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  • Carlos Collantes Díez

24 Misericordia, humanidad y política

26 Abril 2021 1674

La misericordia no se reduce a las relaciones interpersonales, sino que se extiende al ámbito público, social y político. Alguno dirá que si hay justicia no hace falta la misericordia. Sin embargo, sin misericordia, la misma justicia puede actuar a veces de manera injusta.

La misericordia es una pasión por un mundo justo, reconciliado, sin muros que creen ciudadanos de primera, de segunda, o excluidos de los más mínimos derechos de ciudadanía. La injusticia global que desgobierna el mundo es, en gran medida, la responsable de la creación de tantos muros que defienden intereses bien concretos, aunque algunos de estos muros han podido ser previamente o al mismo tiempo levantados en nuestros corazones. Porque también nosotros llevamos nuestros muros interiores.

Hablar de misericordia política pudiera parecer algo inadecuado, porque hay quienes pueden pensar que la misericordia se vive en el ámbito privado de las relaciones interpersonales, se reduce a la compasión y nada tiene que ver con la exigencia de justicia; mientras que la política es el ámbito de lo público, del bien común, de las relaciones sociales.

Común humanidad

Y sin embargo la misericordia tiene mucho que ver con la justicia, con lo exigible en el nombre de la dignidad humana y la defensa de los derechos humanos, sobre todo de los más vulnerables, pisoteados o “descartados”. Y la política se construye también en el ámbito de las relaciones interpersonales. Cuando una familia o una comunidad cristiana acoge a un mal llamado “sin papeles”, es un gesto muy humano de hospitalidad, de misericordia, pero puede tener también un significado político, sobre todo cuando se hace en desobediencia al poder político de turno. Y con este gesto se nos está diciendo que por encima de los muros está nuestra común humanidad.

El primer deber de la misericordia, ya lo hemos apuntado, es la justicia. Y hablar de justicia es hablar de política con mayúsculas, de bien común, un bien común que hoy más que nunca es universal y que no puede quedar limitado a las fronteras de un solo país porque todo está interconectado: los dramas de una parte de la humanidad nos afectan a todos o debieran, aunque tantas veces nos sintamos impotentes.

Algunas Ongs que salvan vidas en el Mediterráneo -las vidas de los que nadie quiere y que son rechazados o no acogidos- nos recuerdan que la misericordia tiene que ver la defensa de la dignidad humana, con la vigilancia del respeto a los derechos individuales, con el compromiso por la solidaridad y la justicia global y con la exigencia de hospitalidad.

Violar la ley

Decíamos en al artículo anterior que Jesús, al tocar a los leprosos, viola la ley; lo hace por amor, por libertad de espíritu, por empatía y humanidad, pero la viola. Y esta es la misma lógica –desde mi punto de vista, y digo lógica y no creencias- que siguen las ONGs y los barcos que intentan salvar vidas en el Mediterráneo. Están decididos a violar leyes injustas, a desobedecer políticas europeas inhumanas y miopes. Y lo hacen según sus convicciones en el nombre de una misma humanidad compartida, de la defensa de la dignidad humana, en el nombre de valores éticos irrenunciable, y también amparados en leyes internacionales que los propios gobiernos incumplen.

Según los juristas, los gobiernos están incumpliendo el derecho internacional del mar en materia de salvamento. La convención de Ginebra sobre el estatuto de los refugiados estableció, ya en 1951, que los países deben proteger a los refugiados y refugiadas que se encuentren en su territorio y adherirse al principio de no devolución. Lo que significa que ninguna persona refugiada debe regresar al lugar de origen si se enfrenta a una persecución de cualquier tipo, o su libertad está amenazada. Y hoy añadimos, a un país de paso en donde, con toda certeza, están siendo humillados, vejados, heridos, como es el caso de Libia, según todos los testimonios. ¡Un auténtico infierno!

Las devoluciones en caliente realizadas por los gobiernos españoles son expulsiones ilegales y como tales suponen una clara violación de derechos. ¿Quién viola la ley?

De los 23 Objetivos del pacto Pacto Mundial para la migración segura, ordenada y regular propuestos por la Asamblea General de Naciones Unidas, el 8º afirma: Salvar vidas y emprender iniciativas internacionales coordinadas sobre los migrantes desaparecidos.

El mundo al revés

Son ellos, como políticos, es decir como servidores del bien común, los primeros que deben salvar vidas. Los barcos de las Ongs están en el Mediterráneo porque no está Europa, o no quiere estar de manera decidida: sus instituciones, sus gobiernos, los nuestros. Es decir, la primera dimensión del problema o del drama es política –utilizo la palabra en el sentido más noble- y al no cumplir los políticos su responsabilidad, la dimensión se convierte en humanitaria porque los políticos han hecho dejación de sus responsabilidades. Alguno de dichos políticos, en el colmo del cinismo, va más lejos porque intentan criminalizar a las Ongs que salvan vidas, tras haberles puesto toda suerte de trabas a su función humanitaria salvadora de vidas en peligro. Rescatar y salvar vidas está bajo sospecha, incluso penado con la cárcel. ¿No es el mundo al revés, el mundo de todos los “Salvini”?. Las muertes aumentan cuando las Ongs no están. Es un dato. Hecho este doloroso que tendría que hacer pensar y reaccionar a los políticos.

Las enormes e hirientes desigualdades sociales son un auténtico cáncer, son la negación de una sociedad solidaria y fraterna, justa, humana y civilizada. Y pueden ser un peligro para nuestras democracias, y, en todo caso, un drama que cuestiona la calidad de nuestras democracias.

No podemos confundir el desarrollo humano con el progreso económico, ya que el desarrollo humano tiene que ver con el respeto de los derechos humanos; además el verdadero desarrollo implica una redistribución de los recursos y no una concentración escandalosa como sucede desde hace décadas y acentuada en los últimos años.

Las políticas neoliberales y la ideología que la sustenta y justifica convierten a los seres humanos en mercancía con fecha de caducidad, como si fueran un producto más del mercado global, mercancías con escaso valor; se diría que no todas las vidas valen lo mismo. Son los descartados por el sistema y, como tal, reemplazables como piezas de un engranaje desprovistas de su dignidad. La desigualdad crea fronteras interiores dentro del mismo país dadas las diferentes posibilidades de acceso a los bienes y recursos.

Núcleo ético

Ante el dolor y ante la injusticia que lo provoca no hay fronteras. El verdadero efecto llamada es la injusticia global, porque antes de nada es un efecto de expulsión de sus propios países, sea por la guerra o por el hambre o por la ausencia de condiciones de vida digna. Por eso, la doctrina social de la Iglesia nos recuerda que el primer derecho es a no emigrar, a vivir con dignidad en tu propio país, pero cuando esto no es posible, emigrar se convierte en la otra cara del mismo derecho.

Europa está perdiendo su alma, los valores fundamentales que sustentaron y debieran seguir sustentando el proyecto europeo. Nos lo están diciendo voces autorizadas de intelectuales serios que nos recuerdan que el trato que estamos dispensando a inmigrantes y refugiados –a nivel de políticas europeas- es inhumano. Y es mucho lo que está en juego, porque “estamos actuando en contra del núcleo ético más elemental de nuestras sociedades, de lo más elemental de nuestra civilización que es el respeto y el cuidado por la dignidad humana, es decir, concretamente por las personas… estamos por debajo de los límites de humanidad. (Adela CORTINA. Madrid, junio 2018. Mesa por la hospitalidad). No se puede soportar tanta deshumanización.

P. Carlos Collantes sx

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