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  • Carlos Collantes Díez

26 RENOVACION CULTURAL

24 May 2021 1101

Son muchas las alarmas que el Papa Francisco, con su reconocida autoridad moral y como una auténtica voz profética, envía con frecuencia, a los poderosos en particular y a todas las personas de buena voluntad en general. He aquí unas palabras de su último mensaje para la Jornada mundial del migrante y refugiado:

Las sociedades económicamente más avanzadas desarrollan en su seno la tendencia a un marcado individualismo que, combinado con la mentalidad utilitarista y multiplicado por la red mediática, produce la “globalización de la indiferencia”. En este escenario, las personas migrantes, refugiadas, desplazadas y las víctimas de la trata, se han convertido en emblema de la exclusión porque, además de soportar dificultades por su misma condición, con frecuencia son objeto de juicios negativos, puesto que se las considera responsables de los males sociales. La actitud hacia ellas constituye una señal de alarma, que nos advierte de la decadencia moral a la que nos enfrentamos si seguimos dando espacio a la cultura del descarte. De hecho, por esta senda, cada sujeto que no responde a los cánones del bienestar físico, mental y social, corre el riesgo de ser marginado y excluido”.

Marcado individualismo, mentalidad utilitarista, indiferencia interiorizada y globalizada, hermanos rechazados como población sobrante y descartable o prescindible. Vidas que parecen no contar. Decadencia moral.

Mundo inmisericorde

Nos referíamos en el artículo anterior a “una cultura que modela la convivencia humana” y que es responsable de la degradación de la naturaleza; una cultura que ampara comportamientos irresponsables y legitima determinados modelos de crecimiento que están en la base del deterioro ambiental. Es una reflexión compartida por Benedicto XVI y Francisco (Laudato Si, 6 y Caritas in veritate, 29).

Cada época histórica está atravesada por determinadas lógicas o corrientes culturales dominantes que, con frecuencia, nos configuran como personas, y nos afectan de manera sutil o evidente. Son corrientes subterráneas capaces de vivificar o de contaminar. Por ello, siempre es necesario permanecer alertas, lúcidos y hacer una lectura crítica de la realidad, en nuestro caso, ayudados por el estilo de vida de Jesús y por el conjunto de valores que se desprenden del evangelio.

El mundo creado por el sistema dominante económico-financiero e ideológico-mediático se está convirtiendo para muchos hermanos en un mundo hostil, despiadado e inmisericorde, ya que imposibilita una vida digna para millones de personas, pues crea condiciones de vida inhumanas e insoportables.

Reconocer lo humano

El Papa Francisco habla con frecuencia de la cultura de la indiferencia y del descarte uniendo ambas realidades. Entre líneas se comprende que la indiferencia no es solo una actitud individual, sino una atmósfera englobante producida por una serie de dinámicas o lógicas culturales y antropológicas que nos influyen de manera clara o sutil y determinan esa otra indiferencia vivida como actitud individual. Son rasgos producidos por la cultura actual que ignora y excluye, y echan raíces en  estilos de vida y en comportamientos cotidianos.

Una economía-cultura insensible ante la realidad del hermano y a la que la misma palabra fraternidad le suena a “buenismo”, a ingenuidad, a música celestial. Un mundo, un sistema sin entrañas dominado por la lógica despiadada del darwinismo social, por la ley del más fuerte que lleva consigo el rechazo del otro. “Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar.”  (Francisco, “La alegría del evangelio, 53) Y, “Muchos, dispuestos a escandalizarse por cosas secundarias, parecen tolerar injusticias inauditas. Mientras los pobres del mundo siguen llamando a la puerta de la opulencia, el mundo rico corre el riesgo de no escuchar ya estos golpes a su puerta, debido a una conciencia incapaz de reconocer lo humano.” (Benedicto XVI, Caritas in veritate, 75).

