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30.- MISIÓN: LA UTOPÍA DE LA MESA COMPARTIDA

22 Noviembre 2018
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Jesús compartía la mesa con todos porque nadie está excluido del amor de Dios. Y a quienes le critican Jesús responde desde su profunda y singular experiencia de Dios: no se puede legitimar en nombre de Dios un orden social excluyente. Hay que construir un nuevo mundo, en el que la misericordia sustituya a la pureza ritual o legal de la ortodoxia farisaica. Y la justicia sea real.

 

Como los profetas del AT, Jesús se pronuncia contra un culto vacío, desligado de la justicia. La parábola del buen samaritano nos enseña que la verdadera pureza es la solidaridad efectiva con los necesitados, y solidaridad significa acogida, acompañamiento, también denuncia de las causas de tanta injusticia insoportable y el consiguiente compromiso decidido a favor de la justicia.

En la parábola de los invitados al banquete que encontramos en Lucas 14, 15-24 Dios envía a los suyos a los caminos del mundo para invitar a todos los que están en los márgenes de la vida y de la sociedad. Todos invitados al banquete del Reino, al banquete de una vida más justa, digna y feliz.

“El orden mundial no es sólo asesino, sino absurdo, pues mata sin necesidad. Hoy ya no existen las fatalidades. Un niño que muere de hambre hoy, muere asesinado”, nos recordaba no hace mucho Jean Ziegler, ex-relator de la ONU. Frente a la situación de injusticia global, creciente e hiriente que algunos llaman orden establecido, frente a tanta explotación sutil y despiadada que otros llaman sustanciosos negocios, la Iglesia, enviada por Jesús y al estilo de Jesús, debe ser una luchadora a favor de la justicia.

¿Comida o combustible?

Agrocombustible. Algunos decían que eran la solución. Por ahora, lo que han provocado han sido problemas más graves. Al transformar los cereales en combustible para alimentar millones y millones de coches –máquinas- que entran en competencia con la dieta de millones de personas, la producción de agrocombustibles ha disparado el precio de los alimentos. Combustible limpio, -nos prometían o ¿engañaban?- Suena bien, ¿y qué se ha conseguido? disparar el precio de los cereales, condenando al hambre a millones de personas en todo el mundo. Es cierto que hay otras causas que han provocado el alza de los precios, la más perversa el “sucio trabajo” de los especuladores. (La especulación se produce especialmente en la Bolsa de materias primas agrícolas de Chicago, donde se establecen los precios de casi todos los productos alimenticios del mundo. Todos los productos de primera necesidad son controlados por al menos ocho grandes multinacionales). Queriendo mantener nuestro estilo de vida, nos ha parecido adecuada la opción por los agrocombustibles “limpios” fabricados con cereales. ¿No estaremos buscando soluciones a la medida de nuestro egoísmo? Parece claro que el mundo rico no quiere poner en discusión su propio sistema económico, y su estilo de vida. Algunas decisiones en materia económica y monetaria tomadas o seguidas por algunos técnicos, burócratas, multinacionales, organismos no pretenden repartir con justicia los bienes de la tierra, sino eliminar comensales como si fueran material sobrante y desechable.

Banquete de la vida

El neoliberalismo asfixiante con su lógica de com­petencia exacerbada, de acumulación y concentración de poder y riquezas en cada vez menos manos, con su lógica de exclusión, debe hacernos descubrir y vivir nuevas y urgentes tareas para la misión de la Iglesia. Surgen interpelaciones dirigidas a la Iglesia para que viva con más pasión y concreción su dimensión profética y comunitaria, dejándose conducir por el Espíritu, que es fuerza para renovar corazones, actitudes y estructuras sociales injustas. La misión es la capacidad de producir signos de justicia y de esperanza, a partir de la justicia manifestada por Dios en la resurrección de Jesucristo.

Dios no es neutral ante tanto sufrimiento fruto de la injusticia, por eso defiende a los que nadie defiende, no porque tengan méritos particulares sino por “humanidad”, porque lo necesitan más, dada su condición de víctimas de la injusticia. Hoy en nuestra sociedad Dios parece ausente social y culturalmente, ¿dónde se hace Dios presente? y ¿cómo hacerle presente? En el grito de justicia de los numerosos empobrecidos. Si escuchamos ese grito y lo escuchamos colectivamente como Iglesia buscando respuestas daremos entonces visibilidad social a Dios. ¿En qué peregrinaciones se hace Dios más presente: en las peregrinaciones sólo posibles para bolsillos pudientes o en ese éxodo de pobres hacia Europa? ¿En qué procesiones: en las numerosas que pasean sus santos por nuestras calles y ciudades o en esas otras de gente excluida que se dirigen a nuestras cáritas parroquiales o a otros organismos asistenciales públicos o privados? Hermanos empobrecidos –sacramentos vivos del Señor- que llaman a las puertas-fronteras de Europa y quieren participar legítimamente en el banquete de la vida.

