Skip to main content
  • Carlos Collantes Díez

02 DICHOSOS LOS POBRES, PORQUE…

30 Marzo 2014 2238

El Reino es Dios que se nos acerca, se desvela y transparenta en Jesús, en su bondad, por eso el Reino crece cuando acogemos la bondad y nos dejamos inundar por ella, entonces las relaciones humanas cambian. No solo las personales, también las sociales se vuelven más justas y fraternas, porque lo divino invade nuestra realidad humana.

El Reino es la “invasión” gozosa de Dios, Dios que inunda nuestra humanidad con su cercanía bondadosa. Por eso antes de construirlo, lo acogemos como don que viene y crece con nuestra colaboración. El Reino de los cielos anunciado por Jesús actúa como buena noticia para los pobres. De este anuncio gozoso nace la propuesta de un estilo de vida que nos empuja a la conversión y al cambio de vida.

En los evangelios tenemos dos versiones diferentes de las bienaventuranzas. Mateo nos indica las condiciones para seguir a Jesús en el camino del Reino, de manera fiel, coherente, gozosa. Al señalar estas condiciones o actitudes nos está revelando cómo ser felices siguiendo a Jesús.

Lucas, por su parte, se refiere a situaciones objetivas, dolorosas y nos indica quienes son felices según la sensibilidad y la mirada de Jesús y siempre en relación al Reino. Enumera algunas categorías de personas, incluso de colectivos enteros, sin mencionar -y esto es significativo- su situación moral. Nos indica quienes son los preferidos de Jesús, los privilegiados en el Reino.

Propuesta y camino

En ambas versiones la clave es Jesús y el Reino. En una versión parece subrayada más la tarea que se presenta al discípulo, tarea siempre acompañada por la gracia; en otra se subraya el don gratuito del Padre, revelado en los criterios y opciones de Jesús, en su acercamiento a los más vulnerables, en sus preferencias.

Las bienaventuranzas son una propuesta, un camino, una oferta de felicidad; son también el fundamento que invita y legitima un compromiso de transformación social en el ámbito público (político-económico, socio-cultural). Dichosos los que acogen el Reino y colaboran en su construcción.

Dichosos los pobres, o los pobres de espíritu, o los que eligen ser pobres, o quienes se ponen al lado de los pobres, porque Dios reina en ellos, en vosotros.

Cuando hablo de pobres pienso en los pobres económicos o empobrecidos, en aquellos que son víctimas de que otros acaparen, personas con rostros e historias concretas; pienso también en aquellos que en su desamparo se fían de Dios, que ponen en Él toda su confianza, admirables muchos de los que he encontrado; igualmente pienso en ese sujeto colectivo formado por muchedumbres, a veces pueblos enteros oprimidos, víctimas de relaciones comerciales injustas, de la corrupción de los grandes, de poderes políticos arbitrarios y prepotentes, víctimas de oscuras y obscenas tramas financieras, de especuladores sin conciencia capaces en su codicia y desvarío de alterar los precios de los cereales –en las bolsas de Chicago o de Londres- como si de un juego, perverso sin duda, se tratara, aunque en países lejanos haya familias enteras que no puedan alimentarse mínimamente y mueran algunos de sus miembros más vulnerables.

Y pienso también en quienes escogen ser pobres, es decir ponerse a su lado, asumir su causa, sus intereses, su defensa, dejándose interpelar, enseñar y humanizar por ellos. Y gritar con ellos: ¡JUSTICIA! Como la viuda del evangelio (Lucas 18, 1-8).

Desvarío y pobreza opresiva

Los datos -los hechos- son alarmantes, hirientes e inaceptables. Hace unas semanas leíamos en la prensa: “85 ricos suman tanto dinero como 3.570 millones de pobres del mundo”. La noticia, cierta porque responde a datos dignos de crédito, es un escándalo, una ofensa al proyecto de Dios. Existe una concentración masiva y excesiva de recursos económicos y financieros en manos de una minoría irresponsable y cegada que ha perdido el sentido del bien y del mal, el sentido de lo humano.

