su máxima expresión en el amor herido-apasionado de Jesús: “He venido a prender fuego a la tierra…” (Lucas 12, 49-50) Una misión que nos lanza por los caminos de la historia, caminos, fronteras y periferias donde está en juego la dignidad de la persona con la tarea de anunciar, sanar, liberar.

El gran descubrimiento del misterio de la Encarnación es la vulnerabilidad como camino de acceso a Dios, porque es ese mismo camino el que él mismo ha recorrido en su llegada hasta nosotros, camino que nos revela su amor al tiempo que nos introduce en él. La misión nos hace entrar en contacto con la vulnerabilidad de tantas personas que viven situaciones dolorosas. Acoger la vulnerabilidad nos humaniza, porque Dios se ha humanizado recorriendo ese camino.

Las bienaventuranzas representan el núcleo del mensaje de Jesús. El Reino ya está aquí por eso las bienaventuranzas son un anuncio de la llegada del Reino; ha llegado la plenitud del tiempo, el tiempo del Mesías. Tienen un aroma mesiánico, generan esperanza. Al expresar el gozo profundo y cierto de la presencia del Reino, las bienaventuranzas son una proclamación de dicha; extraña dicha sin duda. No son fáciles de entender. Su contenido lleno de contrastes nos desconcierta, nos resultan paradójicas y podemos fácilmente interpretarlas según nuestros intereses.

Emociones creativas

El amor de Dios no conoce fronteras, su Reino es ofrecido a todos, a próximos y cercanos. En realidad, todos le somos cercanos y los que nosotros juzgamos lejanos, los marginados o excluidos tienen un lugar preferente en el corazón de Dios. Jesús buscó a los pobres, los amó y prefirió. Para él los pobres están en el centro de sus preocupaciones, ocupan un lugar privilegiado en sus entrañas.

Jesús vibraba y sentía profundamente con sus entrañas compasivas, con frecuencia el evangelio alude a ello; por eso habló y actuó como lo hizo, espoleado por su enorme sensibilidad humana guiada y alimentada por el Espíritu. “Sabemos demasiado y sentimos muy poco. Al menos sentimos muy poco de esas emociones creativas de las que surge una buena vida”. (B. Russel)

Las bienaventuranzas nos hacen descubrir y amar las “emociones creativas” de Jesús, su estilo seductor. Él vivió y encarnó las bienaventuranzas al igual que encarnó el Reino, en sus palabras, en sus gestos, en su vida enteramente entregada. Jesús es el amor gratuito y universal de Dios encarnado y actuando en nuestra historia. Amor al alcance de todos. La bondad de Dios peregrina y se nos acerca en Jesús. Dichosos los que acogen el Reino y colaboran en su construcción.

P. Carlos Collantes sx                       

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