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29.- LAS SENDAS DEL SEÑOR SON MISERICORDIA

22 Noviembre 2018
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“Te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras los ojos a los pecados de los hombres, para que se arrepientan. Amas a todos lo seres y no odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado… Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida. En todas las cosas está tu soplo incorruptible”. (Sabiduría 11, 23-12, 1)

Palabras cargadas de esperanza, Dios amigo de la vida ha puesto en nosotros un soplo incorruptible. Al principio Dios sopló -puso su Espíritu- en nuestro ser más profundo. Nuestras flaquezas o pecados pueden oscurecer pero no apagar esa presencia divina, esa llama, ese soplo. Y cuando los pecados lo ocultan, Jesús sopla de nuevo para que vuelva a brillar esa imagen, esa presencia. Es lo que hace con frecuencia en el evangelio: Mateo, la mujer adúltera, el paralítico, Zaqueo y otros. Sobre todos ellos Jesús sopla e infunde vida y esperanza porque para Dios, amigo de la vida, nadie está perdido.

Puerta abierta

Tras dejarlo todo cumplido, Jesús desde la cruz exhaló su espíritu y la tierra quedó santificada, desde entonces la misericordia de Dios acompaña y vivifica la historia. Y al final del evangelio de Juan, Jesús Resucitado vuelve a soplar sobre los discípulos: “Recibid el Espíritu Santo, a quienes perdonéis los pecados les quedarán perdonados…” Da a la comunidad eclesial un espíritu de perdón porque él mismo es el perdón permanente de Dios.

Con frecuencia vemos a Jesús participando en comidas acompañado de gente poco “recomendable”, comidas que se convierten en lugar de revelación de un Dios misericordioso. “No tienen necesidad de medico los sanos sino los enfermos”, dirá Jesús a quienes se extrañan de verlo comer con publicanos y pecadores. Un argumento de sentido común que Jesús utiliza contra la mentalidad religiosa dominante: los puros no pueden comer juntos con los impuros so pena de contaminarse, mentalidad que establece un apartheid religioso peligroso, una discriminación inaceptable, porque supone la negación del rostro misericordioso de Dios. Por ello el argumento más fuerte de Jesús no se apoya en el sentido común sino en el modo de ser de Dios que él mismo encarna, un Dios que no excluye a nadie de su amor-perdón-bondad y que va en busca de la oveja perdida. Jesús derriba muros, discriminaciones y fronteras levantadas por los hombres, lo llamativo es que algunas han sido levantadas por hombres religiosos, pretendiendo hablar en el nombre de Dios. Por eso Jesús que conoce mejor que nadie a ese Dios con quien vive en diálogo permanente se rebela y desmonta el discurso oficial y ortodoxo que los “expertos sobre Dios” habían construido. Jesús encontró una clara resistencia entre los piadosos, los que se consideraban a sí mismos rectos y justos, mientras encontró una acogida favorable entre los “indeseables”. Su mensaje de misericordia les hizo entrever una puerta abierta, la del corazón misericordioso de Dios, alguien que no les condenaba.

Amor incansable

Jesús es exigente –pensemos en lo que dice sobre el matrimonio- y al mismo tiempo comprensivo –salva a la mujer adúltera que querían lapidar- perdona con demasiada “facilidad”, tanta bondad escandaliza y no se entiende, el hermano mayor de la parábola del hijo pródigo encarna bien esta incomprensión. Y sin embargo el perdón ofrecido nunca significa la banalización del mal, es una oferta divina de una nueva oportunidad fruto de un amor incansable. Frente a cualquier rechazo o condena humana la persona siempre podrá confiar en la misericordia y el amor insondable de Dios hecho visible en Jesús. Siempre hay una salida, una puerta abierta -la de la misericordia- a cualquier situación humana, porque nada ni nadie puede separarnos del “amor de Dios manifestado en Cristo Jesús”. Ojala nuestra Iglesia sea expresión visible de este amor misericordioso e infatigable de Dios, también porque está formada por pecadores perdonados. El mal no está únicamente fuera, también está dentro en nuestras estructuras y comunidades, en nuestras divisiones y omisiones. Tendríamos que meditar con frecuencia esa frase del evangelio: “tanto amó Dios al mundo que entregó su propio Hijo…” ese Hijo magnánimo que nuca condenó a nadie porque vino “para que nadie se pierda”. Nuestra sociedad necesita una Iglesia misericordiosa y servidora, samaritana, menos “gruñona” y más cercana.

