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21.- LA INCULTURACIÓN DEL EVANGELIO EN EUROPA 2

23 Marzo 2018
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“La ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo, como lo fue también en otras épocas. De ahí que hay que hacer todos los esfuerzos con vistas a una gene­rosa evangelización de la cultura, o más exactamente de las culturas. Estas deben ser regeneradas por el encuentro con la Buena Nueva. Pero este encuentro no se llevará a cabo si la Buena Nueva no es proclamada”. Pablo VI

 

Muchos pueblos –en el transcurso del tiempo- han sabido adaptar a las cambiantes circunstancias históricas sus culturas. Es decir, sus instrumentos materiales, técnicos para responder a la necesidad de supervivencia, sus formas de organización sociales y políticas respondiendo así a la necesidad de convivencia y han adaptado igualmente su universo filosófico y religioso para responder a la necesidad de sentido. La religión, dicen algunos estudiosos o antropólogos, no es solamente un elemento más de la cultura, sino el alma de la cultura misma. Para comprender, por tanto, el alma de un pueblo hay que acercarse a su religión, conocerla, comprenderla, dialogar con ella porque ahí está el secreto de su visión de la vida, del sentido que da a la vida individual y colectiva.

Modernidad y religión

¿Quiénes somos y hacia dónde vamos? La religión responde a esta doble necesidad de identidad –quienes somos- y de orientación -hacia donde vamos-, y responder a estos interrogantes ineludibles nos permite comprometernos en el mundo, nos ayuda a situarnos en la vida y a actuar en nuestra sociedad, orienta nuestro caminar dándonos razones para vivir. Sin éstas viviríamos extraviados, a la deriva. La religión –en nuestro caso la fe cristiana- responde a la necesidad de sentido que todos llevamos en el corazón y desde ahí –desde ese sentido profundo- podemos dar, organizar y animar la respuesta a esas otras necesidades: las de supervivencia y convivencia en torno a las cuales se estructuran y organizan la vida económica y la convivencia civil de los ciudadanos. Por eso, ambas esferas: la sociopolítica y la económica no pueden prescindir de criterios éticos, de valores o ideales comunitarios capaces de crear cohesión social y evitar la fractura social, situaciones dolorosas e injustas de marginación y exclusión. Las esferas económica y política, al ser creaciones humanas, son también cultura. Y ¡cómo nos gustaría que estuvieran animadas por valores evangélicos!

En Europa, desde que se inició el proceso de la modernidad, existe una separación entre religión y otras realidades humanas: la ciencia, la organización de la convivencia civil y de la vida económica, la ética misma que no es monopolio de la religión. Hay éticas de fundamentación laica sin referencias religiosas. De hecho, los derechos humanos se fundamentan sobre la dignidad humana, dignidad que para nosotros cristianos tiene su origen y su grandeza en el proyecto creador amoroso de Dios, pero hay hombres y mujeres ardientes defensores de esta dignidad que la fundamentan en el ser humano como tal sin referencias religiosas. La modernidad ha hecho que la cultura se vuelva cada vez más autónoma de la religión. Por eso la inculturación del evangelio siempre será una tarea pendiente, un desafío. Ya nos lo recordaba Pablo VI: “Para la Iglesia no se trata solamente de predicar el Evangelio en zonas geográficas cada vez más vastas o poblaciones cada vez más numerosas, sino de alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicios, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación.”(EN 19)

Difícil equilibrio

En una sociedad pluralista en la que convivimos creyentes de distintos credos religiosos y no creyentes, no podemos fundamentar el conjunto del orden social -la convivencia social- sobre nuestra particular visión del mundo y de la vida obligando a todos a asumir nuestros criterios éticos. Ello no significa, sin embargo, que los cristianos renunciemos a estar presentes en lo social como “sal y luz” ofreciendo con nuestro testimonio de vida nuestras convicciones éticas, los valores que para nosotros son fundamentales, pero sin imponerlos al conjunto de la sociedad. Creemos que el evangelio está llamado a impregnar la cultura y la sociedad. ¿Cómo hacerlo? Equilibrio difícil entre la pretensión de universalidad del cristianismo y su situación de hecho de no-universalidad, de convivencia en el mismo espacio social con otras visiones de la vida distintas de la nuestra. Sin olvidar que existen otros credos religiosos –el Islam- que tienen igual pretensión de universalidad. Equilibrio delicado, hecho de respeto y valentía, de presencia, diálogo y anuncio sabiendo que el criterio máximo de juicio y discernimiento de una vida y de una sociedad nos lo da Jesús, el Buen Samaritano: “tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y…”