Encubrimientos ideológicos

Este sistema se mantiene porque entran en acción otros rasgos culturales o mecanismos como el individualismo posesivo y la exacerbación del consumo que cumplen una función precisa: banalizar, anestesiar lo más genuino de la conciencia humana hasta hacerla “incapaz de reconocer lo humano”. Aquí entra en acción el enorme poder mediático al servicio de los intereses de una minoría miope e insensible de privilegiados que nos engañan –lo intentan- haciéndonos creer que sus intereses son los intereses de todos, que si a ellos les va bien, nos irá bien a todos, que si el mundo progresa –su mundo, claro- todos progresamos. Mentira. Es una ideología excluyente y perversa, enemiga de lo humano, de lo fraterno, también de la naturaleza, y que pretende hacernos insensibles al rostro de las víctimas. Una ideología con una enorme maquinaria propagandística que desfigura, distorsiona y oculta la realidad. Y que, además, culpa a los pobres de sus propias desgracias. Los pobres -en su inmensa mayoría- más que pobres, son o han sido empobrecidos por esa economía que mata -de la que habla el Papa Francisco- convertida en un ídolo cruel.

Poseen mecanismos y poder para banalizar y anestesiar nuestra sociedad ofreciendo una oferta rica y variada de distracciones. La apología de lo superficial. No importa la decencia sino las audiencias. Y la banalización cumple una función de vaciamiento de criterios éticos. El poder quiere un pueblo individualista, anestesiado, insolidario. Pero no se puede construir ningún progreso humano de espaldas a la decencia, la verdad, la ética, la equidad, la solidaridad, la dignidad.

La crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano! Hemos creado nuevos ídolos” (EG 55).

Generar esperanza

Uno de los efectos nocivos del individualismo posesivo y de la cultura de la indiferencia y del descarte es la ruptura de los vínculos sociales, ruptura favorecida por una cultura “líquida” que cultiva el valor de lo efímero. “La sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos pero no más hermanos”. (Caritas in veritate, 20) Las relaciones interpersonales son devaluadas y desnaturalizadas, se pretende ignorar al otro, a la naturaleza y al Otro. “El individualismo posmoderno y globalizado favorece un estilo de vida que debilita el desarrollo y la estabilidad de los vínculos entre las personas, y que desnaturaliza los vínculos familiares”. (La alegría del evangelio, 67) Frente a esta dolorosa ruptura debemos alimentar la conciencia de pertenencia a la misma familia humana, de un origen común, de un destino compartido y de comunión universal entre todos los seres.

Algunos historiadores sostienen que el cristianismo naciente, numéricamente minoritario y perseguido, fue capaz de arraigar en un imperio decadente, y de “imponerse” de manera progresiva por su capacidad de generar esperanza en una sociedad profundamente desmoralizada y desnortada. Una esperanza vinculada a la solidaridad y a la fraternidad concretas. La misericordia y la compasión no son ajenas al sentido profundo de fraternidad que hunde su raíz en una misma humanidad compartida. Una fraternidad nueva porque era universal, rompía barreras, generaba estilos de vida nuevos, nuevos vínculos, y rechazaba el sometimiento a todos los ídolos imperiales. Sólo reconocía un Señor: Jesucristo. Su fe en el Resucitado les impulsaba a vivir de manera digna y esperanzada, le reconocían presente en el vulnerable, en el excluido, y era un profundo estímulo para generar relaciones humanas y sociales nuevas.

El desafío es recuperar la fuerza del evangelio para crear un sistema de valores alternativo, opuesto a la idolatría generada por el neoliberalismo (un capitalismo salvaje y cruel) que destruye lo humano y atenta contra la vida. De manera que esos valores se conviertan y concreten en estilos de vida humanos y humanizadores al servicio de los más vulnerables construyendo una sociedad igualitaria, solidaria, justa y fraterna. El evangelio habla del Reino de Dios.

P. Carlos Collantes sx

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