Jesús, amigo de los pobres y marginados que encuentran en él un mensaje de acogida y de misericordia frente a desprecios religiosos o sociales, es capaz de acercarse –libre de prejuicios- a Zaqueo, un rico, para ofrecerle su salvación, la salvación de su injusticia, la salvación de la condena de su entorno que le aprisiona, negándole la posibilidad de cambiar. Jesús sorprende a todos, sobre todo a los bien pensantes, a los seguros de su propia bondad, de su ortodoxia, de sus clasificaciones y etiquetas. El encuentro con Jesús realiza el milagro: Zaqueo cambia, restituye, comparte; la misericordia implica una urgencia de justicia a favor de los empobrecidos. Lo que no habían conseguido las severas condenas de la gente lo consigue la misericordia de Jesús, porque es capaz de ver tras la etiqueta pública de pecador a un hijo de Dios que hay que salvar.

Amor pródigo

Somos más de lo que hacemos, podemos hacer el mal, lo cual no quiere decir que seamos malos. Jesús sopla con su misericordia para avivar el soplo divino oculto en el corazón de todos los zaqueos. La misericordia –lo vemos en Jesús- al liberarnos de juicios estrechos y precipitados nos hace libres, porque ayuda a traspasar barreras.

¿Hay mayor misericordia que la del samaritano? Contemplemos a ese Jesús, buen samaritano, inclinado sobre nosotros derramando aceite y vino, vino que cura y alegra, aceite que fortalece y embellece. Ojala fuera siempre así nuestra Iglesia, samaritana, inclinada, derramando aceite y vino, gozo y esperanza, inclinada sobre los heridos de la vida. Hay ciertamente muchos cristianos que se inclinan, aunque a veces oímos más otras voces, las de quienes a toda costa quieren poner los puntos sobre las ies de la ortodoxia. ¿Hay mayor ortodoxia, mayor verdad que la misericordia? ¿Cómo ser firmes sin caer en la intransigencia? ¿Cómo hacer un anuncio gozoso de la bondad-misericordia de Dios sin olvidar la crítica legítima, la denuncia social de todo aquello que oscurece el rostro de Dios?

Si nuestros contemporáneos nos sienten misericordiosos, cercanos tal vez nos pregunten: ¿cómo es vuestro Dios? En el fondo el verdadero pródigo no es el hijo que se va de casa, sino el Padre, porque sólo él derrocha amor. El Padre recibe al hijo sin echarle en cara nada, no le pide un imposible certificado de buena conducta, le acoge porque le ama, su gesto es novedoso y desconcertante. Si Jesús se sienta a la mesa con los pecadores ¿con quién se sentaría hoy? ¿A quién invitaría a su mesa? ¿Sólo a los “cumplidores”, a los amantes del “orden y la ley”, a los seguros de su ortodoxia? Claro que el que se sienta con él no sale indemne, sale nuevo, otro. La misión hoy transita también por los caminos de la misericordia. 

TEXTOS

“Lo que hacía de Jesús alguien distinto y fascinante era la forma en que se acercaba a las personas y la fe que ponía en ellas. Jesús está convencido de que todas las situaciones humanas por las que atraviesa una persona, por muy contrarias y alejadas que puedan estar de la dinámica en la que Dios quiere que se desarrolle, son convertibles y educables. Basta con que se abran a la acción de la divinidad que permanece escondida en ellas. La fe que Jesús ponía en todas las personas, sobre todo en las más marginadas de su tiempo, era la que les incitaba a enfrentar y confrontar sus parálisis, sus cojeras o su vida torcida; la que les llevaba a cambiar de rumbo, a convertirse”. (S Lázaro Pérez, Sal Terrae febrero 2008, 157)

“Hay que salvar al rico,

hay que salvarlo de la dictadura de su riqueza,

porque debajo de su riqueza hay un hombre

que tiene que entrar en el reino de los cielos,

en el reino de los héroes.

Pero también hay que salvar al pobre

porque debajo de la tiranía de su pobreza hay otro hombre

que ha nacido para héroe también.

Hay que salvar al rico y al pobre…” (León Felipe)

Preguntas

Lucas 6, 6-11 y 13, 10-17. Si ponemos las normas, las leyes, las doctrinas por encima de las personas el corazón se vuelve ciego e insensible.

Lucas 7, 36-50. Sólo el amor nos redime y salva. Dos amores que se encuentran, el amor arrepentido y humilde de la mujer y el exceso de amor de Jesús, amor fiel, pródigo.

Lucas 18, 9-14. Dios no sabe «contar» los méritos, pero da, sin contar, su misericordia, su perdón, a quien reconoce que tiene necesidad de él.

  1. Carlos COLLANTES DÍEZ sx