Creadores de cultura

La herencia espiritual del evangelio se ha esfumado en muchos espíritus. Nos resulta difícil descubrir huellas evangélicas en algunos rasgos socioculturales de nuestro ambiente. La cultura es una herencia social que nos transmiten nuestros antepasados. Es, sin embargo, una realidad dinámica que cambia y se adapta. Somos al mismo tiempo deudores y creadores, herederos y constructores de cultura. Las culturas, al generar vida e identidad, son –dicen los sociólogos- matrices de sentido. Y cuando la cultura cambia de manera rápida y brusca, cambia también la identidad de las nuevas generaciones. Las transformaciones que nuestro mundo está viviendo son, por su rapidez, imposibles de seguir para muchos. Y en situación de transformación brusca y rápida de valores muchos tienen la sensación de encontrase en medio de un terremoto cultural, el suelo falla bajo sus pies. Situaciones de esta índole generan incertidumbres, miedos, inseguridad, y hasta angustia. Sentimientos que los fundamentalismos de todo tipo intentan explotar.

Valores profundamente arraigados en la conciencia europea tienen sus raíces en la revelación bíblica, el primero de todos ellos la primacía de la persona humana, de su dignidad inviolable. Para la fe cristiana la persona humana con sus necesidades y aspiraciones tiene una importancia singular, es el centro y la cima de la creación y no puede ser sacrificada a nada, a ningún interés, a ninguna causa. La libertad-responsabilidad, la autonomía personal, el espíritu de iniciativa, la libertad de conciencia, la igualdad de todos, la igual dignidad de hombres y mujeres, todos hijos e hijas del mismo Dios Padre y Madre, la autonomía de las realidades temporales (ciencia, política, economía) como reconoció con claridad el Concilio Vaticano II, la separación de poderes religioso y civil.

¿Cómo podemos crear cultura los cristianos en nuestra sociedad? Sembrando valores evangélicos como servicio desinteresado, acogida, gratuidad, solidaridad, contemplación, atención a los últimos, los que no cuentan, los sin voz, fraternidad, defensa de la vida…

RECUADROS

     “Muchos de nuestros contemporáneos parecen temer que, por una excesivamente estrecha vinculación entre la actividad humana y la religión, sufra trabas la autonomía del hombre, de la sociedad o de la ciencia. Si por autonomía de la realidad se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía. No es sólo que la reclamen imperiosamente los hombres de nuestro tiempo. Es que además responde a la voluntad del Creador. Pues, por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar con el recono­cimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte”. (Vaticano II Gaudium et Spes 36)

     “Pero si autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le oculte la falsedad envuelta en tales palabras. La criatura sin el Creador desaparece. Por lo demás, cuantos creen en Dios, sea cual fuere su religión, escucharon siempre la manifestación de la voz de Dios en el lenguaje de la creación. Más aún, por el olvido de Dios la propia criatura queda oscureci­da”. (Vat. II GS 36)

“La misión en nuestras vida”

Lucas 9, 49-50. Jesús educa la mirada y el corazón de los suyos. Nos invita permanentemente a descubrir su presencia y su acción más allá del ámbito eclesial, del grupo de los “suyos”. Suyos son todos.

Lucas 9, 51-56. Además de educar, Jesús corrige y reprende. Acepta de forma pacífica no ser acogido en determinados lugares. La imposición está reñida con la libertad de la fe, y la violencia siempre es rechazable.

Filipenses 4, 8-9. Una mirada amplia, positiva, lúcida para descubrir, acoger y valorar las huellas de Dios en la bondad humana.

P. Carlos Collantes Díez sx