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  • Carlos Collantes Díez

TAILANDIA: UN NUEVO DESAFÍO

27 Junio 2016 1348

Hacía mucho que se mascaba en nuestra familia javeriana la idea de una nueva misión. Tras años de reflexión, diálogo y visitas en varios países asiáticos, al final la elección recayó en Tailandia.

Sí, hace cinco años los misioneros javerianos decidimos embarcarnos en una nueva presencia misionera. En 2012 los dos primeros javerianos comenzaron la aventura en este, para nosotros, nuevo país. En los años siguientes hasta hoy, otros tres se lanzaron a la misión tailandesa.

¿Por qué Tailandia?

El carisma javeriano, nacido con San Guido M. Conforti, se centra en el anuncio de Cristo entre los no cristianos. El deseo del fundador, llevado adelante por nosotros, sus hijos espirituales, es llevar la Buena Noticia a quienes no conocen a Jesucristo. Actualmente en Asia y, en particular, en algunos países, como Tailandia, el número de cristianos es mínimo y los misioneros comprometidos en el anuncio cristiano son muy pocos. Además de esto, los javerianos nos decantamos por aquellos lugares donde la pobreza y  la injusticia exigen una presencia cristiana comprometida en la sociedad, al lado de los últimos, a ejemplo de Jesús, que vivió con los más necesitados. Éstas son las dos razones que nos empujaron a empezar esta nueva aventura en Tailandia, un país conocido como la tierra de las sonrisas. La presencia de las misioneras javerianas, en Tailandia desde el año 2.000, ha contribuido enormemente a esta elección, pensando en la posibilidad de una colaboración en la acción pastoral.

Las dificultades iniciales

Para el misionero que deja a su familia, la tierra, la lengua materna y las certezas por un nuevo país, las dificultades, sobre todo al principio, no escasean. Dificultades que se convierten en una ocasión para recordar que no estamos solos, que Dios camina con nosotros. Somos simples instrumentos en las manos de Dios para llevar adelante la misión iniciada por Jesucristo. Entre tantos desafíos, el primero que me viene a la cabeza es el de la lengua. La lengua tailandesa, especialmente para los occidentales, requiere tiempo, concentración, paciencia. Además, se produce un choque con un nuevo mundo, prevalentemente budista, con la nueva cultura, rica en tradiciones, fuertemente ligada a la monarquía. El clima también es, al menos para buena parte de nosotros, un gran desafío. Hay tres estaciones: la de lluvias, la cálida y la templada. Tailandia tiene un suelo muy fértil y por eso son tantas las variedades de frutas y verduras. La comida puede ser otra barrera. Los sabores son muy fuertes, muy picantes o muy dulces, ásperos. Se necesita un poco de tiempo para acostumbrar al paladar y al estómago a estos nuevos sabores. Pero con el tiempo lo conseguimos.  

Junto a estas dificultades, hay otros problemas sociales y económicos. Lo que se nos pide para ser buenos testigos es que volvamos a ser niños, esforzándonos en la escuela, aceptando con humildad que estamos allí para aprender, escuchar, comprender, crecer.

Nuestro trabajo de cada día

Actualmente, estamos organizados en dos comunidades. La primera comunidad que hemos abierto hace un año y medio se encuentra en el norte, entre los pueblos más pobres. La otra recientemente inaugurada, se encuentra en Bangkok, la gran capital, en los barrios pobres, llamados "slum".

En el Norte, tres de nuestros misioneros se ocupan de una pequeña parroquia con cerca de 200 cristianos. Pero la gran tarea misionera consiste en ir a visitar las decenas y decenas de aldeas que se encuentran alrededor, pero muy lejanas, donde no hay presencia cristiana. En algunos pueblos se encuentran las iglesias protestantes, o templos budistas o animistas. Uno de nosotros acompaña los campos de refugiados, en particular uno de 15.000 personas provenientes de la vecina Myanmar. No pueden regresar a su país por la situación política y social, pero tampoco les está permitido entrar en Tailandia, por no tener papeles. Están acampados en la frontera entre los dos países, cerca de la parroquia y de los pueblos donde trabajamos los javerianos.

