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36.- DIOS CERCANO, SOLIDARIO, VULNERABLE

24 May 2019
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Puede que sea fácil y casi “natural” creer en un Dios omnipotente, y ¿en un Dios vulnerable? “La cruz es la expresión suprema de la encarnación de Dios. Manifiesta la actitud entregada del amor que no se impone y de la impotencia que salva” (JM Mardones).

No es fácil ni espontáneo captar la presencia amorosa de Dios en la cruz. Lo que sentimos en primer lugar es la injusticia y la maldad humanas y a un Dios aparentemente silencioso, ausente. Vemos en ella la expresión más radical del pecado humano que rechaza a Jesús, rostro, imagen y presencia de un Dios misericordioso, compasivo, cercano. Por eso podemos descubrir en la cruz de Jesús, un amor fuerte en su aparente derrota y debilidad, amor desarmado y rechazado, una entrega sin límites aunque no comprendida.

Es la debilidad de Dios, la de un amor “más fuerte que la muerte”, debilidad que se puede vislumbrar, comprender, asumir desde la fe cristiana cuando se descubre –siempre desde la fe- como ejerce Dios su poder, desde un amor incansable e inquebrantable, desde su voluntad paciente, respetuosa, decidida de salvar a todos. La arbitrariedad del mal, de la injusticia suprema, visible en la cruz, se hunde en el abismo del amor misericordioso, incondicional, gratuito de Dios. Por eso la cruz es al mismo tiempo expresión de la debilidad de Dios y de su poder y fortaleza. Poder que es bondad ilimitada a los hombres a pesar de nuestro rechazo. Jesús acoge todo el mal sobre sí, por eso haciéndose débil es fuerte.

Imágenes de Dios

Las imágenes que tenemos de Dios nos sirven para relacionarnos con él, pero no podemos confundir a Dios con nuestras imágenes siempre limitadas e incompletas. Desde la infancia llevamos en nuestra memoria la imagen –entre otras- de un Dios todopoderoso. Llegados a la edad adulta, algunos, al rechazar imágenes infantiles, rechazan también a Dios y creyendo ser más autónomos, más libres, más hombres, se quedan huérfanos. Otros, siguiendo a Jesús, enriquecen su imagen de Dios y descubren a un Dios Padre y Madre, bueno, misericordioso y que tal vez no sea todopoderoso, al menos tal y como los humanos concebimos el poder. No es que Dios no sea poderoso, pero no lo es a la manera humana, según nuestra lógica y criterios. “No pongas en lugar de Dios la imagen de Dios que tú te has elaborado en el pasado…” (Anthony Bloom).

Hay creyentes que parecen preferir un Dios distante, justiciero, legislador inflexible, a un Dios que nos ama con ternura y misericordia, que quiere hacernos libres y entregados. Los fariseos eran hombres muy religiosos, cumplidores fervientes y piadosos hasta el extremo, sin embargo su imagen de Dios era distinta de la de Jesús, que fiel al Padre ofrece misericordia, ternura, bondad, vida y es rechazado. La cruz representa el rechazo de ese amor bondadoso e ilimitado. Afortunadamente nunca podremos encerrar a Dios dentro de nuestros dogmas, formulas o lenguaje. El conocimiento de Dios es siempre un don suyo, somos radicalmente incapaces de entender los misterios de Dios. La distancia es infinita, pero Él se nos ha acercado ¡y cuánto y cómo! en Jesús.

Inmersión de Dios

El libro del Éxodo nos recuerda que Dios baja para caminar y situarse al lado de un grupo de oprimidos y hacer de ellos un pueblo libre, en marcha hacia una tierra prometida. Desde entonces Dios no ha cesado de bajar a nuestra historia, para escuchar el grito del oprimido. Su escucha llega al culmen en Jesús, en él se nos revela sensible al sufrimiento, afectado por él, dolorido. Jesús se hace solidario caminando al lado de los indefensos, de los que no cuentan compartiendo su fragilidad; una solidaridad hecha de cercanía, misericordia, ternura. Si miramos el itinerario de Jesús no es difícil concluir que el camino de Dios –camino de encarnación- es el de la debilidad, en Jesús Dios se hace pequeño, vulnerable, se identifica con los últimos.

En la vulnerabilidad de Jesús Dios oculta y revela su misterio, su grandeza y en su Hijo baja a los infiernos de todo lo inhumano. La cruz una inmersión inesperada, desconcertante en el abismo del dolor humano. Dios puede hacerse vulnerable porque su amor es fuerte, tenaz, confiado, ilimitado. Cierto que nos gustaría que este amor se manifestase ya con toda su claridad, sin sombras, en nuestra sufrida y dolorosa historia humana. Gracias a este descenso de Jesús podemos encontrar a Dios en situaciones inimaginables y poco “religiosas”, en personas heridas, derrotadas, víctimas de la inhumanidad de otros o del sistema. Y esta cercanía de Dios a lo “inhumano” nos permite descubrir y creer que la última palabra corresponde a la bondad de Dios, a su abismo de amor, donde el mal desparecerá. Porque el Padre ha hecho resurgir a Jesús resucitado, convirtiéndole en manantial de vida y esperanza.

