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34.- MISIÓN, CRUZ Y SEGUIMIENTO

25 Marzo 2019
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“Entonces, dijo Jesús a sus discípulos: si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí la encontrará” (Mateo 16, 24-25) Jesús vincula dos realidades importantes: la cruz y el seguimiento. En este sentido la cruz tiene que ver con las opciones de Jesús, sus preferencias, su estilo de vida y por tanto con la identificación del discípulo con Jesús, con su estilo de vida, sus criterios… con la fidelidad.

No es lo mismo morir que perder la vida. “Perder la vida”, unos la pierden de manera forzada, víctimas de la injusticia, otros la van perdiendo día a día, en función de decisiones cotidianas de solidaridad, la van entregando como Jesús siguiendo sus huellas, su estilo. En nuestra sociedad de bienestar el peligro real no es perder la vida, sino perder el alma, el sentido y la orientación de la vida. Mientras algunos hermanos empujados por el hambre se juegan la vida, nuestra sociedad puede perder el alma, cerrando los ojos, cerrándose. “Bienaventurados los pobres de espíritu”, los que escogen ponerse al lado de los empobrecidos, los que escogen participar en el sufrimiento de los otros de manera solidaria como Jesús que siendo rico se hizo pobre.

Abrazo de Dios

La palabra y los gestos de Jesús han trastocado con frecuencia el orden establecido pero siempre desde la bondad y el amor de Dios, nunca desde la crítica estéril o la amargura. La cruz posee una enorme fuerza de crítica social. Es la rebeldía del Amor, de un amor que no se resigna ante tanto desvarío e injusticia, ante el mal en todas sus formas. La cruz expresa la “especial” rebeldía de Dios que no se resigna a ver a sus hijos vivir enfrentados, separados por enormes fosos de injusticia y desigualdad, y Jesús se ofrece él mismo para derribar todos los muros (Efesios 2), siempre desde la plenitud del amor y desde el anhelo humano de un vida plena.

El mal existe y el enfrentamiento con él es inevitable, la cruz aparece en el horizonte como el único camino histórico de victoria, y de esta manera termina por ser expresión del señorío de Dios sobre la historia. Por eso la cruz representa el juicio de Dios sobre los poderes de este mundo, sobre los ídolos y sobre la historia creada por tales poderes idolátricos, arrogantes, opresores. La cruz de Jesús es el medio más poderoso de salvación que es ofrecido a nuestra humanidad, en ella tenemos la certeza de que Dios no abandonará nunca nuestro mundo por muchas maldades que existan, nos revela que el amor es más fuerte que todas las formas de muerte. El abrazo de Dios nos rehace y trasfigura, así es la cruz: abrazo de Dios al mundo. Un amor fuerte en su vulnerabilidad porque permanece para siempre abrazando con su amor misericordioso al mundo entero. Ahí está la universalidad del amor y de la fuerza salvadora de la cruz.

Víctimas colaterales

¿No vemos cada día como el mundo se construye con la razón de los más fuertes? ¿No nos lleva la mentalidad técnica, utilitarista, pragmática -si no estamos vigilantes- a valorar a las personas como si de máquinas se tratara, es decir con criterios de eficacia, según lo que aportan a la sociedad? Valorar a las personas en función de su mayor o menor utilidad es un criterio peligroso porque la persona queda reducida a “material humano”, material que a veces podrá ser “material desechable”, daños colaterales del “progreso”. Se construye de esta manera una “sociedad de fuertes”, de triunfadores, un mundo implacable, duro, cruel en el que molestan aquellos que se quedan en las cunetas de la vida, los invisibles, los empobrecidos, víctimas del imparable “progreso”. Por eso la cruz es una crítica a quienes justifican el triunfo necesario de los más fuertes, de los más dotados para que la sociedad evolucione y progrese, mentalidad ésta extendida en determinados sectores influyentes. La cruz significa una inversión de valores e implica el rechazo total de esta manera de ver y organizar la vida. Y nos lleva a valorar a cada persona por lo que es, subrayando el valor especial de los más débiles, de los “desechables”, de los crucificados por el sistema. Y cruz-seguimiento significa ponerse a su lado. Un progreso que produce víctimas y además las olvida no es humano, cuando el progreso destruye a algunos, deshumaniza a todos. Sólo desde las víctimas se puede construir otra historia diferente.

