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27.- DIÁLOGO DE SALVACIÓN

19 Febrero 2018
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Dios es amor, a pesar de ello, los creyentes de las diferentes religiones tenemos con frecuencia dificultades para dialogar y convivir con quienes tienen un credo diferente. Y sin embargo el diálogo y la mutua escucha entre personas que buscan a Dios con sinceridad, con humildad y libertad interior es una experiencia muy enriquecedora. Dios siempre será un Misterio más grande que todos nuestros razonamientos, argumentos, imágenes, «teologías»… y pobres palabras humanas.

El encuentro con otros creyentes que tienen una experiencia distinta de Dios, otros modos de creer y de expresar su fe es un desafío para nosotros y para nuestra misión de anunciar el evangelio. Si el diálogo forma parte del modo de ser y de actuar de Dios, este estilo-actitud debe ser asumido por la Iglesia en su misión evangelizadora. El diálogo se convierte entonces en una forma de colaboración con la acción salvadora de Dios en favor de la humanidad; no es una táctica interesada para mejor convencer y conquistar, sino una forma de realizar y vivir la misión.

Lucidez y humildad

Al tiempo que compartimos nuestra experiencia cristiana de Dios, el nombre y el rostro de Dios que descubrimos en Jesús, lo hacemos con escucha y comprensión, con respeto y amor, actitudes básicas en toda relación humana y creyente, actitudes necesarias en todo anuncio y testimonio del evangelio. La misión es de Dios y nosotros sólo somos humildes cooperadores, Dios va siempre por delante y el Espíritu nos precede como aparece con frecuencia en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Nos es, por ello, necesaria una actitud de humildad y lucidez para reconocer y acoger esa presencia del Espíritu, escondida pero real. “Los creyentes circuncisos que habían ido con Pedro se quedaron desconcertados de que el don del Espíritu se derramara también sobre los paganos, pues los oían hablar en otras lenguas proclamando la grandeza de Dios.” (Hechos 10, 45-46)

El Concilio Vaticano II recuerda la acción del Espíritu en el corazón del hombre, mediante las “semillas de la Palabra”, en las iniciativas religiosas, en los esfuerzos de la actividad humana encaminados a la verdad, al bien y a Dios. Es el Espíritu quien derrama las “semillas de la Palabra” en culturas y ritos, preparando pueblos y corazones para su madurez en Cristo. (LG 17; AG 3, 4, 15). El Espíritu actuando en todo tiempo y lugar, está presente no sólo en las personas, sino también en la sociedad, en culturas y religiones. Y si de verdad creemos en esta presencia singular del Espíritu descubriremos entonces que el diálogo con religiones y culturas es parte integral de la evangelización, como nos recuerdan documentos recientes del magisterio eclesial.

Nuevos desafíos

Esta manera de ver la realidad afecta profundamente a la visión de la misión como encuentro y diálogo, y el encuentro no es confrontación sino comprensión. Encuentro que, experimentado por los cristianos individuales, por las iglesias concretas y por la Iglesia universal, ha provocado y seguirá provocando en el futuro un modo nuevo de entender y de llevar adelante la misión que Jesús nos ha confiado. La fe en la acción del Espíritu es, por tanto, uno de los pilares básicos del diálogo interreligioso.

Esta nueva actitud e impulso al diálogo con las religiones por parte de la Iglesia se ha visto favorecida –y exigida- por la intensificación de relaciones entre pueblos y culturas. La rapidez de las comunicaciones y un mayor acceso a la información, los variados intercambios entre países, los numerosos flujos migratorios -uno de los retos más candentes para la misión-, han intensificado los vínculos y la interdependencia entre los pueblos.

Las Iglesias, en Occidente sobre todo, se están viendo obligadas a repensar y vivir su misión en circunstancias y situaciones nuevas: nuestras sociedades son más plurales, interculturales e interreligiosas, lo cual es sin duda un desafío considerable no exento de riesgos, pero al mismo tiempo una ocasión de gracia que el Señor nos ofrece, un reto positivo.

