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33.- MISIÓN, VÍCTIMAS Y CRUZ (III)

25 Marzo 2019
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Tenemos que sacar la lucha contra la pobreza de los discursos y ponerla a caminar entre la gente pobre y excluida. Vivimos con demasiada tolerancia a la injusticia social y muchas veces las altas torres de la burocracia terminan apartándonos del día a día de quienes no alcanzan a consumir un alimento. Una América socialmente más justa debe ser la gran misión de los tiempos nuevos (...) Los pobres y excluidos merecen que de una vez por todas preparemos para ellos la siembra de ese mundo mejor que venimos prometiendo... Respetuosamente, no demoremos más”. Así se expresaba recientemente Fernando Lugo, presidente del Paraguay y hasta hace poco obispo católico en activo, ante los representantes de los países miembros de la Organización de los Estados Americanos.

 

Con sus escritos y reflexiones, biblistas y teólogos han intentado “explicarnos” el hecho histórico de la cruz, nos han ayudado a ver las causas humanas, de carácter político o religioso, que llevaron a Jesús a la cruz. Quiénes fueron los actores del drama, qué intereses defendían, porqué rechazaron a Jesús. Y sin embargo, nunca las atinadas explicaciones desvelarán el misterio.

Fuerzas ocultas

Intentos explicativos legítimos y necesarios para contrarrestar una visión “dolorista”, intimista, incluso enfermiza de la cruz, o un sentimentalismo ineficaz y, en algunos casos, para purificar formas de piedad equivocadas y malsanas apoyadas en deformadas imágenes de Dios. Se trata de “desculpabilizar” a Dios, no hacerle cómplice de la injusticia, del sufrimiento. La cruz no fue algo fatalmente querido por Dios en una ciega e inhumana sed de reparación por el pecado humano. Pero lo inexplicable, con su dimensión de escándalo, permanece y acompaña nuestra desazón humana y nuestro irrefrenable deseo de un mundo más justo, más humano y más divino, porque la bondad habita el corazón humano, a pesar de tanto comportamiento incomprensible e inaceptable.

La cruz. El escándalo continúa encarnado en millones de crucificados que malviven, sobreviven y mueren en las periferias del mundo y de las decisiones. En la cruz se vislumbra “el misterio de iniquidad” (II Tes. 2, 7) que sigue actuando en nuestra atormentada historia; escándalo que interpela y hace sufrir. ¿Qué lucha y qué compromiso contra ese “misterio de iniquidad”, contra esas fuerzas no tan ocultas que actúan en numerosas “grandes” decisiones humanas: paraísos fiscales, dineros especulativos, mercados financieros, influyentes ejecutivos, políticos al servicio de poderosos intereses económicos, guerras que no terminan en el corazón de África, saqueos de recursos y de países, COLTAN ensangrentado, CONGO martirizado, multinacionales asesinas, impunes criminales de guerra, desprecio hiriente por las gentes sencillas? La cruz desvela también la miseria de nuestras “pequeñas” –menos influyentes- decisiones personales, cobardías, silencios. ¿Qué lucha y qué conversión?

Cambio de sentido

En la cruz se afrontan dos misterios: el mal extremo y la bondad suprema. Para vencer tamaño mal hacía falta una bondad máxima, invencible en su aparente derrota y vulnerabilidad. No se entiende la cruz porque no se entiende el mal, sobre todo cuando alcanza ciertos niveles, y porque tampoco entendemos a Dios, esa bondad suprema a veces “silenciosa”. La maldad humana se revela en toda su crudeza cuando es transfigurada por la bondad divina. Por la cruz, por la entrega libre y lúcida de Jesús, Dios ha querido hacernos llegar el perdón, la reconciliación, una vida nueva… todo. Pero este todo o este “cambio de dirección” de una acción humana objetivamente criminal: ajusticiar al gran inocente, es fruto de la bondad de Dios. La cruz siempre estará envuelta en y por el misterio, nunca podremos comprenderla racionalmente del todo. Tampoco comprendemos –nos negamos a comprender- tanta maldad humana, tanta injusticia, tanto sufrimiento. ¿Por qué el hombre hace tanto daño a su hermano?

