Skip to main content
  • Carlos Collantes Díez

03 BIENAVENTURANZAS, UTOPIA DE UNA SOCIEDAD FRATERNA

30 May 2014 1554

¡Cuántas palabras se han vuelto molestas para este sistema! Molesta que se hable de ética, molesta que se hable de solidaridad mundial, molesta que se hable de distribución de los bienes, molesta que se hable de preservar las fuentes de trabajo, molesta que se hable de la dignidad de los débiles, molesta que se hable de un Dios que exige un compromiso por la justicia. (Francisco, La alegría del Evangelio, nº 203)

 

Exigencias legítimas de justicia, sueños, utopías; las bienaventuranzas tienen mucho que ver con el sueño de Dios y con los criterios, las opciones y la sensibilidad de Jesús que las encarnó. Jesús se hizo solidario con los más débiles y vulnerables y esa solidaridad le costó la vida, pero con su entrega hizo posible otra vida para todos, por eso el mismo se convirtió en Vida.

“No hay programa más movilizador que el de una buena utopía. Sobre todo si es necesaria” (J. V. Beneyto). ¡Tantas utopías se han vuelto necesarias y urgentes! El Reino es ese nuevo modelo de sociedad y de relaciones personales y sociales que Jesús nos propone y vive; es la utopía de Jesús no realizada plenamente pero con suficiente capacidad movilizadora y humanizadora. Utopía es buscar ese modelo de sociedad, porque queremos progresar todos juntos, como una única humanidad solidaria y fraterna.

Evangelio e historia

Las utopías no pueden quedar al margen de las condiciones concretas de vida de la gente, aunque el intentar realizarlas moleste a los poderosos de turno. Jesús también molestó y por eso murió en la cruz, que no fue fruto del azar o de un accidente histórico, sino querida y decidida por los poderosos de su tiempo. Aunque sus efectos salvadores nos llegan y salvan a todos.

No podemos vivir la fe y la misión al margen de la historia concreta, de las injusticias y sufrimientos, de los sueños y esperanzas de tantos hermanos. ”La Iglesia no puede ni debe quedarse al margen de la lucha por la justicia…” (183), escribe el papa Francisco, al tiempo que nos invita a “escuchar el clamor de pueblos enteros, de los pueblos más pobres de la tierra” (190), porque la injusticia es planetaria y colosal ya que “… el sistema social y económico es injusto en su raíz” (59). El Papa desea que “… el evangelio tenga una real inserción en el Pueblo fiel de Dios y en las necesidades concretas de la historia” (95)

Molesta, sí; con algunas afirmaciones claras y contundentes ha molestado el Papa Francisco a los poderes financieros, y a los mediáticos y políticos que los sostienen que, con toda celeridad, han puesto en marcha su maquinaria propagandista y manipuladora para desactivar sus palabras, intentando desacreditarlo.

Emergencias

No se puede permanecer en silencio frente a la enorme violencia del sistema que excluye y expulsa a los márgenes a millones de personas no permitiéndoles vivir con dignidad, robándoles hasta la propia identidad. Son –nos dicen- los efectos secundarios y colaterales del progreso. ¿De qué progreso nos hablan? El de una minoría opulenta, inconsciente e irresponsable. Siempre será mejor protestar y rebelarse por amor que permanecer callados por resignación… o por “error”, queriendo encerrar el evangelio en las sacristías y desactivar su poder transformador.

Vivimos momentos históricos de emergencia económica y ética. Emergencia porque es urgente cambiar completamente el rumbo de nuestras sociedades, y emergencia porque tiene que emerger otra economía iluminada por la ética y la decencia y siempre al servicio del bien común, especialmente de los más frágiles, cada vez más numerosos. A causa de las medidas de austeridad -para los pobres que no para los ricos- las condiciones de vida se han visto precarizadas por el agresivo e irracional sistema económico-financiero neoliberal de efectos devastadores. Muchos hermanos han sido forzados a descender al abismo.