Un fracaso de lo querido por Jesús. Fracaso producido por comportamientos y mecanismos económicos y financieros perversos, y permitidos durante los últimos años por políticas pensadas y diseñadas para favorecer a los más ricos y poderosos. Los políticos no tienen el verdadero poder; el poder está en otra parte, en la sombra, oculto, ocultado. Todos anhelamos una plenitud y un mundo sin injusticias –el cielo- pero, ¿cómo hablar de un cielo maravilloso para el más allá mientras sigamos construyendo en esta tierra un infierno para mucha gente, mientras no gritemos y nos rebelemos contra ese infierno? Creer en el cielo de verdad nos exige mirar a esta tierra, y rebelarnos contra las condiciones de vida inhumanas de muchos hermanos, contrarias al proyecto más humano de Dios.

Sigue creciendo el número de pobres o empobrecidos porque crece el número de los enriquecidos. Hay pobres porque hay ricos, existe una relación de causa a efecto. La pobreza no es producto del azar, ni fruto de ninguna voluntad divina. Tiene una clara dimensión estructural, es decir está provocada, mantenida y alimentada por injusticias estructurales, denunciadas con frecuencia en la doctrina social de la Iglesia con palabras claras y contundentes, sobre todo últimamente por el Papa Francisco. La dimensión estructural y opresiva de la pobreza es consecuencia directa del actual modelo de crecimiento, insostenible e injusto a todas luces; y legitimada por la ideología y hegemonía cultural del neoliberalismo, que es la vertiente más inhumana del capitalismo tradicional. “La necesidad de resolver las causas estructurales de la pobreza no puede esperar…”, escribe el Papa Francisco en su exhortación “La alegría del evangelio”.

Los analistas más honrados con la realidad señalan que existe una relación de causa-efecto entre el enriquecimiento de unos pocos y el empobrecimiento de una gran mayoría; que existe relación entre un determinado progreso cuantitativo y de acumulación y la ausencia de otro progreso solidario, sostenible, menos cuantitativo y más humano, y también más razonable. Se trata de progresar todos juntos, como una única humanidad solidaria y fraterna.

Compasión e indignación

La realidad nunca es neutra, siempre la vemos desde un determinado punto de vista, y como creyentes queremos verla desde el punto de vista de Dios, y parece ser que Dios tampoco es neutral. El mismo ha adoptado un determinado punto de vista, el de los pobres o empobrecidos, no porque sean mejores que los demás sino porque son víctimas de que otros tengan demasiado y acaparen.

Los teólogos, aquellos que además de escribir y reflexionar de manera crítica se han puesto al lado de los pobres o han asumido su punto de vista y su situación concreta, hablan de los pobres como “lugar teológico”, lugar para acoger a Dios, para escuchar su palabra encarnada en sus gritos y clamores, en sus esperanzas; lugar privilegiado para descubrir y acoger su rostro, para rastrear sus huellas, para dejarnos convertir.

Si frente al pobre concreto con un rostro y una historia de carne y hueso podemos sentir compasión solidaria, esa compasión puede transformarse en indignación frente a un sistema inhumano e inicuo que fabrica injusticia, sufrimiento y pobreza. Como la ira de Jesús en el templo convertido en “cueva de ladrones”. En él, su ira tiene su raíz en el amor, la nuestra tal vez en la impotencia, la tristeza. Y además nosotros somos cómplices de ese templo convertido en cueva de ladrones. Todo esto nos empuja a vivir la misión como reconciliación, y reconciliación significa transformar completamente las injustas y desiguales relaciones económicas, significa la justa redistribución de los bienes de la tierra para que puedan ser de todos, lo que puede suponer por nuestra parte abajamiento, desprendimiento, siguiendo los pasos de Jesús.

Con frecuencia nuestros mejores sueños nos desbordan y nos quedamos lejos de ellos, pero nos mantienen despiertos y esperanzados. Son como una estrella que nos guía. Aunque la fuerza la encontramos en Otro. “Los ideales son como las estrellas, nunca las alcanzamos, pero trazamos nuestro camino gracias a ellas” (Carl Schurz)                 

P Carlos Collantes sx

¿Te ha gustado este artículo?

compártelo