Milagros sencillos

Participar en el cuerpo y la sangre del Señor, en su mesa, exige una verdadera redistribución justa de los bienes de la tierra. Si todas las comunidades cristianas del mundo tomásemos conciencia de ello y actuáramos al mismo tiempo, unidas por el mismo amor, las mismas convicciones, la misma fuerza, al unísono ¿no supondría ello una revolución pacífica e inmediata que terminaría con tantas situaciones de sufrimiento, de injusticia hiriente?

“Cuando le doy comida al pobre, me llaman un santo. Cuando pregunto porqué el pobre no tiene comida, ellos me llaman un comunista”, decía el célebre obispo brasileño, Helder Cámara. Mientras unos malviven o mueren de hambre, otros duermen –dormimos- inconscientes en la abundancia. Partir el pan eucarístico nos exige luchar no únicamente por nuestros derechos, sino por los derechos, reivindicaciones y justas aspiraciones de las víctimas de tanta injusticia. Jesús multiplica el pan con la colaboración humana y los discípulos lo distribuyen y comparten ¿Qué milagros podemos hacer? ¿Cómo podemos actualizar hoy en nuestro mundo los signos del Reino?

Al contemplar los sufrimientos de los más débiles y escuchar el grito de los humillados y explotados las entrañas del Dios-Padre y Madre se conmocionan. Dios no puede permanecer insensible ante el sufrimiento de tantos hijos e hijas excluidos de la sociedad y del banquete preparado para que fuera compartido por todos. Dios quiere un banquete sin epulones ni lázaros (Lucas 16, 19-31). Por ello su actitud no puede ser más que la protesta y la predilección por los más desfavorecidos. ¿Cómo anunciar y creer en ese Dios en nuestro mundo hoy? No podemos ni anunciar ni creer en un Dios distante. La misión tiene una indudable dimensión de profecía dirigida contra quienes desde su opulencia y poder no afrontan las causas que generan la injusticia y la opresión. Lo que está en cuestión es nuestro modelo de desarrollo, claramente insostenible, depredador, contaminante, insolidario. Podemos ser más felices, incluso más personas y no sólo mejores, teniendo menos y compartiendo más.

TEXTOS

“La comunidad internacional, está llamada a actuar por encima de la simple justicia, manifestando su solidaridad con los pueblos más pobres, preocupándose por una mejor distribución de las riquezas, permitiendo especialmente a los países que tienen riquezas en su territorio o en su subsuelo que sean los primeros beneficiados. Los países ricos no se pueden apropiar de lo que proviene de otra tierras”. -Decía recientemente el Papa al recibir a un grupo de nuevos embajadores-. “Es un deber de la justicia y de solidaridad que la comunidad internacional vigile la distribución de los recursos”, agregó el Papa, “poniendo atención a las condiciones propicias para el desarrollo de los países que tienen mayores necesidades”. En el mundo actual, añadió, “los responsables de las naciones juegan un papel importante no sólo en sus propios países, sino en las relaciones internacionales, para que todas las personas, allí donde vivan, puedan beneficiarse de condiciones de vida dignas. Por eso, la medida primordial en materia de política, es la búsqueda de la justicia, para que sean siempre respetados la dignidad y los derechos de todo ser humano y todos los habitantes de un país puedan tener acceso a la riqueza nacional”. Benedicto XVI

Preguntas

Jeremías 22, 3. Deuteronomio 15, 7-8. Proverbios 22, 22-23. Amos 8, 4-7. Dios se constituye en defensor de los oprimidos. Sus profetas nos lo recuerdan permanentemente. ¿Quién prestará oídos?

Juan 6, 1-15 y Mateo 15, 32-39. El Señor no actúa solo, necesita colaboradores aunque, con frecuencia, éstos se sienten desbordados.

I Corintios 11, 17-27. En la comunidad de Corinto había conflictos y divisiones notorias, reflejo vivo de nuestro mundo necesitado de una reconciliación que pasa necesariamente por la justicia.

Carlos COLLANTES DÍEZ sx