¿Con qué tipo de “razón” o con qué razones hemos organizado la sociedad? ¿Razones estrictamente económicas, de beneficio, lucro, rentabilidad? ¿Razones “destructivas”, nos estamos cargando a fuego lento el planeta en el nombre de un progreso desdichado, miope y para unos pocos? ¿Razones de falsa caridad: dispuestos a ofrecer migajas para los empobrecidos, mientras les negamos la justicia? Sinrazones que actúan en las relaciones entre países, entre un Norte enriquecido que mantiene injustas leyes comerciales y luego ofrece las migajas de la “ayuda al desarrollo” para lavar la incomodidad de la conciencia colectiva. ¿Quién salva a quien? A veces pensamos que salvamos a los países empobrecidos con las migajas de la cooperación internacional, la ayuda oficial y créditos disfrazados de ayuda internacional que con frecuencia ocultan la injusta realidad. En tantos lugares de África, lo que anhelan y necesitan es justicia y no ayudas “interesadas”. En las relaciones internacionales de los países ricos con los empobrecidos no son los recursos lo que falta sino la ética –la razón humanizada, justa y solidaria- y sobran intereses, por eso los pueblos empobrecidos -no sus dirigentes- son los que cargan mayoritaria y colectivamente con los males de este mundo.

Víctimas y liberalismo salvaje

Es más fácil producir objetos de lujo para quien puede pagarlos que bienes necesarios para quienes no pueden. Para la lógica del mercado basada en la ley de la oferta y la demanda y en el máximo beneficio, las demandas –necesidades auténticas- de los pobres no existen, porque no van acompañadas de poder adquisitivo. De ahí la urgente necesidad ética de tener el mercado bajo control por los poderes públicos democráticos sensibles a la justicia social, frente a ese liberalismo –ultra o salvaje en nuestro tiempo- que defiende el funcionamiento “invisible”, ciego del mercado, aunque no debe de ser tan ciego porque la riqueza termina siempre en los mismos bolsillos u opacos paraísos fiscales que los políticos decentes deberían desmontar ya. No vendría mal alguna carta pastoral valiente de alguna conferencia nacional episcopal, en la línea de la doctrina social de la Iglesia, denunciando tanto desvarío, tanta codicia impune, tanto desprecio. Aunque la denuncia no nos basta.

“Salvar” el sistema financiero –el capitalismo en su vertiente más voraz- ha costado unos 700.000 millones de dólares, en realidad bastante más. ¿Cuánto cuesta salvar a los condenados por el capitalismo? Bastante menos, aunque hace falta más, mucha más voluntad política. “La avaricia de pocos, está dejando a la mayoría al margen de la historia”, decía el cardenal Madariaga en la sede de la ONU. Cristo muere en la periferia. Hoy las periferias del mundo siguen sufriendo, en ellas se sigue muriendo, y en estos meses lo hemos podido comprobar con dolor y estupefacción. Duele ver con que rapidez y que cantidades millonarias ha encontrado el sistema para rescatar algunos bancos y que lentitud y egoísmo ciego para encontrar mucho menos dinero para escolarizar a niños, potabilizar el agua, desterrar algunas enfermedades, perdonar de una vez por todas la asfixiante deuda que condenan a millones de personas a malvivir. Salvados los bancos, ¿saldrán los poderosos de esa indiferencia crónica ante quienes mueren cada día debido a esa catástrofe humanitaria permitida por todos que es el hambre? ¿Se acordarán de los millones de personas que no tienen acciones que vender, que sobreviven con un euro al día, que pasan hambre? ¿No se podrían o deberían expropiar los bienes de quienes –sus nombres han aparecido en la prensa- cegados por su codicia desbocada, por su arrogancia y desprecio, y blindados por sus sueldos astronómicos e inmorales han provocado tanto desastre y drama en la economía real de millones de familias? Esto sí que sería un rescate.

Jesús se hizo solidario con toda la humanidad, por eso fue crucificado. Cargó con todo nuestro mal y su muerte vivida en amor y libertad se transforma en don, en fuente de perdón y de vida. Por eso la cruz será siempre una fuerza de crítica social y no únicamente un objeto de piedad individual e íntimo, es y será expresión de un espíritu de rebeldía social, cultural, política para mantener el sentido de la vida, para nadar contra corriente, para ser libres, para no claudicar o al menos no callar, para desvelar tantos falsos valores. 

PARA LA REFLEXIÓN

Efesios 6, 10-20. S. Pablo nos invita a utilizar las armas de Dios en esa lucha “contra los poderes que dominan este mundo de tinieblas”.

Lucas 13, 31-35. La “razón de estado” del Herodes de turno – zorro astuto o bombero pirómano- contra la libertad de Jesús y de todos los profetas, o contra la Iglesia cuando es profética.

Lucas 16, 1-8. La inteligencia al servicio de la injusticia tan presente en la vida pública, ¿no debería ser un estímulo para la búsqueda de otra justicia con otra inteligencia?

P. Carlos COLLANTES DÍEZ sx