En cierta ocasión un obispo muy bien intencionado nos dijo: “Vosotros los misioneros, habladnos de lo que vivís no del Fondo Monetario Internacional”. Desgraciadamente el FMI forma parte de lo que vivimos y condiciona de forma cruel las vidas de millones de personas y de países enteros. Y no podemos callar. Recuerdo aquellos años duros en Camerún, los años 1993-94 y siguientes… El enorme desastre humano provocado por las medidas impuestas por el FMI: liberalizaciones y privatizaciones, ajustes estructurales, recortes (a todo esto, entonces y ahora, lo llaman reformas) y su duro cortejo de desigualdad, de mayor empobrecimiento, de sufrimientos.

¿Cifras… o personas?

“Si doy de comer a los pobres, me dicen que soy un santo. Pero si preguntó por qué los pobres pasan hambre y están tan mal, me dicen que soy un comunista” Repetía el célebre obispo brasileño Hélder Cámara. Con frecuencia los misioneros somos admirados por nuestra vida compartida con otras poblaciones, por los compromisos que asumimos, por nuestra cercanía a tanta gente a la que intentamos llegar y servir. Pero cuando hablamos de políticas económicas perversas que tanta desigualdad, pobreza y sufrimiento provocan, cuando denunciamos otras realidades más estructurales, relacionadas con la injusticia y que están en la raíz de tanto dolor, entonces algunos empiezan a poner mala cara y se sienten molestos.

Los señores del FMI se reúnen con los poderosos de turno y se encuentran con… cifras macroeconómicas, muchas cifras que tienen que cuadrar, siempre según sus intereses que nunca son los de la gente sencilla. NUNCA. Y para mejorar las cifras empeoran y deterioran hasta límites insospechados las condiciones de vida del pueblo sencillo, de la gran mayoría, -silenciada más que silenciosa- porque su dolor habla y grita y la injusticia clama al cielo…

Imponen políticas de liberalización, de privatización de bienes públicos, de austeridad, al tiempo que favorecen una cada vez mayor concentración y acumulación de riquezas en manos de minorías “selectas”. Son políticas de rapiña y de empobrecimiento. Estos personajes no han sido elegidos democráticamente por nadie pero imponen sus medidas a gobiernos democráticos (no lo son todos, la verdad) con lo que el deterioro de la democracia es evidente, democracias devaluadas a causa del destrozo de los derechos sociales. Las llaman políticas o medidas de ajuste estructural, pero en realidad lo son de desposesión, de sufrimiento. Sí, el FMI es una pieza clave de ese engranaje-sistema agresivo y cruel que tanto sufrimiento genera. Y han decidido –junto con otros- que para salir de la crisis hay que empobrecer más y más a las clases populares. El empobrecimiento antes afectaba a los pueblos del Sur, ahora a todos.

Población sobrante

Es la misma lógica ciega y perversa que produce los mismos efectos bajo todos los cielos y en todos los continentes: más empobrecimiento, mayor desigualdad, una injusticia clamorosa y mucho sufrimiento. Hablamos de lo que hemos visto, como testigos solidarios y tantas veces impotentes e indignados. ¿A qué puede referirse el papa Francisco cuando escribe: “… hoy tenemos que decir no a una economía de la exclusión y la inequidad. Esa economía mata”? (nº 53) Porque mata de verdad.

Estamos asistiendo a un intenso y descarado proceso de desposesión de bienes comunes hacia intereses privados y particulares, por eso el Papa critica la cultura del descarte, porque los excluidos por el sistema son convertidos en población desechable y sobrante.

En el mensaje para la jornada mundial de la paz el papa nos decía: “La globalización, como ha afirmado Benedicto XVI, nos acerca a los demás, pero no nos hace hermanos. Además, las numerosas situaciones de desigualdad, de pobreza y de injusticia revelan no sólo una profunda falta de fraternidad, sino también la ausencia de una cultura de la solidaridad. Las nuevas ideologías, caracterizadas por un difuso individualismo, egocentrismo y consumismo materialista, debilitan los lazos sociales, fomentando esa mentalidad del “descarte”, que lleva al desprecio y al abandono de los más débiles, de cuantos son considerados `inútiles´…”.

Y una pregunta para continuar la reflexión en el número siguiente: ¿Qué BUENA NUEVA Dios quiere anunciarnos en los pobres?    P. Carlos Collantes sx

¿Te ha gustado este artículo?

compártelo