La religión por su propia naturaleza es una relación entre Dios y el ser humano, el diálogo está en la intención misma de Dios. La historia de la salvación, iniciada y querida por Dios, es la historia de ese largo y prolongado diálogo, de una “conversación admirable” entre Dios y el hombre, es un diálogo de salvación, como lo califica y describe de modo magistral Pablo VI en la encíclica Ecclesiam suam, invitando en su tiempo –los tiempos del Concilio- a toda la Iglesia a vivir en actitud, en estado de diálogo permanente con el mundo: “La Iglesia debe ir hacia el diálogo con el mundo en que le toca vivir. La Iglesia se hace palabra; la Iglesia se hace mensaje; la Iglesia se hace coloquio.” (nº 27) ¿No nos es hoy más necesaria que entonces esta invitación al diálogo cuando algunos, en la práctica, quieren poner entre paréntesis los logros y el espíritu –sobre todo el espíritu- del concilio Vaticano II?

Actitudes positivas

El diálogo interreligioso es un diálogo de salvación; la razón, por tanto, que anima a la Iglesia al diálogo es principalmente de naturaleza teológica: “Dios, con un diálogo que perdura en el tiempo, ha ofrecido y sigue ofreciendo la salvación a la humanidad. Por consiguiente la Iglesia, si quiere ser fiel a la iniciativa divina, debe establecer un diálogo de salvación con todos.” (DA 38) Ello significa que el diálogo tiene motivaciones religiosas, como el respeto de todo lo que el Espíritu realiza en el hombre; la importancia de descubrir las “semillas de la Palabra” que se encuentran en las tradiciones religiosas, juntamente con los signos de la presencia y de la acción del Espíritu (RM 56). Se funda en la contemplación gozosa y esperanzada del proyecto salvífico de la Trinidad, que traspasa los confines visibles de la Iglesia y alcanza a los creyentes de otras tradiciones religiosas, e incluso a estas mismas tradiciones.

Las situaciones de pluralismo religioso son cada vez más frecuentes y cercanas, los cristianos conocemos otros modos de expresar el sentido religioso y de vivir la fe, por ello, la responsabilidad del diálogo interreligioso afecta a todas las Iglesias locales. Algunas actitudes básicas y necesarias serán la escucha, el conocimiento mutuo, el respeto, el amor, así como el conocimiento de la propia identidad, de la propia fe. Conocer las otras religiones puede ser una ocasión propicia –una gracia del Señor- para profundizar la propia identidad y vivir la responsabilidad misionera. El diálogo siendo una de las actividades de la Iglesia en su misión no nos dispensa del deber del anuncio.

TEXTOS

“Para que los fieles puedan dar fructuosamente este testimonio de Cristo, únanse con aquellos hombres por el aprecio y la caridad, reconózcanse como miembros del grupo humano en que viven, y tomen parte en la vida cultural y social por las diversas relaciones y quehaceres de la vida humana; estén familiarizados con sus tradiciones nacionales y religiosas, descubran con gozo y respeto las semillas de la Palabra que en ellas se encierran; pero atiendan, al propio tiempo, a la profunda transformación que se realiza entre las gentes y trabajen para que los hombres de nuestro tiempo… no se alejen de las cosas divinas…” (Vaticano II Ad Gentes 11)

“El diálogo de la salvación fue abierto espontáneamente por iniciativa divina: El nos amó el primero (I Juan 4,19); nos corresponderá a nosotros tomar la iniciativa para extender a los hombres el mismo diálogo, sin esperar a ser llamados. El diálogo de la salvación nació de la caridad, de la bondad divina: De tal manera amó Dios al mundo que le dio su Hijo unigénito (Juan 3,16); no otra cosa que un ferviente y desinteresado amor deberá impulsar el nuestro. El diálogo de la salvación no se ajustó a los méritos de aquellos a quienes fue dirigido, como tampoco por los resultados que conseguiría o que echaría de menos: No necesitan médico los que están sanos (Lucas 5,31); también el nuestro ha de ser sin límites y sin cálculos.” (Pablo VI Ecclesiam suam, 29)

Preguntas

Isaías 42, 1-7. El siervo es constituido luz de las naciones. ¿Con qué estilo? No voceará, no gritará, no humillará, buscará el rescoldo encendido, bondad escondida para soplar con su esperanza.

Hechos 15,7-11. Pedro toma la palabra en el primer concilio. Reunidos escuchan la voz del Espíritu que invita a la apertura universal a todos los pueblos. El Espíritu siempre abre fronteras.

Juan 3, 3-21. Nacer de nuevo, dejarse conducir por el Espíritu, trasformación interior. Incomprensión humana. Vida plena, gratuita, ofrecida por el amor incondicional del Padre, del Hijo.

P. Carlos Collantes Díez sx