En el fondo nos cuesta aceptar de verdad el hecho de la encarnación de Dios en Jesús, tal vez nos parezca más normal, más “lógico” que Dios viva lejos, en su cielo, más allá de nuestros nubarrones. Que camine entre nosotros “oculto” en un marginado, en un cualquiera nos inquieta e interpela, nos desestabiliza. Quisiéramos encerrar a Dios en espacios sagrados y se nos escapa, porque para él lo más sagrado es la persona humana que lleva su imagen grabada en el alma, en la esperanza, en el deseo de vida plena. Nos cuesta y ¡cómo! acoger la manifestación de Dios en lo cotidiano. Los habitantes de Nazaret (Marcos 6, 1-6) son un recuerdo permanente de esta dificultad, en su rechazo de un Dios tan cercano, tan “humano”, tan envuelto de cotidianidad, tan presente y tan oculto, tan “aparentemente” conocido y tan en el fondo desconocido. La vulnerabilidad de Dios tiene que ver con la seriedad de la encarnación y con la fidelidad de Jesús, que desde el principio renuncia al poder como recurso permaneciendo fiel hasta el final a esta opción. Así aparece con claridad en los relatos evangélicos de las tentaciones. Jesús se ha despojado de verdad de su condición divina, de la omnipotencia divina (Filipenses 2, 6-8).

Poder desarmado

Con frecuencia el poder humano es amenazante, se impone, oprime, aplasta, y por tanto engendra miedo, recelos, distancia y desconfianza. Pero Dios es distinto porque tiene entrañas de misericordia, de esta manera su poder no aplasta, puede ser acogido sin temor, sin defensas. El poder obliga, fuerza, la bondad no; la bondad deja libre, espera, no se impacienta, confía y hace crecer a su alrededor bondad. El poder de Dios es su bondad, su ternura y cercanía amorosa, por eso aparece desarmado. La solidaridad de Dios con nuestro humano caminar esperanzado o vacilante, decidido o temeroso tiene un nombre y un rostro: Jesús. El camino “terreno” de Jesús termina en la cruz. Sin embargo, los cristianos creemos que la resurrección es la última palabra de Dios y desde ahí la cruz –todas las cruces- se ilumina con una luz esperanzada.

A veces quisiéramos “otro” Dios, un Dios todopoderoso para creer de verdad. ¿Por qué se calla Dios el viernes santo? ¡Cuánto viernes santo! ¡Cuánto silencio! ¿Por qué tanta víctima de tanta injusticia? Viviremos siempre con parecidas preguntas doloridas. Imágenes de Dios enfrentadas, una creada por nosotros: el Dios omnipotente y justiciero, un Dios a la medida de nuestras exigencias y decepciones, preguntas y dolores. Y otra manifestada en y por Jesús, en la que la justicia y la bondad no se excluyen, se armonizan. Aunque nuestra razón, siempre limitada, tenga –en su ceguera- pies de barro y se mueva torpemente en las arenas movedizas del Misterio… y no entienda.

¡Cuántas veces palpamos la presencia de Dios –un Dios fuerte y vulnerable- en la fortaleza de los sencillos! La misión intenta expresar algo de esta cercanía, solidaridad, vulnerabilidad, encarnación de Dios en nuestra historia. Dios limitado por el rechazo humano, por el ejercicio de nuestra libertad que no acoge sus propuestas y proyectos de amor. Sin embargo, el poder de Dios se manifiesta en los creyentes sencillos, disponibles, abiertos a su acción. María lo sabe muy bien, ella que canta la grandeza de Dios. El verdadero creyente permite a Dios hacer “obras grandes”. Es el poder de la fe, de la fidelidad, de la acogida, del amor.

“La misión en nuestras vida”

Juan 12, 20-36. Jesús el hombre más fecundo de toda la historia humana atrae a todos con su entrega… iluminando nuestro caminar personal y colectivo.

I Corintios 1, 17-31. Judíos y griegos –la lógica humana- piden milagros, poder, “sentido común”. Del Crucificado brota una extraña y loca sabiduría, una fuerza revestida de debilidad.

I Corintios 2, 1-9. Sabidurías con criterios contrapuestos. La del “mundo” que ignora y condena al Crucificado y la evangélica, don de Dios, que supera nuestras posibilidades naturales, humanas.

P. Carlos COLLANTES DÍEZ sx