Velos y desvelos

El fuerte individualismo que impregna nuestra cultura se infiltra y se manifiesta en determinadas concepciones y prácticas religiosas. En consonancia con esta filosofía individualista existe una determinada manera de vivir la religión reduciéndola a la búsqueda interesada de una salvación estrictamente individual. En la llamada “religión burguesa”, la salvación se entiende y vive en términos estrictamente individuales, la comunidad queda reducida a un encuentro puntual donde se realizan determinados ritos que ni inquietan, ni interpelan, simplemente tranquilizan; ritos de puro cumplimiento. Incluso el pecado aparece fuertemente “privatizado”, es decir se ocultan las consecuencias sociales del mismo (de ciertas injusticias flagrantes), se oculta la dimensión estructural del pecado, dimensión en la que justamente han insistido los últimos papas en la doctrina social de la Iglesia. Los influenciados por la lógica y el espíritu de la religión burguesa suelen ser fervientes defensores del orden establecido, aunque sea claramente injusto. Aceptan como mucho ligeros retoques para que todo siga igual ¡Cuántas cosas ocultas bajo una determinada concepción religiosa! ¡Cuántos velos! Cuando Jesús murió el velo del templo se rasgó. Hoy la cruz sigue desvelando injusticias, ideologías, intereses ocultos y la esquizofrenia de quien se rige con unos valores en la vida privada y con otros en la vida pública.

Solidarios y resistentes

Nuestra sociedad es enormemente compleja y con frecuencia los intereses de unos pocos privilegiados parecen imponerse. No es por tanto extraño que muchos, invadidos por una profunda sensación de impotencia, se desalienten y caigan en actitudes pasivas como la  resignación, el conformismo, la desesperanza o la indiferencia… ¿qué podemos hacer? La fe en Jesús crucificado y resucitado es una invitación permanente a la resistencia, a la lucidez. Una invitación a «permanecer en pie», erguidos, haciendo frente al mal de cada día. Es la fuerza oculta de quien pone su confianza última en Dios. Con frecuencia los empobrecidos se convierten en maestros de resistencia, de dignidad, de esperanza.  

Jesús resucitado y antes crucificado es la garantía ante los fracasos porque él mismo ha pasado por el fracaso de forma totalmente solidaria, ha vivido una profunda inmersión en el dolor del mundo y desde esa inmersión nos salva. Nadie salva a nadie desde fuera, por eso Jesús entra en nuestro mundo, historia, humanidad. Entra muy dentro, se abaja y se implica convirtiéndose en “uno de tantos”. La encarnación de Jesús nos muestra que no hay atajos ni varitas mágicas. Nadie salva a nadie con teorías sin compartir la vida de la gente, eso lo hemos aprendido los misioneros. Un aprendizaje difícil y doloroso, siempre amenazado por la incoherencia y la fragilidad, y que implica mucho despojamiento. Nuestro trabajo consiste a veces en mantener la esperanza de los que sufren, con una presencia solidaria junto a ellos. Entonces uno descubre el enorme caudal de esperanza que poseen los pobres -figuras vivas y colectivas del siervo de Yahvé- desfigurados por la injusticia y por condiciones de vida inhumanas. Jesús, al identificarse con los últimos y oprimidos, nos está indicando a cada discípulo y a toda la Iglesia el camino a seguir.

El discípulo fiel, el seguidor convencido sabe que le pueden arrebatar el “cuerpo”, pero no la “vida”, como lo demuestra la vida de muchos misioneros que permanecen al lado de sus hermanos en situaciones muy difíciles. La fe que pide el evangelio es una fe arriesgada. Una misión cómoda e “indolora” sin riesgos no es la misión de los seguidores de Jesús, y para arriesgarse es preciso sentir la pasión por la vida, por la persona, la pasión por Dios.

Para reflexionar

Juan 15. Ofrecer la vida como prueba de amor, ser testigos de Jesús, unidos a él, rechazo del mundo entendido éste como sistema de valores, criterios, lógica, poder opuesto a los valores evangélicos.

Hebreos 2, 9-18; 4, 14-16 y 5, 7-9. Único escrito del Nuevo Testamento que da a Jesús el título de sacerdote presentando con un lenguaje cultual y sacrificial la ofrenda de Jesús: su solidaridad total con nosotros, su inmersión en nuestra condición humana, sufrimiento y muerte incluidos.

P. Carlos COLLANTES DÍEZ sx