En la capital, nuestro trabajo se concentra en los barrios pobres, donde hay muchos problemas, entre ellos, la corrupción, la prostitución y las drogas. Vamos a echar una mano en la escuela primaria y secundaria, que está en una de las zonas más pobres. Acompañamos algunos centros infantiles, con deportes y otras actividades educativas. Vivimos con los católicos y visitamos a los enfermos más necesitados. También echamos una mano en algunas parroquias con las confesiones, las actividades con los jóvenes y el catecismo. Una actividad que requiere tiempo y es muy importante es la visita a los jóvenes trabajadores de las fábricas. En algunas zonas de la capital, en las últimas décadas, la industrialización se ha extendido de modo exagerado, atrayendo a miles de adolescentes y jóvenes, incluso de otros países. Esta situación, a pesar de dar empleo a muchos, ha creado centros urbanos hiperpoblados, especialmente jóvenes, con el aumento sustancial de problemas sociales como la explotación laboral, el trabajo infantil y, no menos importante, la pérdida por parte de los jóvenes de valores como la familia, la fe y otras tradiciones.

Tanto al norte como en la capital, tratamos de ser testigos -en nuestra vida en comunidad y entre la gente- de la belleza de pertenecer a Cristo, la alegría de ser amados por Dios y el deseo de construir una gran familia junto con nuestros hermanos y hermanas de Tailandia.

Un encuentro extraordinario

Para concluir, comparto con vosotros una de las muchas experiencias vividas en estos primeros años en Tailandia. Por lo general, antes de ir a visitar a algunos jóvenes el sábado por la tarde, voy a ayudar en la parroquia para las confesiones y, si es necesario, para la celebración de la Eucaristía. Dado que son pocos los cristianos, es fácil conocerlos a todos.

Un día, me paré a hablar con un joven que no conocía personalmente, pero lo veía en la misa del sábado por la noche desde hacía bastante tiempo. James es su nombre, tiene 25 años. Le pregunté si hacía ya mucho tiempo que era católico, y me respondió: “no soy católico". Entonces le pregunté por qué todos los sábados participaba en la celebración eucarística y me sorprendió su respuesta: "veo en la misa algo especial, único, profundo; siento la presencia de Dios, un Dios cercano, amigo; me siento amado por la cercanía de Dios". Me quedé sin palabras. Un joven budista que descubre la profundidad del encuentro con Dios a través de la celebración eucarística, en la que celebramos el amor de Dios por la humanidad, a través de la entrega total de Jesucristo. Entonces, le hice otra pregunta: "¿Por qué no intentas ser católico, o al menos hacer un camino de preparación para ver si tal vez tu vida está en abrazar a Cristo?". De nuevo, su respuesta me sorprendió: "Yo no estoy preparado todavía, quiero seguir disfrutando de la belleza de la misa, entrar más en sintonía con el misterio, la comprensión del Dios de Jesucristo que me habla a través de la Palabra. Quién sabe entonces si dentro de unos años pida ser católico".

Inmediatamente pensé en nuestra Europa, predominantemente católica, donde todo el mundo, al menos en ocasiones especiales (funerales, bodas, confirmaciones...), tiene la oportunidad de participar en la celebración eucarística. También pensé en mí mismo, que soy cura y cada día celebro la misa y me pregunto si vivo tan profundamente mi relación con Dios en la misa. ¿Consigo apreciar la singularidad y la profundidad del misterio que estoy viviendo cada vez que parto el pan, escucho la palabra de Dios y recibo el Cuerpo de Cristo?

Doy gracias al Señor por el encuentro con este joven y con muchos otros jóvenes, budistas en su mayoría, que a través de sus acciones, sus preguntas sobre nuestra fe y sus experiencias de vida, me ayudan a crecer como cristiano y a saborear la profundidad del encuentro con Cristo.

En nombre de los otros misioneros javerianos presentes aquí en Tailandia, pido una oración por nosotros, por nuestra misión, convencido de que estamos caminando juntos hacia la construcción de un mundo mejor, sobre todo un mundo que reconoce la belleza del amor de Dios que no tiene fronteras ni límites.

Alex Brai, misionero javeriano

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